21 de marzo de 2011

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Sam 7,4-5.12-14.16; Salm 88,2-5.17.29; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24

Hace un tiempo hablando con una persona amiga, comentábamos sobre el tema del silencio y de la palabra. Esta persona me decía que en ocasiones te encuentras con una persona, y en la conversación te das cuenta que sus palabras no lo dicen todo y sugieren mucho más de lo que dicen. Esto puede pasar también en una homilía o en una conferencia sobre un determinado tema. Y esto no ya porque el que habla quiera esconder algo o se resista a decir todo sobre un tema, sino porque la palabra o el gesto en ciertas circunstancias dicen mucho, y esa palabra o ese gesto es ya una invitación a dejarnos interpelar, es una invitación a la reflexión, para llegar a penetrar en el silencio que acompaña a esa palabra o a ese gesto. Quizás esto se podría resumir diciendo que el silencio, en ciertas ocasiones es más importante por lo que calla que por lo que dice.

Todo esto de nadie se puede afirmar más y mejor que de san José. De san José, no tenemos ni una sola palabra. Únicamente tenemos el gesto. Su gesto silencioso, abierto, acogedor. El gesto de la recepción y acogida del Misterio de Dios planeando en nuestra vida, en la vida de la humanidad. San José da nombre al misterio que abre la riqueza de su amor en medio de los hombres. Así nos lo ha confirmado el evangelio que hemos escuchado: «María dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque el salvará a su pueblo de los pecados».

La fe es una adhesión al misterio; no es solo una afirmación o conocimiento dogmático, sino que entraña un compromiso o abrazo de la persona entera. Es trasladarse al nivel de la presencia de un Tú, un Ser superior. Cuando hay esta relación personal, y consentimiento al misterio, hay una fe.

El literato Albert Camus decía: «tengo conciencia de lo sagrado, del misterio que hay en el hombre y no veo por qué no confesar la emoción que siento ante Cristo y su enseñanza. No creo en Dios, es cierto, pero no soy ateo. Veo en la irreligión algo vulgar y gastado». Nosotros, en cambio creemos que el misterio tiene un rostro concreto, Dios; tal es su nombre. Pero además, la celebración de san José nos permite descubrir que este Dios ha hecho más concreto su nombre, más legible. El misterio va a tomar un rostro humano y un nombre humano: Cristo. Y esto porque este santo, con el gesto de su profundo silencio, permite escuchar en su vida el rumor del misterio, que, como un torrente incontenible, abre las riquezas de su amor a la humanidad. Y fiel a la revelación de este misterio la pone nombre.

Pero en la abertura y aceptación del misterio no todo es fácil y luminoso. Lo podemos deducir de lo poco que sabemos de la vida de la Sagrada Familia, inmigrante en Egipto, y percibir también en las figuras bíblicas que la Iglesia nos pone como referencia y en relación a san José.

La primera sería David. Este es el ungido del Señor para ser rey de Israel. Pero le cuesta llegar al poder. Siendo el ungido de Dios se ve perseguido a muerte por su antecesor Saúl. Cuando ha conseguido el reino viene la división que le trae su propio hijo. Cuando todo indica que se ha consolidado como rey quiere construir un templo al Dios que lo ha elegido. Y Dios le dice que se olvide de los presupuestos para un templo. Eso sí, le da la promesa de permanencia de su reino. Pero el futuro, que David no contemplará, será quien confirmará la promesa. David tiene que creer en su Dios. Aceptar el misterio, vivir de la fe.

Tenemos otro ejemplo en Abraham. Vivía sin problemas con los suyos. Y le invita a salir, sin saber a donde iba. Sin GPS. Esto es fuerte salir de la patria y marchar sin un destino claro. Hoy, en nuestra sociedad hay millones de personas exiliados, sin familia, sin patria… Para Abraham pasan los años, no tiene descendencia y le viene la promesa de ser padre de muchos pueblos. Pero todavía más difícil: cuando ya debió perder las esperanzas de un hijo, éste le llega y vuelta a la contradicción: el Señor le manda sacrificarlo… Toda una vida flirteando con el misterio; dejándose abrazar por él una y otra vez. Pero sin tener una conciencia clara de los senderos por los cuales le lleva el misterio. Únicamente, abrazado a la fe.

En esta misma línea será la vida de san José. Dice san Bernardo: «No ha habido ni habrá otro misterio igual: ser madre y virgen». Esto está fuera de la experiencia humana. La lectura del evangelio nos presenta la relación con el misterio en el ámbito de una experiencia humana totalmente nueva. Madre y virgen. Más desconcertante si cabe que la de los patriarcas David y Abraham.

Esta contradicción también se da en nuestra vida. ¿No es verdad en nuestra vida aquella exclamación de Pablo: «Hago lo que no quiero y quiero lo que no hago?» Pablo en la experiencia de esta contradicción del misterio de su persona, y del misterio de Dios en su vida acaba exclamando: «¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte? Pero ¡cuántas gracias le doy a Dios por Jesús Mesías, Señor nuestro!» Como David, como Abraham, como san José, Pablo se abandona al misterio de Dios manifestado en Cristo, nuestro Salvador. Y vivirá todas las pruebas de su vida, que no serán pocas con una gran pasión, con un profundo amor a Jesús, el Salvador.

No podemos vivir el misterio de Dios en nuestra vida con tibieza. Sin frío ni calor. Hoy todo este tema del medio ambiente está que arde. Y esta que arde nuestra sociedad. Hay mucha injusticia en nuestro mundo; hoy más que nunca necesita nuestra sociedad motivos para la esperanza, descubrir senderos de salvación… Esto no lo pueden ofrecer personas, cristianos, laicos, religiosos sacerdotes… mediocres, vulgares que se limitan a vivir pasivamente la vida que va viniendo día a día, dejando muchas brechas abiertas al aburrimiento. San José, como David y Abraham, y como Pablo, nos recuerdan la importancia que es para el sentido de nuestra vida ser apasionados. Pasión y amor. Apasionados por el Misterio. A quien san José le pone un nombre. Cada día hay que poner nombre al misterio en nuestra existencia. ¿Qué nombre le pones tú?