20 de agosto de 2013

SAN BERNARDO DE CLARAVAL, ABAD

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Sab 7, 7-10.15-16; Salm 62, 2-9; Filp 3,17-4,1; Mt 5,13-19

«Siempre ha sido provechoso escribir las vidas gloriosas de los santos para modelo, ejemplo y condimento de la vida del hombre sobre la tierra. Sí; después de su muerte, viven de alguna manera junto a nosotros, estimulan y devuelven a la vida verdadera a muchos que han muerto en vida. Sobre todo, ahora, en nuestra época, que lo pide la falta de santidad y la escasez de hombres auténticos. Y es tan alarmante entre nosotros esta penuria que, sin duda, se nos puede aplicar aquella sentencia: “Al crecer la maldad se enfriará el amor de muchos”.» (Vida de San Malaquías, Prólogo)

Son muchas las obras escritas, comentarios o congresos en torno a san Bernardo… Lo cual viene a poner de relieve la frescura perenne de unos valores en su persona, capaces de dotar de un gran dinamismo y vitalidad a la vida humana, en cualquier época de la historia, y por supuesto en la nuestra, donde crecen los obstáculos para acceder a la santidad, y sobre todo para crecer en humanidad. Se enfría, verdaderamente, al amor de muchos. Y en otros habría que preguntarse si estuvo caliente en algún momento. El amor de Dios es la única razón de ser del hombre. Mientras el hombre no ame a Dios, no ha empezado a vivir. Sin el amor no damos la medida humana.

Un amor que comienza con una primera experiencia: la de que soy pecador, débil. «Hay que recordar lo poco que somos, a pesar de ser llamados por la bondad gratuita de Dios a participar de su vida. He creído ser algo cuando en realidad no soy nada. Desde que me fié de Cristo, esto es desde que imité su humildad, empecé a conocer la humildad» (Gr.de hum. y sob.15) La humildad es una apertura no solo al Otro sino a los otros; supone una dilatación del corazón. Y esta actitud nos pone en el camino del amor, y del más rico humanismo.

Un humanismo que precisa de una buena relación con el otro. El hombre se pone en el camino de la santidad, empezando por una experiencia de relación personal con el otro. En esta relación surge y se hace presente el amor. Solo desde esta relación profundamente humana nos abrimos al Tu con mayúscula, a Dios. Falta santidad y hay escasez de hombres auténticos. Falta santidad porque estamos fallando en una relación profundamente humana

Y fallamos en esa relación porque nuestra palabra es pobre, es superficial, no brota de un silencio profundo alimentado por el amor y que se manifiesta en una palabra motivada y envuelta en el amor.

Para Bernardo «la vida del hombre es un trabajo de colaboración de la palabra y la persona; así descubre en su interior zonas inexploradas. La luz de la palabra, autentica terapia interior, va transformando por la fe todas esas obras en luz, hasta despertar al Verbo, la palabra revelada, y asentada en el fondo del hombre como en su trono». (Cfr. Sermón Ct 27,1; 67,1)

Esta fiesta, nos ilumina con la Palabra que hemos escuchado. Una Palabra que fue importante para Bernardo; hoy, lo es, ahora, para nosotros. Bernardo fue una luz. Luz de Cristo, una luz brillante en su tiempo, y sazonó con su vida de servicio la vida de Europa. Lo hizo siendo instrumento de la Palabra, y es lo que nos corresponde hoy a nosotros.

Bernardo empieza este camino apasionado en el Cister, como sabéis, con 22 compañeros y familiares más, para extenderse, y fundar a razón de dos monasterios por año, hasta morir en 1153 siendo padre de 70 comunidades.

Bien puede decirnos hoy Bernardo, a través de la Palabra proclamada: «seguid todos mi ejemplo y tened siempre delante a los que proceden según el modelo que tenéis en nosotros».

Lo cual no quiere decir que tenemos que ir por esta Europa negada a los valores religiosos fundando dos monasterios por año, sino viviendo la sabiduría que llevó a Bernardo a la santidad, y a ser además de un santo un hombre profundamente humano, con una enorme sensibilidad y ternura… como lo ponen de relieve su numerosas cartas y demás obras.

No vamos a rivalizar con él pero sí que podemos apasionarnos por vivir el amor. Y el amor se vive sobre todo en una relación profundamente humana con el que tenemos a la derecha, o a la izquierda, porque el amor no sebe de izquierdas ni de derechas. «Amo porque amo, amo por amar, no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho… Satisface por sí solo…» (Serm 83 sobre el Cantar).

«Un cisterciense de hoy no debe querer rivalizar con Bernardo pero su vocación le obliga a poseer algo del amor de Bernardo por la Iglesia y por su pueblo. Sobre todo, tiene que marchar por el camino trazado por Bernardo, apasionado de amor por Cristo crucificado». (T. Merton, San Bernardo, el último de los Padres, p. 64)

15 de agosto de 2013

ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 11, 19; 12, 1.3-6.10; Sal 44, 11-12.16; 1Cor 15, 20-26; Lc 1, 39-56

San Bernardo tiene una página en la que comenta con una inmensa ternura y belleza la Asunción de la Madre de Jesús, muestra de su sensibilidad y profunda devoción a santa María, lo que hace que sea uno de los Santos Padres que más escritos tiene sobre ella.

«Habrá alguien capaz de imaginar la gloria que envuelve hoy a la Reina del mundo, el entusiasmo con que salen a su encuentro las legiones celestes, los cantos que le acompañan al trono glorioso? ¡Con qué aspecto tan afable, con qué mirada tan tierna y con qué abrazos tan divinos la recibe su Hijo! Es encumbrada por encima de toda criatura con el honor que merece tal madre y la gloria propia de tal Hijo. ¡Qué besos tan sabrosos le estampaba con sus labios al mamar y cuando la madre le acariciaba en su seno virginal! Pero son mucho más inefables los que hoy recibe de la boca del que está sentado a la derecha del Padre, cuando sube al trono de la gloria cantando aquel poema nupcial: Que me bese con besos de su boca. ¿Quién es capaz de explicar cómo fue engendrado Cristo y en qué consistió la asunción de María? Aquí recibió una gracia incomparable, pero es mucho más extraordinaria la gloria que recibe en el cielo». (San Bernardo, Sermón I sobre la Asunción, 4)

Hay alguien capaz de imaginar la gloria de María en este solemnidad? ¿Quién es capaz de explicar en qué consistió la asunción de María?

María la contemplamos siempre inmersa en el misterio de amor revelado por Dios. La revelación de este misterio de amor es que Dios tiene el proyecto de incorporarnos a su misterio de amor. Y la primera en incorporarse a este misterio es santa María, como nos sugiere la oración-colecta: «Dios ha llevado al cielo en cuerpo y alma la inmaculada Virgen María, Madre de Cristo». Y simultáneamente este misterio de amor nos abre el camino a todos nosotros como también dice dicha oración: «haced que con la mirada en las cosas celestiales merezcamos de tener parte en su gloria».

Pero nos conviene contemplar o reflexionar sobre el camino llevado a cabo por María. ¿Cuál es este camino? El camino de una persona creyente. Así lo constata su prima Isabel: «Feliz tú que has creído. Lo que el Señor te ha hecho saber se cumplirá». María es nuestra referencia primera en la fe. Ella, santa María del silencio, el silencio de evangelio, es la perfecta receptora de la Palabra. Comentaba san Bernardo: «¡Qué besos tan sabrosos le estampaba con sus labios al mamar y cuando la madre le acariciaba en su seno virginal!»

Pero este beso, un beso silencioso que destilaba su boca y su corazón, era permanente en María, abierta al misterio divino en un deseo vivo de una comunión con el Amor.

El BESO es una conjunción de cuerpos exterior y afectuosa, signo también y estímulo de una unión interior. Mediante el servicio de la boca busca, en un intercambio mutuo, la conjunción del cuerpo y del alma.

Cristo es el beso del cielo, el Verbo se hace carne, y la trae a una intimidad plena, haciéndose una sola cosa con ella. «Dios deviene hombre, el hombre deviene Dios», como nos enseñan los Santos Padres de la Iglesia. Es el beso que ofrece al alma fiel, su esposa, y le imprime, en el recuerdo de sus obras grandes, una alegría personal y exclusiva, y la inunda con la gracia de su amor. El camino de santa María, es la experiencia de un beso permanente, de una conjunción externa e interna, una compenetración íntima de María con la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor, que se cumpla en mí tu palabra».

Y por ello la palabra de María, el canto de María, no puede ser otro que el canto de las maravillas de Dios. El canto de Dios en su propia vida, donde se manifiesta la santidad de Dios, donde se revela la fuerza divina, donde la pobreza deja confundida a la riqueza. Donde se manifiesta que la fuerza está en la debilidad. Donde en definitiva se pone de relieve que los caminos de Dios no son los caminos del hombre, y que los pensamientos del hombre no son los de Dios.

El canto de María, el Magníficat, no viene sino a revelarnos que el camino de la criatura humana en este mundo no es sino desear el beso con el amado, ensayar en esta vida el canto nupcial con el que María asciende al cielo: «que me bese con besos de su boca».

No debemos aspirar a aprender otro canto. Este es el canto a ensayar para llegar a la glorificación que hoy celebramos de santa María, y que un día esperamos para nosotros: «que me bese con besos de su boca».