25 de septiembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 26º del Tiempo Ordinario

De los sermones de Bossuet
Con la parábola de los dos hijos desobedientes, Jesucristo convenció los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo de una hipocresía manifiesta. En la parábola, el Hijo de Dios nos dibuja dos caracteres, bien diferenciados en cada uno de los dos hijos: el primero desobedece plantando cara de una manera formal y manifiesta, el segundo obedece, pero de un modo imperfecto, con una obediencia más aparente que sólida. Y en la parábola resulta que este segundo es el peor de ambos hijos.

Hay personas que lo prometen todo, ya sea por debilidad, porque no tienen valor para hacer frente, ya sea por ligereza, ya sea por engaño. Y no es que quieran decir que no quieren enmendarse, no, decididos a obedecer, dicen: «Voy enseguida, padre». Dicen «padre», manifestando así un cierto respeto, y en apariencia parecen dispuestos a obedecer. No dicen: «Ya iré», sino: «Voy enseguida». Diría realmente que se le va, y que todo está resuelto. Con todo, no se mueve de su sitio, ya sea porque os quiere engañar, ya sea que se engaña a sí mismo, pensando en tener más voluntad y más fuerza que no tiene.

Es evidente que este segundo carácter es mucho peor que el primero: estas débiles resoluciones y este puesto de piedad hacen parecer a los demás una gran religiosidad. No conoce aquel horror de sí mismo y de su estado miserable que permita un cambio. En cambio, el que responde secamente: No quiero ir, ya que resiste Dios con una desobediencia manifiesta y no puede enorgullecerse de ningún bien, al final se avergüenza de sí mismo, y desvelado por su propio golpe de genio, se arrepiente: «Pero después, se arrepintió y fue».

Nuestro Señor, con esta parábola, hacía ver a los sumos sacerdotes cuál era su carácter. Subidos en un clima de piedad, se llenaban siempre la boca de Dios, de la religión, de la obediencia a la Ley, y por el hecho de hablar tan a menudo creían ser personas de bien, y eso les impedía cambiar. Es por eso que Jesús les increpa de una manera tan terrible: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera hacia el Reino de Dios», porque, avergonzados de sus pecados, se han convertido por la predicación de Juan. Vosotros, en cambio, que por vuestra dignidad y por las luces que tenéis, deberíais ser un ejemplo para los demás, no sólo no habéis sido los primeros de responder a la llamada, tal como era justo esperar, sino que ni sólo no habéis sabido aprovecharos del ejemplo de los demás.

Vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, que con vuestra vida no respondéis a vuestro estado, vosotros, hombres de bien en apariencia, devotos de profesión, aplicaos esta parábola. ¿Os parece bien quedaros sólo con un título de piedad, como los fariseos, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo judío? ¡Avergonzaos! ¡Os debería caer la cara de vergüenza! ¡Humillaos! Confesad vuestras debilidades y enmiendas. Es a vosotros a quienes habla Jesús en este discurso.

Comentario de Mario Victorino a Filipenses 2,6-8
Dos preceptos había dado anteriormente: amar la humildad y no ocuparse únicamente del propio interés, sino también del de los demás. Ahora dice: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús». ¿Qué dos preceptos son los que debemos acoger «en Cristo Jesús»? ¿Uno solo —y cuál— o los dos? Así, el primero se refiere claramente a la humildad: Cristo se humilló a sí mismo y tomó la forma de esclavo. Pero podría tratarse también del segundo precepto: todo esto lo soportó por los demás y se preocupó de los intereses de los demás antes que de sí mismo.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Carmen,

Me recuerdas unos versos de Rilke: «La obra de los ojos esta hecha, haz ahora la obra del corazón». Y me comentas: «Palabras preciosas, pero un poco difícil de conseguir; no sé como se hacen las obras del corazón, pongo el corazón en muchas cosas, pero esto no sé si esta dentro de su obra.»

Yo lo que considero difícil es explicar a una madre como tú, cuales son las obras del corazón. Mira: en el libro de Proverbios vienen unos versos que dicen: «Por encima de todo cuidado, guarda tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida» (Prov 4,23).

Y en este mundo ¿quien guarda mejor la vida que una madre?, ¿quien sirve más y mejor a la vida que una mujer, una madre? Yo creo que una mujer, y una madre sobre todo, está permanentemente haciendo la obra del corazón, porque siempre está al servicio de la vida. ¡Sé mujer, sé madre! ya estás haciendo la obra del corazón.

Nos ha tocado vivir en tiempos de una sociedad dura, competitiva hasta la violencia, con mucha ignorancia en todo lo que tiene de valioso, de belleza, de bondad, entonces la obra del corazón es un servicio que se nos pide de manera especial a los cristianos, y a todo aquel que se precie de cierto nivel de humanidad. La injusticia es una obra contra el corazón. Y la injusticia en esta sociedad se da sin medida, como las aguas desbordantes provocadas por el huracán. Las injusticias recortan la ilusión y la esperanza a la vida.

Es una obra del corazón asumir la palabra de san Pablo: «Manteneos unánimes, y concordes con un mismo amor. Considerar superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad el interés de los demás.» ¿Acaso esa palabra de Pablo no es una palabra a favor de la vida? Difícil palabra, sin embargo, esta enseñanza de Pablo. Y ya no solamente difícil en la sociedad, sino en la misma Iglesia, en las comunidades, religiosas, en los hombres y mujeres de Iglesia. ¡Concordes en un mismo amor! qué horizonte más luminoso el que nos está invitando a trabajar.

Hay que poner el corazón no en «muchas cosas», sino «en todas». Pero la acción puede brotar de un corazón superficial, inconsciente. Debemos dejar que la palabra vaya despertando espacios cada vez más profundos del corazón, y desde esta interioridad dejar que nazca un nuevo dinamismo de vida.

Y para esto el Creador os ha dotado, a las mujeres, a las madres, de unos dones que no tienen otras criaturas como los hombres. Mª Carmen, haz cada día la obra del corazón. Un abrazo,

+ P. Abad

18 de septiembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 25º del Tiempo Ordinario (Año A)

De un sermón anónimo del siglo IX
Queridos: Que ninguno de vosotros no se crea seguro bajo el pretexto de que está bautizado, pues al igual que los que corren en el estadio no reciben todos el premio de la victoria, sino sólo el que ha llegado el primero en la carrera, así mismo no son salvados todos los que tienen fe, sino sólo los que perseveran en las buenas obras que han comenzado. Y del mismo modo, también, que el que lucha contra otro se abstiene de todo, de la misma manera, vosotros absteneros de todos los vicios, a fin de poder vencer al diablo, vuestro adversario.

Hay hombres infelices que sirven un rey de la tierra con peligro de su vida y mediante enormes dificultades para un beneficio que pasa y desaparece muy rápidamente, ¿por qué no deberíais servir vosotros al Rey del cielo para obtener la felicidad del Reino? Y ya que, por la fe, el Señor os ha llamado a su viña, es decir, a la unidad de la santa Iglesia, vivid y comportaros de tal modo que, gracias a la liberalidad divina, podáis recibir el denario , es decir, la felicidad del Reino celestial.
Que nadie se desespere a causa de la grandeza de sus pecados, y no diga: «Son numerosos los pecados en los que he perseverado hasta la vejez y la extrema senectud, ya no podré obtener más el perdón, sobre todo porque son los pecados los que me han dejado en mí, y no yo quien los he rechazados a ellos ». Que éste no desespere nunca de la misericordia divina, pues unos son llamados a la viña del Señor en la primera hora, otros a la tercera, otros en la sexta, otros en la novena, otros a la undécima, es decir, que unos son conducidos al servicio de Dios en la infancia, otros en la adolescencia, otros en la juventud, otros en la vejez, otros al final de sus días.

Y del mismo modo que nadie, sea cual sea su edad, no debe desesperarse si quiere convertirse a Dios, tampoco nadie debe creerse seguro por razón de su fe, sino que más bien debe temer mucho lo que fue dicho: «Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos». Que nosotros hemos sido llamados a la fe, lo sabemos, ignoramos, en cambio, si somos los elegidos. Cada uno, pues, debe ser tanto más humilde cuanto ignora si fue contado entre los escogidos.

Que el Dios Todopoderoso te conceda de no ser del número de los que atravesaron el Mar Rojo a pie enjuto, comieron el maná en el desierto, bebieron la bebida espiritual, y, sin embargo, murieron a causa de sus murmuraciones en el desierto, sino del número de los que entraron a la tierra prometida y obtuvieron, trabajando fielmente en la viña de la Iglesia, de recibir el denario de la felicidad eterna, de modo que con Cristo, su cabeza, pueda, vosotros que sois sus miembros, reinar por los siglos de los siglos.

LA CARTA DEL ABAD

Querida M. Luisa,

Unos pensamientos de san Pablo me han recordado otra de tus estrellas: la amistad. Escribe, Pablo: «para mi la vida es Cristo y una ganancia el morir. Para mí vivir esta vida me supone un trabajo fructífero». San Pablo vive una intensa relación con Cristo. Una vida apasionada por Cristo. Una profunda intimidad. Habría que decir que toma muy en serio aquellas palabras de Jesús en la Última Cena: «No os llamo siervos sino amigos. No hay mayor amor que dar la vida por los amigos». Jesús dará su vida. Pablo que vive una profunda amistad con Él también, a su vez, dará la vida. Una amistad que también Pablo expresa con aquellas palabras tan vivas: «No vivo yo, es Cristo quien vive en mí».

No es fácil llegar hoy a vivir una verdadera amistad, «una amistad perfecta que la alcanzan —como dice Elredo de Rievall— quienes tienen un mismo sentir de lo divino y humano, y una misma voluntad con benevolencia y caridad». Y esto supone entablar una relación con una persona, con la cual vamos compartiendo ideas, opiniones, criterios sobre la vida, sus circunstancias, sentido de la vida, de la muerte. en una palabra un ir configurando o tejiendo una red con el otro, que permite un enriquecimiento de toda la persona, hasta el nivel más profundo que es la dimensión espiritual.

No es fácil llegar a esta amistad, porque, como dice Saint-Exupery en «El Principito», los amigos no se compran, los amigos se consiguen a fuerza de crear lazos, crear unos lazos en lo humano y lo divino, o en lo humano hasta su dimensión más profunda, que viene a ser la espiritual, como decía antes.

«Pero esa amistad espiritual —como enseña también Elredo— es la única verdadera, que es deseada no con vista a intere¬ses mundanos, ni que surja de cualquier otro motivo exterior, sino de la dignidad de la propia naturaleza y del sentimiento del corazón humano. Y así su fruto y su premio sea ella misma».

Conseguir un amigo, disfrutar con un amigo. es difícil, porque esto requiere tiempo, y el hombre de hoy no tiene tiempo. Esta es una sociedad del tiempo, en el tiempo, pero sin tiempo. Todo es rápido, fugaz, de locura. Hay que ahorrar tiempo, se dice. Y yo me pregunto: ¿para qué? Vivimos la vida cada día a mayor velocidad. Cada día agendas más llenas. Crecen el número de mails, y decrecen el número de cartas escritas a mano. La mano, que es una prolongación que acerca la vibración del corazón. Pero si el corazón no vibra, en verdad, no necesitamos manos que escriban cartas, sino teclas.

Sin la amistad el mundo pierde calidad, pierde belleza, la vida pierde sentido, porque la amistad es también una ventana abierta más allá de mi mismo, una ventana que me permite asomar al misterio. Sin el misterio, la vida se torna un problema y los problemas nos asfixian. Yo necesito del misterio para pintar el tiempo con otros colores. Y la amistad es un buen camino para lograrlo.

San Bernardo escribe es una carta: «La amistad auténtica no envejece o no es auténtica» (Carta 506). Por esto a mi me gusta escribir cartas a mano y con pluma, y es una delicia recibirlas. Porque es bello crear lazos de amistad. Un abrazo de un amigo,

+ P. Abad

12 de septiembre de 2011

LECTIO DIVINA

Salmo 26 [25]

1 Hazme justicia, Señor, que camino en la inocencia;
confiando en el Señor no me he desviado.

2 Escrútame, Señor, ponme a prueba,
sondea mis entrañas y mi corazón;
3 porque tengo ante los ojos tu bondad,
y camino en tu verdad.
4 No me siento con gente falsa,
no me junto con mentirosos;
5 detesto las bandas de malhechores,
no tomo asiento con los impíos.

6 Lavo en la inocencia mis manos,
y rodeo tu altar, Señor,
7 proclamando tu alabanza,
enumerando tus maravillas.

8 Señor, yo amo la belleza de tu casa,
el lugar donde reside tu gloria.
9 No arrebates mi alma con los pecadores,
ni mi vida con los sanguinarios,
10 que en su izquierda llevan infamias,
y su derecha está llena de sobornos.
11 Yo, en cambio, camino en la integridad;
sálvame, ten misericordia de mi.
12 Mi pie se mantiene en el camino llano,
en la asamblea bendeciré al Señor.

Ideas generales sobre el salmo

El salmo presenta un juicio de apelación. Un hombre, quizás un levita, acusado en falso, apela al tribunal de Dios en el templo. Viene a ser un acto de confianza en Dios juez. La conciencia no me acusa de nada grave, diría el acusado, pero a pesar de eso me someto al juicio de Dios.

La conducta se manifiesta en actos externos, que se pueden constatar, aunque siempre queda una zona escondida de actitudes, intenciones, que el hombre no logra conocer o dominar, y que ahora somete al juicio de Dios. Prov 20,27 dice: «El espíritu humano es lámpara del Señor que sondea lo íntimo de las entrañas». Pero hay otros: Prov 16,2: «A uno le parece limpia su conducta, pero es el Señor quien pesa las conciencias». Prov 21,2: «Al hombre le parece recto su camino, pero es Dios quien pesa los corazones. O el salmo 19,13.

Presenta el perfil de los malvados con varios nombres: perversos, mentirosos, malhechores. El perfil del salmista podría sonar como autosuficiencia, pero el conjunto no da esta impresión. Su protesta más bien es la necesidad de que su conciencia sea refrendada por Dios. Quizás se refiere más a una honradez sustancial, sin delitos graves.

Un texto paralelo podría ser 1Cor 4,3-4.

Esta purificación previa es necesaria para participar en el culto.

Lee

Hacer una lectura del salmo a la luz de las ideas generales, considerando cómo viene a ser tu propia conducta como persona religiosa. Considera también los adversarios, o circunstancias, que te acechan en tu vida de fe. Situaciones positivas o negativas que te lleva a vivir, una vida de confianza en el Señor.

Medita

v. 1 Empieza mostrando la confianza en el Señor, que no se apoya en su conducta, sino que, fiel a la Alianza, se fía de Dios. Por eso no se ha desviado. «Seguro que te libraré y no caerás a espada, salvarás tu vida, porque confiaste en mi» (Jer 39,18). La fe es una confianza plena en Dios fruto de una relación personal viva, y consciente de que sin él nada podemos hacer. «El que se fía de si mismo es un necio» (Prov 28,26). Son muchos los textos de la Escritura que nos hablan de la confianza en Dios: Sal 12,6; Sal 21,5-6; Sal 35,11; Is 42,6-9; Is 51,1-2. «Quien piensa rectamente de Dios y le busca con un corazón sencillo, a éste Dios se le muestra como se mostró al ciego de nacimiento» (San Cirilo de Alejandría).

v. 2 Al hombre solo puede juzgarlo Dios, que conoce su interior, un espacio a donde no llega nunca la mirada humana: «No te fijes en las apariencias. Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón» (1 Sam 16,7). Por esta mirada parcial, superficial, es por lo que el hombre no debe juzgar, ni siquiera a sí mismo. Más bien tener la preocupación de abrir el corazón. De tener la mirada inclinada hacia el espacio interior donde «se mueve» Dios. (cf. Sal 138).

v. 3 La bondad de Dios se ha manifestado en su misterio revelado en la Palabra. Aquí encontramos la verdad auténtica del hombre y de Dios. Y meditando esta Palabra asiduamente, nuestros pasos tienen siempre la luz del Señor. Así afirma Eusebio de Cesarea: «Yo tengo siempre ante ojos tu misericordia, y me esfuerzo por ser leal a Ti». O como comenta Paul Claudel: «Tengo un espíritu grande abierto a tu Verdad».

v. 4-5 Los verbos «sentarse» y «caminar» nos recuerdan también el salmo 1. Quien camina bajo la luz del Señor, de su Palabra, pone su vida siempre a la luz del día. Dice Isaías: «¡Ay de los que ocultan sus planes para sustraerlos al Señor! Actúan en la oscuridad y dice: nadie nos ve, ninguno se entera» (29,15). Prov 22,17s nos invita a «escuchar las sentencias del sabio, y guardarlas».

v. 6-7 Referencia al culto que aparece con cierta profusión: ritos, palabras, actitud; lavatorio y procesión, alabanza y relato, amor a la casa de Dios. Es la invitación de Isaías: «Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestra malas acciones. Dejad de obrar el mal y aprender a obrar el bien» (1,16). Escribe san Cirilo de Jerusalén: «Las manos son el símbolo de la acción; al lavarlas sugerimos la pureza de nuestros actos». Necesitamos de esta purificación para volvernos a entablar un diálogo con Dios. Es un rito con el que comenzamos siempre la Eucaristía.

v. 8 La belleza de esta casa la contemplamos en el mundo de la creación; la belleza de esta casa Dios la quiere también en el corazón del hombre. La belleza es un indicio de la presencia de Dios, que se ha manifestado de una manera especial en nuestra naturaleza asumida por el Verbo de Dios. En este sentido escribe Juan Pablo II en su Carta a los Artistas: «El desarrollo de la belleza ha encontrado su savia en el misterio de la Encarnación. En efecto, el Hijo de Dios, al hacerse hombre, ha introducido en la historia de la humanidad toda la riqueza evangélica de la verdad y del bien, y con ella ha manifestado también una nueva dimensión de la belleza, de la cual el mensaje evangélico está repleto» (n. 5).

v. 9-10 El salmista pide no verse envuelto con los pecadores. «Que no destruya el inocente con el culpable, lo cual no es propio de Dios». (Gen 18,24) «Dios no quiere que nadie perezca, quiere que todos tengan tiempos para enmendarse». (2Pe 3,8s)

v. 11 El salmista al decir esto no se apoya en sí mismo sino en Dios, por ello le pide que tenga misericordia de él. En esta línea se expresa san Pablo: «Si de algo estamos orgullosos es de que nuestra conciencia nos asegura que nos hemos comportado e todo lugar.con la sencillez y sinceridad que Dios nos ha dado, es decir, que nuestro comportamiento ha sido fruto de la gracia y no de la humana sabiduría» (2Cor 1,12). «Quien pronuncia estas palabras (v.11) guarda con amor la paz de su alma», dice Orígenes.

v. 12 «Tener firmes los pies» es una expresión de seguridad total, especialmente interna. «Me levantó de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos» (Salm 40,3). Es la seguridad que encontramos en Dios, y no en nosotros mismos. Por ello conviene recordar la Escritura: «El que crea estar firme, tenga cuidado de no caer» (1Cor 10,12).

Ora

«Hazme justicia, Señor, pero enséñame a obrar con justicia; sondea mi corazón, pero hazme atento a tus movimientos en mi corazón. Me acerco a tu altar para proclamar tus alabanzas, ábreme los labios para contar tus maravillas. Sedúceme con tu belleza, la belleza del Crucificado, que camine cada día bajo la luz de la Belleza y mi boca te bendiga, y cante la gloria y belleza de tu nombre. Porque Tú eres bueno y amigo de los hombres. Amén».

Contempla

En la soledad, y en el silencio, deja que vengan a tu mente los puntos del salmo que más conmovieron, e intenta detenerte en ellos.

11 de septiembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 24º del Tiempo Ordinario (Año A)

De los sermones de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre el Evangelio según san Mateo (LXI,1,5)
En la parábola del deudor que no quiso compadecerse de su colega, Cristo nos pide dos cosas: primero, de condenar nuestros propios pecados, después, de perdonar los pecados de los demás, y quiere que hagamos lo primero a causa de lo segundo, porque entonces nos será mucho más fácil: porque el que tiene presentes las propias faltas será menos severo con su compañero de miseria. Y perdonar, no sólo con la boca, sino desde el fondo del corazón, para no volver hacia nosotros el hierro con el que creemos atravesar los demás. ¡Qué mal puede hacerte tu enemigo, que sea comparable a lo que te haces a ti mismo, ya que el rencor que le guardas atrae sobre tu cabeza la condenación de Dios! En cambio, si le opones una sabiduría y una moderación verdaderamente cristianas, el daño que pueda hacerte recaerá sobre él, y será él solo a sufrir las consecuencias. Pero si te dejas dominar por la indignación y la ira, tú serás quien sufrirás el mal, no por el agravio que él te ha infligido, sino por el resentimiento que le guardas en tu corazón.

No digas, pues: «Me ha ultrajado, me ha calumniado, me ha hecho mucho daño», porque cuanto más dices que te ha hecho daño, más muestras que te ha hecho un bien, ya que te ha dado la ocasión de purificarse de tus pecados. Así, cuanto más te ofende, más te permite obtener el perdón de tus propias faltas. Piensa, pues, en todas las ventajas que puedes sacar de un agravio sufrido humildemente y con dulzura. Primero,-y esto es lo más importante-te ganas el perdón de tus faltas, después te ejercitas en la paciencia y el coraje, en tercer lugar, adquieres la dulzura y la caridad, porque el que es incapaz de enojarse contra el que le causa un dolor tendrá mucha más caridad hacia los que le aman. En cuarto lugar, desarraigada totalmente de tu corazón la ira y el resentimiento, ventaja que no tiene comparación, porque el que libera su alma de la ira, la libra igualmente de la tristeza: su vida no se carcomerá en tristezas ni en vanas inquietudes. El que no sabe odiar no conocerá nunca la tristeza: disfrutará de una alegría y una felicidad sin límites. Bien mirado, cuando odiamos a los demás, es a nosotros mismos que nos hacemos el mal, y cuando los amamos, nos hacemos bien a nosotros mismos.

¿Me dirás tal vez que el enemigo te ha hecho una injusticia? Razón de más para compadecerte: no eres tú quien ha ofendido a Dios, sino él; en cambio, tú serás feliz si soportas. Recuerda que Cristo, a punto de morir en la cruz, lloraba por quienes lo crucificaban. Este debe ser siempre nuestro comportamiento.

San Bernardo, Sermón 2 de Pentecostés
Otro pan es el perdón. Os ruego que recojáis también con cuidado estos pedazos, para que nada se desperdicie. Son muy sabrosos y más dulces que la miel de un panal que destila. De tal manera Dios me perdonó y tan liberalmente condonó todas mis ofensas, que ni me condena llevado de la venganza, ni me humilla con reproches, ni deja de amarme cuando me los imputa.

Hay quienes perdonan y no se vengan, pero suelen echarlo en cara. Otros callan, mas no olvidan y guardan rencor. Ninguno de esto perdona plenamente. ¡Qué distinta es la clementísima naturaleza divina! Siempre es generosa y perdona sin reservas. De tal modo que, para consuelo de los pecadores arrepentidos, donde abunda el pecado suele sobreabundar la gracia.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen,

Me dices en tu carta: «La belleza es un parte necesaria de nuestra vida cotidiana; cada día tenemos momentos en que vislumbramos una ocasión para la belleza. El "apego" me detiene siempre a la mitad del camino».

Carmen, este hermoso pensamiento tuyo es para vivirlo con un talante contemplativo, que no es lo mismo que decir con un talante de monje, sino, simplemente con un ritmo humano. Yo creo que vivir con un talante contemplativo es vivir con un talante humano. Por lo menos pienso que es fundamental vivir, hoy, estableciendo una relación entre estas dos palabras: contemplación y humanidad. Porque aquí esta involucrada la belleza, o, por el contrario, lo horrendo, lo angustioso, la desesperanza. La fealdad.

Dice el salmo 132: «Ved: qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos». Es ungüento precioso, es rocío, es vida.

Yo pienso que el camino hacia la contemplación de esta belleza, pasa por el perdón. La vida con su dinamismo nos separa, nos aleja, nos enfrenta. Por ello Cristo en su enseñanza a sus discípulos pone en acento en el camino inverso: perdonar hasta setenta veces siete. Siempre. Se trata, pues de hacer cada día el camino inverso; buscar y seguir los senderos de la belleza. Y cada día hay momentos para dar lugar a esta belleza.

Hace unos días contemplaba en la prensa una fotografía tomada desde una sonda enviada a Jupiter. Mostraba en la lejanía del universo dos puntos cercanos, luminosos: eran la Tierra y la Luna, como desde nuestra tierra podemos contemplar Júpiter o alguna estrella más brillante. Contemplando esta imagen tan hermosa, pensaba en como dentro de aquel punto de luz, así se veía la Tierra, nos dedicamos en ocasiones «con mucho fervor, y saña» a destruir belleza. Estamos perdidos en el Infinito. Yo diría que «estamos perdidos en Dios». Carmen, estamos perdidos en la belleza. Necesitamos despertar cada día la conciencia de esta realidad. Y no dedicarnos a destruir belleza, en este mundo hermoso que el Señor, nuestro Dios mantiene en sus manos con amor de Padre y de Madre.

Quizás nos puede ayudar a esto pensar en la palabra de san Pablo: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo».

Entonces yo no debería estar «apegado», a nada, a nadie, y sobre todo a mi «yo»; vivir para otro, siempre abierto a un dinamismo de vida, de servicio, de encuentro. Siempre intentando dibujar de colores una palabra: perdonar. Porque el perdón es la expresión más bella del amor. Y el amor es la Belleza. Sobre todo la Belleza del Crucificado, que es la Belleza entregada en el amor hasta el extremo.

Carmen, gracias por recordarme que «la belleza es un parte necesaria de nuestra vida cotidiana». Un abrazo,

+ P. Abad

8 de septiembre de 2011

LA NATIVIDAD DE SANTA MARÍA VIRGEN

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Miq 5,2-5; Salm 12,6; Rom 8,28-30; Mt 1,1-16.18-23

Esta fiesta mariana tiene su origen en la dedicación de una Iglesia en Jerusalén, sobre el siglo V o VI, que más tarde se convertirá en lo que hoy es la Basílica de santa Ana. En esta iglesia san Juan Damasceno saludó a la Virgen en una de sus homilías: «Dios te salve, Probática, Santuario divino. ¡Dios te salve, María, dulcísima hija de Ana». La fiesta pasó en el s. VII a Roma. Fue una referencia, tiempo después, para establecer la fecha de la Inmaculada Concepción. El Papa quitó esta celebración del grupo de las fiestas de precepto.

Escribe san Andrés de Creta, que pronunció varias homilías sobre el Misterio de la Natividad de la Virgen: «Aquí hallamos el resumen de los beneficios de Cristo para con nosotros, la manifestación de los misterios y la transformación de la naturaleza: Dios se hace hombre y al hombre se le concede la deificació. A la resplandeciente y manifiesta presencia de Dios entre los hombres, le correspondía una introducción gozosa, que precediera al gran don de nuestra salvación. La presente solemnidad del nacimiento de la Madre de Dios viene a ser un preludio y la perfecta unión del Verbo con la carne es el término. Con razón se ha de celebrar el misterio de este día y a la madre del que es la Palabra de Dios se ha de ofrecer también el obsequio de las palabras, porque ella en nada se complace tanto como en la Palabra, y en la reverencia prestada por medio de las palabras». (Homilía 1)

Nuestro más precioso y vivo obsequio en esta solemnidad, y en nuestra vida, será volver sobre la Palabra de Dios proclamada, que, junto con el pan de la Eucaristía, vienen a ser la luz resplandeciente que luce en el núcleo del misterio y que se nos ofrece para fortalecernos en el camino, e iluminar nuestros pasos.

En la primera de las lecturas el profeta Miqueas hace el anuncio de una plenitud que llegará en el tiempo de la historia: Esta plenitud tiene un nombre, CRISTO. Un Cristo que nace, que sale de Belén, una pequeña aldea. Ya es todo un signo, que quien va a pastorear Israel con el fuerza del Señor, su Dios, elija el camino sencillo, el camino del anonadamiento, el camino de los pobres. El será nuestra paz. Nos conviene no olvidar esta afirmación del profeta, cuando nuestra tarea primera es buscar a Dios. Pues Dios viene a través de santa María con el nombre de la paz. Y a María, como portadora de esta paz de Dios revestida de nuestra naturaleza, la llamaremos «Reina de la paz».

Dios dispone todo para el bien de quienes le aman. Nadie duda en afirmar que amamos a Dios. Pero no olvidemos la enseñanza de Pablo: «Él nos destina a ser imagen viva de su Hijo».Nuestra condición de cristianos, de estar arraigados en Cristo nos pide dar una determinada imagen. Una imagen que no elegimos nosotros, sino el mismo Dios que nos destina a una imagen de paz. Una paz que no puede ser meras palabras vacías, como es la paz de este mundo del cual dice la Escritura: «Cuando digan paz, paz, entonces vendrá sobre ellos la violencia y la guerra». Y es que la paz debe empezar en el corazón de cada uno de nosotros. Dejar que él nos purifique, que la Paz engendre paz en nuestro interior.

No es fácil, hoy, vivir pacificados, pues se mezclan en el corazón muchos intereses contrapuestos, que no permiten una serenidad interior. Esto pide de nosotros un trabajo arduo permanente. Llegar a tener una imagen de paz, llegar a ser pacificadores pide también vivir un largo proceso interior, donde vayamos dando prioridad a un interés único: dejar que nos domine Cristo, Príncipe de paz.

De alguna manera podemos percibir algo de este trabajo tomando nota del evangelio, que empieza con la genealogía de Jesucristo. A lo largo de esta historia de Israel que culmina en el nacimiento de Cristo contemplamos un abanico muy diverso de personas de diferentes pueblos, de personas fieles y no fieles a Dios. Dios paciente siempre con nosotros, lleva la historia de la humanidad con una paciencia divina, es decir una paciencia que quiere ser salvación para todos. Por ello no desprecia ninguno de los hilos de la humanidad que pueden ser portadores de la luz de la paz. Por esto contemplamos tanta riqueza de matices en la genealogía de Cristo. Matices de santidad y de pecado; matices de grandeza y de humildad.

La sabiduría de Dios va conduciendo todo el dinamismo de la historia para que todo confluya en Belén, en el regazo de santa María, un acontecer de Dios en la vida de María, y que va a dar un nombre al Misterio aparecido en la vida de los hombres: «Dios con nosotros».

Y podemos decir a María con las palabras de una carta de Adán de Perseigne: «Tu nacimiento puede considerarse con toda justicia, como la aurora con la cual se inicia el día de la gracia, que pone fin a la noche de la infidelidad y de la ignorancia. Concibiendo el Sol de justicia tu eres iluminada como la luna, colmada con los beneficios de los rayos del sol».

Cuando contemplamos un mundo que elige como sabiduría el camino de la autosuficiencia, del orgullo de un corazón duro, los caminos de la grandeza pura y dura, a costa de pisotear a quien se pone por delante. uno tiene la tentación de preguntarse de si Dios ha elegido el buen camino. Uno tiene la tentación de preguntarse de si la elección del anonadamiento, de la pobreza es el camino correcto para llevar la paz al corazón de los hombres.

Pero contemplando la grandeza de María manifestada en su humildad, en su sumisión a la obra de Dios; contemplando como el misterio divino ha arraigado en una criatura humana, también me pregunto si todavía permanezco en la noche de la infidelidad y de la ignorancia, y la quiero saludar con estas palabras de san Andrés de Creta:

«Salve, llena de gracia, salve, oh toda resplandeciente, por quien ha desaparecido la oscuridad y ha brillado la luz.»

4 de septiembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 23º del Tiempo Ordinario (Año A)

Del comentario al Evangelio según San Mateo, de Orígenes, presbítero
«Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo, aquí en la tierra para pedir algo, mi Padre del cielo se la concederá». Los músicos usan la palabra "concierto" para indicar de una manera particular este acuerdo de las voces. En efecto, en la armonía hay sonidos que forman acordes, mientras que otros sonidos forman disonancias. En otro lugar, el evangelio vuelve a usar esta palabra: symphoneuo, proveniente de la ciencia musical, que traducimos por ponerse de acuerdo. En la parábola del hijo pródigo nos dice que cuando el hijo mayor se encontraba cerca de la casa, oyó symphonias, es decir, músicas, y bailes. Era necesario que el hijo de la perdición, una vez encontrado, sintiera resonar un concierto para alegrar toda la casa, en signo de la armonía restablecida con su Padre gracias al arrepentimiento.

Pero si quieres ver cómo este acuerdo reina sobre la tierra entre los hombres, entonces fíjate en aquellos para los que fueron pronunciadas estas palabras: «Estad unidos unos a otros con un mismo espíritu y con unos mismos sentimientos», y como intentaban realizar esta palabra: «La multitud de los creyentes no tenían sino un solo corazón y una sola alma». Vivían unidos de tal modo, que entre ellos no había la menor disonancia, como las cuerdas del salterio dan siempre acuerdos armónicos. Porque la disonancia divide, mientras que la armonía une. Las disonancias hacen huir al Hijo de Dios, que sólo se encuentra allí donde reina la armonía: «La perfecta cohesión de los espíritus», tal como dice el Apóstol, es decir, la comunión en los mismos principios de la fe, y la cohesión de las voluntades, es decir, el hecho de compartir la misma vida. He aquí el sentido de las palabras del evangelio: «si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, mi Padre del cielo se la concederá».

Está claro que si el Padre del cielo rechaza a algunos lo que piden, es que en la tierra no han sabido unir sus voces. Esta es la razón por la que a menudo no somos escuchados en nuestras peticiones: porque entre nosotros no hay acuerdo en esta tierra, ni en el pensamiento, ni en nuestra manera de vivir. Y, con todo, nosotros somos el Cuerpo de Cristo. Dios ha dispuesto los diversos miembros, cada uno en una perfecta cohesión y en un perfecto acuerdo: «Si un miembro sufre, todos los demás sufren con él, y si un miembro es honrado, todos los demás se alegran con él». Nosotros, pues, debemos procurar mantener y conservar este acuerdo, nacido de la divina armonía. Porque del mismo modo que un concierto de voces discordantes es desagradable al oído, Dios no puede experimentar complacencia hacia la Iglesia cuando sus cantos son discordantes, y ni siquiera los escucha. Procuremos, pues, estar en perfecta armonía, para que, reunidos en el nombre de Cristo, tengamos a Cristo entre nosotros, él que es la Palabra de Dios, la Sabiduría de Dios, la Fuerza de Dios.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón,

«A nadie debáis nada, más que amor; porque el amor tiene cumplido el resto de la ley… Uno que ama a su prójimo no le hace daño.»

El amor es la energía que mueve el mundo. Este mundo, fiel a esa ley de la energía divina, continúa su curso un día y otro día... La parte de libertad de este mundo que está ubicada en la criatura humana ya fluctúa más, quizás porque la criatura humana no llega a ser del todo consciente de la sabiduría y de la fuerza del amor. Un amor fiel a la energía original.

Me gusta el párrafo de tu carta donde escribes: «Yo me encuentro dentro de Dios, desde mis 34 años, cuando se me permitió ver al mismo Dios, que me enseñaron, en unas dimensiones de amor, en evolución constante hacia Él, que todavía me seduce en los últimos años de mi vida, como si lo estuviera palpando».

Todos nos encontramos dentro de ese Dios amor, o también me gusta afirmar que ese Dios amor está dentro de nosotros para engendrar en nuestro interior esa gran energía del amor que tanto necesita nuestra sociedad. Porque creo que solamente podemos evolucionar hacia Él desde nuestro «yo» más íntimo, para vivir su seducción.

Yo creo que cuando dos jóvenes, un muchacho y una muchacha, viven un amor autentico, viven la seducción del amor, lo viven, sí, pensando en el otro, que tienen delante o lejano, pero cada uno vive la experiencia desde la presencia del otro en el propio corazón. ¿Qué es más real?, ¿qué es lo que permite vivir una verdadera seducción del amor?: ¿la vivencia externa, o la interior?

Con Dios sucede lo mismo, o quizás no, porque a Dios no lo vemos fuera de nosotros, ni cerca, ni lejos; no es un objeto. Dios sólo puede ser experiencia dentro de mí; solo se nos permite ver a Dios en la experiencia de nuestro corazón. Y dudo de la eficacia de los predicadores de la divinidad que no alcanzan el corazón de sus oyentes. Recordaran doctrinas que nuestros antepasados en la fe vivieron, pero que si nosotros no vivimos, no sirven para nada.

Por esto es tan importante el mensaje de reconciliación del evangelio (Mt 18,15-20), el mensaje de perdón y reconciliación que nos ha traído Jesucristo, (2Cor 5,18s), y que necesita arraigar mucho más en nuestros corazones.

Todo esto viene a recordarme a Ramón Llull en su Libro del Amigo y del Amado: «El Amigo halló a un hombre que moría sin amor. Y el Amigo lloró por la ofensa que esta muerte hacía a su Amado. Dijo al moribundo: ¿Por qué mueres sin amor? —El hombre respondió: Porque yo jamás he hallado a nadie que me enseñara la doctrina del amor, porque nadie ha nutrido mi espíritu para hacer de mí un enamorado. Y el Amigo dijo suspirando y llorando: ¡Oh devoción! Cuando será lo bastante amplia para echar fuera el pecado y para dar a mi Amado una legión de fervientes y valientes enamorados para cantar por siempre sus perfecciones? (n. 209).

Verdaderamente, Ramón necesitamos tu tarjeta de visita: «Ser» menos que «nada», amor y mucha imaginación a favor de este Dios. Me queda algún punto más de tu carta para comentar, pero lo dejo para otro día. Te deseo una feliz fiesta de san Ramón. Que él te bendiga. Un abrazo,

+ P. Abad

2 de septiembre de 2011

SAN BERNARDO, MONJE DE POBLET, SANTA MARÍA Y SANTA GRACIA, MÁRTIRES

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Eclo 51,1-12; Salm 125; 1Pe 3,14-17; Mt 10,17-22

«Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Glorificad a Cristo en vuestros corazones.»

El punto de partida es Cristo. Con toda seguridad que hoy Bernardo, María y Gracia, serían unos desconocidos para nosotros, si ellos no se hubiesen encontrado con Cristo. Parece ser que hubo un encuentro ocasional del musulmán Ahmed con Cristo en Poblet, y a partir de aquí se desencadena una historia nueva.

Es la historia nueva de una persona que se deja envolver por el misterio de la persona de Cristo, una historia nueva que lleva a una vida monástica, una vida contemplativa que se proyectará en una acción apostólica valiente, generosa, en un testimonio de Cristo que le llevará hasta la muerte. «No hay amor más grande que el dar la vida por sus amigos». Es lo que hace Cristo, al revestirse de nuestra naturaleza humana. Pero anunciando claramente: «si a mi me han perseguido también a vosotros os perseguirán», haciendo realidad la verdad del Evangelio que acabamos de escuchar. Bernardo con sus hermanas María y Gracia es odiado por causa del nombre de Cristo y perseguido por su propia familia. Y este es un fenómeno que continúa, desgraciadamente, repitiéndose en nuestros días.

Pero ¿Quién es este Cristo, por quien Bernardo María y Gracia hacen una opción tan decidida, tan arriesgada, tan radical? Este Cristo, que san Pedro recomienda que esté en nuestro corazón, como punto de partida del testimonio de nuestra vida creyente.

El retrato, o la respuesta más fiel lo tenemos en los Evangelios, y en general en todas las Sagradas Escrituras, que se refieren a Él. Pero también tenemos otros muchos testigos que nos hablan de él, y lo han confirmado con su vida y su muerte, y que nos pueden ayudar a clarificar más las figuras de Bernardo, María y Gracia.

Dice san Ignacio de Antioquia: «Cristo es el canto que nace de vuestra concordia y la caridad armoniosa». (Ef IV,1) En esta sociedad donde hay tanto déficit de concordia y de armonía, es normal un desconocimiento de Cristo.

También sugerirá san Ignacio: «una sola plegaria, una sola súplica, un solo espíritu, una sola esperanza en la caridad; en un alegría sin mancha: eso es Jesucristo, mejor que él no hay nada». (Magn VII,1)

Vivir la tensión de la unidad, de la reconciliación como la llegaron a vivir Bernardo, María y Gracia. Esta herencia también la necesitamos en nuestros días. Un Cristo troceado y guardado en la nevera en una gran blasfemia.

Cristo, para Clemente de Alejandría es «la Palabra de la verdad, la Palabra que preserva de la muerte, que regenera al hombre, estímulo de la salvación que aleja la rutina, que edifica un temple entre los hombres, para establecer allí la mansión de Dios. Procura que este templo sea puro, y abandona al viento y al fuego, como flores caducas, los placeres y la desidia. Cultiva con prudencia los frutos de la templanza y consagra a Dios tu vida». (Exhortación a los paganos, Cp. 11)

Es otro perfil importante de la persona de Cristo que nos sugiere un trabajo personal interior, que nos renueva desde dentro y lanza con fuerza a ser testigo de este Cristo.

Pero este es un trabajo arduo, duro, difícil, que ya lo había anunciado el Señor: «si a mi me han perseguido también a vosotros os perseguirán».

La lectura del Siràcida ya nos avisa de estos contratiempos o combates contra nuestra fe, cuando habla de «las dentelladas de quienes nos devoran, de la mano que atenta contra nuestra alma, de las muchas tribulaciones, del ahogo del fuego que envuelve, de la palabra mentirosa, de la calumnia».

También éstas son acechanzas de nuestros días. El escenario de la vida humana ha cambiado poco. Pero el autor del Siràcida sabe de la intervención de Dios en la historia y en la vida de su pueblo. Y se siente seguro de la intervención de Dios que se repite a lo largo de la historia a favor del hombre. Y recordando esa misericordia, no hace sino dar gracias y alabar a Dios. Los apoyos humanos fallan en esta vida, pero quien está en Cristo sabe que su oración es escuchada.

Unamuno nos dirá otra palabra definitiva sobre Cristo: «Eres el hombre eterno, que nos hace hombres nuevos. Es tu muerte parto». (Intro. El Cristo de Velázquez)

La historia se repite: Dios actúa en Cristo a través de la vida de Bernardo, María y Gracia, que, atrapados por el amor de Cristo, lo glorifican y dan una razón clara de su esperanza. Pero la historia sigue, y en esta historia siguen naciendo hombres nuevos, y en esta historia sigue habiendo la tensión entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. La muerte de Cristo en la cruz es el punto crucial de alumbrar al hombre nuevo. Este es un proceso permanente en la historia de la Iglesia, en la vida de los hombres de este mundo, en la vida de cada uno de nosotros.

Bernardo, María y Gracia es una fiesta, una ocasión muy oportuna para aprender que ese nacimiento del hombre nuevo, tiene un precio que pasa por la cruz, pero que sin este paso no alcanzamos la gloria de la Resurrección, el Cristo glorioso y total. Pero siempre el punto de partida es Cristo en el corazón.