29 de mayo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 6º de Pascua

Comentario sobre los salmos de san Agustín obispo (148,1-2)
Toda nuestra vida debe transcurrir en la alabanza de Dios, porque en esta alabanza consistirá la alegría sempiterna de la vida futura, y nadie puede hacerse idóneo para la vida futura, si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora alabamos a Dios, pero también le pedimos. Nuestra alabanza incluye la alegría; la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos, y porque es veraz quien nos lo ha prometido, nos alegramos en la esperanza, pero como que todavía no lo poseemos, gemimos con el deseo. Buena es perseverar en este deseo, mientras no llegue lo que nos ha sido prometido; cuando llegue cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.

Debido a estos dos tiempos —uno, el presente, que transcurre en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que disfrutaremos de la seguridad y de la alegría perpetuas— ha estar instituida la celebración de un tiempo doble, el de antes y el de después de la Pascua. Lo que precede a la Pascua significa las tribulaciones que pasamos en esta vida, lo que celebramos después de Pascua significa la felicidad que después poseeremos. Por lo tanto, antes de la Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos, después de la Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por eso, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones, en el segundo, en cambio, descansamos de los ayunos, y todo transcurre en la alabanza. Es lo que significa el Aleluya que cantamos.

Ahora, pues, os exhortamos a la alabanza de Dios, y esta alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando decimos: «Aleluya. Alabad al Señor», nos decimos unos a otros, y así todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procurad alabarlo con toda vuestra persona, es decir, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestros hechos.

De los sermones del cardenal Newman
El regreso de Cristo a su Padre es fuente de pena, debido a que implica su ausencia, y a la vez es fuente de alegría, porque implica su presencia. De la doctrina de su Resurrección y de su Ascensión brotan estas paradojas cristianas a menudo mencionadas en la Escritura: es decir, que tenemos pena sin dejar de alegrarnos, «como aquellos que no tienen nada y todo lo poseen» .

Esta es en verdad nuestra condición presente: hemos perdido el Cristo y lo hemos encontrado, ya no lo vemos y, con todo, la presentimos... ¿Cómo es posible esto? Es que hemos perdido la percepción sensible y consciente de su persona; ya ni podemos mirarlo, ni oír, ni conversar, ni seguirlo de un lado a otro, pero nos alegramos espiritualmente, inmaterialmente, mentalmente y realmente de su visión y de su posesión, una posesión que contiene más realidad y más presencia que la que pudieran disfrutar los apóstoles mientras vivía en esta carne, porque es espiritual e invisible. Cuando el Cristo afirma que se va y que volverá, no hace referencia sólo a su naturaleza divina omnipresente, sino a su naturaleza humana. En tanto que Cristo, declara él, el Mediador encarnado, estará para siempre con su Iglesia.

Aun así, podríamos sentir la tentación de interpretar esta afirmación de la siguiente manera: «Se ha ido y ha vuelto a nosotros, pero en espíritu, es su Espíritu el que ha vuelto en lugar de él, y cuando nos dice que está con nosotros día tras día, esto se refiere únicamente a su Espíritu ». Nadie, evidentemente, puede negar que el Espíritu Santo ha venido, pero ¿por qué ha venido? ¿Para suplir la ausencia del Cristo o, más bien, para cumplir su presencia? Con toda seguridad que ha venido para hacerlo presente. No pensemos ni por un momento que el Espíritu Santo pueda venir de manera que el Hijo quede alejado. No, no ha venido para que el Cristo no venga, sino más bien porque el Cristo pueda volver en su venida. Por el Espíritu Santo entramos en comunión con el Padre y el Hijo. Fortalecidos vigorosamente en el hombre interior, por medio de su Espíritu, para que el Cristo habite por la fe en nuestros corazones. El Espíritu Santo suscita, la fe acoge la habitación de Cristo en el corazón. Así, pues, el Espíritu no toma el lugar de Cristo en el alma, sino que asegura este lugar a Cristo.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Alicia,

Muchas gracias, Alicia, por tu carta, por las noticias de otras personas conocidas o amigas, o por recordarme posibles olvidos míos… Como ves no tendré tanta «influencia en el cielo» como me dices, pues en el cielo, o en Dios que viene a ser lo mismo, todo es presencia; no caben los olvidos. Igual tenéis más «influencia» los que «tenéis más los pies en el suelo».

Hay otros puntos interesantes en tu carta que otro día comentaré, pero hoy voy a detenerme en este final de tu carta, ya que lo veo muy interesante para una vida espiritual, tanto si uno «tiene influencia en el cielo», como si otro «tiene más los pies en el suelo».

Esa observación la he escuchado muchas veces: «usted rece por mí, que está más cerca de Dios». Y siempre recibo la invitación, por fuera con una sonrisa, pero por dentro con una cierta confusión o sonrojo, porque yo no me creo nunca que esté más cerca de Dios que otra persona que me está hablando o pidiendo oraciones. Yo tengo la certeza de que está más cerca de Dios, el que ama más, el que tiene su vida más dinamizada por el amor divino. Y ¿quién puede medir el amor del corazón? Para mí, aquí la respuesta siempre queda en suspenso. Pues nosotros miramos las apariencias, solo Dios sondea y conoce el corazón del hombre.

Yo creo que nuestra vida monástica es fundamentalmente una vida de oración, de plegaria incesante, y de búsqueda permanente de Dios. Y que al hacer o vivir esto en una vida de comunidad, somos un testimonio en la sociedad, en la Iglesia, un recuerdo de la necesidad de conceder gratuitamente nuestro tiempo a Dios, para que Él obre su amor en la vida de los hombres, en la tuya, en la mía, en la de cualquier criatura de este mundo.

Ya sabes como el mismo Dios dejo «su cielo» y se revistió de nuestra frágil naturaleza, quiso tener los pies en el suelo humano, para hacer vibrar su corazón lleno de amor junto al corazón humano, siempre necesitado de esa vibración divina.
Nuestro Dios, pues, es un Dios humano, muy humano; nosotros si le buscamos tenemos que tener mucho más los pies en el suelo, en esta tierra que necesita vibrar con la sensibilidad de un Dios amor, con la sensibilidad de un Dios humano, muy humano, que nos muestra, de esta manera cual debe ser nuestro camino para agradarle.

Aquí quiero recordar las hermosas palabras con las que empieza su libro «Sobre la contemplación de Dios» el monje cisterciense Guillermo de Saint-Thierry: «Venid, subamos a la montaña del Señor, a la casa del Dios de Jacob, y Él nos enseñará sus caminos. Subamos a la montaña donde el Señor ve y es visto, contempla y es contemplado; y después de haber adorado, volveremos a vosotros. Volveremos, seguro, y lo más pronto posible. El amor a la Verdad nos lleva lejos de vosotros, pero a causa de los hermanos, la verdad del Amor no nos permite abandonaros y rechazaros».

Ya ves, Alicia, como necesitamos, y yo creo que todos, tener un tiempo para dejar que el Señor nos enseñe sus caminos, en una relación de amistad con Él en la oración, pero luego nuestro tiempo, fundamentalmente debe ser pisar el polvo de estos caminos en los que nos ha puesto el Señor.

Alicia, una vez más gracias por tu carta. Tú pides oraciones, pero también es verdad que tienes bien puestos los pies en el suelo, y que caminas con la sabiduría de Aquel que también te enseña a ti sus caminos. Un abrazo,

+ P. Abad

23 de mayo de 2011

LECTIO DIVINA

Salmo 117[118],19-29

19 Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
20 Esta es la puerta del Señor
los vencedores entrarán por ella.
21 Te doy gracias, porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

22 La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
23 Es el Señor quien lo ha hecho
ha sido un milagro patente.
24 Este es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
25 Señor, danos la salvación,
Señor, danos prosperidad.
26 Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
27 Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

28 Tú eres mi Dios, te doy gracias,
Dios mío, yo te ensalzo.
29 Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Ideas generales sobre el Salmo

Los versos 19-28 son restos de un rito de entrada en el templo. El salmista pide que le abran las puertas del triunfo (del templo) para entrar a dar gracias. Un sacerdote responde indicando la puerta; la puerta por la que entrar los vencedores (v. 20)
v. 19-24 el salmista comienza su acción de gracias en nombre del pueblo. La imagen de la piedra angular (v. 22-23) está tomada de la construcción de arcos. La piedra que se coloca en el vértice del arco sostiene toda la construcción. El día de la victoria es llamado «el día en que actuó el Señor».
v. 25 respuesta del pueblo pidiendo la salvación, que se traduce en prosperidad.
v. 26 los sacerdotes bendicen al pueblo.
v. 27 invitan a formar filas para la procesión hasta el altar.
v. 28-29 última intervención del salmista dando gracias y ensalzando a Dios.

Se ofrecerían sacrificios en el templo, y culminaría toda con la alegría de la fiesta expresada en un banquete para todos. Llama la atención la frecuencia con que aparece el nombre «el Señor», y «en nombre del Señor». El nombre propio de Dios en el AT es «el Señor» —Yahvé, en hebreo— y que este nombre está unido a la liberación de Egipto. Recuerda la liberación, la alianza y la conquista de la tierra. Amor y fidelidad son las dos características fundamentales del Señor en su alianza con Israel.

Jesús es la máxima expresión del amor de Dios. En Jesús aprendemos que Dios es amor (1Jn 4,8). Jesús también manifestó ese amor entregando su vida. La liturgia cristiana lee este salmo a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús.

Leer

Lee en voz alta. Podrías empezar por leer la parte 1ª del salmo. Luego vuelves a releer esta segunda parte, que tiene más aires de resurrección, de vida nueva. Piensa que estás haciendo una plegaria a Dios con su misma Palabra. Por ello puedes decir como el salmista: «Que mi palabra le sea agradable» (Sl 103,34). Y también decirle al Esposo, con sus mismas palabras, lo que él te dice en el Cantar: «Déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz» (Ct 2,14).

«Orando a Dios con las palabras de los salmos tenemos la oportunidad de conocerlo mejor. Conociéndole mejor, lo amaremos mejor, amándole mejor, hallamos nuestra felicidad en él» (T. Merton, «Orando con los Salmos»).

Para rezar con sentido este salmo piensa en la gran victoria de Dios contra sus enemigos: la Resurrección de Cristo que celebramos en la liturgia. Piensa también tú, mientras lo relees más de una vez, en las pequeñas victorias que Dios ha logrado en tu vida, cuando tú has optado por las cosas de Dios, por hacer su voluntad. También cuando has optado por el bien, la verdad, la belleza. Piensa en las veces que has sentido nacer dentro de ti algo nuevo.

Y acostúmbrate, asimismo, al rezar este salmo —lo cual deberías hacer con mucha frecuencia— a unir tus tristezas y tus alegrías a las tristezas y alegrías de Cristo, para vivir la esperanza de ser llevado a la gloria de Cristo por medio de su victoria.

Meditar

La primera estrofa tiene como una solemne liturgia de entrada. El protagonista del salmo llega para hacer el paseo triunfal de los vencedores.

En el Evangelio, CRISTO dice que Él es la «PUERTA».

San Atanasio habla de «la puerta que conduce a la contemplación del Señor». O también Orígenes que habla de «las puertas de la justicia, que se abren para Cristo». El Apocalipsis dice: «He aquí que estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre, entraré y cenaré con él» (Ap 3,20).

En esta primera estrofa puedes detenerte largamente en torno a esta imagen de la puerta y a tu relación con Cristo. Y también puedes tener en cuenta las condiciones que nos sugiere Isaías para acceder a este gran paseo triunfal: «Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que conserva la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti» (Is 26,2s).

Porque Dios te llama, nos llama a todos, a este gran triunfo, pues tiene espacio para todos como nos sugiere San Efrén: «Bienaventuradas tus grandes puertas abiertas, tus dilatados atrios, para que hallemos espacio todos. En tus calles, todos los pueblos cantan».

Y es el «ALELUYA» la canción de los atrios del Señor, la canción de su casa para siempre. La canción cuyas notas empezamos a balbucear en el corazón con la incipiente melodía que provoca en nosotros la alegría del nacimiento de vida nueva, las primeras experiencias de resurrección.

Otra imagen muy valiosa de este salmo seria «PIEDRA». Dice San Jerónimo: «Puesto que Cristo ha sufrido, ha sido constituido por el Señor "piedra angular". Los constructores lo han rechazado; pero de modo invisible Dios construía el edificio. A la piedra rechazada, la hace piedra angular, he aquí la maravilla a nuestros ojos, a los ojos del hombre interior, a los ojos de aquellos que creen, esperan, aman».

Repasa estos versos del salmo, hasta bajarlos a la memoria de tu corazón, y recuerda aquella otra palabra: «Porque Dios no mira las apariencias, sino el corazón». Y por eso «Los caminos de Dios no son nuestros caminos, ni sus pensamientos son los nuestros» (Is 55,8).

También Efrén tiene unos versos sugerentes para centrar nuestro pensamiento en Cristo: «Los gentiles, corazones duros, corazones de piedra, alabaron y aclamaron la Piedra rechazada por los constructores y que viene a ser cabeza angular. Conmovidas delante de la Piedra, las piedras gritan».

Puedes mover tu meditación entre la Piedra que es Cristo y la piedra que es tu corazón.

Otra imagen para detenerte es «DÍA». Es decir, es caer en la cuenta de la intervención de Dios. Y te sugiero releer esta estrofa del salmo una y otra vez con una actitud de profundo agradecimiento al Señor, y teniendo como melodía de fondo la liturgia gozosa de la Noche Pascual: «Esta es la noche de que estaba escrito: Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo. Noche santa que ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos».

Verdaderamente el «Señor nos ilumina». Relee el salmo, memorízalo, hasta sentir como tuya la palabra de otro salmo: «Oigo en mi corazón, buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor» (Sl 27,8).

Porque este es el día, el día de Dios: sentir sobre nosotros la mirada de Dios, la luz de su rostro iluminándonos, la experiencia del nacer nuevo desde dentro.

Como nos enseña Orígenes: «El día es el conocimiento de Cristo. El es el Sol de justicia que hace este día: día por excelencia, en que Cristo nos reconcilia con Dios, donde el Paraíso se abre, se cumple la bendición y queda suprimida la maldición. Aquel que hace todos los días hace este día para nosotros».

Orar

«A quien iremos, tu tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).
«Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, y a tu enviado Jesucristo» (Jn 17,3).

Recoge tu tiempo y amásalo con estas palabras de Pedro y de Jesús. Y después repasa en tu corazón en la presencia del Señor aquellas frases o palabras o sentimientos que más te han golpeado a lo largo del tiempo que has pasado con este salmo.

Contemplar

«Que me bese con besos de su boca» (Ct 1,2). Dice San Bernardo: «La boca que da el beso es el Verbo; los labios que reciben el beso es esta carne asumida. Feliz beso, puesto que no es una boca sobre otra boca, sino Dios mismo que se une al hombre. Es la paz concluida entre cielo y tierra, porque El es nuestra paz» (Comentarios al Cantar, Sermón 2).

Después de este tiempo, o de varios tiempos vividos en contacto con el salmo esfuérzate por permanecer en silencio, solamente dejando que suban desde tus profundidades sentimientos del salmo, palabras del Señor, gestos... Sin querer decir nada, sin querer pensar nada, sin oponerte a que vengan a tu mente aspectos, palabras... de lo meditado, buscando solo silenciar tu mundo interior, hasta que el Señor te haga el don interior de su dulzura, de la suavidad de su paz, de su indecible sonrisa.

Escribir

Podrías escribir tres palabras o tres frases, del salmo o tuyas, que hayas sentido nacer dentro de ti con más fuerza durante la lectivo con este salmo.

15 de mayo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 4º de Pascua

Del comentario al Evangelio según san Juan, de santo Tomás de Aquino
«Yo soy el buen pastor». Es evidente que el título de pastor conviene a Cristo. Ya que de la misma manera que un pastor conduce el rebaño a donde hay pastos, así también Cristo restaura a los fieles con un alimento espiritual, que viene a ser su propio cuerpo y su propia sangre.

Para diferenciarse del pastor que no es pastor y del ladrón, Jesús precisa que él es el buen pastor. Es bueno, porque defiende su rebaño con la misma valentía que un buen soldado defiende a su país. Por otra parte, el Señor dice que el pastor entra por la puerta, e incluso él mismo se llama la puerta. Así, pues, cuando se declara pastor, hay que comprender que es él quien entra y que sólo se puede entrar a través de él. Y eso es verdad, ya que manifiesta que conoce al Padre por él mismo, mientras que nosotros entramos a través de él y es él quien nos da la felicidad. Fijémonos bien en que nadie, fuera de él, no es la puerta, ya que nadie más es tampoco la luz. Así, san Juan Bautista no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz. El Cristo, en cambio, es la luz que ilumina todo hombre. Nadie, pues, no puede llamarse la puerta, porque Cristo se ha reservado para él solo este título.

Pero, en cambio, el título de pastor lo ha conferido a otros, lo ha dado a algunos de sus miembros. Efectivamente, Pedro fue pastor, así como los demás apóstoles, y lo son también todos los obispos. «Yo os daré pastores —dice Jeremías— según mi corazón». Aunque los jefes de la Iglesia —que también son hijos— son pastores, Cristo dice: «Yo soy el buen pastor», para mostrarnos la fuerza única de su amor. Ningún otro pastor no es bueno si no está unido a Cristo por la caridad, convirtiéndose así miembro del pastor verdadero.

El servicio del buen pastor es la caridad. Por eso mismo Jesús dice que él da su vida por sus ovejas. Fijémonos qué es lo que lo distingue: el buen pastor vela por el interés de su rebaño, mientras que el pastor malo busca su propio interés. Es exactamente lo que dice el profeta: «¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! Los pastores, ¿no deben apacentar el rebaño?» Aquel que no hace otra cosa mas que servirse del rebaño para el propio interés no es un buen pastor. Un buen pastor, en el sentido ya natural, tiene que aguantar muchas cosas si quiere cuidar del rebaño, como dice Jacob: «De día el calor me devoraba, y de noche el frío».

Sermón en la Resurrección del Señor, de san León Magno, papa (2,3-5)
Si con el corazón creemos sin vacilación lo que confesamos con los labios, somos nosotros los que en Cristo hemos sido crucificados, muertos, sepultados, y también en él hemos resucitado al tercer día. Por eso dice el Apóstol: Así pues, «si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, no las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando el Cristo, nuestra vida, se manifestará, también nosotros nos manifestaremos con él en plena gloria». Y para que los fieles sepan que tienen lo que les dará la fuerza de despegar a la sabiduría que viene de arriba, despreciando las concupiscencias del mundo, el Señor nos hace el don de su presencia, diciendo: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». No es en vano que el Espíritu Santo había prometido por boca de Isaías: «Cuando la virgen que está encinta tendrá un hijo, le pondrá Emmanuel, es decir, Dios-con-nosotros». Así, pues, Jesús cumple el significado de su nombre y, si se sube al cielo, no abandona a quienes ha adoptado; el que está a la derecha del Padre es el mismo que habita en todo el cuerpo, y el que abajo nos mueve a ser pacientes es el mismo que desde arriba nos invita a la gloria.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Pablo,

Dice Jesús: «Yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen» (Jn 10). No sé por qué he pensado en ti, cuando leo este interesante capítulo del evangelista Juan. Habla como ves de un mutuo conocimiento entre Cristo y cada uno de nosotros.

Quizás porque hubo un tiempo que me pedías recordase a tu hijo en mi oración, lo cual sigo haciendo porque sigues en ese mismo interés. Y por otra parte eres de las personas que hubieras comprendido mejor que, al abandonar mi servicio en la parroquia como sacerdote, hubiera marchado a misiones. Pero, ¿a un monasterio?...

No eres el único que no termina de comprender nuestra vida. ¿Para qué sirve? Para nada… No tenemos una «utilidad» concreta. En todo caso te podría decir: buscar a Dios, buscar de conocerle más, mejor… Es, quizás, la respuesta que mejor puedes comprender ahora. Y no solo tú, son muchos los que dentro de la vida de la Iglesia, y personas cualificadas incluso, no acaban de entender, o infravaloran cuando piensan que es más oportuno e importante una actividad cristiana inmersa totalmente en el ritmo diario de la sociedad de hoy.

Aquel «mundo feliz» que preconizaba la obra de Huxley el siglo pasado, viendo el progreso de la sociedad humana, se aleja hacia otros horizontes. La sociedad hoy, confusa y desorientada, ha descendido muchos escalones en sus ideales de un mundo mejor, y se va adhiriendo más a más a un bienestar personal y social. Entonces: para qué tanta actividad inútil, para qué tanto afán en un mundo que no aquieta el corazón humano. ¿Para qué?... Para nada. O quizás sí: para más frustración, más injusticia, más violencia… Hay otro camino…

Ese «yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mi», me ha recordado otra palabra de la Escritura que dice: «entonces, conoceré como soy conocido», aludiendo a cuando esté en la presencia de Dios. Es evidente que hoy se abandona a Dios en el «parking» durante muchas horas. Incluso durante toda la vida, como un coche averiado que ya no nos sirve. Entonces, los hombres perdemos la orientación de la vida, el sentido de la vida. Ahora bien contar con Dios, buscar una relación con él tiene un nombre: ORACIÓN.

Dios está siempre presente en la vida del hombre. Incluso en la vida de los que lo niegan, de los que blasfeman de él. Dios está presente donde hay vida. Pero esta presencia suya es recibida y transforma nuestra vida solo si oramos. Entonces, la presencia divina es fuente de vida y de luz. Y de paz. Pero si la oración es auténticamente oración.

«La oración —dice san Juan Crisóstomo— es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres».

Y lleva a una transformación progresiva de nuestra vida. Pero tenemos la experiencia de muchos creyentes cuya vida cambia muy poco o nada con su oración. Incluso, personas que teóricamente se mueven más en un ambiente religioso, y por tanto más propicio para la oración. Pero no se perciben cambios cualitativos en la vida de muchas de esas personas. No hay, entonces, con toda seguridad, verdadera oración; verdadera relación con Dios.

Dios está presente en la vida de todo hombre. Pero Dios respeta la libertad del hombre, que en su libertad le abre o no le abre el corazón. Una verdadera oración, simplemente, es abrir el corazón a Dios, dejar que su Palabra te vaya iluminando y a la luz de lo que te da Dios actúa en consecuencia.

Una relación de este tipo, nos lleva a conocer progresivamente a Dios, y a la vez vamos conociéndonos a nosotros mismos. Es un camino progresivo en esta vida, pues nunca llegamos a lo profundo de nuestro propio misterio personal, y menos hasta lo profundo del misterio insondable de Dios.

La oración en realidad es ponerse en un camino de cultivar una amistad con Dios, con un Dios que ama a todas sus criaturas. Y este camino no se acaba. De aquí que lo único absoluto en nuestra vida será una actitud de abertura, una actitud de escucha, de búsqueda incesante de Dios, del Dios bueno y amigo de los hombres, que se llega a experimentar en la vida de oración.

Seguiré rezando por ti y por tu familia. Para mí es fuente de paz y de alegría. Un abrazo,

+ P. Abad

8 de mayo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 3º de Pascua

De los sermones de san León Magno, papa, Sobre san Lucas (23,1-2)
Sabéis, hermanos, que el Señor se apareció a dos discípulos mientras iban de camino. No creían, pero aun así hablaban de él. Y el Señor se les presentó no bajo una figura fácilmente reconocible: de esta manera concretaba externamente ante sus ojos de carne, lo que les pasaba interiormente por los ojos del corazón. En efecto, por dentro querían y dudaban al mismo tiempo, y por fuera, el Señor estaba presente, pero al mismo tiempo no les dejaba ver quién era realmente. A quienes hablaban de él, les ofrecía su presencia, pero a quienes dudaban, les escondía el aspecto que les habría permitido reconocerlo.

Él mismo empieza la conversación. Les reprocha la dureza de su entendimiento, les descubre los secretos de las Sagradas Escrituras que hacían referencia a él y, sin embargo, ya que por su fe deficiente no era para ellos sino un extraño, finge de continuar su ruta... La Verdad, que es simple, no actuó con duplicidad, sino que se mostró corporalmente tal como ellos la veían interiormente.

Les faltaba todavía esta prueba: ellos que no lo veían aún como Dios, ¿podrían amarlo primero como forastero? ¡La Verdad iba con ellos, y ellos no podían quedar al margen de su amor! Por eso le ofrecen hospitalidad, tal como se hace a los viajeros. Preparan la mesa, le ofrecen alimentos, y Dios, que no habían reconocido en el comentario de la Sagrada Escritura, es reconocido en la fracción del pan.

No fue, pues, sólo la audición lo que les iluminó, sino que fue la práctica de los mandamientos. Porque «no son los que escuchan la Ley quienes son justos ante Dios, sino que son los que cumplen la Ley los que serán justificados». Aquel, pues, que quiera comprender la palabra que ha oído, que se apresure a poner en práctica lo que ya ha podido comprender. Esto es un hecho: el Señor no fue reconocido mientras hablaba, pero se dejó conocer en el momento que le ofrecían comida. Amad, hermanos míos, la hospitalidad. Practica siempre la caridad.

San León Magno, papa, Sermón sobre la Resurrección (2,3-5)
Nosotros no debemos perder la cordura entre las cosas vanas, ni debemos tener miedo en las adversidades. En un caso nos halagan las cosas engañosas y en el otro las penas nos oprimen. Pero, como el amor del Señor llena la tierra, por todas partes nos viene a ayudar a la victoria de Cristo, para que se cumpla su palabra: «confiad: yo he vencido al mundo». Si nos mantenemos lejos de la levadura de la maldad, no nos alejaremos nunca de la fiesta pascual. Ciertamente, en medio de todas las vicisitudes de esta vida, llena de pasiones de todo tipo, debemos recordar siempre la exhortación del Apóstol: Tened en vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, subsistiendo en la condición divina, no se aferró celosamente a su igualdad con Dios, sino que se anonadó a sí mismo, toman la condición de esclavo, en todo igual a los hombres, y, encontrado en su comportamiento como otro hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso también Dios lo ensalzó hasta el extremo, y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre".

LA CARTA DEL ABAD

Querida María Luisa,

Vamos adentrándonos en la primavera, crecen los días dominados por la luz. La luz que hace crecer y manifestar la belleza de la vida. Y desciende una nueva estrella hasta el espacio monástico cuando empieza este luminoso mes de mayo. Tu estrella de luz. Necesitamos la luz. De esto es consciente hasta el mismo Dios. Es la primera palabra que conocemos de Él: «que exista la luz». Su Palabra siempre hace lo que dice. Y existió, y existe la luz.

Después toda la historia humana es una tensión, una lucha permanente, encarnizada, entre la luz y las tinieblas. En esta historia Dios siempre busca ser un protagonista de luz. Incluso cuando se reviste de nuestra naturaleza humana, dispuesto a hacer una nueva creación, se presenta como luz: «Yo soy la luz». Luz que es vida, como lo muestra esta primavera en que todo vuelve a renacer. Vida que lleva luz a las tinieblas del hombre.

Y cuando se dispone a llevar a cabo la nueva creación, comienza con un grito luminoso: «¡Luz de Cristo!» El grito de la nueva creación de la Pascua de Resurrección.

San Pablo recoge el mensaje y nos lo transmite: «Todos vivís en la luz. No pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. Animaos mutuamente y ayudaos unos a otros a crecer» (1Tes 5,4s).

Tu servicio como religiosa, Mª Luisa, es un servicio de luz; un esfuerzo, realmente, para ayudar a crecer en la luz a quienes a tu alrededor, o junto a ti necesitan de la Luz. Y creo, sinceramente, que no debe haber otra postura en nuestra vida. Vivimos en la luz. La luz no la podemos guardar o esconder bajo el candelero.

Nosotros, tú y yo, y tantos creyentes como nosotros, somos caminantes de Emaús. Y en el camino se nos acercan otros caminantes que van en la misma dirección, a la misma aldea. Nuestra postura debe ser la de tener una recepción amorosa de la luz, para que nuestra luz sea más fuerte. La luz siempre alumbra si no hay una tiniebla obstinada y cerrada, pues comienza siempre por iluminar el alma a quien se dirige, para que pueda dar una buena respuesta. La luz nos hace luminosos, con la misma luminosidad de ese Peregrino desconocido que se nos acerca en el camino. Que nos dirige la palabra, y si la escuchamos hay un momento en que comienza a arder, a iluminar, algo dentro de nosotros.

Esa luz, evidentemente, nos aviva con la fuerza una llama interior, una llama profunda en nuestra vida, como dice Unamuno: «Más dentro aún que mis entrañas arde el fuego eterno que encendió los soles e hizo la luz, un fuego de diamante» (Cancionero 32,VI).

«Luz, luz» se dice que gritaba Goethe, en un momento difícil de su vida. Es posible. Pero este grito se sigue escuchando hoy en la seca y desesperada garganta de la humanidad. Tú, Mª Luisa, estás en contacto con muchos marginados de nuestra sociedad. Sabes que nuestra humanidad no necesita condenas, sino luz; una luz que no está lejos, sino que la lleva más allá de sus entrañas, como fuego de diamante.

Vivimos inmersos en la luz, ¿qué hacemos con la luz? Decir una palabra en el camino, que pueda encender una luz interior que lleve a desandar el camino para transmitir esperanza. Un abrazo,

+ P. Abad

3 de mayo de 2011

SOLEMNIDAD TRASLADADA DE SAN JORGE, MÁRTIR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 12,10-12; Salm 33,2-9; 1Jn 5,1-5; Jn 15,1-8

«¡Como os envidio, glorioso luchador san Jorge! Porque vos sabíais muy bien quien era y donde estaba el dragón, y quien y donde estaba la doncella. Y yo con los ojos llenos de telarañas, confundo el dragón con las lagartijas, y la doncella con las mangas de las doncellas… Interceded por mí, luchador atrevido. Amén.» (Oración de Guillermo Rovirosa). Luchador atrevido lo contempla e invoca, a san Jorge, este cristiano comprometido que fue Rovirosa.

Celebrar san Jorge yo creo que es ponernos o reafirmarnos en un camino de compromiso creyente, como lo hizo este testigo de la fe que fue Guillermo Rovirosa en el mundo del trabajo. Es también lo que viene a encerrar el nombre de "Jorge", en el que se consideran dos puntos interesantes: «Agricultor, el que cultivar la tierra, la tierra de su propia naturaleza, su propia carne. Y significa también luchador sagrado».

Los dos puntos están en línea con la orientación que nos proporciona la Palabra en la celebración de hoy. Primero la necesidad de cuidar de nuestra tierra. ¿Qué clase de tierra somos nosotros? Estamos en tierra buena, pues Cristo es la vid, cuidada, cultivada por el buen labrador que es el Padre. Este Padre que preparó una tierra buena, que la ha cuidado y la sigue cuidando. A nosotros nos toca estar bien unidos, bien incorporados a la vid que es el Cristo. A dejarnos cuidar por su Palabra, a dejarnos podar por el Padre, el buen labrador.

San Agustín dice que «la misma naturaleza tienen la vid y los sarmientos; y siendo Él, Dios, cuya naturaleza no podemos tener nosotros, se hizo hombre para que en Él vid fuese la naturaleza humana, de la cual pudiéramos ser nosotros los sarmientos».

O como enseñan, sobre todo los Padres de Oriente: «Él se hizo hombre, para que nosotros pudiéramos ser divinizados». O el se hizo, en principio sarmiento, para que nosotros, pobres sarmientos, pudiéramos ser también vid fecunda, trabajada por la mano del Padre Labrador.

El, el Padre, dirá san Agustín es el agricultor. «Y no un agricultor como aquellos que llevan a cabo su trabajo exteriormente, sino que dan un incremento interno». Pero este Labrador actúa, o trabaja mediante su Palabra; ésta es la que va purificando y modelando nuestro corazón para que pueda dar el fruto que el Padre espera de nosotros.

Por ello, lo nuestro será ser muy asiduos de la Palabra, estar vigilantes, despiertos, sobre nuestra tierra. Así mostramos nuestra estima, nuestro amor al Padre, en esta escucha de los mandatos de Cristo, en una sintonía y unión estrecha con Él. En tener una fe viva. La fe que es un don divino, pero también unido a una respuesta por parte nuestra. Una respuesta que está llamada a vencer muchas resistencias en la propia vida personal.

«La fe es la victoria que ya ha vencido al mundo». Es la victoria que contemplamos y celebramos en santos como san Jorge. Y este sería el otro punto importante del nombre de "Jorge", "luchador sagrado". Sería el quien plantea su vida como un combate para decidirse por Cristo, por que venza Cristo en la propia vida. Ser testigos de esta forma de Cristo. La Palabra Sagrada nos recuerda que quien confiese a Cristo, éste le confesará delante del Padre. Esta la tensión de una lucha que preciso plantear en toda vida cristiana, y que, en definitiva es la opción entre el bien y el mal.

San Jorge es un "luchador sagrado", un luchador, que más allá de todo lo legendario de su figura y su vida es el santo que nos habla y nos invita a apostar por el bien. A apostar por Cristo. El camino del bien nos lo marco Cristo, su vida, su persona, sus enseñanzas. Es también la enseñanza principal de nuestra Regla.

«Ahora es la hora de la victoria, de nuestro Dios, de su poder, de su reino, y su Mesías ya gobierna». Es la victoria que contemplamos y celebramos ya desde los primeros años de la vida de la Iglesia… En ella se manifiesta el poder, la fuerza y la sabiduría de Dios.

Por ello la fe de estos santos es todo un signo para nosotros, y una llamada a la continuación del combate de la fe.

2 de mayo de 2011

SOLEMNIDAD TRASLADADA DE NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ac 1,12-14; Sl 86; Ef 3-6.11-12; Lc 1,39-47

«Virgen prodigiosa, trono purísimo donde reposó la eterna Sabiduría cuando vino al mundo a enseñar el camino de la salvación, alcanzad a vuestros hijos catalanes aquella fe que mueve las montañas, rellena los valles y hace plano el camino de la vida» (Visita Espiritual, Torras y Bages).

Con toda seguridad que en el santuario de Montserrat, se hará realidad esta invocación a María. Y serán muchos sus hijos que, después de poner a sus pies esta u otra plegaria, iniciaran el descenso de la santa Montaña con una luz nueva para el camino de la vida. María es siempre una fuente de luz para nosotros. Porque María es la criatura bienaventurada porque supo guardar la Palabra, y con ella la Luz divina. Por esto puede escribir san Efrén: «Es claro que María es la tierra de la Luz que ilumina, a través de ella, el mundo y sus habitantes, ensombrecidos a través de Eva fuente de todos los males. A través de su luz yo he contemplado al Luminoso que nadie puede turbar. En el seno de su pureza reside un gran misterio: es el Cuerpo de Nuestro Señor, todo inmaculado».

María es tierra de luz. Pero su Luz es para el mundo y sus habitantes. María es tierra de Luz. Una Luz colocada sobre el monte, o mejor ahora, sobre la Montaña, para que gocen de la luz quienes a ella se acercan. Para que puedan contemplar al Luminoso. En la Montaña de Montserrat alcanzamos una Luz nueva, que nos envuelve y pacifica.

Pero no dejemos de contemplar a María, para percibir qué hace ella con esa Luz, con la Luz del gran misterio arraigado en ella. En los relatos de la Palabra de Dios proclamada en esta fiesta podemos aprender el destino de la Luz de María.

El Papa Benedicto, hace referencia al viaje de la alegría cuando afirma en una de sus homilías: «María corrió inmediatamente a comunicar su alegría a Isabel. Es el verdadero compromiso creyente. Esta alegría podemos comunicarla de un modo sencillo: con una sonrisa, con un gesto bueno, con una pequeña ayuda, con un perdón. La alegría regalada vuelve a nosotros. Tratemos de llevar la alegría más profunda, la alegría de haber conocido a Cristo».

Esta fiesta es una ocasión perfecta para pedirle a Nuestra Señora de Montserrat esta alegría, para el camino de la vida. La alegría que hace plano el camino de la vida.

La lectura primera de los Hechos, nos viene a sugerir como alcanzar dicha alegría: «Todos unánimes, asistían sin falta a las horas de plegaria con las mujeres, María, la madre de Jesús y sus parientes». María está aquí presente como «la madre de Jesús». María está presente en los tres momentos constitutivos del misterio cristiano: «Encarnación, Pascua y Pentecostés». Ahora, el Espíritu que va a venir, es el Espíritu de su Hijo Jesús. Es la última aparición de María en las páginas sagradas. Es importante este último «argumento del silencio».

La Encarnación, y la Pascua «misterios clamorosos, que tiene lugar, —dirá san Ignacio de Antioquia— en el silencio de Dios». En el trayecto de la vida de Jesús, María viene a tener una actitud silenciosa. Es el silencio clamoroso del Evangelio. Y ahora en la preparación de Pentecostés, la última aparición de María, nueva y última presencia silenciosa Su vida escondida con Cristo en Dios.

Por ello hay quien ha escrito que María viene a inaugurar en la Iglesia la segunda vocación: «el alma escondida y orante, como compañera y complemento del alma apostólica». Y será en esta actitud de vida escondida con Cristo en Dios como seremos «alabanza de la grandeza de Dios», como pone de relieve la segunda lectura, de la carta a los Efesios.

Santa María asentada en la Montaña de Montserrat y rodeada por la devoción y amor de la comunidad benedictina, como pasa en tantos otros monasterios benedictinos y cistercienses es una estampa viva de una comunión trinitaria, llamada a mover verdaderas montañas en el corazón de muchos creyentes, y poner luces en los caminos de la vida.

1 de mayo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 2º del Tiempo Pascual

De los sermones de Santo Tomás de Villanueva
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no le meto el dedo en la herida de los clavos, y la mano en su costado, no me lo creeré». Tozudez realmente admirable: No vale la autoridad de todos los hermanos, ni la alegría manifiesta, para hacerle creer. Era necesaria una aparición del Señor, para poner remedio, ya que el buen Pastor no podía sufrir que se perdiera ninguna de sus ovejas. Así lo había rogado al Padre: «De los que me habéis dado, no he perdido ni uno solo». Que lo aprendan los obispos: qué solicitud no deben tener por las ovejas que les han sido encomendadas, si el Señor se quiso aparecer tan sólo por una de ellas!

Mostrar toda la solicitud, no ahorrar ningún esfuerzo con vistas a salvar una sola persona, no es una ocupación de poca importancia para un obispo. El que devuelve al redil una oveja que se había descarriado, se gana un poderoso defensor ante Dios. «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela-la en mi costado. No seas incrédulo, sino creyente». Feliz la mano que mereció escrutar los secretos del costado del Señor. ¡Cuánta riqueza no encontraría! De aquel costado, Juan había extraído los misterios divinos, cuando había recostado en él la cabeza. Tomás también descubrió tesoros. Qué escuela no sería aquella que ha formado unos discípulos de tal magnitud! Uno, despegando hacia arriba a lo alto, podía escribir cosas admirables sobre la divinidad: «Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios». El otro, tocado por el mismo rayo de la Verdad, exclama de manera sublime: «Señor mío y Dios mío!» Esta confesión, más grande que la incredulidad, no podía resonar más profundamente: todo lo que la fe puede contener está expresado con pocas palabras.

Oh admirable profundidad! Palpa al hombre y lo llama Dios! Si se hubieran escrito mil libros, no se habría aprovechado tanto en la Iglesia de Dios. ¿De qué manera más abierta y más fiel llama Dios a Cristo! Palabra realmente útil y necesaria para la Iglesia de Dios, con la que, ya en otro tiempo, fueron extirpadas las herejías. Pedro fue alabado cuando dijo: «¡Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo!» Todavía es más claro lo que ahora afirma Tomás: «Señor mío y Dios mío!» Con una sencilla palabra proclama las dos naturalezas en Cristo.

«Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto!» ¡Qué gran consuelo no nos viene, hermanos, de estas palabras! Siempre que las decimos, somos movidos a exclamar: «Bienaventurados aquellos ojos! Bienaventurados aquellos tiempos! Bienaventurados aquellos días que merecieron de ver y contemplar estos misterios tan grandes ». Es decir: «Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis». Pero el Señor nos dice también: «Bienaventurados los que crean sin haber visto». Aquello fue un gran consuelo, eso tiene más mérito. La visión alegra, pero la fe honra mucho más.

De las Catequesis de Jerusalén, Catequesis 21
Bautizados en Cristo y habiéndoos revestido de Cristo, habéis adquirido una condición similar a la del Hijo de Dios. Ya que Dios, que nos predestinó a ser sus hijos de adopción, os hace conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Por eso, hechos partícipes de Cristo (que significa ungido), no sin razón sois llamados ungidos, y es en referencia a vosotros que el Señor dijo: «No toquéis a mis ungidos».

Fuisteis hechos cristos (o ungidos) cuando recibisteis el signo del Espíritu Santo; todo se cumplió en vosotros en imagen, ya que sois imagen del Cristo. Él, en efecto, al ser bautizado en el río Jordán, salió del agua, después de haber comunicado el efluvio fragante de su divinidad, y entonces bajó sobre él el Espíritu Santo en persona, y se puso sobre él como sobre su semblante.

De un modo similar, vosotros, después que subisteis a la piscina bautismal, recibisteis el crisma, símbolo del Espíritu Santo con que fue ungido Cristo. En cuanto a esto Isaías, en una profecía referente a sí mismo, pero en tanto que representaba el Señor, dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres».

Vosotros, al ser ungidos materialmente, habéis sido hechos partícipes de la naturaleza de Cristo.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel,

Cuando estoy para comenzar a vivir una nueva Pascua de Resurrección, y cuando ya entrada la nueva primavera que nos va ofreciendo la fiesta de nuevos colores, de nuevos olores, que hablan de vida, que sugieren la Vida, vuelvo a releer tu última carta de otoño. En ella me hablabas de la Belleza y de la Palabra. Te sentías atraído por la relación íntima que creías descubrir entre ambas, y por la teofanía, mediante esas voces, de una realidad viva apasionante. ¿Recuerdas? «Creo que la belleza está en todo, y desde el principio; que está al lado de la Palabra… o ¿será que la Belleza es la misma Palabra? Seguro, no puede haber otra definición: la Belleza es la Palabra que nombra todas las cosas, a todos los hombres, que nos habla del Padre, porque es su Palabra, porque es su amor, la calidez de su amor lo que nos hace temblar, palpitar de emoción ante la Belleza».

No puede haber otra definición. Estoy de acuerdo. Pero sí puede tener otro nombre: Cristo. Cristo: «El canto eres sin fin y sin confines; eres, Señor, la soledad sonora, y del concierto que los seres liga la epifanía. Cantan las esferas por tu cuerpo, que es arpa universal» (Nube-música, I,15).

Cristo, la Palabra que canta. Canto de Belleza, como lo contempla Unamuno en su Cristo de Velazquez, que lleva a los teólogos a sumergirse en este mar de Belleza: «En Cristo tiene lugar una epifanía de la Belleza supramoral: la belleza del inocente que sufre; la belleza del pobre que ama; la belleza del hombre libre que es señor y soberano de todo; la belleza del humilde que ora; la belleza del que se vive y se recibe todo como don de Dios, y por ello, en la obediencia, confianza y libertas absoluta, reflejo de Dios» (Cuatro poetas desde la otra ladera, O.Gonzalez de Cardenal).

Pero la belleza tiene también un precio. Esta belleza que ensalzamos en Cristo, Palabra de Dios, es también, la expresión del Amor. Es epifanía del amor supremo. Y un amor supremo lleva consigo dar vida, dar la vida. Para volverla a recobrar. Ciertamente. Pero enlazando con otra palabra: Cruz.

Escribía un santo obispo, en el siglo pasado: «A mayor belleza, mayor amor. Esta es la ley. Y la plenitud de su belleza Jesús la manifiesta en el Calvario. Por eso el Calvario es el gran estímulo del amor entre los cristianos: clavado en la cruz es donde Jesús ha recibido de los hombres los abrazos más afectuosos» (Torras i Bages, obispo de Vic).

Necesitamos la Belleza. Esta Belleza que pasó y que sigue pasando para vestirlo todo de hermosura. Pero sigo creyendo que no podemos llegar a gozar de la Belleza profunda y verdadera sino cuando enlazo las tres palabras: Belleza, Palabra y Cruz. Porque ese Cristo que sigue hoy crucificado, cruelmente crucificado en nuestra sociedad necesita nuestro más afectuoso abrazo.

También para ti mi más afectuoso abrazo,

+ P. Abad