20 de marzo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo II de Cuaresma

San León Magno, papa (Sermón LI,3-4.8)
El Señor manifiesta ante unos testigos escogidos su gloria y clarifica su cuerpo, que era como el de los otros hombres, con tal esplendor, que su cara resplandecía como el sol y su ropa era blanca como la nieve.

En la transfiguración del Señor hubo un móvil principal: sacar del corazón de los discípulos el escándalo de la cruz, y también que la humillación de la pasión, aceptada por él voluntariamente, no perturbara su fe. Por eso les fue revelada la excelencia de esta dignidad oculta.

Pero, con una providencia no menor pone el fundamento de la esperanza de la Iglesia santa: todo el cuerpo de Cristo conoció la transformación que tendría lugar, sus miembros pueden ya estar seguros de la participación en este honor que previamente había ya brillado en su Jefe.

El Señor ya había tratado de esta gloria cuando habló de la majestad de su advenimiento: «Entonces, los justos, en el Reino de su Padre, brillarán como el sol». El Apóstol San Pablo reafirma esto mismo cuando escribe: «Yo pienso que los sufrimientos del tiempo presente no son nada comparados con la felicidad de la gloria que más tarde se revelará en nosotros», y en otro lugar dice también: «Vosotros habéis muerto, y vuestra vida está escondida en Dios con Cristo. Cuando Cristo se manifieste, que es vuestra vida, también vosotros apareceréis con él llenos de gloria».

Pero para confirmar a los discípulos y dotarles de toda ciencia, en este milagro hay aún otra enseñanza. En efecto, Moisés y Elías, es decir, la Ley y los Profetas, también se aparecieron; conversaban con el Señor para que por la presencia de aquellos tres hombres se cumpliera lo que se dijo en la Escritura: «La causa será juzgada bajo la declaración de dos o tres testigos».

San Bernardo, abad (sermón 2,3.5 sobre Cuaresma)
Examina atentamente qué amas, qué temes, con qué gozas, o te entristeces. Piensa si tienes un espíritu mundano o tu vestido encubre un corazón pervertido.

El corazón se manifiesta en estos cuatro afectos, y de ellos se trata cuando se nos manda convertirnos al Señor. Conviértase, pues tu amor, y nada ames fuera de Dios o por Dios. Conviértase también a él tu temor, porque está pervertido si temes algo que no sea él o por él. Y conviértase también a él tu gozo y tu tristeza. Así será si sufres y gozas según Dios.

Rasgad los corazones, no los vestidos… Desgarre su corazón con la espada del espíritu, que es la Palabra de Dios. Sin romper el corazón es imposible convertirse a Dios de todo corazón. La dureza del corazón y la impenitencia del alma brotan al meditar no la ley del Señor, sino la propia voluntad.