29 de junio de 2012

SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 12,1-11; Salm 33,2-9; 2Tim 4,6-8.17-18; Mt 16,13-19

Estas últimas semanas los medios de comunicación nos han sorprendido con la noticias de filtración de documentos personales del Papa, y con noticias que dan la impresión de luchas por el poder en la vida de la Iglesia. Es, lo que dicen los medios, «buscar cuotas de poder». A mí esto me ha recordado un poema sobre la estatua de san Pedro que existe en la Basílica de san Pedro:

«Di, Jesucristo, ¿por qué
me besan tanto los pies?

»Soy San Pedro aquí sentado,
en bronce inmovilizado,
no puedo mirar de lado
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados,
como ves.

»Haz un milagro, Señor.
Déjame bajar al río,
volver a ser pescador,
que es lo mío».

«Volver a ser pescador, que es lo mío». Y así es como, fieles a la amistad del Señor, como nos enseña la antífona de entrada, y bebiendo el cáliz plantaron la Iglesia. Cuotas de amistad con el Maestro y no cuotas de poder. Beber el cáliz del Señor y no cebarse para el día de la matanza. Es el camino del amigo de Dios, del servidor fiel y prudente en la casa del Señor. Pero esto tiene un precio que ya hace años escribió José Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI: «El lugar verdadero del "Vicarius Christi" es la cruz», y añade: «La vicaría de Cristo está en mantenerse obediente a la cruz y, por tanto la representación de Cristo en el tiempo mundano consiste en mantener presente su poder como un poder opuesto al poder del mundo».

Así vemos que sucede en la vida de Pedro, como nos relata la Palabra de Dios en la primera lectura, sobre san Pedro que espera en la cárcel ser ejecutado, como consecuencia de aquellas primeras persecuciones que ya les había anunciado el Señor que iban a padecer. Mientras tanto, la Iglesia ora con insistencia al Señor. Y éste responde a la plegaria de toda la Iglesia por su Pastor supremo.

Cuotas de amor, no de poder. Cuotas de amor que se van adquiriendo cuando cultivamos una relación de amor con el Señor, y podemos responder con nuestra vida a la pregunta del Maestro, siempre viva, siempre actual, que no deberíamos de
olvidar en ningún momento:

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

La respuesta de Pedro es decidida, generosa, comprometida. No es una respuesta de compromiso ficticio, de guardar la apariencia: «Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo».

Las consecuencias de esta respuesta las contemplamos, pues, en la primera de las lecturas de hoy, del libro de los Hechos, que nos sugiere una vida de Iglesia de una fuerte comunión de amor, de plegaria y de vida puesta en las manos del Dios a quien confiesan como su Señor y su Dios.

Una Iglesia, o un miembro, o el mismo Pedro o Pablo, que podrán decir en su momento: «El Señor me ayudó y me dio fuerza para anunciar íntegro el mensaje. Él me libró de la boca del león y seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo».

Y allí seremos llevados no por las cuotas de poder sino por las cuotas de amor, vivido en una íntima amistad con el Maestro.

Podemos y debemos decir aquellas palabras de san Bernardo: «Estos son nuestros maestros: aprendieron a conciencia los caminos de la vida con el Maestro universal, y nos los enseñan hoy a nosotros. ¿Qué enseñaron y siguen enseñándonos hoy los santos apóstoles? No el arte de pescar, ni el de tejer tiendas o cosa parecida; ni a comprender a Platón o manejar los silogismos de Aristóteles, ni a estar siempre aprendiendo y ser incapaces de llegar a conocer la verdad. Me enseñaron a vivir. Y vivirás ordenadamente si en tu conducta cumples con fidelidad tus obligaciones con Dios y con el prójimo».

Cuotas de amistad, cuotas de amor…

24 de junio de 2012

LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 49,1-6; Sal 138,1-3.13-15; Hech 13,22-26; Lc 1,57-66.80

«¿Qué va a ser este niño?» Es la pregunta que se hace la gente de Aim Karim cuando visitan a Isabel para felicitarla. «¿Qué va a ser este niño?»

Y la respuesta nos la da el ambiente de la celebración litúrgica, que no la necesita san Juan sino nosotros. Por esto lo celebramos, para contemplar su figura, sus gestos, y acoger sus enseñanzas para llevarlas a nuestra vida, hoy en un contexto diferente del que él vivió, pero un contexto que tiene necesidad de los valores que él encarnó.

«¿Qué va a ser este niño? » Y nos responde la antífona de entrada: «enviado para dar testimonio de la luz, y para preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor». E inmediatamente pedimos en la oración-colecta la gracia de la alegría espiritual para nosotros como una garantía de esa luz de la que hemos de ser testigos. Y como nosotros somos pobres instrumentos en manos del Señor, pedimos también su presencia para que su pueblo se sienta conducido por el camino de la salvación y la paz.

«¿Qué va a ser este niño?» Pues ya lo sabemos: «testimonio de la luz» mediante la alegría espiritual. Pero teniendo a su lado o en su interior «la fuerza de Dios» como el verdadero instrumento, o artífice de su obra de precursor del Mesías Jesús.

«¿Qué va a ser de este niño?» Salta de gozo antes de nacer, cuando presiente la cercanía de Cristo. Despierta la admiración después de nacer. «¿Qué será de este niño?» Aparentemente algo muy normal: «crecer y robustecerse en el Espíritu. Vivir desconocido, en el silencio del desierto». El silencio domina gran parte de su vida. (Como dominará también en la vida de Jesucristo). Y desde su prolongado silencio vendrá una palabra fuerte, una fuerte interpelación a los oyentes, a la sociedad que estaba expectante, buscando una luz.

«Qué va a ser de este niño?», decían… Una voz que clama en el desierto. Pero que llegará a las ciudades, espacios de oscuridad y confusión. Y despierta interrogantes: «¿qué hemos de hacer?»

Hay un torrente de respuestas: «Quien tenga dos túnicas que reparta con el que no tiene, no exigir más de lo establecido; no hacer violencia, ni hagáis extorsión a nadie con los dineros».

Hoy se necesita esta voz. Hay quien habla del delito del silencio. Que hoy el silencio puede ser, o es, un delito cuando nuestra sociedad necesita una palabra. Pero quizás no hay silencio, no tenemos un silencio capaz de dar lugar a la Palabra que necesita nuestra sociedad. Y esto en principio puede sonar a un poco extraño. Lo cierto es que hoy hay muchas palabras, ciertamente, que se las lleva el viento, pero no se escucha esa Palabra que necesita la sociedad, y que le hable al corazón. Porque no hay silencio en quienes tienen que decir una palabra con fuerza, con luz, con sabiduría en esta sociedad. Quizás más bien enfrentamiento, luchas por el poder, cierto olor a podrido… Dando respuestas a preguntas que nadie hace.

No hay silencio, para escuchar una Palabra de vida, porque el hombre está ocupado en vivir una vida sin palabras, una vida subterránea que, cada día con más frecuencia, sube a la superficie, con aromas de corrupción.

El hombre está ocupado en gastar 4.000 millones de dólares cada día en armas. El hombre está ocupado en ocultar las 70.000 personas que mueren cada día de hambre. El hombre está ocupado en las primas de riesgo, en la deuda externa. El hombre está ocupado en decidir quién muere de hambre o se forra por dentro y por fuera de euros. El hombre está ocupado es llenar su agenda con direcciones de paraísos fiscales…El hombre está ocupado en reclamar indemnizaciones millonarias. Mientras otros están ocupados en acampar en alguna nueva cueva de Belén…

Seguimos arrinconando en la cueva de Belén a nuevos inquilinos del padrón municipal de esta tierra, que vienen a inscribirse. Pero ahora lo curioso es que nadie les llamó a empadronarse. Porque los poderosos de este mundo dicen que es suficiente un padrón con el 20 por ciento de la población, el resto, el 80 por ciento le basta con una cueva de Belén. No advierten que el primer habitante de la cueva de Belén tuvo un Precursor con una gran audiencia. Nuevos y muchos habitantes de cuevas de Belén, pueden suscitar muchos precursores.

Esta palabra: «precursor», no nos puede ser ajena. Por eso celebramos hoy el nacimiento de Juan Bautista.

«¿Qué será de este niño?», la respuesta debe venir desde el silencio de nuestro corazón.

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
San Juan Bautista (Domingo XII del tiempo ordinario)

De los sermones de san Agustín, obispo (sermón 293,1-3)

La Iglesia es consciente que el nacimiento de Juan es, de alguna manera, algo sagrado: Entre los patriarcas no encontramos nadie del cual celebremos el nacimiento; celebramos, en cambio, el de Juan y el de Cristo. Esto no puede dejar de significar algo. Si a nosotros, por la gran dignidad del tema, nos cuesta explicar, la meditación resulta sin embargo más fructuosa y fecunda. Juan nace de una anciana estéril; Cristo nace de una doncella virgen.

El padre de Juan no cree en el anuncio del nacimiento, y se vuelve mudo; María cree que Cristo nacerá de ella, y lo concibe por la fe. He propuesto cosas para investigar y he dicho que las discutiríamos, pero eso ya lo he manifestado antes, y si nos resulta imposible de entrar en todos los repliegues de un misterio tan grande, os adoctrinarà, más bien, el que habla en vosotros: el que contemplais piadosamente, que habéis recibido en vuestro corazón, y que os ha hecho templos suyos.

Juan es como una frontera entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. Lo atestigua el mismo Señor cuando dice: «la Ley y el Profetas hasta que apareció Juan Bautista». Él, pues, representa el Antiguo Testamento y es el pregón del Nuevo. Como representante del primero, nace de dos ancianos; como representante del segundo, es declarado profeta cuando aún está en las entrañas de la madre. Porque, antes de nacer, ya dio saltos en el seno de la madre, a la llegada de santa María. Ya allí era designado: designado antes de nacer; se muestra precursor de Cristo, antes de ver a Cristo. Esto son cosas divinas, esto excede la medida de la fragilidad humana. Finalmente nace, recibe un nombre, y la lengua del padre se desata. Estos hechos son imagen de las cosas futuras.

Comentario de san Efrén el Nisibis
La anciana Isabel trajo al mundo al último de los profetas, mientras María, una muchacha joven, dio a luz al Señor de los ángeles. La estéril trajo al mundo el que perdona los pecados y la Virgen el que los borra. Isabel trajo al mundo al que reconcilia a los hombres mediante la penitencia, María quien purifica la tierra de sus pecados. La anciana enciende una luz en la casa de su padre Jacob, ya que esta lámpara es Joan, la muchacha joven enciende el sol de justicia para todas las naciones. El ángel anunció el ministerio de Juan a Zacarías: el que debería ser decapitado anunciaría al que sería crucificado; el que sería odiado proclamaría al que sería enviado; el que bautizaría en agua al que bautizaría en fuego y Espíritu Santo. La luz brillante proclamaría al sol de justicia, el que estaba lleno del Espíritu al que daría el Espíritu. La voz anuncia al Verbo.

Antes de venir, el Señor, —dice la liturgia siríaca—, envió como mensajeros a los santos profetas. Cada uno de ellos anunciaba el misterio escondido y desconcertante de la venida de Dios hecho hombre. Uno profetizaba: Mirad, el Señor viene a consolar a los afligidos. Otro anunciaba: El Señor restablecerá su alianza con su pueblo. Uno rogaba que el Señor viniera, y no callara, el otro suplicaba a Dios que mostrara su poder y viniera a salvar a su pueblo. Uno profetizaba el Precursor diciendo que sería un ángel, otro nos decía que sería la voz del que clama en el desierto. Y finalmente vino el intermediario de la antigua y de la nueva alianza, Juan Bautista, estrella que precede a la luz, lámpara que precede al sol de justicia, voz que precede a la Palabra, mensajero que anuncia claramente: Detrás de mí viene el que es mayor que yo, del que no soy digno de desatar la correa del calzado.

LA CARTA DEL ABAD

Carta a san Juan Bautista:

El próximo domingo, día 24 celebramos tu nacimiento. Y al celebrarlo quiero recordar y celebrar la amistad de los amigos que llevan tu nombre. Una palabra de felicitación. Una plegaria, también, para que los bendigas.

Celebrar tu nacimiento, celebrar tu vida, quiere decir también imitarte. Quiero a lo largo de esta semana recordar tus palabras, tus enseñanzas, porque tú sigues siendo de actualidad. Un punto de referencia para vivir a Cristo. Sigues siendo nuestro precursor. Porque nosotros, discípulos de Cristo, tenemos la responsabilidad de darlo a luz en este mundo. Hacerlo presente, señalarlo con nuestra vida. En una palabra que estamos llamados a ser también un poco o un mucho como tu, precursor.

«¿Qué será de este niño?» Decían de ti. Saltas de gozo antes de nacer, cuando presientes la cercanía de Cristo, sigues despertando la admiración después de nacer. ¿Qué será de este niño? Aparentemente algo muy normal: crecer y robustecerse en el Espíritu. Vivir desconocido, en el silencio del desierto.

«¿Qué será de este niño? », decían…

El silencio domina gran parte de tu vida. (Como dominará también en la vida de Jesucristo). Y desde tu largo silencio vendrá una palabra fuerte, una fuerte interpelación a los oyentes, a la sociedad que estaba expectante, buscando una luz.

«Qué será de este niño? », decían…

Una voz que clama en el desierto. Pero que llegará a las ciudades, espacios de oscuridad y confusión. Y despierta interrogantes: ¿qué hemos de hacer?

Hay un torrente de respuestas: «Quien tenga dos túnicas que reparta con el que no tiene, no exigir más de lo establecido; no hacer violencia, ni hagáis extorsión a nadie con los dineros».

Hoy se necesita esta voz. Hay quien habla del delito del silencio. Callar cuando es preciso una palabra. Pero quizás no hay silencio capaz de dar lugar a la Palabra que necesita nuestra sociedad. Porque no hay silencio en quienes tienen que decir una palabra con fuerza, con luz, con sabiduría en esta sociedad. Quizás más bien enfrentamiento, luchas por el poder, cierto olor a podrido… Dando respuestas a preguntas que nadie hace. No hay silencio, para escuchar una Palabra de vida, porque el hombre está ocupado en vivir una vida sin palabras, una vida subterránea que, cada día con más frecuencia, sube a la superficie, con aromas decorrupción.

El hombre está ocupado en gastar 4.000 millones de dólares cada día en armas. El hombre está ocupado en ocultar las 70.000 personas que mueren cada día de hambre. El hombre está ocupado en las primas de riesgo, en la deuda externa. El hombre está ocupado en decidir quien muere de hambre o se forra por dentro y por fuera de euros. El hombre está ocupado es llenar su agenda con direcciones de paraísos fiscales…El hombre está ocupado en reclamar indemnizaciones millonarias. Mientras otros están ocupados en acampar en alguna nueva cueva de Belén…

No hay palabras, ya, para este rosario de «perlas» de nuestra sociedad. La único que queda es el silencio, a la espera que éste nos proporcione una Palabra de Vida. San Juan haz que esta fiesta en tu honor demos más lugar a un silencio expectante de la verdadera Palabra de Vida. Bendícenos,

+ P. Abad

17 de junio de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 11º del Tiempo Ordinario (Año B)

San Cipriano, obispo, sobre el Padrenuestro, 4

Las palabras del que ora han de ser mesuradas y llenas de sosiego y respeto. Pensemos que estamos en la presencia de Dios. Debemos agradar a Dios con la actitud corporal y con la moderación de nuestra voz. Porque, así como es propio del falto de educación hablar a gritos, así, por el contrario, es propio del hombre respetuoso orar con un tono de voz moderado. El Señor, cuando nos adoctrina acerca de la oración, nos manda hacerla en secreto, en lugares escondidos y apartados, en nuestro mismo aposento, lo cual concuerda con nuestra fe, cuando nos enseña que Dios está presente en todas partes, que nos oye y nos ve a todos y que, con la plenitud de su majestad, penetra incluso los lugares más ocultos, tal como está escrito: ¿Soy yo Dios sólo de cerca, y no Dios de lejos? Porque uno se esconda en su escondrijo, ¿no lo voy a ver yo? ¿No lleno yo el cielo y la tierra? Y también: en todo lugar los ojos de Dios están vigilando a malos y buenos.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Es muy bonito tu «silencio» de este mes: «El silencio del brote de una flor. Cuando abro la ventana, 6'30, contemplo una cala blanca y hermosa. Acaba de florecer. ¡Qué silencio la hace brotar! Me gustaría que la vieras».

Hay muchos silencios que hacen brotar belleza. Quizás para ti esa flor es única. Me ha recordado aquella “flor única” que tenía el protagonista de ese delicioso libro que es «El Principito». Es belleza el recuerdo y la preocupación por su flor. Descubrirá después que su flor no es única, pero será siempre única la relación con «su flor».

Quizás, más que invitarme a ver tu cala blanca y hermosa, que tú sabes que hay muchas más, lo que quieres es acercar a mi ese silencio que te lleva a contemplar, a admirar, la blanca belleza de tu flor. El silencio te hace descubrir y gozar de la belleza.

Yo también en ocasiones, paseando por el monasterio me detengo ante una flor y la contemplo silenciosamente, y me pregunto por la «fuente» de su vida y de su belleza. ¡Hay tanta diversidad de flores y de plantas que en silencio son una palabra elocuente de belleza, y de invitación al misterio! Se necesita el ritmo del silencio. Uno de los privilegios de nuestra vida monástica, es tener a nuestro alcance ese ritmo del silencio, que nos hace capaces de penetrar en los bellos espacios de la palabra y del misterio.

Y es que el silencio es una voz siempre embarazada de palabra. Y la palabra siempre nos habla del misterio. Y el misterio es algo que está profundamente arraigado en la vida humana, pero que espera nacer, como el brote de una flor a la luz y a la alegría de un día nuevo.

Hace unos días me decía una muchacha joven, que lleva varios años casada: «He de darle una buena noticia: voy a ser madre». Su rostro era luminoso. Unos días después le entregué este texto que había leído en un libro, aplicado a la Virgen María: «Todas las madres imaginan y hacen cábalas sobre como será su hijo. Sueñan despiertas y van dibujando su posible perfil, sus gustos, sus andares. Hablan en la intimidad con él. En mí se daba una extraña mezcla. Le acunaba en mi interior, sí, le hablaba como un niño, y a la vez mi alma se anonadaba, se perdía, se arrodillaba ante él, sobrecogida por cuanto intuía del amor y la energía inexplicable que estaba brotando dentro de mí».

Es el misterio de la semilla que germina y crece sin que se sepa como. También me ha traído a la memoria el texto estremecedor, de amor, de vida y de muerte de la madre de los 7 hermanos Macabeos ante el martirio de su hijo más pequeño: «Yo no sé como aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento, ni la vida, ni ordene los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y y determina el origen de todo» (2Mac 7,22).

Gracias Mª Luisa, tu «silencio» es una verdadera invitación al silencio contemplativo del misterio de la vida. Un abrazo,

+ P. Abad

15 de junio de 2012

Viernes de la segunda semana después de Pentecostés / EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Os 11,1-4.8-9; Is 12,2-6; Ef 38-12.14-19; Jn 19,31-37

Contemplaba hace unos días un «power point» que me envió una familia amiga, para darme a conocer a una hija que les había nacido hacía unos meses. Las imágenes presentaban a la madre dando de comer a su hija. La madre hacía muecas o movimientos graciosos y la hija entre cucharada y cucharada explotaba a carcajadas.

Y me digo que ésta podría ser también la imagen de nuestro Dios. Por lo menos es esta la imagen que a mí me sugiere la lectura del profeta Oseas en esta solemnidad del Sagrado Corazón: «Yo mismo he enseñado a mi pueblo a caminar, lo cogía y alzaba en brazos, lo llevaba suavemente, lo amaba con lazos de amor, me lo acercaba a la cara, me inclinaba para darle alimento. Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas…»

«Me inclinaba para darle alimento». Es lo que hace una madre con su hijo. Goza con su hijo ese tiempo cuando le da la comida para alimentarlo. También la madre alimenta a su vez, su amor de madre, despierta más su sentimiento materno. Lo pasa bien con el hijo.

¡Como no pensar que Dios lo pasa bien dándonos el sol de cada día, cuando despierta la belleza de la creación, y trae la sucesión de las horas y de las estaciones para que la tierra produzca frutos. Es el amor lo que hace inclinar a Dios hacia nosotros, para darnos alimento. Es un amor materno.

Un Dios que se inclina para coger con amor al hijo, para enseñarle los caminos de este mundo lleno de belleza; un Dios que quiere abrazar al hijo, que le besa; pero se encuentra con un hijo que rechaza este beso de amor. Un hijo que rechaza el amor de una madre.

¿Qué piensa la madre? ¿qué puede hacer una madre? Lo que inventa el amor. Porque la madre es toda amor. Y el amor siempre abre un camino nuevo. El hijo rechaza el beso de la madre. Y la madre inventa un beso más profundo. Un beso en el corazón, para dejar allí impreso para siempre la huella de amor. La huella de un corazón que es todo amor.

Esta madre, este Dios, tiene el corazón conmocionado, tiene inflamadas las entrañas. No puede venir con amenazas. Viene con amor. Y este amor divino, se rebaja, se humilla, hasta la muerte, hasta la nada —abandonado de Dios y de los hombres. Nunca meditaremos lo suficiente este amor «loco» o «necio» de Dios. Es el amor de una madre, que siempre espera el resquicio del corazón del hijo para adentrarse hasta sus entrañas y tocar su más profunda intimidad.

Dios nos coge, no por los brazos, sino por el corazón para acercarnos a su corazón, mejilla con mejilla. Es el beso entrañable de la boca divina. ¡Quien pudiera responder con el grito de la amada del Cantar: «que me bese con besos de su boca!»

Somos uno para el otro. El corazón de Dios es para ti, criatura amada por él, como no puedes imaginar. Tu corazón de criatura es para Dios. Y la gran capacidad de tu vida la tienes en el corazón. En él tienes un tesoro de humanidad. Este Dios que te enseña a caminar, que te arrastra con lazos de amor es aquel a quien contemplas en la cruz. Tu Dios amante, todo entero sin un hueso roto. Solo roto el corazón de donde brota sangre y agua. De un corazón ya vacío, porque ha derramado toda su energía de amor. De un corazón que ha amado tanto que se ha vaciado y en su vacío espera una nueva palabra: la palabra del hombre nuevo.

Esta palabra del hombre nuevo está en un corazón nuevo. Este corazón nuevo es el tuyo cristiano, hombre o mujer, monje, monja, laico, religioso… A ti, a mi, a cada uno de nosotros se nos ha concedido está gracia de la que habla Pablo: «la riqueza insondable del Cristo». Esta riqueza es el amor, es el corazón.

«Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones»; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento… y «esta presencia nos da capacidad de abarcar lo ancho, lo largo y lo alto y lo profundo del misterio de Dios y del misterio del hombre». Que en su realidad más auténtica es un misterio de amor.

Contemplando este Cristo en la Cruz, ¿no se te revuelve el corazón?, ¿no se te conmueven las entrañas? Pues grítale en tu corazón con un vivísimo deseo a esta madre divina entrañable: «¡Qué me bese con un beso de su boca!»

10 de junio de 2012

Domingo segundo después de Pentecostés / SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y DE LA SANGRE DE CRISTO (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 24,3-8; Salm 115 12-18; Hebr 9,11-15; Mc 14,12-16.22-26

Un brindis. El salmista nos invita a hacer un brindis: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa para celebrar la salvación». Un brindis. Cuando estamos en una comida o cena con una cierta significación, al final, movidos por la satisfacción del encuentro y como queriendo prolongar el acontecimiento, levantamos la copa y expresamos con el gesto y las palabras el deseo de que la situación que se está viviendo se prolongue en el futuro.

Hoy que celebramos la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, la solemnidad del Corpus Christi, la liturgia tiene un aire de invitación al brindis.

Además de las palabras del salmista, hay matices interesantes en las otras lecturas.
En la primera lectura cuando Moisés transmite al pueblo todo lo que le ha comunicado el Señor, y encarga a los jóvenes ofrecer un sacrificio y lee en voz alta el documento de la alianza, el pueblo responde con un aire de brindis: «Haremos lo que dice el Señor y le obedeceremos en todo».

En el evangelio, durante la cena dice que Jesús tomó el pan y dijo: «Tomadlo: esto es mi cuerpo». Después levantó la copa para decir: «Esto es mi sangre».

¿Es un brindis? En todo caso son palabras que miran al futuro. En todo caso son palabras que ponen de relieve el amor de Dios que se derrama generosamente por todos los hombres, como un brindis de Dios, que está gozoso de compartir la mesa con sus amigos como un último gesto que anuncia el futuro del Reino, y que por lo tanto desea a sus amigos que lo que están celebrando allí como el anuncio del amor entregado hasta el extremo lo recojan y lo vivan. Lo vivan con una viva esperanza de volverse a reunir con el amigo bueno en la mesa definitiva del Reino.
¿Cómo pagaremos al Señor todo lo que ha hecho, todo lo que hace con nosotros? ¿Cómo le pagaremos nosotros, seres tan olvidadizos, tan inconscientes? Recordando. Con el recuerdo de la bondad del Señor. Como hace san Basilio: «El salmista ha comprendido los numerosísimos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y dotado de razón…; luego ha conocido la economía de la salvación en favor del género humano, reconociendo que el Señor se ha entregado a sí mismo en redención en lugar de todos nosotros, y, buscando entre todas las cosas que le pertenecen, no sabe cuál don será digno del Señor. "¿Cómo pagaré al Señor?". No con sacrificios ni con holocaustos…, sino con toda mi vida. Por eso, dice: "Alzaré el cáliz de la salvación", llamando cáliz al sufrimiento en la lucha espiritual, al resistir al pecado hasta la muerte. Esto, por lo demás, es lo que nos enseñó nuestro Salvador en el Evangelio: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz"; y de nuevo a los discípulos, "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?", significando claramente la muerte que aceptaba para la salvación del mundo» (PG XXX, 109).

Juan Pablo II en su encíclica sobre la Eucaristía escribía: «Los Apóstoles que participaron en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo? Quizás no».

Nosotros al celebrar la última Cena con cada Eucaristía ¿comprendemos? Quizás no. Porque si no vivimos la Resurrección, el nacimiento de un hombre nuevo en nosotros, difícilmente podemos tener experiencia de la fuerza y de la victoria del amor. Y sin esta experiencia difícilmente vivimos con fidelidad la eucaristía.

«La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, "misterio de luz". Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: "Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron" (Lc 24, 31)». (Juan Pablo II, encíclica sobre la Eucaristía)

Al celebrar la procesión con la eucaristía, al alzar la custodia por el claustro, pensemos que el Señor está levantando su copa fuera de la mesa del altar, y nos está deseando que el amor derramado en el memorial de la Pasión Muerte y resurrección del Señor, tenemos que prolongarlo en un amor mutuo y generoso con los hermanos.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón:

En tu última carta me enviaste un texto interesante, que te impactó, y que debiste de tomar de algún libro: «Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado a su Hijo. Esta fue la primera Eucaristía: el don de su Hijo cuando lo confía a la Virgen haciendo de ella el primer altar. A partir de este momento, María es la única que puede decir de verdad: “Esto es mi cuerpo”. Ella ofreciendo su cuerpo, sus fuerzas, todo su ser para formar el Cuerpo de Cristo».

Es de agradecer esta buena costumbre que tienes. Te gusta leer y aquello que te impacta te gusta compartirlo. Este es un buen camino para crear relación humana, para conservar y crecer en la amistad. Yo diría que este es también un camino eucarístico: recibir y compartir los dones recibidos.

Esta es la pedagogía de Dios. Da lo que tiene. Da amor. Da el Hijo, que nos trae el rocío del cielo y nos lo escancia en vino.

Necesitamos embriagarnos con este vino. Sería vivir la Eucaristía hasta las últimas consecuencias. Sería vivir la Eucaristía con una conciencia más viva de los que celebramos. San Juan Crisóstomo tiene una homilía preciosa sobre este punto: «Es necesario conocer el milagro de los misterios, es decir, qué es, porque se nos dio, y cual es su utilidad. Somos un solo cuerpo —dice san Pablo— y miembros de su carne y de sus huesos (Ef 5,30). Para llegar a serlo no solo por el amor, sino en la realidad, mezclémonos con su carne. Eso se consigue mediante el alimento que nos da, deseoso de mostrarnos su amor. Por ello se mezcló con nosotros y fundió su propio cuerpo con nosotros, para que llegásemos a formar un todo, como el cuerpo unido a la cabeza… Cuando tomamos alimentos materiales se transforman y los asimila el cuerpo. Cuando tomamos la Eucaristía inmediatamente somos asimilados pro Cristo para darnos una gran fortaleza». (Hom 46, Sobre el evangelio de san Juan)

Pero debemos cuidar esta fuerza, derramándola como amor. Nos debería hacer pensar las manifestaciones que hacemos en ocasiones mediante las procesiones, y de manera especial la del Corpus con la Eucaristía. Es una manifestación del amor y con el amor. Y este amor debería ir más allá de una procesión, más allá de toda celebración eucarística, debería tener una prolongación que transmitiera en la procesión, en el camino de la vida diaria ese sentimiento interior que apunta ese Santo Padre, y que retoma con fuerza Miguel de Unamuno:

«Amor de ti nos quema, blanco cuerpo;
amor que es hambre, amor de las entrañas;
hambre de la Palabra creadora
que se hizo carne; fiero amor de vida
que no se sacia con abrazos, besos,
ni con enlace conyugal alguno.
Sólo comerte nos apaga el ansia,
pan de inmortalidad, carne divina.
nuestro amor entrañado, amor hecho hambre».

(El Cristo de Velázquez)

Te deseo que vivas cada día la Eucaristía con ese deseo de amor, que cada día nos invita a través de su Cuerpo. Un abrazo,

+ P. Abad

3 de junio de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Santísima Trinidad (Año B)

Guillermo de Saint Thierry, El espejo de la fe

Nadie conoce al Padre sino el Hijo, ni nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quienes ellos se los quieran revelar (Mt 11,27). Así los que son objeto de la revelación del Padre y del Hijo, conocen como el Padre y el Hijo se conocen, porque tienen en sí mismos su mutuo conocimiento, la unidad de ambos, su voluntad, su amor, ya que todo esto es el Espíritu Santo.

Pero todo esto se da de una forma en la substancia divina, y de otra en la naturaleza inferior. Allá el Espíritu Santo es consubstancial y natural, la mutua caridad, la unidad, la semejanza, el conocimiento del Padre y del Hijo, todo lo cual es común a ambos. Aquí, él obra por su gracia, al permanecer tanto en sí mismo como en aquel en quien mora. Allá, el mutuo conocimiento del Padre y del Hijo constituye su unidad, aquí el conocimiento que el hombre tiene de Dios es la semejanza de la que habla el apóstol Juan: «Seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es».

Aquí abajo la alegría del hombre nunca es plena. No alcanza el conocimiento de aquella vida en la que veremos a Dios cara a cara (1Cor 13,12). Este conocimiento no se pudo recibir ni siquiera de labios de la Verdad misma (cf. Jn 16,12), porque la debilidad humana no es capaz de soportarlo. Pero el Señor no priva por completo de él a los hijos que le aman, para que comprendan lo que todavía les falta (Sal 38,5). El Espíritu Santo planea sobre el espíritu del pobre, indigente y necesitado de amor. Esta realidad es la que prefiguraba aquel planear suyo sobre las aguas.

El Amor de Dios se cierne sobre el amor de sus fieles, lo penetra con su soplo y colmándolo con sus beneficios, lo atrae a sí de modo que va tras él como movido por un apetito natural que tiende a ascender. Entonces Dios lo une a sí y el espíritu del hombre se hace un solo espíritu con él.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen:

Permíteme recoger un interesante párrafo de tu carta: «El espíritu es brisa, es vida… estoy muy de acuerdo, aunque a veces yo quisiera que tan solo estuviera ahí, quieto… y es que es bien cierto que por la fuerza del Espíritu sentimos progresión, apertura, como si incesantemente estuviéramos proyectados a avanzar, y no resulta nada fácil seguir las manifestaciones de ese Espíritu en sus movimientos más inmediatos; le reconozco en la interioridad, en la libertad y sobre todo en la generosidad. Resulta una aventura que continúa desde la cuna hasta la muerte».

Una aventura permanente, desde la cuna hasta la muerte. Yo creo que es así. También es verdad que lo más habitual es que «somos vividos por la vida». Pero la persona, en virtud de su dimensión espiritual debe llevar una iniciativa en la vida. Debe «vivir la vida». El poeta Rilke se pregunta por la vida en unos versos interesantes:

«Y AUNQUE el hombre quiera huir de sí mismo
como de cárcel que le odia y retiene,
hay no obstante en el mundo un gran milagro:
yo siento que toda la vida es vivida.

»¿Quién le vive, pues? ¿son ella las cosas
que cual una no oída melodía
están como un arpa ante el ocaso?
¿Son ella los vientos que del mar soplan,
son ella las flores que aromas tejen,
las largas avenidas que envejecen,
los calientes animales que andan
las aves que extrañas alzan el vuelo?

»¿Quién la vive pues? ¿La vives tú, oh Dios, la vida?»


La vida es vivida cuando sopla la fuerza del espíritu, que impulsa a abrir, a avanzar, progresar. Cuando sopla esa brisa del espíritu que envuelve las cosas, los vientos, las flores, las aves… Cuando la persona humana no huye de sí mismo sino que se sumerge en su espacio interior, y desde aquí se vierte en una actitud contemplativa en el mundo de las cosas, y con el ritmo de la creación y de la belleza se abre a la relación con el otro, entrando en un verdadero dinamismo de vida. Un dinamismo de amor, en definitiva. Porque la vida auténtica es la vida movida, iluminada, impulsada por el amor. Es este dinamismo de amor que estamos llamados a contemplar en el Misterio de Dios, del cual la persona humana es una preciosa, pero pequeña, imagen. Pero la persona refleja esta imagen en su vida concreta de cada día cuando vive ese dinamismo de amor, en una relación cordial, abierta y receptiva a la originalidad del otro.

En la interioridad, en la libertad en la generosidad, se reconoce la fuerza y autenticidad del espíritu. Pero todo está organizado, o se tiende a esta organización, para neutralizar nuestra interioridad, que es la llave para encerrar nuestra libertad y cortar la generosidad. Los medios políticos, económicos sobre todo, sociales parecen rivalizar en este sendero que dice “buscar lo mejor para el pueblo”. Pero uno tiene la impresión que el pueblo son ellos; los otros, se reduce a una masa sumisa, callada, indigente… Incluso a la institución religiosa se le hace atractivo ese sendero. Pues de lo contrario uno no se explica que parece crecer y manifestarse más el deseo de una mayor espiritualidad, a la vez que se rechaza toda institución religiosa.

No resulta nada fácil seguir la manifestación del espíritu. Necesitamos otro ritmo en nuestra vida, porque la melodía espiritual está presente en nuestro mundo. Necesitamos una mirada contemplativa, sobre nosotros y sobre la sociedad, y no huir de nosotros mismos, sino acoger con amor la vida. Con otra sabiduría.

«Hombres y mujeres
domados, sometidos.
Es apremiante rebelarse
y ahuyentarlo todo:
el miedo, el rencor, el odio…
todo menos el amor».

(Federico Mayor)

Carmen, no resulta fácil seguir el movimiento del Espíritu, quizás porque nos lo presentan con un ritmo difícil de reconocer y de seguir. Pero siempre es una aventura apasionante dejarse llevar por él. Sabiendo que no todos los ritmos son bailables. Un abrazo,

+ P. Abad