4 de febrero de 2018

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Job 7,1-4.6-7; Sal 146; 1Cor 9,16-19.22-23; Mc 1,29-39

«Jesús salió de la sinagoga para dirigirse a la casa de Pedro y Andrés». En la sinagoga había curado en sábado a un hombre poseído de un espíritu maligno. En Nazaret, su pueblo, en la sinagoga, tampoco lo recibieron bien. Y dice el evangelio que Jesús se admiraba de su falta de fe. Este saltarse la norma, la ley, en el sábado, para hacer el bien y curar exasperaba a los judíos.

La institución, toda institución, adquiere una rigidez que no siempre ayuda a crecer en más humanidad. Lo vimos con la celebración del Concilio Vaticano II, y que nos recuerda estos días la lectura de la vida de Pablo VI. Una tensión que ya empezó, como leemos en Gálatas (2,11s) con San Pedro y san Pablo, y que ha continuado con el paso del tiempo.

Parece que toda institución, y mucho más la religiosa, no favorece la atención a la persona, sino que está más preocupada por el cumplimiento de la norma. Y hoy, como ayer, y como debe ser siempre, la norma es para la persona y no la persona para la norma y la ley, porque entonces nos deshumanizamos y deshumanizamos la sociedad.

Necesitamos contemplar la persona de Jesucristo. Él es el hombre. Siempre desbordante de humanidad. Nos dice el evangelio que «salió de la sinagoga y fue a la casa de Pedro y Andrés». Y se encuentra con la suegra de Pedro enferma, postrada en la cama.

¿Qué hace Jesús?

«Se acercó, la miró, la dio la mano, la levantó». Cuatro verbos que ponen de relieve la profunda humanidad de Jesús. Acercarse, mirar, dar la mano, levantar. ¡Cuánta necesidad tenemos hoy de estos cuatro verbos Es ésta la cercanía de Jesús a las personas, ejercitándose en aquellas palabras que él mismo Jesús subraya en otra ocasión: «No he venido a que me sirvan, sino a servir y dar la vida» (Mt 20,28).

La suegra de Pedro, una vez que ha sanado se pone ella misma a servir. He aquí un signo de la presencia de Dios en nuestra vida, de nuestro verdadero encuentro con Jesucristo: «el servicio». Un servicio que nace del encuentro amoroso con el Señor, que al sanarnos nos hace partícipes de su mismo espíritu, que es siempre un espíritu de servicio.

Pero Jesús no se deja atrapar por su fama, por la gente que le busca con admiración y continua su camino para entrar en otras casas: «vamos a otros lugares», les dice a los discípulos, «a los pueblos vecinos, para llevarles la Buena Noticia, pues esta es mi misión». Su misión, por tanto y la misión de los que se encuentran con él y se sienten sanados.

Ya veis la importancia de la casa. La casa en el ámbito de la revelación tiene un lugar importante. La casa es un espacio donde Dios se da a conocer. Se ve como Dios mismo tiene casa. Cada uno somos casa, su casa. Decimos al recibir la comunión: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa».

Dios está en tu casa. Espera siempre en tu corazón. Eres una casa habitada por Dios. Pero sólo cuando se entra en casa sabemos que alguien está en ella esperándote. Sí, porque suele suceder con frecuencia en nuestra vida aquella afirmación de san Agustín: «Yo estaba fuera y tú estabas dentro».

Podemos estar fuera, o dormidos. Pídele que rompa tu sordera como a san Agustín, o que ponga un despertador potente en la mesita de tu cama, de manera que abriendo los ojos tu mirada se cruce con la suya, y que aceptes la mano que te ofrece. ¡Y serás sanado!

¿Y cómo lo descubres? Pues atiende si haces como la suegra de Pedro: levantándote y poniéndote a servir.

Por otro lado, esta es la misión que has recibido como cristiano y como monje: anunciar el evangelio, como nos enseña san Pablo. «Para ganar a todos se hace débil con los débiles. Se hace todo para todos, para, como sea ganar a algunos. Tratándose del evangelio —continua Pablo—, estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para poder tener parte en el».

Lo cual nunca será posible en tu vida, si no lo dejas entrar en tu casa y si no dejas que te despierte. De lo contrario tendríamos que cambiar la expresión de Job en la primera lectura:

«El hombre en la tierra no está sometido al servicio, se pasa la vida durmiendo».