31 de enero de 2010

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Jer 1,4-5.17-19; Salm 70,1-6.15.17; 1Cor 12,31-13,13; Lc 4,21-30

Reflexión: No les tenga miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos

Dios llama al profeta Jeremías. La vocación es importante en la vida de toda persona. Es lo que le viene a dar sentido a toda su existencia. Si no hay un discernimiento bueno de la vocación, puede la persona venir a sentir toda su vida como un fracaso personal. Cuando se vive con claridad la vocación, uno vive una profunda experiencia interior donde se "confunden" lo divino y lo humano. Una estrecha intimidad, difícil de expresar. Se vive una experiencia profunda. Y es suficiente.

Jeremías se sabe conocedor de Dios al mismo tiempo que ha sido conocido por él. Conocimiento que es amor. En el ámbito bíblico se conoce con el corazón. Este conocimiento amoroso hace que se viva la vida con una entrega total a Dios.

Esto no siempre es fácil. Hay por el medio la cuestión de una confianza en Dios. A la vez uno se siente llamado a una vida no siempre comprendida por el entorno; uno se siente llamado a vivir una vida en ambientes, sobre todo hoy día, contrarios ya no solo a lo religioso, sino incluso al más mínimo nivel de profundidad y de sentido.

Sin llegar al nivel de una vida consagrada a Dios en una vida religiosa, sino simplemente como creyente, hoy no es nada fácil vivir el testimonio religioso, y a veces ni tan siquiera el testimonio de unos valores humanos. Hace falta tener mucha personalidad y una fe profunda, para "dar la cara" en esta sociedad donde a veces todo juega en contra de la vida de fe: los valores humanos y sociales que dominan, y con frecuencia hasta el testimonio de una Iglesia institucional actúa como viento en contra. De esta manera se va extendiendo el "cristiano anónimo".

El creyente, que en su interior tiene una fe en Dios, que incluso practica en su vida normal, pero nulo a la hora de vivir una presencia creyente en su ambiente. Entonces se hace realidad lo negativo de este pensamiento del libro de Jeremías: «No les tengas miedo o yo te meteré miedo de ellos…». Hay miedo, o respeto… o lo que sea. La cuestión es el crecimiento de cristianos que "consumen" actos religiosos en determinados momentos de su vida, pero son incapaces de dar la cara en sus ambientes para defender o proclamar su fe, o a veces incluso unos valores cristianos, que previamente habría que considerarlos como valores humanos. De esta forma pierde fuerza nuestro testimonio y nos va envolviendo el testimonio y la fuerza de una sociedad increyente, que hace perderle sentido de muchas cosas, hasta de la misma vida.

Palabra

«Yo estoy contigo para librarte…». Dios nos llama a ser instrumentos suyos, como a Jeremías, pero nos asegura su presencia como ayuda, sabiduría, fuerza, vida… Pero apostar por Dios es apostar por nosotros mismos, es apostar por el hombre. Falta en gran medida, en la vida de los hombres, y de los mismos cristianos una idea más fiel y auténtica acerca de Dios.
«Yo podría hablar las lenguas de los hombres, el donde de predicción, todos los secretos,… si no tengo amor no soy nada…». Dios es amor. El amor es lo que da valor y sentido a todo lo que hacemos. Pues ya tenemos aquí pistas muy interesantes para hacernos con la idea de un Dios que al crearnos, se ha comprometido de manera especial con el hombre.

«El amor es comprensivo, es servicial, no tiene envidia, no lleva cuentas del mal…». El capítulo 13 de 1Corintios es una de las páginas más hermosas de la Biblia. Una página para meditar, prácticamente, palabra a palabra. El amor pone en juego a toda la persona, de pies a cabeza. El amor hace que se manifieste en nosotros la imagen de Dios que llevamos impresa.

«Disculpa sin límites, cree sin límites, aguanta sin límites…». Es lo más hermoso del amor: la relación con el perdón. El perdón es uno de los caminos mejores para manifestar el amor. Dios ha elegido este camino también. Él es siempre, el primero en perdonar.

«Todos en la sinagoga se pusieron furiosos y lo empujaron para despeñarle…». Jesús anuncia en la sinagoga un mundo nuevo, pero los de su pueblo parece que no están para novedades. ¿Qué nos va a decir éste, que es hijo del carpintero? Por otro lado quieren espectáculo: alguno de los milagros que ha hecho en Cafarnaúm… Así que Jesús se va alejando de ellos.

Sabiduría sobre la Palabra

«En el alma el motor de todos los movimientos es el amor. Quien ama no cambia, no se desvía. Por un camino único y derecho avanza hacia el objetivo deseado, sin desviarse; un día alcanzará su objetivo… Lo que hace indecisos no es el si o el no, sino la búsqueda de un camino más corto, y más adaptado a mis fuerzas, hacia el objetivo que firme y exclusivamente, persigo. La fuerza del amor, no la turban ni el fuego ni la espada, ni peligro alguno. La sabrosa posesión de sus delicias da paz y serenidad». (Guillermo de Saint Thierry, Sobre el Cántico, Cant 1, 4, 60)

«El Amigo halló a un hombre que moría sin amor. Y el Amigo lloró por la ofensa que esta muerte hacía a su Amado. Dijo al moribundo: ¿Por qué mueres sin amor? El hombre respondió: Porque yo jamás he hallado a nadie que me enseñara la doctrina del amor, porque nadie ha nutrido mi espíritu para hacer de mí un enamorado. Y el Amigo dijo suspirando y llorando: ¡Oh devoción! ¿Cuándo será lo bastante amplia para echar fuera el pecado y para dar a mi Amado una legión de fervientes y valientes enamorados para cantar por siempre sus perfecciones?» (Ramon Llull, 209)

26 de enero de 2010

SAN ROBERTO, SAN ALBERICO Y SAN ESTEBAN, ABADES DE CISTER

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Eclo 44,1.10-15; Sal 149,1-6.9; Hebr 11,1-2.8-16; Mc 10,24-30

«Nosotros, los primeros fundadores de esta Iglesia cisterciense, queremos con el presente escrito, manifestar a nuestros sucesores cuán canónicamente y con qué autoridad tuvo principio el Cenobio, y asimismo de qué personas y en qué tiempos, y cuál fue su tenor de vida; a fin de que, divulgada sinceramente la verdad del hecho, amen y guarden con perseverancia el lugar y la observancia de la santa Regla que nosotros allí, por la gracia de Dios, hemos comenzado; oren por nosotros que hemos soportado el peso y el ardor de la jornada; se esfuercen con afán por el camino angosto que la Regla señala; hasta que, dejada la carga de la carne, descansen felizmente en el santo reposo». (Carta de la caridad, Prólogo)

San Bernardo escribe en el prólogo al Antifonario cisterciense: «Entre las diversas aspiraciones que han estimulado el celo de nuestros Padres, los fundadores de la Orden cisterciense, hay una en la que han derrochado desvelos y cariño: el logro de una más perfecta autenticidad en el canto de las divinas alabanzas».

Esta es la enseñanza de la historia: la búsqueda de autenticidad en el canto, en la Regla. Dice el Concilio Vaticano II que «la vida religiosa es una entrega total al servicio de Dios sumamente amado, en una entrega que crea en él una especial relación con el servicio y la gloria de Dios» (LG 44). Y todavía subrayará: «seguir a Cristo según el evangelio, como norma suprema…» (PC 2).

Autenticidad, Regla, seguir a Cristo… Todo esto viene claramente a sugerirnos la necesidad que tenemos de confrontar nuestra vida con nuestra historia, nuestros fundadores, la Palabra de Dios…

En la lectura del Eclesiástico hemos escuchado: «Sus hijos siguen fieles a la alianza y también sus nietos gracias a ellos…». No sé si somos nietos o tataranietos… pero sí hijos en el sentido de que las particularidades de nuestra orden, de nuestra vida religiosa, provienen de estos santos, Roberto, Alberico y Esteban, a quienes recordamos y celebramos en este día, que a través de ellos levantamos nuestra alabanza a Dios, fuente y origen de todas las criaturas.

¿Qué quiere decir que sus hijos siguen fieles a la alianza? Que hay algo que permanece de estos Padres Fundadores a quienes hoy celebramos, que empezaron una obra que ha dejado una huella en la historia, que soportaron el peso y el ardor de la jornada, buscando en el canto y en la vivencia de la regla una más grande autenticidad.

En la proclamación de la Palabra también hemos escuchado que la esperanza no se acaba, que sus bienes perduran, que su heredad ha pasado a los nietos, que se sigue hablando de su sabiduría…

Pero ellos hablan también de un comienzo de la jornada. Y a lo largo de la jornada sabemos que el sol no brilla igual. La luz de la mañana tiene unos matices diferentes de los de la tarde. Vivimos de manera diferente un amanecer de un atardecer. Nos podemos entusiasmar con los juegos de la luz de horizonte. Pero no la vivimos igual a las 7 de la mañana que a las 7 de la tarde. A lo largo de la jornada acumulamos la experiencia de un gran número de experiencias de todo tipo. Si salimos por la mañana con lluvia seguramente que cogemos el paraguas o impermeable, si luego el día nos ofrece un sol radiante, nos quitamos ropa… Vamos cambiando y situándonos de acuerdo a esta sucesión de las horas del día. En la vida espiritual pasa algo semejante. A lo largo de la jornada hay cambios variaciones…Y a nivel institucional también, aunque en este terreno de la Institución ya no es tan fácil coger o dejar el paraguas, ponerse o quitarse la ropa. El Eclesiástico también decía: «Su recuerdo dura entre nosotros». ¿Pero es un recuerdo vivo?

«La Declaración de Orden nos dice que las futuras generaciones cistercienses tendrán el derecho y la obligación de buscar formas más aptas y mejores de vida monástica, tal como lo hicieron los fundadores del Cister en el siglo XII, y las generaciones posteriores. Son seguidores de verdad de los padres Fundadores del "Nuevo Monasterio", si no dejamos de buscar los caminos y las maneras que nos permitan de vivir nuestra vocación cada día más plenamente, según la voluntad de Dios».

Luego la Declaración nos hablará de las fuentes: Evangelio, Magisterio, Regla, Tradiciones… Las fuentes son las mismas, pero pasan por tierras y parajes que van adquiriendo un rostro nuevo, pero que sigue necesitado dicho paisaje de esas mismas aguas para ser fecundado.

Todo ello pide la respuesta de una fe valiente, firme, decidida… Pero este valor, firmeza y decisión tienen sus raíces y se viven en el ámbito del espacio interior. Ya hemos oído como Abraham salió y no sabía a donde iba. Pero confiado en la Palabra de Dios, en su Promesa, caminaba seguro, con una firmeza interior que era también para el camino.

Hoy, lo decía recientemente en una entrevista de los medios, un personaje importante, el mundo no sabe hacia donde se dirige. Camina sin luz.

¿Nos creemos capaces de iluminar al mundo? Es decir: la luz que tú tienes ahora en tu vida, ¿crees que puede dar luz, sentido, vida a los hombres de hoy? ¿Tenemos aquella flexibilidad para ofrecer una luz de amanecer? ¿Y la misma para el huésped que viene a mediodía? ¿Tenemos luz para el peregrino para quien está declinando la tarde?

Esta fiesta a mi me da la certeza de que tenemos una luz para la sociedad y los hombres de hoy. Pero también me pregunto si la tengo convenientemente colocada sobre el candelabro. A la vez que miro mis botas, para ver si están en condiciones de salir a vivir la aventura del camino.

24 de enero de 2010

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Neh 8,2-6.8-10; Salm 18,8-10.15; 1Cor 12,12-30; Lc 1,1-4; 4,14-21

Reflexión: Leían el libro de la Ley de Dios y explicaban el sentido

«Todo el pueblo escuchaba con atención… El pueblo alzó las manos y respondió: Amén, amén…». Tenemos aquí un ejemplo sencillo de un ejercicio de «lectio divina», descrito en el libro del profeta Nehemías. El pueblo escucha la Palabra de Dios, el Libro de la Ley, que es leído y explicado; después el pueblo responde con el asentimiento del amen, es decir el propósito de asumir esta Palabra y vivirla. La «lectio divina» viene a ser esto: un guiarnos al encuentro con el Señor. En el AT era el encuentro con la Palabra del Señor, y responder con fidelidad en la vida de cada día. En el NT será el encuentro con el Resucitado. Este encuentro no es la garantía de mantener siempre la presencia de Aquel que buscamos. Así nos dice Orígenes: «Dios me es testigo de que he visto muchas veces al "Esposo" acercarse a mí y estar conmigo. Pero de improviso se alejaba y yo no conseguía encontrar a aquel que buscaba. Seguía, no obstante, deseando su retorno y él volvía de cuando en cuando».

Pero también es cierta la verdad permanente del encuentro. En este sentido escribe Hugo de san Victor: «Cuando viene, el Esposo se recrea con la "esposa", le habla, le lleva a recordar los dones que le ha otorgado y le infunde un dulce e íntimo afecto, de suerte que no olvide los dones que de él ha recibido y recuerde a aquel que se los ha dado. Sí, en efecto, el Esposo habla a la esposa, no puede evitar hablar sino de amor».

La «lectio divina» nos ayuda a buscar en la Escritura el alimento que sustenta nuestra vida espiritual y la haga adelantar en el camino de la perfección; por eso san Jerónimo solía "meditar" en la ley del Señor de día y de noche, y gustar en las Sagradas Escrituras el pan del cielo y el maná celestial, que contiene en sí todo deleite.

Toda interpretación de las Escrituras se funda en su sentido literal; puesto a salvo su sentido literal, san Jerónimo busca sentidos más profundos para alimentar su espíritu con manjar escogido; aconseja no pararse en el mero sentido literal, sino buscar en lo más hondo el sentido divino.

Palabra

«Hoy es un día consagrado al Señor. No hagáis duelo…». Un día vivido para el Señor. No debe haber motivo de pena, de dolor. Menos por nuestras infidelidades, pues al celebrar este día despierta en nosotros la conciencia que la bondad y el amor de Dios son más grandes que nuestro pecado y nuestra infidelidad.

«El gozo del Señor es vuestra fortaleza…». El gozo del Señor no es una mera alegría superficial, sino que es su presencia misma en nuestra vida, en nuestro espacio interior. Y esta presencia revierte en una fuerza mayor en nuestra vida. Una fortaleza y una sabiduría, que nos hacen enfrentar a la vida con una mayor seguridad en nosotros mismos.

«Todos los miembros del cuerpo a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo. Así es también Cristo». Pero esto nos pide un servicio de reconciliación. Es decir que lo que es verdad en Cristo, en nosotros debe ser un trabajo porque aparezca esta unidad de todos los miembros en nuestra existencia. El Espíritu de Cristo nos asiste, pero no nos dispensa de un trabajo de reconciliación.

«Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los más necesitados…». Es decir que a la hora de trabajar la unidad del cuerpo, debemos una consideración mayor hacia aquellos miembros más débiles. Es fácil ser conscientes de que como el mismo Dios se ha anonadado, se ha rebajado, precisamente para desde el principio, o como principio primero a tener en cuenta es no perder en ningún momento la solidaridad con los miembros más pequeños, más pobres…

Sabiduría sobre la Palabra

«De igual forma que sucede con el cuerpo humano, el cristiano debe ser conocido como cristiano en todo su ser; debe, pues, testimoniar, teniéndolos como rasgos de su vida, todos aquellos bienes que existen en Cristo. Pues si según una parte eres tal y como lo exige el nombre de cristiano, pero en otra te inclinas a lo contrario, no harás otra cosa que dividirte, haciendo las veces de enemigo de ti mismo, concitando en ti por la virtud y el vicio tal guerra civil que de ninguna manera podrás estar en paz ni reconciliado contigo mismo. Pues como dice el Apóstol: ¿qué comunidad hay entre la luz y las tinieblas?». (Gregorio de Nisa, Sobre la vocación cristiana)

«Insensibilidad es muerte de todo sentimiento en cuerpo y alma. Es resultado de larga enfermedad y negligencia. Insensibilidad es negligencia habitual. Es pensamiento endurecido, obstinado. Es hija de presunción, impedimento de fervor, dogal que mata el entusiasmo, ignorancia del arrepentimiento, puerta de la desesperación, madre del olvido cuyo hijo es la pérdida del temor de Dios, un espíritu muerto». (San Juan Clímaco, Escala espiritual)

17 de enero de 2010

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Is 62,1-5; Salm 95,1-3.7-10; 1Cor 12,4-11; Jn 2,1-12

Reflexión: que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz

Este pensamiento de la oración-colecta de hoy está en el corazón de todas las criaturas. Por otro lado es fácil ver que aquí tiene la criatura humana una de sus mayores frustraciones históricas. Pues a lo largo de la historia de la humanidad, se puede observar que le ha supuesto una tarea ardua, muy ardua alcanzar esa paz. Una paz que una vez lograda, inmediatamente se ha visto amenazada por la correspondiente violencia.

El apóstol Santiago habla en su Carta del espíritu de litigios y pendencias que domina el mundo: «Deseáis y no obtenéis, sentís envidia y despecho y no conseguís nada; lucháis y os hacéis la guerra, y no obtenéis, porque no pedís; o si pedís, no recibís, porque pedís mal, para satisfacer vuestros apetitos». (Sant 4,1s)

El mundo es, esencialmente, lucha conflicto, división. Para que el mundo tenga paz sería necesario que los hombres renunciaran a su egoísmo, y no podemos estar en paz con otros si no lo estamos con nosotros mismos. Y no podemos estar en paz con nosotros mismos si no estamos dispuestos a hacer los sacrificios que exige la paz, sobre todo, en primer lugar, a renunciar a nuestro propio yo, y buscando nuestro ser en el otro, en los demás, y sobre todo en Cristo.

Cristo es quien nos trae la paz que el mundo no puede dar. Dice el profeta: «cuando digan paz, paz»… vendrá sobre ellos la violencia y la guerra. La paz que trae Cristo no es una paz de un «orden tiránico»; la paz que trae Cristo no suprime las diferencias, sino que promueve la fecunda colaboración. La paz no consiste en un hombre, un partido o una nación, que aplastan o dominan a los demás. La paz existe donde los hombres que pueden ser enemigos, son amigos en razón de los sacrificios que hacen para encontrarse a un nivel más alto, donde las diferencias que existen entre ellos ya son causa de conflicto.

Palabra

«La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo». El profeta es consciente del escepticismo de su pueblo, interesado solamente por el dinero, el bienestar… pero como otro Jeremías o Pablo siente la necesidad de anunciarle la Buena Noticia de la Palabra, el amor de Dios por él, un Dios que vendrá a su pueblo para hablarle en su misma naturaleza y en su mismo lenguaje. Un Dios que se va a hacer íntimo con el hombre, como lo son el marido y la mujer.

«Diversidad de dones pero un mismo Espíritu; diversidad de servicios, pero un mismo Señor, diversidad de funciones, pero un mismo Dios, que obra todo en todos». La unidad en la diversidad. Es evidente la diversidad en los dones, capacidades… de cada uno; es evidente la diversidad personal en la vida humana. Pero no debe llevarnos hasta el punto de separarnos o más aún: enfrentarnos. Porque es más fuerte lo que une que lo que separa. El creyente, debe ser un agente vivo al servicio de la unidad, de la reconciliación. Una reconciliación que debe respetar siempre y fomentar la diversidad y animar a ponerla a servicio de la comunión.

«María le dijo a Jesús: No les queda vino». María está siempre atenta a nuestras carencias más pequeñas. Aquí viene a ser una voz de confianza, de esperanza.

«María dice a los sirvientes: Haced lo que Él os diga». María sabe encontrar la respuesta para nuestros problemas. Aún aquellos que son más insignificantes, pero que pueden ser causa de una alegría profunda. La intervención de María parece que viene a adelantar la «Hora» de su Hijo. Este término es de gran importancia en el evangelio de Juan: es el momento supremo en que Jesús realizará su misión redentora.

«En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de los discípulos en Él». Dios se manifiesta en este signo de Caná a los discípulos. Este signo despertará la fe de los discípulos. El signo de Dios se completa con la fe de los discípulos.

Sabiduría sobre la Palabra

«Debéis glorificar a Cristo en todo. También Él os glorificó. No trato de daros órdenes, como si yo fuera alguien. Pues aunque me encuentre encadenado por el nombre de Cristo, no he llegado todavía a alcanzar en él la perfección. Ahora es cuando estoy empezando a ser su discípulo, y por ello os hablo como a condiscípulos míos que sois. Soy yo quien necesitaba vuestras palabras, vuestro aguante, vuestra comprensión, para sentirme fuerte en la fe. Pero la caridad no me deja pasar en silencio vuestras cosas. Por eso me adelanto a exhortaros que os unáis en la Palabra de Dios. Así como Jesucristo, nuestra vida inseparable, es la Palabra del Padre, así nuestros obispos, distribuidos a lo largo y lo ancho de la tierra, se asientan en la palabra de Jesucristo». (San Ignacio de Antioquia, Carta a los Efesios)

«El milagro de nuestro Señor de la conversión de agua en vino no es una maravilla a los ojos de quienes saben que lo ha hecho Dios. El que, con ocasión de las bodas, hizo el vino en seis ánforas, aquellas que mandó llenasen de agua, es el mismo que todos los años hace lo mismo en las vides. Lo que los servidores echaron en las vasijas fue convertirlo en vino por la acción del Señor. Esta misma acción fue convertirlo en vino por la acción del Señor. Esta misma acción convierte en vino lo que echan las nubes. Esto no nos admira, porque sucede todos los años, y por la frecuencia ha dejado de ser admirable, y, sin embargo, es más digno de reflexión que lo que hizo con las vasijas de agua. ¿Quién que piense detenidamente en las obras de Dios, por las que rige y gobierna todo el mundo, no se pasma de asombro, y queda como aplastado por el peso abrumador de tantos milagros?...». (San Agustín, Sobre el Evangelio de Juan, 8,2)

12 de enero de 2010

SAN ELREDO DE RIEVAULX, ABAD

Conmemoración de los 900 años de su nacimiento

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
1S 1,9-20; Mc 1,21-28

Escribe san Elredo: «La amistad es la expresión más sagrada de la caridad. Del amor».

Recordad las palabras de Jesús en los momentos cumbre de su vida: «A vosotros no os llamo siervos, sino amigos; os llamo amigos porque os he comunicado todo lo que he oído al Padre».

La amistad, la expresión más sagrada del amor. Es la relación de amor, la amistad, que vive el Hijo con el Padre. La amistad espiritual que permite vivir una comunicación verdaderamente profunda. Y en consecuencia actuar y hablar con una autoridad como ninguno había hablado antes. Un actuar y hablar que se proyecta en la persona de Jesús, como un bien para todos los hombres.

Elredo, protagonista importante en la vida monástica, en la vida del Cister, aportará la vivencia, la experiencia, y la doctrina de la amistad espiritual, y que con la vivencia del amor será proverbial en la vida del Cister. Por ello Elredo escribirá: «En cuanto a la perfección no veo nada en los preceptos del evangelio o de los Apóstoles, nada en los escritos de los padres o de los antiguos monjes que no se adecue perfectamente con lo que se profesa en la Orden». (Speculum Caritatis, 1,II,7)

Pero además, Elredo aporta detalles de una psicología profunda y sobre todo la perfección de una caridad más humana y a la vez más sobrenatural.

Por esto un comentarista suyo escribe: «Creo que una comunidad monástica cumplirá su finalidad y alcanzará su propósito solo en la medida en que sea un lugar de auténtica humanización para las personas que la forman y para aquellas que se acercan a ella, porque la cualidad y la intensidad de la experiencia espiritual que esta comunidad puede ofrecer depende de forma directa de la cualidad y de la intensidad de su nivel de humanización. La amistad como una estructura personal e interna, y como ámbito de relación con los demás, es un factor humanizador de primer orden». (Lluís Solà)

Percibimos esa dimensión profunda ya al comienzo de su tratado sobre la amistad:

«1. ELREDO: Aquí estamos tú y yo, y confío que también Cristo se halle con nosotros. Ahora nadie nos molesta, nadie puede interrumpir nuestros amistosos coloquios; ninguna voz ni tumulto llega a esta agradable soledad. Ea, pues, carísimo: abre tu corazón y susurra lo que quieras a los oídos de tu amigo; no seamos ingratos a este lugar, tiempo y ocio.

»2. Pues hace unos momentos, cuando me hallaba rodeado de muchos hermanos, y todos hablaban a la vez preguntando, discutiendo, interesándose cada cual por temas de las Escrituras, de las costumbres, vicios o virtudes, tú eras el único en callar. A veces levantabas la cabeza, dispuesto a decir algo; pero parecía que la palabra se te apagaba en los labios y volvías a inclinar la cabeza en silencio. Otras veces te apartabas un poco de nosotros y volvías poco después con la tristeza en el rostro. Todo esto me hacía comprender que para expresar los pensamientos de tu mente te desagradaba el público y preferías la intimidadla intiidad.

»3. IVO: Así es en efecto, y me alegro mucho al comprobar que te preocupas de tu hijo, y que el espíritu de caridad te ha abierto mi espíritu y las aspiraciones de mi alma».

El diálogo, la confidencia íntima, es el clima que nos sugiere Elredo. Pero porque en ese clima se hace más factible la presencia del Amigo. O del Amado. Y es entonces cuando crece en nosotros la capacidad para una relación espiritual fecunda. Es el diálogo que vive Ana en Siló y obtiene de Dios el don de la maternidad. Es el diálogo permanente de Cristo con el Padre, la comunión estrecha que hace a Cristo hablar con una autoridad que engendra vida y entusiasmo en sus oyentes.

Y conscientes de la bondad de la Palabra que hemos escuchado en las lecturas, y de la bondad monástica que tenemos en Elredo para nuestra vida volvemos a recordar ante el Señor nuestra súplica del principio: «Señor, Tú que le concediste el don de hacerse todo a todos, concédenos saber darnos para bien de los hermanos, edificando la unidad del espíritu con los lazos de la paz».

10 de enero de 2010

Domingo 3.º de Navidad: EL BAUTISMO DEL SEÑOR (Año C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILIA
Is 42,1-4.6-7; Salm 28,1-4.9-10; Hech 10,34-38; Lc 3,15-16.21-22

Reflexión: En el Bautismo Dios revela que Cristo es su Hijo…

El Bautismo, constituye con la Confirmación y la Eucaristía los sacramentos de la iniciación cristiana. Con ellos se ponen los fundamentos de toda vida cristiana. Con el bautismo empezamos a participar de la naturaleza divina. Y empezamos también a crecer en una vida sobrenatural. Es un crecimiento que tiene una cierta relación con el crecimiento de la vida natural, mediante el cual vamos progresando en la vida espiritual. Además, por medio del Bautismo somos regenerados como hijos de Dios, hechos miembros de Cristo e incorporados a su Iglesia. El bautismo restaura en el hombre la imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creado. Escribe Tertuliano: «El hombre vuelve a la amistad de Dios tornándose semejante a ese primer hombre que había sido creado a la imagen de Dios».

En la liturgia de la Vigilia Pascual, cuando se bendice el agua bautismal se hace memoria de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, que prefiguraban ya el misterio del bautismo. Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Éste comienza su vida pública a partir de su bautismo por Juan Bautista. Después de la Resurrección confiará esta misión a los apóstoles.

Nuestro Señor se sometió voluntariamente al bautismo de Juan, destinado a los pecadores, para «cumplir toda justicia». Este gesto es una expresión de su anonadamiento. El Espíritu que se cernía sobre las aguas en la primera creación, también ahora desciende sobre Cristo como preludio de la nueva Creación, y el Padre manifiesta a Jesús como «su Hijo amado».

En su Pascua, Cristo abre a todos los hombres las fuentes del bautismo. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado son figuras del Bautismo y de la Eucaristía. Desde entonces, es posible «nacer del agua y del Espíritu para entrar en el Reino de Dios». (Jn 3,5)

Dice san Ambrosio: «Considera dónde eres bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: Él padeció por ti. En el eres rescatado, en Él eres salvado». (De Sacramentis 2,6)

Palabra

«Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo a quien sostengo, sobre él ha puesto mi espíritu». Y este siervo que al encarnarse se abaja, inicia con el bautismo su vida pública; con este gesto del bautismo que es un gesto de conversión, de rebajarse. Como otros muchos del pueblo acude al Bautista a recibir este bautismo principio de un camino, por decirlo de alguna manera, de «conversión de Dios» al hombre, para que el hombre haga un camino de «conversión a Dios».

«Promoverá fielmente el derecho, no vacilará hasta implantar el derecho en la tierra». Es la trayectoria de Jesús entre los hombres. Él, el Justo, llama a ser justos, a implantar la justicia.

«Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia». El temor de Dios lleva a vivir, practicar los valores por los que apuesta Dios, según contemplamos en la persona de su Hijo, el Verbo encarnado.

Y Jesús insiste. «Yo soy quien debe ser bautizado por ti». Pedro, en la segunda lectura, que recoge el primer discurso, después de Pentecostés, r resume certeramente la trayectoria de Jesús entre los hombres.

«Yo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego». Lamentablemente son muchos los creyentes que no son conscientes de ser templo del Espíritu Santo, por lo cual se pierde una gran parte de tensión que estamos llamados a vivir desde el bautismo para prolongar en la humanidad la obra de Jesucristo. Y si no somos conscientes del Espíritu, poco podemos saber de ese fuego de Dios que debe mover toda nuestra existencia. Nos podemos quedar, y así pasa en muchos, en «cristianos descafeinados».

Sabiduría sobre la Palabra

«Cristo se hace bautizar; descendamos al mismo tiempo que Él, para ascender con Él. Juan se niega, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor, al que había aparecido y aparecerá. Yo soy quien debe ser bautizado por ti"; y hay que añadir: y por tu causa. Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta. ¡Ojala estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo». (San Gregorio Nacianceno, Sermones)

«El Señor, en efecto, no tenía ningún pecado para hacerse perdonar, ni buscaba un medio para renacer espiritualmente. Quiso, sin embargo, ser bautizado, como había querido que se le cincuncidara, y que se ofreciera por él una víctima de purificación, a fin de que, nacido de una mujer, como dice el Apóstol, estuviera también sometido a la Ley, pues no había venido para abolirla, sino para cumplirla, y, cumpliéndola, llevarla a su fin que es Cristo, para la justificación de todo creyente». (San León Magno, Carta 16)

6 de enero de 2010

LA EPIFANIA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 60,1-6; Salm 712.7-13; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12

«La Verge mig reia, i la bona gent
trobaren-la bella;
mig reia la Verge, i els Reis d'Orient
per la nit seguien l'estrella
que els duia a ponent…
al Misteri».
(Joan Maragall, Nadal)

La estrella nos lleva al Misterio. Tu estrella, la estrella lleva a cada uno al Misterio. La fiesta de Epifanía es la fiesta de Navidad. La fiesta de Navidad es el fin del trayecto de Dios hasta nuestro tiempo, nuestra humanidad. Epifanía, comienzo de un nuevo viaje por los caminos del mundo. Navidad es trasbordo de la eternidad al tiempo. Epifanía, trasbordo al tren que para en todas las estaciones. Dios quiere manifestarse a todos los hombres, que la luz de su estrella guíe y oriente hasta la última de sus criaturas. La solemnidad que hoy celebramos nos manifiesta un Dios que se revela en la historia como luz del mundo, para guiar e introducir por fin a la humanidad en la tierra prometida, donde reinan la libertad, la justicia y la paz. «Llega tu luz, amanece la gloria del Señor, mientras las tinieblas envuelven a la tierra. Los pueblos buscan la luz, el amanecer de Dios». Cantan la grandeza del Señor. Canta que Él amanecerá en ti. Pero canta desde el corazón.

Nos dice Benedicto XVI que el Concilio Vaticano II se sintió «impulsado a anunciar a la humanidad a Cristo, luz del mundo. Que en el corazón de la Iglesia brotó con fuerza, suscitado por el Espíritu Santo el deseo de una nueva epifanía de Cristo en el mundo, un mundo que rueda vertiginosamente hacia una civilización global». Y el Papa se hace y nos hace unas preguntas: «¿En qué sentido, hoy, Cristo es aún lumen gentium, luz de los pueblos? ¿en qué punto está este itinerario universal de los pueblos hacia él? ¿está en fase de progreso o de retroceso?».

Navidad, es el camino de Dios a nosotros. Epifanía, el camino o la peregrinación de Dios hacia toda la humanidad, para que los hombres, la humanidad se ponga en camino hacia Dios. Como dice la carta de Pablo a los Efesios: «Desde ahora, por el evangelio, todos los pueblos, en Jesucristo, tienen parte en la misma herencia, forman un solo cuerpo, y comparten la misma promesa…».

Pero ya no aparece tan claro que vivamos conscientes de que vivimos en lo que se llama la "aldea universal". Más bien la conciencia que tenemos es de enfrentamiento en razas, pueblos y naciones. No aparece claro ese amor universal que brota de la fuente divina, de su enviado Jesucristo.

Somos católicos. La palabra católico quiere decir universal. ¿Dónde está esa universalidad? Cuando en ocasiones negamos la paz a quien está a nuestro lado. A nivel de Iglesia hay división por nuestras ideas, por nuestras discriminaciones. Nos falta un amor universal y sin fronteras, sin prejuicios, capaz de abrirse a todos y cada uno de los pueblos y personas. Y esta división baja incluso hasta el nivel de comunidades, de familias. Y aquí no pensemos solamente en el vecino, sino que deberíamos preocuparnos de como barrer bien nuestra propia casa.

Nos tendríamos que preguntar como caminar hacia una fraternidad más amplia y universal, como trabajar una unidad y reconciliación más profunda en nuestra casa.
¿Por qué la fe no nos hace más universales? ¿por qué la fe no nos hace más evangélicos, más alejados del juicio y más dados a la contemplación.

El evangelio nos habla del relato de los Magos, de la atracción del Niño de Belén. En la noche siguen la estrella que les lleva hasta el Misterio. El Misterio que nos sobrepasa, que tira de nosotros para ensanchar nuestro corazón, nuestro horizonte y encaminarnos por senderos de colaboración y solidaridad.

Hoy el hombre parece que trabaja bien por hacerse "incapaz de Dios". Y se le va secando el corazón. Bien seco. Como a los jamones de Teruel. Este endurecimiento y sequedad es un gran peligro para el hombre moderno. Se pierden niveles de contemplación. Bajamos peldaños solamente para recoger del suelo "cosas útiles", "artículos de consumo"… No debemos bajar peldaños, sino seguir la estrella en la noche… hacia el Misterio. Para despertar nuestra capacidad de adoración, contemplando la bondad de un Dios amor y siendo agradecidos a la generosidad de un Dios que ha venido a nuestra casa, colaborando con nuestro servicio a su obra de reconciliación universal. Este es el mejor regalo que podemos ofrecer a Dios, que siempre va por delante de nosotros en la generosidad de sus dones.

1 de enero de 2010

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Num 6,22-27; Salm 66,2-8; Gal 4,4-7; Lc 2,16-21

Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: el Señor te bendiga y te proteja, ilumine tu rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz…

Henri Nouwen nos cuenta una experiencia personal del poder de una bendición en su comunidad: «Estaba preparándome para presidir un tiempo de oración en mi comunidad y se acerco una disminuida, Juana, y me dijo: —Henri, puedes darme una bendición? Respondí casi de manera automática, trazando sobre su frente una señal de la cruz. Pero en lugar de agradecerlo, protestó con vehemencia: —No, así no tiene valor; no es una verdadera bendición. —Lo siento —le dije— cuando estemos reunidos en la comunidad para la oración, te voy a dar una bendición auténtica. Cuando llegó ese momento dije: —Juanita me ha pedido una bendición. Siente que la necesita ahora. Entonces, espontáneamente Juanita se levantó, me rodeó con sus brazos y apoyo su cabeza en mi pecho. La cubrí con los pliegues de mis mangas y le dije: —Juanita quiero que sepas que eres una hija amada de Dios. Eres preciosa a sus ojos. Tu maravillosa sonrisa, tu bondad, con las personas de la casa, nos hacen ver la maravillosa persona que eres. Una persona especial profundamente amada por Dios. Cuando acabé de hablar me miró con una sonrisa que inundaba todo su rostro.»

Bendecir, es hablar bien, decir cosas buenas de alguien. Bendecir a alguien es la afirmación más significativa que podemos hacer a una persona; es más que una palabra de aprecio o alabanza. Dar una bendición crea aquello que dice.

En el libro de los Números vemos como Dios invita a Moisés a hacer sobre el pueblo una bendición. El pueblo se anima a invocar a Dios. Dios vuelve a bendecirlos como respuesta. Y el pueblo vive como una segunda recreación.

Dios nos ha bendecido de manera singular mediante santa María. Ella, la llena de gracia, la que acostumbraba a guardar la palabra en el corazón. Guarda la palabra de Dios, es la mujer bendecida por Él, llena por completo de su gracia. La bendición divina traerá la paz divina también a su corazón: la segunda persona de la Trinidad. El Verbo de Dios, por quien todas las cosas has sido creadas, bendecidas; el Verbo de Dios que finalmente se reviste de nuestra naturaleza y nos viene a través de María como nuestra paz. Cristo es nuestra paz (Ef 2,14).

Y María, es una nueva Judit que lleva la salvación a su pueblo, y este pueblo reconoce la obra que Dios a hecho a través de ella y la exalta, así también el pueblo cristiano a lo largo de los siglos ha pedido las bendiciones de Dios, y las ha recibido, a través de Santa María.

Y el pueblo creyente a lo largo de los siglos se ha acercado a ella con el deseo de recibir su bendición, en la seguridad de que esa bendición que va a encontrar en ella le traerá la paz.

Es lo que nos sugiere san Bernardo al invitarnos a dirigirnos a ella: María es la estrella radiante, cuya luz se difunde al mundo entero, se propaga por toda la tierra abriga no tanto los cuerpos como los espíritus, vigoriza las virtudes y extingue los vicios. Es la estrella más brillante y hermosa. No apartes tu vista del resplandor de esta estrella si no quiere sumergirte bajo las aguas; si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella , invoca a María…Si te asalta el peligro, la angustia o la duda recurre a María, invoca a María. Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón, que no olvides el ejemplo de su vida, así podrás contar con su intercesión, con su bendición. (En alabanza de la Virgen Madre, Hom. 2)

O también es lo que nos sugiere la oración atribuida a san Bernardo: Acordaos… que jamás se oyó decir que María no haya escuchado a quienes han acudido a ella…

De María nos viene la Paz; ella es Reina de la paz, como le decimos en las letanías. La paz que nos viene de ella es la paz de Cristo. Es Cristo mismo.

Pero esta paz, dice T. Merton, no es una formula de evasión individual, egoísta. No puede haber paz en el corazón del hombre que busca la paz para él solo. Para hallar la verdadera paz en Cristo tenemos que desear que otros tengan la paz y estar dispuestos a sacrificar parte de nuestra paz y de nuestra felicidad, con el fin de que otros tengan paz y sean felices

Y esto nos lleva a tener en cuenta a la persona. Hace falta hoy día esta valoración, esta atención concreta a la persona, a escucharla a preocuparnos por ella. Es también lo que sugería Benedicto XVI en su Mensaje del Día Mundial de la Paz del año 2007: La persona humana, corazón de la paz. Estoy convencido de que respetando a la persona se promueve la paz y de que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral. Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones.

¿Somos conscientes de que cada día celebramos la Eucaristía, el amor de Dios por nosotros, el amor que nos salva, que nos renueva, y que cada día la acabamos recibiendo la bendición de Dios? Estemos seguros de que Dios no da bendiciones rutinarias de dibujar una cruz en nuestra frente, sino que en cada nueva celebración nos cubre con su manto, para decirnos lo mucho que nos ama. En todo caso la rutina la podemos poner nosotros.