16 de octubre de 2016

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Ex 17,8-13; Sal 120; 2Tim 3,14-4,2; Lc 18,1-8

«¿Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?»

Teniendo en cuenta el menosprecio que existe hacia las instituciones, y entre ellas también la Iglesia, parece que la respuesta sería negativa. No faltan ocasiones en que oyes: en la Iglesia ya sólo hay gente mayor, las parroquias vacías, los monasterios sin vocaciones… Así es. Pero también es cierto que la fe no es una institución, a donde acudimos como otros van al bar o al casino a echar la partida de guiñote con los amigos habituales, y si falta uno ese día se estropeó la partida; y aburridos tomamos una taza de café y nos volvemos a casa.

Existen injusticias tan fragantes como la que nos narra el evangelio, o más desgarradoras incluso, están a la orden del día en esta sociedad cada día más desesperanzada. También dentro de la Iglesia.

Pero sucede que la fe es algo más serio; así nos lo contaba en una de sus encíclicas el Papa Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano, a tener fe por una decisión ética o una gran idea, sino por un encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a nuestra vida. Por un encuentro con Jesucristo». I sigue diciendo el Papa Benedicto: «Pablo recuerda a los cristianos de Éfeso que antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo “ni esperanza ni Dios” (Ef 2,12)».

¿Nos hemos encontrado con Cristo?

Quizás algunos pensaran o dirán por lo bajo: ¡Pero qué cosas dice el P. Alegre! Si somos bautizados por la Iglesia, vivimos en un monasterio nuestra vocación monástica, he hecho una opción por la vida religiosa, vengo a Misa los domingos, cumplo mis obligaciones… ¿Qué obligaciones?

Encontrarte cada día con Cristo, para reavivar tu fe, es la principal obligación de un cristiano. Porque nos puede pasar en la vida de fe como en la de tantos matrimonios que descuidan vivir cada día la seducción del amor, y así vienen las crisis de los 5 años, de los 20 o de los 40, o si me apuráis nada más volver del viaje de novios.

Cada día necesitamos vivir la seducción de Dios, dejar que Cristo nos seduzca, como sedujo a sus discípulos por los caminos de Palestina. Pero lo que entonces era un encuentro con la presencia humana de Jesús, hoy esta presencia se nos hace real a través de la Escritura. Así lo sugiere san Pablo a su discípulo Timoteo. Lo habéis escuchado en la segunda lectura: «Persevera en la doctrina que te han enseñado, recordando que las Escrituras que te han enseñado tienen el poder de darte la sabiduría que te lleva a la salvación».

¿Recuerdas la Palabra de Dios? ¿Tienes viva, como en carne viva tu relación con la persona de Cristo? Buscas cada día dejarte seducir por él?

Todavía añade san Pablo: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñar, convencer, corregir y educar en el bien, para que el hombre sea maduro y esté a punto para toda obra buena».

Cuatro verbos muy importantes, necesarios para dejarse seducir por Jesucristo: «enseñar». «Quien ignora la Escrituras ignora a Cristo» dice san Jerónimo. Necesitamos dejarnos enseñar por ellas en un contacto asiduo, intimo. El segundo verbo: «convencer», o sea no se trata de un aprendizaje de memoria, sino de abrir el corazón a la Palabra de Cristo, de modo que la hagamos nuestra. El tercer verbo, «corregir», porque es evidente que todos tenemos necesidad de ser corregidos por la sabiduría de la Palabra de Dios y ser educados por ella. «Educar» pues sería el cuarto verbo. La palabra educar significa sacar desde dentro, traerlo a la luz. O sea que la capacidad para la fe, para la vida de amor todos la tenemos dentro, pero debemos dejar que la Palabra de Cristo haga su obra en mí y me lleve a la madurez. Que consiste en pasar haciendo el bien, para que no haya crisis de fe en mi vida.

Pero viendo el duro panorama de nuestro tiempo, la superficialidad de nuestra vida de fe me pregunto si pueden ser verdad aquellas palabras del filósofo Kierkegaard:
«Estaré a solas con la Palabra de Dios, para escuchar lo que es una carta de amor de parte de Dios... Pero voy a hacerte una confesión: yo no me atrevo aún a estar absolutamente solo con la Palabra, en una soledad en que ninguna ilusión se interponga. Y permítaseme agregar: aún no encontré al hombre que tenga el coraje y la sinceridad de permanecer a solas con la Palabra de Dios. ¡A solas con la Palabra de Dios! Después de abrir el libro, el primer pasaje que cae bajo mis ojos se apodera de mí y me apremia; es como si el propio Dios me preguntase: ¿Pusiste en práctica eso? Y yo tengo miedo y evito su cuestionamiento prosiguiendo bien rápido mi lectura y pasando curiosamente a otro asunto».