26 de diciembre de 2010

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA NAVIDAD / Sagrada Familia

Alocución de Pablo VI en Nazaret (5 de enero de 1964)

«Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende, incluso, quizás de una manera casi insensible, a imitar esta vida.

»Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quien es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeo su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, de los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.

»Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del evangelio y ser discípulos de Cristo.

»Aquí recogemos algunas enseñanzas de la lección de Nazaret. Su primera lección es el silencio, luego una lección de vida familiar, y finalmente aprendemos la lección del trabajo».

De una homilia del papa Benedicto XVI (Navidad, misa de medianoche, 2006)

«El signo de Dios es la simplicidad o la sencillez. El signo de Dios es el Niño. El signo de Dios es que él se hace pequeño por nosotros. Y esta es su forma de reinar. No viene con poder, con grandeza exterior. Viene como un niño –inerme, necesario de ayuda- No se impone por la fuerza. No quiere otra cosa de nosotros que el amor, mediante el cual aprendemos a entrar en sus sentimientos, en su pensamiento, en su voluntad, aprendemos a vivir con él y a practicar con él la humildad de la renuncia que forma parte de la esencia del amor.

»Dios se hace pequeño para que podamos comprender, acoger, amar. Los Padres de la Iglesia, en su traducción griega del Antiguo Testamento encontraron una palabra del profeta Isaías que Pablo también cita para indicar que los nuevos caminos de Dios ya habían sido anunciados en el Antiguo Testamento: "Dios ha abreviado su Palabra". Los Padres lo interpretaban así. El Hijo mismo es la Palabra, el Logos; la Palabra eterna se hace pequeña hasta el punto que cabe en un pesebre. Se ha hecho pequeña para que lleguemos a comprender esta Palabra. La Palabra que Dios nos comunica en la Sagrada Escritura se había volviendo larga, profunda, con el paso de los tiempos. Jesús "abrevia" la Palabra y nos ayuda a redescubrir su profunda simplicidad y unidad. Todo lo que enseñaban la Ley y los Profetas se halla expresado, resumido —dice— en la palabra: "amarás al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente… amarás a los demás como a ti mismo". Eso es todo. Toda la fe se resuelve en este único acto de amor que abraza a Dios y a los hombres».

LA CARTA DEL ABAD

Queridos Juan y Carmen,

Estamos estos días celebrando esta fiesta entrañable de Navidad, quizás hoy ya no tan entrañable si recordamos tiempos pasados, con un ambiente familiar más definido. Estos días agobiantes de compras, gastos especiales….

Yo quiero compartir con vosotros estas dos lecturas que me han impresionado.

La primera es del libro «Ángeles de Wucro», sobre una misión de los Padres Blancos en Etiopía, que después de más de medio año de su lectura, me sigue impresionando cuando la recuerdo. La periodista Mayte, visita, con el misionero Olaram, Padre Blanco, una familia de la misión. «Dos niñas estaban al cuidado de un infiernillo de carbón sobre el que hervía un pequeño puchero. La madre estaba fuera intentando encontrar algo de "iñera", (una especie de torta de cereal, que viene a ser el pan básico de este país) Una de ellas levantaba la tapa de vez en cuando; la otra abanicaba el fuego con un trozo de cartón doblado. Llevábamos largo rato en casa y pensé que lo que hubiera dentro del puchero estaría de sobra cocido. Hasta que en una de las ocasiones que levantaron la tapa, me asomé y descubrí que el contenido era únicamente agua. Esto, dice Mayte, me hizo recordar otra historia: la de una mujer que por las noches ponía piedras en una cazuela con agua para engañar a sus hijos hasta que cayesen dormidos, agotados por la espera y el sueño, con la esperanza de conseguir al día siguiente algo que darles de comer».

La segunda, un artículo del Diari de Tarragona (13.12.2010): «Nos acercamos a la Navidad, esa fecha en que la fiebre consumista nos invade y en la que los comercios abren todos los domingos, para facilitarnos las compras y para que renunciemos a ese fin de semana, prácticamente el único, consagrado al descanso y a la familia… Prometo no comprar, no correr, no hacer recados ni regalos. A menos que sea imprescindible. Al fin y al cabo, también yo, aunque sea anticuado, soy, como decía al principio, una víctima de esta modernidad».

Y a la vez me llega el eco de la Palabra de Dios de la fiesta de la Sagrada Familia, en un clima de futuro, muy duro para la familia: «Tened los sentimientos que corresponden a elegidos de Dios: misericordia entrañable, bondad, comprensión, sobrellevaos mutuamente, perdonaos cuando uno tenga quejas contra otro. Y por encima de todo el amor que es el ceñidor de la unidad».

No sé que decir más. Todo esto me deja perplejo, silencioso. Un silencio del que solo me nace una palabra: ¿en invierno puede haber Navidad?

Juan y Carmen, os deseo que no os falte en ningún momento la paz de Cristo.

+ P. Abad

25 de diciembre de 2010

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISA DEL DÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,7-10; Salm 97,1-6; Hebr 1,1-6; Jn 1,1-18

Escribe Paul Claudel: «Cuando uno tiene necesidad de Dios, no como una relación mundana necesaria, o como unas ceremonias o culto que le tributamos, sino como una necesidad vital, esencial, continua, indispensable, entonces utiliza un lenguaje "abreviado", no digo un lenguaje familiar, sino un lenguaje mucho más brutal que el familiar. Como esos recién nacidos que no se andan con melindres con el seno de la madre que les amamanta».

Si Dios es el Viviente, si es nuestro amigo, entonces por qué no dejar que su palabra brote como una necesidad urgente, y no como una especie de suplemento del alma. Porque tenemos necesidad de Dios. Nosotros, los creyentes, para vivir su amistad singular. Pero, incluso los ateos o agnósticos tiene necesidad de Él, aunque sea para negarlo.

Entonces, se trataría de hacer nuestra la Escritura, la Palabra de Dios, sin que deje de ser Palabra de Dios. Se trataría de apoderarse de las palabras que Dios nos ofrece para devolvérselas, desde nuestra condición humana.

Como dice también Claudel: «Traducir Dios a mi vida y traducir mi vida a Dios, con la ayuda de este órgano que Él ha querido entre mis dientes».

Es la escena que nos propone el libro de Jeremías de manera dramática cuando el profeta nos habla de la seducción de Dios en su vida: «me forzaste, me violaste, tu palabra se me vuelve escarnio y burla por fuera y por dentro la sentía como fuego ardiente encerrado en mis huesos».

Esta misma Palabra que seduce a Jeremías es la que acabamos de escuchar. El evangelio dice lacónicamente: La Palabra era Dios. La Palabra tenía vida. La Palabra era luz. La Palabra se ha hecho carne, revestido de naturaleza humana.

Esta vida es luz, y «esta luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas la rechazan». Pero el mundo no conoce a esta Palabra, no la ha recibido. No se puede conocer lo que se rechaza. La Palabra sigue siendo escarnio y burla por fuera, y por dentro ¿la sentimos como fuego? Dice el poeta:

«Ya no hay luz en el mundo.
Toda la luz está en nuestro interior.
Toda la luz está entre nuestras cejas,
en ese centro o punto
donde un tiempo eterno
nos está contemplando.
No olvides la palabra sin letras,
la que entreabre muros
y es flecha hacia el abismo
de la luz.
No olvides la palabra
que aún grita su silencio».

La belleza de estos versos es invitación a despertar la luz y la vida que la Palabra del Evangelio pone en nuestro espacio interior, si de verdad la recibimos. Traducir la palabra de Dios a la nuestra vida. Guardarla hasta que despierte como fuego, un fuego de luz y de vida. Como fuego que entreabre muros y hace de nosotros profetas que no pueden contener el fuego y la derraman sobre los montes como mensajeros de paz.

Ser instrumentos de Dios en el mundo, ser mensajeros de su paz, nos exige ser totalmente suyos, sin reservas. Como expresan sus sentimientos el Amigo y el Amado en este precioso diálogo de Ramón Llull: «El Amigo decía a su Amado: "Tú lo eres todo, tú estás en todas partes, en todo y con todo. A Ti yo quiero darme todo entero, para poseerte por entero, y para que Tú me poseas todo entero". Y el Amado respondió: "tú no puedes tenerme todo entero sin ser por completo mío". Y el Amigo le respondió: "Tenme todo tuyo y yo te tendré todo entero". El Amado respondió: "Pero si tú me tienes todo tuyo, ¿quien tendrá a tu hijo, tu hermano tu padre?". El Amigo le dice: "Tú eres de tal manera y tan abundante que puedes ser todo entero de aquel que se da a ti por completo".

Navidad es la donación por completo del Amado, de nuestro Dios al Amigo, a su criatura: «ha plantado su tienda entre nosotros, para que contemplemos su gloria».

¿Cuál es ahora nuestra respuesta?

Si escuchas su Palabra toda la luz está dentro de ti, no como una palabra con letras, sino como palabra que destila luz y vida.

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISA DE MEDIANOCHE

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 9,2-7; Salm 95,1-3.11-13; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14

El evangelio nos ha descrito de manera sencilla, y con los elementos más simples el primer Belén: María y José camino de Belén, peregrinos, un espacio en un pesebre, unos pastores… y poco más. Unos ángeles cantando en la noche, como testimonio de la reconciliación de cielo y tierra, que viene a realizar el Mesías Salvador. Después vino toda un rica tradición de hacer el Belén, de contemplarlo, cantar… Y ha entrado en juego la imaginación creadora del hombre.

Así nos cuenta Claudel lo que lo que ve, lo que contempla en Belén, lo que vive, situándose dentro de él: «El tiempo se ha cumplido. Es la noche de Navidad. ¡Mirad! Un agujero, un rincón cualquiera, un establo, para resguardarse, dos presencias de cuatro patas que son el buey y el asno. Esta pareja de refugiados se establecen aquí, sin garantías contra el rigor del invierno, con aromas de estiércol, al no tener albergue humano. Limpian un poco el suelo, disponen las escasas cosas que traen. Todo no llega a un paquete grande. A parte, bien colocadas como en la sacristía están las humildes ropas del niño, las camisas, pañales... El ángel ha dicho que no hay que preocuparse de nada más. Pero, como es preciso comer, los esposos han comulgado con un viejo trozo de pan. Han colgado en un rincón la linterna que hace una extraña luz. José se sienta, no dice nada, no tiene que hacer mucho camino hacia el interior de sí mismo para encontrar la compañía del Eterno, cuya enseñanza principal es la palabra: ¡Sí, Amen! La Virgen también se sienta. Hay un momento en que se pone de rodillas, yo no pregunto, yo miro. Ella está tranquila, tiene los ojos cerrados, y suficiente para mí estar presente sin desear que ella me vea. No hay otro murmullo que la respiración de los animales. El asno enseguida se ha abandonado a una especie de rebuzno que no acaba: ¡un grito que sacudía el cielo y la tierra! Ha pasado tiempo hasta que se ha hecho el silencio. El tiempo pasa. Una hora, dos horas, y aquella que les sucede se anuncia como un crecimiento de la solemnidad. Hay en el corazón de José una recitación de salmos, él comprende, él se estremece; he aquí que se pone a llorar, llega el Verbo inescrutable».

Claudel lo contempla en un clima de Eucaristía. En medio de este ambiente rural y sencillo de Belén «aparece la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar una vida sobria, honrada».

Claudel contempla este ambiente destacando ese clima de Eucaristía, la pobreza del espacio, el rigor del clima, las escasas pertenencias de los viajeros, ambiente cósmico…

Nosotros, inmersos en esta tradición navideña hacemos nuestros belenes, nuestros Nacimientos, pero quizás nos situamos en una actitud externa, para contemplar una obra bella. Pero no hay belleza en un belén. La belleza en este belén del evangelio la pone el Misterio de Dios, la pone María y José, dóciles instrumentos del amor de Dios. Esta belleza de Dios cubrirá y salvará la pobreza humana.

Viene Jesús, viene a salvar a todos los hombres. Dios trae la reconciliación a toda la humanidad.

Entonces habría que afirmar que todo el mundo, toda la tierra, es un inmenso belén. ¿Cómo contemplamos hoy este belén? Pues la misma Palabra de Dios nos da algunas sugerencias muy certeras: Una sociedad que habita tierras de sombras, una sociedad con mucho déficit de verdadera alegría. Un sociedad sobre la cual muchos opresores de todo tipo descargan sus varas, y quebrantan sus huesos; muchas botas empapadas en sangre.

Y sobre este material tenemos que construir nuestros belenes. Sobre este pesebre debe recostarse hoy el Mesías, el Señor. Sobre este horizonte sangrante de nuestro mundo debe recostarse el mismo Misterio de Amor que hace XX siglos, María recostó sobre un pesebre. Lo hizo bien María. Lo hizo bien José. Por eso los ángeles cantan la gloria de Dios y desean la paz a la tierra.

Pero hoy somos nosotros los peregrinos. Hoy somos nosotros los que vamos camino de Belén, debemos construir el Belen, y debemos depositar el Misterio del Amor en esta sociedad sombría, donde crece la ausencia de la religión, donde crecen los deseos mundanos, donde, y hoy más que nunca, todos tenemos necesidad urgente de más sobriedad en una sociedad donde unos comemos en exceso y otros mueren por defecto.

Hoy hay necesidad de construir estos nuevos belenes, de contemplarlos, y depositar en ellos el Misterio del Amor, «la Maravilla de Consejero, el Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz». Porque una Navidad si paz, verdaderamente no es Navidad.

19 de diciembre de 2010

TEXTOS PARA EL ADVIENTO IV

De los sermones de san Beda el Venerable, presbítero

El evangelista san Mateo describe con pocas palabras, pero fielmente, el nacimiento del Señor y Salvador nuestro Jesucristo, el cual, siendo Hijo eterno de Dios, desde todos los siglos, apareció en el tiempo como hijo del hombre, insertándose en la genealogía de los padres, desde Abraham hasta José, el esposo de María.

Era necesario desde todos los puntos de vista, que Dios al hacerse hombre por amor a los hombres, naciera de una virgen; porque no podía ser que una virgen diera la vida a alguno que no fuera Hijo de Dios.

«La virgen tendrá un Hijo, y le llamarán Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros». Este nombre, con el cual el profeta designa al Salvador, Dios con nosotros, significa las dos naturalezas de Cristo en la única persona del Hijo de Dios. Nacido del Padre antes del tiempo, se hizo, en las entrañas de una madre, el Emmanuel, es decir, Dios con nosotros; se dignó asumir nuestra frágil naturaleza en la unidad de su persona cuando «el que es la palabra se hizo hombre y plantó su tienda entre nosotros»; es decir, de una manera admirable comenzó a ser lo que somos nosotros, sin dejar de ser lo que era, asumiendo nuestra naturaleza sin perder la suya.

María da a luz a su hijo primogénito, es decir, al hijo de sus entrañas; dio a luz a aquel que antes de la creación ya era Dios nacido de Dios, y en su humanidad creada estaba por encima de toda otra criatura. «Y le puso el nombre de Jesús».

Jesús es el nombre del hijo de la virgen, el nombre indicado por el ángel, y que significa que venía a salvar al pueblo de sus pecados. El que salva de los pecados salvará también del desorden derivado del pecado en el alma y en el cuerpo.

Del tratado de san Irineo, obispo, contra las herejías

Hay un solo Dios, quien por su palabra y su sabiduría ha hecho y puesto en orden todas las cosas.

Su Palabra, nuestro Señor Jesucristo, en los últimos tiempos se hizo hombre entre los hombres para enlazar el fin con el principio, es decir, el hombre con Dios.

Por eso, los profetas, después de haber recibido de esa misma Palabra el carisma profético, han anunciado de antemano su venida según la carne, mediante la cual se han realizado, como quería el beneplácito del Padre, la unión y comunión de Dios y del hombre. Desde el comienzo, la Palabra había anunciado que Dios sería contemplado por los hombres, que viviría y conversaría con ellos en la tierra, que se haría presente a la criatura por él modelada para salvarla y ser conocido por ella, y, «librándose de la mano de todos los que nos odian», a saber, de todo espíritu de desobediencia hacer «que le sirvamos con justicia y santidad todos nuestros días», a fin de que, unido al Espíritu de Dios, el hombre viva para gloria del Padre.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel,

Llegamos a las vísperas de Navidad. La vida litúrgica en el templo, la lectura de la Palabra y su meditación en la lectio, nos ayuda a ambientarnos espiritualmente. I si nos asomamos a las calles de las ciudades empieza a crecer, si no está ya muy crecido, el clima navideño, en luces, compras… A pesar de la crisis.

La Palabra de Dios de este domingo 4º de Adviento ya nos sugiere el punto alrededor del cual va a girar la Navidad: «La Virgen tendrá un hijo y le dirán Emmanuel, que quiere decir "Dios con nosotros"».

Y es muy posible que, como en años anteriores, no falte la prensa con sus opiniones, artículos, reportajes… para resaltar que Navidad, la tradicional Navidad está desapareciendo: menos manifestación religiosa, más secularización, menos ambiente familiar, templos más vacíos. ¿Una victoria del hombre modernos?

¿Qué piensas de todo esto? ¿Crees que nos encontramos con esta "inversión" navideña? Yo no estoy tan seguro de ello. Lo que sí pienso es que los humanos llevamos una fuerte carga de confusión, desorientación, vacío… ¿En este "invierno seco" de nuestra sociedad, puede haber una "Navidad viva"?

Porque la Navidad se centra en el nacimiento de un niño, de una persona humana, que resume un profundo misterio humano-divino: «Emmanuel, es decir "Dios con nosotros"».

A mí no me preocupan las iglesias vacías en Navidad. Porque las iglesias o los templos se llenan o se vacían con los hombres y mujeres de cada tiempo, para celebrar la infancia que nos salva.

Pero ¿qué esta pasando fuera de los templos, en nuestra sociedad?

Un dato citado en la reciente entrevista de un periodista alemán con el papa Benedicto XVI y publicada en un libro: «Los gobiernos de hoy suman deudas de cantidades jamás vistas. Un solo país como Alemania gasta en 2010 más de 43.000 millones de euros solo para pagar intereses a los bancos, o sea que a pesar de nuestra riqueza o bienestar occidental llevamos un tren de vida por encima de nuestras posibilidades. Con estos pagos de intereses serí suficiente para suministrar alimentos durante todo un año a todos los niños de los países en vías de desarrollo».

Otros datos: padres que no saben, no pueden o no quieren vivir el diálogo de la vida con sus hijos, abdicando su responsabilidad en otras instancias educativas, y en las que no confían o no apoyan totalmente, en una muy viva contradicción. Una infancia abandonada a sus caprichos, como una única tarea educativa. Y no digamos ya de una infancia secuestrada para convertirla en infancia-soldado, o infancia-esclava…

Difícilmente una sociedad así puede celebrar Navidad. Los templos seguirán llenándose de vacío silencioso, a la espera de otros hombres y mujeres capaces de acoger una palabra de vida, una infancia, verdadera precursora del Mesías.

El hombre busca nuevos caminos con los que llenar su vacío y sustituye el Nacimiento por el "Árbol". Y al hombre le vuelve a nacer la contradicción. Precisamente cuando quiere celebrar la Navidad con estos nuevos símbolos, es cuando más está atentando la humanidad contra el medio ambiente.

Podría poner otros datos. Quedan los regalos. Al menos aquí puede dar ocasión a su ilusión, a su esperanza… Y la crisis económica se la viene a recortar también.

¿Qué te parece, Miguel, este panorama? No soplan buenos vientos para la Navidad.
Yo pienso que Cristo, ese Mesías anunciado, sólo nace en el silencio de la noche. Es necesario apagar los ruidos.

No es fácil encontrar una noche silenciosa en la vida de los hombres, en cuyo corazón no cesan de caer cosas, objetos… el hombre se entretiene con el estrépito de las cosas hasta ensordecer.

Y el corazón se hace se inutiliza para acoger una buena palabra, una palabra que necesita mecerse en la cuna del silencio, que es la única cuna donde puede recostarse y nacer el Cristo que salva. ¿Qué Navidad esperar celebrar, con tu mujer y tu hija?

Un abrazo,

+ P. Abad

12 de diciembre de 2010

TEXTOS PARA EL ADVIENTO III

Del comentario al Evangelio según san Lucas, de san Ambrosio, obispo

«Juan representa la ley, la cual anunciaba a Cristo. Pero esta ley, retenida cautiva en los corazones sin fe, no podía dar plenamente testimonio del plan de Dios sin el suplemento de la autoridad evangélica. Juan, pues, envía sus discípulos a Cristo, para que tenga un conocimiento mayor, ya que Cristo es la plenitud de la ley.

»El Señor sabe que nadie puede tener fe plena sin el Evangelio. En efecto, si bien la fe comienza ya en el AT, no queda ultimada sino con el NT. Jesús responde a la pregunta sobre su persona manifestándose no con una palabra cualquiera sino con hechos: "Id a anunciar a Juan —dice Jesús— lo que habéis visto y habéis sentido decir: Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los desvalidos reciben el anuncio gozoso del evangelio".

»Pero, sin embargo, todos estos ejemplos que el Señor como testimonio todavía no son suficientes: la plenitud de la fe es la cruz del Señor, su muerte, su sepultura. Y todavía añade: "Y feliz aquel que se queda defraudado conmigo"».

De los sermones de san Agustín, obispo

«Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna.

»Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que un ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón.

»Pero veamos como suceden las cosas en la misma edificación de nuestro corazón. Cuando pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente en mi corazón; pero, si quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que ya está en el mío.

»Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra que hay ya en el mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el sonido de la voz hace llegar a ti el entendimiento de la palabra; y una vez que el sonido de la voz ha llevado hasta ti el concepto, el sonido desaparece, pero la palabra que el sonido condujo hasta ti está ya dentro de tu corazón, sin haber abandonado el mío.

»El sonido de la voz se dejó sentir para cumplir su tarea y desapareció, como si dijera: "Esta alegría mía está colmada". Retengamos la palabra, no perdamos la palabra concebida en la médula del alma».

LA CARTA DEL ABAD

Querida Pilar,

He recibido tu carta, muy viva, que he leído y releído. Me ha llamado la atención, sobre todo, este párrafo: «Necesito, eso sí, mucha luz y mucha paz. No sé cual es mi misión, pero a estas alturas de mi vida creo estar segura que mi misión es "cuidar" a hijos, marido, padres. Eso sí, espero y así lo creo que a mí me "cuida" el padre celestial. Ojalá que, como me dices en tu carta, mis hijos piensen como "Winston Churchill" y digan cuando ya no esté en este mundo que causé una brillante impresión en su infancia, y que brillé como el lucero del atardecer y que me quieren profundamente».

Es evidente, Pilar, que todos necesitamos mucha luz y mucha paz. La sociedad hoy se mueve inmersa en una profunda oscuridad, tanto en sus horizontes, como en el interior; en su conciencia. Es normal que te surjan esos interrogantes.

El mismo Juan Bautista que es el precursor de Jesucristo de quien da un testimonio fiel ante lo adverso del ambiente que le rodea vuelve a preguntarse si lo hizo bien cuando dice: «Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro». La respuesta de Jesús con la obra que está llevando a cabo imagino que daría seguridad al Bautista.

¿Cuál es la obra que estas llevando a cabo? Como ama de casa cuidar de los tuyos. Estás llevando a cabo aquello que es lo más peculiar de la mujer: cuidar la vida, o cuidar de los tuyos, estando al servicio de la vida.

Pero la mujer además de ser colaboradora del Dios de la vida, toma otro rasgo de este Dios que se define como "amor". Así que haciendo ese servicio con "amor", siendo reflejo del corazón divino, puedes estar segura que causas una brillante impresión, que eres como el lucero del atardecer…

Quizás lo tuyo sea sólo una gota de agua. Pero esta gota es necesaria, pues vivimos en un yermo árido. Hoy se dice que la desertización va avanzando hacia el norte. La material así es; pero hay otra desertización espiritual que lleva un amplio espacio por delante.

Es necesario que la mujer trabaje hoy con este espíritu. Necesitamos la presencia de Dios con ese toque femenino para que la aridez del desierto se transforme en la belleza del monte Carmelo.

La mujer, por vuestra constitución, sois más espirituales. No me explico como hemos complicado entre todos la historia; y, como resultado, vosotras pasasteis a un segundo plano, a constituiros en las personas sumisas. Todo esto ha dado a luz una sociedad más dura, más sujeta a la norma pura y dura. Y la norma pura y dura seca, ahoga la vida. Finalmente la sociedad está abocada a un menosprecio creciente de la vida.

En esta sociedad sigue habiendo muchos ciegos, cojos, leprosos, inválidos incapaces de caminar sin muletas… Jesús da una respuesta con su permanente delicadeza con las personas, con su profunda humanidad, con su actitud de servicio.

Por todo ello, porque creo en lo valioso y necesario de vuestro servicio espiritual, te pido que sigas haciendo ese servicio amoroso a los tuyos. Pero no con una actitud de sumisión, sino con el gesto consciente de que sin él sociedad se empobrece más; con una actitud de testimonio que sea también una llamada al hombre a promover estos valores en una sociedad que necesita entusiasmarse por la vida.

+ P. Abad

8 de diciembre de 2010

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 3,9-15.20; Salm 97,1-4; Ef 1,3-6.11-12; Lc 1,26-38

San Pablo, comienza su epístola a los Efesios con un grito desbordante de entusiasmo: «Bendito sea Dios, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales». Un grito que encontramos también en otras epístolas. Es normal en un enamorado del Cristo, como lo era Pablo.

Necesitamos ser bendecidos. Los hombres estamos llenos de miedos, angustias, inseguridades; necesitamos ser bendecidos. Los hijos necesitan la bendición de sus padres, y éstos la de los hijos; necesitan la bendición mutua marido y mujer, maestros y discípulos, obispos y sacerdotes, médicos y pacientes, abad y monjes…

La palabra bendición literalmente significa «hablar bien», decir cosas buenas de alguien. Tenemos que afirmarnos los unos a los otros. Sin esta afirmación es difícil llevar una vida satisfactoria. Bendecir es más que una palabra de alabanza o de aprecio; más que hacerle ver las buenas cualidades… Bendecir a alguien es afirmarlo, decir sí a la condición de amado de una persona. Una bendición va mucha más allá de la admiración y de la condena, de la distinción entre virtudes y vicios. La bendición tiene que ver con la bondad original del otro. Una bendición crea aquello que dice.

Dios también tiene necesidad de ser bendecido. Dios tiene también necesidad de ser afirmado, creado en nuestra vida personal. Dios nos ha bendecido primero, nos ha afirmado, «creado en Jesucristo, y nos ha dado toda clase de bienes espirituales y celestiales».

Pero viene la segunda parte: Dios tiene necesidad de ser bendecido, creado o configurado en nuestro corazón. Nosotros somos los amados en virtud de esa primera bendición de Dios, pero tenemos que convertirnos interiormente en amados. Ser conscientes de que Dios me ama. Es cierto que somos hijos de Dios, pero tenemos que llegar a serlo interiormente. «La gloria de Dios es que el hombre viva», dice san Ireneo, pero habría que añadir que «la gloria del hombre es que Dios viva, en el corazón del hombre».

Convertirnos en amados es el gran viaje espiritual que tenemos que hacer. Debe ser nuestra gran pasión, nuestro sueño diario, nuestro entusiasmo. Si san Agustín tiene razón cuando dice: «Dios mío, mi alma está inquieta hasta que descanse en ti», el hombre es un permanente buscador de Dios. Lo que verdaderamente da sentido, sabor a nuestra existencia.

Ser buscadores de Dios, para que se realice en nosotros el primer pensamiento de Dios sobre nosotros: «elegidos ya antes de crear el mundo para ser santos ante él por el amor. Dios nos ha pensado para la santidad». Es el primer objetivo divino.

Y nosotros le fallamos y hacemos la opción de otros caminos. Dios también hace otra opción: «nos destinará a ser hijos, y para ello nos dará la gloria, el esplendor, el brillo de su gracia». Y será una oferta hecha en nuestro propio lenguaje, en nuestra propia naturaleza, en la persona de Cristo.

Y volvemos a fallarle, y rechazamos está nueva oferta del Padre. Pero el Padre como si tuviera en cuenta con antelación la dureza de nuestro corazón, «nos hace participes de su herencia por medio del Espíritu de amor». Nos da el sentido del amor iluminado. «Para poder ver con los ojos del corazón aunque sea por un momento, el fulgor de la gracia iluminante». (Guillermo de S.T, Spec. PL 180,392B) «Para transformarnos de claridad en claridad en su imagen por obra del Espíritu del Señor». (2Cor 3,18)

Con este sentido del amor se nos abre el camino para ir bien equipados en nuestro viaje espiritual, para hacer el viaje interior.

Pero Dios en su amor no solo nos otorga sus bienes, pone a nuestro alcance los bienes espirituales y celestiales, sino que nos concede una buena guía para el camino: Santa María. Aquella que acoge con plena fidelidad la iniciativa del amor divino.

Ella realiza el primer pensamiento de Dios correctamente, sin defecto alguno. Por esto le invita el ángel: «Alégrate María, llena de gracia. Llena de gracia, santa». Contemplamos en María esa mutua bendición de Dios y el hombre. El Señor está con ella, la ha bendecido, la nueva criatura, la nueva Eva, la que nos lleva al paraíso definitivo. Y María con su gesto de aceptación bendice a Dios lo recrea en su seno envolviéndolo en nuestra naturaleza.

El trasfondo de esta fiesta de la Inmaculada tiene la idea de que el hombre no es el arbitrio absoluto de su propio destino, el artífice único del propio progreso, sino que hay que contar con la primacía absoluta de la iniciativa de Dios en la historia de la Redención, que se manifiesta de manera singular en la historia de la Virgen Madre del Señor.

San Anselmo bendice a santa María con estas preciosas palabras que os invito a hacer vuestras: «¡Oh mujer llena de gracia, sobreabundante de gracia, cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo, por tu bendición queda bendita toda criatura, no solo la creación por el Creador, sino también el Creador por la criatura!» (Sermón 52)

5 de diciembre de 2010

LECTIO DIVINA

SALMO 24 (23)

1. Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todo sus habitantes:
2. él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

3.¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

4 .El hombre de manos inocentes,
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
5. Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

6. Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

7. ¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la Gloria.

8. ¿Quién es ese Rey de la Gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

9. ¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la Gloria.

10. ¿Quién es ese Rey de la Gloria?
El Señor, Dios de los Ejércitos:
Él es el Rey de la Gloria.

Salmo sobre la glorificación y resurrección del Señor, que tuvo lugar el primer día de la semana que se denomina "día del Señor" o domingo. (San Agustín)

Estructura del salmo

Es una pieza litúrgica con dos grupos de personas: un grupo se acerca en procesión a las puertas del templo, y otro grupo les abre y les recibe. Esta liturgia ofrece una meditación sobre la grandeza de Dios, y la exigencia moral para entrar en su templo, para afirmarnos en nuestra fe. Puede considerarse como una buena exposición pedagógica acerca de nuestra relación con Dios.

Hay otros textos del Antiguo Testamento que ayudan a la explicación.

2Sam 6, 13-15. El Señor avanza para entrar, mediante el Arca signo de la presencia de Dios.

Ex 40, 21. 34. Nos habla de la entrada del Señor.

O también, Ez 43,4 describiendo la vuelta del destierro.

En sentido histórico vendría a ser un himno o composición que conmemora litúrgicamente el acontecimiento de 2Sam 6. Se puede considerar un canto de victoria. O una metáfora de una teofanía litúrgica. Pertenece a alguna fiesta litúrgica, como la renovación de la alianza en la fiesta de las chozas, o la entronización de Yahvé en el año nuevo. Vinculado a la escatología como canto de esperanza en la futura restauración.

El salmo puede tener varias lecturas en diversas situaciones.

Tiene una composición armoniosa:

v. 1-2. Género solemne, propio de los salmos reales. Ensalza a Yahvé, creador del universo y de los hombres. Dimensión cósmica. Universal, sin distinción de pueblos.
v. 3-6. Relación culto-conducta moral. (cfr. Sal 15) Línea profética (Am 5,1-5; Jer 7,20-28).
v. 7-10. Diálogo sobre el Señor que entra en el santuario, quizás al trasladar el Arca (2Sam 6).

Lee

Haz una primera lectura despacio, no como quien lee los titulares de los diarios para pasar luego a otra cosa. No leas el salmo con la prisa con que vives la vida diaria. Una primera lectura del salmo, con la actitud de quien entra en una buena exposición de pintura, o con la de quien va recorriendo y se va adentrando en el paisaje de un valle de alta montaña... Se va con pausa, dejando que la belleza envuelva; admira, contempla y deja que el entorno te conmueva. Con los salmos también. El salmo es un diario con noticias siempre de actualidad, pues pone ante nosotros la perenne actualidad de los interrogantes de la vida humana. Es un paisaje paradisíaco para abrirnos a la belleza; pues por entre sus versos se pueden escuchar los pasos del Señor que se hacen luz para los nuestros.

Haz una lectura en el marco de la creación, de la naturaleza, pensando en aquella palabra del Señor: «He aquí que vengo y hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).

Medita

Una gran procesión llega al templo, y a las puertas pregunta las condiciones para entrar. Viene la respuesta con dos condiciones positivas y dos negativas.

Un canto por la victoria de Cristo sobre la muerte, por la reconciliación de los hombres con Dios, vueltos de nuevo a la amistad y a la gloria de Dios, incorporados al cortejo de Cristo vencedor de la muerte. Una meditación como una lectura con la clave de la Resurrección de Cristo y la tuya propia que te despertará una profunda confianza. Y una alegría interior.

v. 1-2. Dios domina la tierra y sus habitantes. Dios habita en ella y le gusta pasear como puede hacer un agricultor por sus fincas. (recordar Gen 3,8) Creada por Dios la tierra tiene un carácter religioso. Presentir y gozar del rumor cercano de las fuentes de la vida… que estamos estropeando con nuestros atentados al medio ambiente.

Puedes llevar a tu meditación que Cristo ha venido a recuperar toda esa belleza para ti, para todos los hombres. Cristo con su nueva creación convoca, por medio de la Iglesia, al nuevo paraíso. Dios construye su paraíso sobre la inestabilidad de las aguas, sobre la fragilidad de la Iglesia, pero también sobre la Roca de su Palabra.

v.3-6. La ascensión al monte está cargada de simbolismo. En la montaña está Dios. Y para acercarse se necesitan unas condiciones. Así Dios dice a Moisés: «Descálzate porque el lugar que pisas es sagrado» (Ex 3,5). Dios es fuego. Dice Isaías: «Quien de nosotros podrá soportar una hoguera perpetua; quien de nosotros podrá soportar un fuego devorador» (Is 33,14). Quizás sólo los místicos entienden este lenguaje, cuando nos dicen que nosotros somos un «leño que debemos acercarnos al fuego para convertirnos también en fuego». (San Juan de la Cruz)

Nos habla del grupo que llega a las puertas del templo pidiendo entrar. Inocencia. Pureza de manos como sede de las cosas externas. Pureza de corazón, como sede de los pensamientos y deseos internos. Hay que orientar todo nuestro ser hacia Dios. No ídolos. Reprimir lo instintivo que nos lleva la vanidad, al vacío…

Recibir la bendición de Dios es ser reconocido por Dios. Recreado, ser nueva criatura…

La característica de nuestra condición humana: buscar a Dios. Se dice del monje que es el que busca a Dios. Pero en los antiguos catecismos de preguntas y respuestas se decía muy acertadamente: «el hombre ha sido creado para conocer y amar a Dios en esta vida y gozarle en la otra», lo que viene a coincidir con el camino del monje. Y es que todo corazón humano esta hecho para lo más grande, para el Absoluto. Incluso los que niegan a Dios tienen esta sed en su corazón.

Paul Claudel dice: «la generación se ha puesto en el camino de búsqueda de Dios».

Todas las generaciones han hecho, hacen o harán este camino de búsqueda. De una manera o de otra. Con más o menos conciencia de ello. Pero no podemos buscar a Dios sin un cambio de vida. Es una de las tareas más bellas de la vida cristiana: ser buscador de Dios. Es lo único que puede llenar la vida. Así lo han entendido y lo han expresado los místicos: «Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura» (Santa Teresa de Jesús).

No todos llegan a vivir la alegría de la presencia divina en esta vida. Sólo los que viven la pureza de corazón de acuerdo a las condiciones que nos pone este salmo, que viene a coincidir con las enseñanzas de Cristo como nos sugiere San Cirilo de Alejandría: «¿Qué debe hacer aquel que desea subir al "monte espiritual"? El Espíritu Santo responde y el salmista anuncia de alguna manera el sermón de Cristo sobre la montaña».

v. 7-10. Los últimos versos te invitan a contemplar el triunfo de Cristo, su glorificación, su entrada a la gloria.

El texto de Filp 2,1-11 puede ayudarte en la meditación y contemplación de esta gloria del Señor.

Cristo es cabeza de la humanidad nueva. Por eso afirma Eusebio: «El Hijo de Dios entra con todos los suyos; los ángeles salen al encuentro y le ovacionan». Y también San Ambrosio: «Las puertas eternas se abren: no es un hombre el que entra, sino el mundo entero en la persona del Redentor de todos». Y San Gregorio Nacianzeno: «Puesto que Él sube al cielo sube también tú con Él, uniéndote a los ángeles que le acompañan y le reciben. Manda a las puertas que se abran con solemnidad para recibir a Aquel que su Pasión ha glorificado y engrandecido».

El profeta Isaías nos cuenta las circunstancias de esta subida del Señor: «Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán. Yo iré delante de ti, allanándote los cerros; haré trizas las puertas de bronce, arrancaré los cerrojos de hierro, te daré los tesoros ocultos, los caudales escondidos» (45,1-3).

Ora

Recita los versos 7-10, con el deseo de que Cristo entre en tu corazón, en tu vida…

Contempla

La victoria de la Cruz. Contemplar la Cruz pero buscar centrar esta cruz en la vida nueva de la Resurrección. También puede ser interesante un prolongado paseo por el campo, mirando y acompañado por el "rumor" del salmo puede ser un buen tiempo contemplativo. Dejad que resuene en tu corazón que quiere amar: Aleluya. Canta a Dios.

TEXTOS PARA EL ADVIENTO

San Ambrosio, obispo (s. IV), Comentario al evangelio de san Lucas

«Dios puede dar hijos a Abraham de estas piedras». Dios, en efecto, tiene el poder de transformar una naturaleza en otra; pero, en este caso, es más útil para mí el misterio que el milagro. Quiero decir que esas palabras se refieren a Cristo, y no puedo reconocer aquí otra cosa que lo que se refiere a la edificación de la Iglesia. Estas piedras, en efecto, son las piedras vivas que se elevan para construir la casa de Dios, el templo santo, gracias a la conversión de nuestros corazones. Sí, Dios quería "tocar" con su amor la dureza de nuestros corazones, transformar aquellas piedras que eran piedras de escándalo, en adoradores fieles. «Dios puede dar hijos a Abraham incluso a partir de estas piedras». ¿No eran piedras aquellos paganos que servían a los ídolos de piedra? Tal como dice el salmo: «Serán con ellos los que los fabrican».

Eusebio de Cesarea, obispo (s. III-IV), Comentario al libro de Isaías

Una voz grita en el desierto: «Preparad un camino al Señor, allanad una calzada para nuestro Dios». El profeta declara abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino en el desierto; a saber que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación de Dios llegará al conocimiento de todos los hombres.

Todo esto se decía porque Dios había de presentarse en el desierto, impracticable e inaccesible desde siempre. Se trataba, en efecto, de todas las gentes privadas del conocimiento de Dios, con las que no pudieron entrar en contacto los justos de Dios y los profetas.

Por este motivo, aquella voz manda preparar un camino para la Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y asperezas, para que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad. «Preparad un camino al Señor»: se trata de la predicación evangélica y de la nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios llegue al conocimiento de todos los hombres.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen,

He leído estos días en la prensa lo siguiente: «La violencia machista es la primera causa de muerte entre las mujeres de 15 a 44 años, en todo el mundo, por delante del cáncer, la malaria, accidentes y tráfico y guerras. Un dato que evidencia una lacra social muy extendida… que requiere un cambio social cultural muy profundo». (Editorial de Avui 25.11.10)

Esto sucede en una sociedad que alardea de igualdad de género, de igualdad de oportunidades de hombre y mujer; de que se promociona a la mujer poniendo cuotas de representación en instituciones… Me pregunto si todo esto no será disimular una verdadera injusticia, en una sociedad donde se tiene la impresión cierta de que domina el hombre. A la mujer no la tiene que promocionar el hombre, ella tiene suficiente capacidad y recursos para promocionarse a sí misma.

Nuestra sociedad no valora la vida. Valora la cantidad, no la calidad, el tener. Y otros temas, como la guerra, el aborto, la eutanasia… que hacen pensar que difícilmente puede tener un aprecio auténtico por la mujer, por su dignidad, teniendo ésta como uno de sus dones más preciosos el de ser colaboradora del don de la vida. La mujer está al servicio de la vida. La sociedad machista le organizará grandes prostíbulos o la contemplará como un objeto… Pero no le reconoce y valora ese don singular de servicio a la vida.

Quizás no sea casual esta situación de la mujer en el centro de una mala nota de prensa.

Leo en la Palabra de Dios de este Domingo 2º de Adviento: «Una voz grita en el desierto: abrid una ruta al Señor». La ruta de Cristo en el evangelio está clara: Cristo, en una sociedad que tenía a la mujer sumisa al hombre, la valora por lo que es. Y en la vida de la Iglesia de los primeros siglos tiene un protagonismo importante… Después la Iglesia parece que se deja llevar por esa injusticia de la sociedad.

Hoy todos somos más concientes de la dignidad de la persona. La mujer, en esto no es una excepción. Por esto opino que la mujer debe seguir luchando por su dignidad, por la defensa de la vida, y de todos aquellos valores que pueden ayudar a hacer más digna nuestra humanidad.

En la Iglesia, por ejemplo yo encuentro a faltar más la presencia de la mujer en la creatividad teológica, en tareas de responsabilidad de gobierno o asesoramiento espiritual.

Quizás necesitamos más «ese espíritu de sabiduría y entendimiento, de consejo y de valentía, de conocimiento y reverencia del Señor», de lo que nos habla la Palabra de Dios en la liturgia del Domingo 2º de Adviento.

Lo que parece cierto, como nos enseña la historia, es que los que detentan el poder no suelen dejar cuotas de dicho poder voluntariamente, sino solamente bajo la presión de quienes elevan su grito de justicia. No olvidemos que el tema de la justicia es una de las enseñanzas del Sermón de la Montaña.

Que el Señor te ilumine en este camino de Adviento, y te conceda espíritu de sabiduría y valor, para luchar por tu dignidad de mujer, por una mayor dignidad de la humanidad. Un abrazo,

+ P. Abad

22 de noviembre de 2010

LA CARTA DEL ABAD

Querido Pablo,

Estos días hemos tenido una nueva sesión de la Fundación Poblet en torno al tema de las ONG. Se han dicho cosas interesantes para tener muy presentes y reflexionarlas.

Se habló de unos valores en alza en nuestra sociedad: «Individualismo, como libertad y autorrealización, tolerancia respecto a la libertad de los otros, pluralismo ideológico, religioso…, democracia como forma de organización social, conciencia medioambiental, conciencia de igualdad de género, revalorización del ocio y del tiempo libre».

También se apuntó a los valores en baja de nuestra sociedad: «trabajo como cultura del esfuerzo, sentido de la trascendencia, religiosa o no; sentido de responsabilidad, de los derechos, no de los deberes; sentido del compromiso, personal y social; solidaridad extensa, más allá del ámbito local; austeridad».

Ante este panorama social he recordado todo este panorama preelectoral que tenemos en nuestra sociedad. En una sociedad donde también están a la baja la asociación asistencial, religiosa, política, sindical…

Y cuando nos disponemos a comenzar este tiempo de Adviento, un tiempo con el que empezamos los cristianos el Año Litúrgico, y también la preparación espiritual de la fiesta de Navidad leo en la Palabra de Dios del Domingo 1º de Adviento: «Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer… Conduzcámonos como en pleno día con dignidad».

¿Seremos capaces de mirar a nuestra sociedad con mirada sencilla, limpia y dejarnos interpelar? O sea, darnos cuenta del momento en que vivimos. No ser inconscientes de lo que nos rodea. O también vivir nuestras responsabilidades con dignidad.

Me preguntarás, Pablo cuales son estas responsabilidades. Yo creo que hay prioridades.

Y si el terreno político no tiene un buen eco social, sería bueno que a lo largo de una nueva legislatura que se presenta sería un buen camino aparte de intentar cumplir un programa que pocos conocen a pesar de la campaña, porque lo que domina son las descalificaciones mutuas, hacer un esfuerzo de trabajar juntos para una dignificación de la clase política. Y no solo por llegar al poder, pues por otro lado ya sabemos que el poder siempre tiene un camino de alternancia.

La Iglesia tiene también otras responsabilidades. Quizás sería bueno menos dinamismo y una más profunda reflexión para llegar a descubrir si el evangelio lo escuchamos y practicamos, o solamente lo escuchamos. Una escucha que luego se diluye en una acción superficial. Y esto nos puede llevar a la dureza de corazón. San Bernardo habla de «la dureza del corazón a la que nos puede llevar las malditas ocupaciones…Tantas ocupaciones ¿no se reducirá a puras telas de araña?».

En la sesión de la Fundación Poblet se dijo otra cosa importante: «El joven es generoso. Pero para comprometerse necesita dos cosas: una tarea apasionante, un líder con una ética, un compromiso auténtico».

Mira Pablo, tu me has dicho más de una vez que la tarea esta fuera y no en el monasterio. Yo te diría que a tenor de todo lo dicho la vida monástica tiene esas dos cosas que pueden atraer para un compromiso social, porque los valores de nuestra vida son para proyectarlos en la vida de la sociedad y de la Iglesia.

Te deseo que este tiempo de Adviento sea un buen camino para una buena celebración de la Navidad, más allá de los superficial y folklórico de la fiesta. Un abrazo.

+ P. Abad

LA VOZ DE LOS PADRES

Textos para el Adviento

San Pascasio Radberto, abad (s. IX)

«Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora. Nos lo dice a todos, aunque parezca que solamente lo decía para los hombres de aquel tiempo, como sucede en otros pasajes de la Escritura. Son palabra para nosotros, para todos, ya que a la hora de la muerte todos nos vamos a encontrar en el último día que, de hecho, será para cada uno de nosotros el fin del mundo.

»Es inevitable que cada uno salga de este mundo según como haya sido juzgado en esa hora última. Por esto el hombre debe estar atento y no desfallecer en su vigilancia, para que el día de la venida del Señor no le coja desprevenido. Pues aquel a quien le coja de improviso es que no estaba preparado.

»Pienso que los apóstoles sabían que el Señor no vendría para el juicio final durante los días de su vida en la tierra; sin embargo, no hay que dudarlo, procuraban no engañarse a sí mismos, vigilaban y ponían en práctica lo que el Señor nos manda, de manera que nos encuentre preparados.

»Hemos de pensar siempre en la doble venida de Cristo: aquella en que se manifestará para que le demos cuenta de todas nuestras acciones; y aquella otra venida de cada día mediante la cual visita nuestra conciencia, se nos hace presentes para ayudarnos a estar preparados».

San León Magno (s. V), Homilía 1

«Por la oración se busca la propiciación de Dios, por el ayuno apaga la concupiscencia de la carne, por las limosnas se perdonan los pecados (Dan 4, 24) Al mismo tiempo por todas estas cosas se restaura en nosotros la imagen de Dios y siempre estamos preparados para la alabanza divina, si somos solícitos para nuestra purificación y para la sustentación del prójimo.

»Esta triple observancia nos atrae los afectos de todas las virtudes, nos hace llegar a la imagen y semejanza de Dios, nos hace inseparables del Espíritu Santo. Pues en las oraciones permanece la fe recta; en los ayunos, la vida inocente, y en las limosnas la benignidad».

21 de noviembre de 2010

Domingo XXXIV del tiempo ordinario (Año C)

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Sam 5,1-3; Salm 121,1-5; Col 1,12-20; Lc 23,35-43

Esta fiesta de Cristo Rey me resulta un tanto extraña. Quizás sea debido a la manipulación que hemos hecho y hacemos de ella. Es una fiesta que tiempos atrás la celebrábamos en Octubre, luego se traslado al final del Año Litúrgico, como un coronamiento lógico del Reino cuando éste llega a establecerse en su plenitud. Pero yo tengo mis dudas de si llegamos a captar el mensaje de esta fiesta. Leía hace poco estas palabras del jesuita Ignacio Ellacuria, que en estos días se cumplen años de su asesinato: «En el Reino habrá abundancia para todos, pero nadie se podrá considerar rico en contrapartida con el poder y en contraposición a él».

Al nombre de Cristo Rey se han cometido abusos sangrantes, llegando a matar. También es verdad que al grito de Cristo Rey se ha dado la vida, pero evidentemente con un matiz muy distinto de la realeza de Cristo.

Rezamos varias veces cada día el Padrenuestro, donde pedimos a Dios que venga a nosotros su Reino. Pedimos que pase este mundo y que llegue Cristo a ser Señor y dominar en nuestras vidas, en la plenitud y consumación de toda la creación. ¿Verdaderamente somos conscientes de lo que pedimos con esas palabras? ¿de verdad queremos que pase este mundo?

Porque a continuación también decimos otras palabras con suma ligereza. Aquellas de «perdónanos, porque nosotros también perdonamos»… Y la realidad es que no llegamos a vivir con verdadera alegría y paz esas palabras del Padrenuestro.

¿Como nos muestra la Palabra de Dios el trayecto del Reino?

Aparece primero en David como un servicio pastoral que le pide todo el pueblo: «Hueso y carne tuya somos, tú serás el jefe»… Un servicio que buscará proteger la vida de todo el pueblo y guiarlo al bienestar sobre la tierra. Este servicio de David es sobre todo un servicio profético, que anuncia el futuro Rey. David subirá a la dignidad de rey desde la oscuridad y el olvido de pastorear el rebaño de ovejas.

Jesucristo, inicia este camino del Reino negándose a sí mismo, dejando su condición divina, y en negación llegar al trono de la Cruz, para acabar sumergido en el silencio de Dios y el abandono de los hombres

Podemos repasar la escena del evangelio:

El escenario de la Cruz. Cristo subido a su trono. Alrededor del trono de la cruz contemplamos el pueblo que está mirando; los jefes del pueblo tentando a Jesús poniéndole a prueba al recordarle que es el protegido, el amado de Dios. Se mofan a partir de una realidad muy seria: la relación del Padre y del Hijo.

Más cerca están los soldados burlándose, recordando el valor político del título de Mesías: un rey dispone de poder, ya se lo había insinuado Satanás en las tentaciones.

En primer plano los dos ladrones que hablan con él. Aquí está la tentación más fuerte porque también ellos están sufriendo en la cruz junto a Jesús. ¿Por qué el Salvador de los hombres que se ha conmovido ante los sufrimientos humanos no responde al grito de los que sufren en esta tierra? Es la más diabólica de las tentaciones porque intenta romper la unión del Padre y del Hijo.

Por último culmina la escena con la inauguración solemne del Reino: «Hoy estarás conmigo en el paraíso», le dirá el ladrón confiando en él, lo mismo que Cristo se entregará confiadamente en los brazos del Padre.

No podemos celebrar la fiesta de Cristo Rey sin mirar detenidamente el crucifijo. La palabra rey tiene demasiadas connotaciones, no siempre positivas, difícilmente compatibles con la imagen de Cristo que nos ofrecen los evangelios. Por supuesto Cristo es Rey. Él mismo lo reconoce delante de Pilato en el momento de jugarse la vida. Pero también es verdad que cuando las multitudes pretendían proclamarlo rey, tras la multiplicación de los panes, Jesús desapareció discretamente para evitarlo. Y es que el término rey resultaba equívoco, entonces y ahora. Podía prestarse a malentendido. Y Jesús dejó constancia de su manera de pensar cuando los discípulos buscaban los primeros puestos en el reino. En aquel tiempo les dijo, lo mismo que nos dice hoy: «que los poderosos de este mundo explotan y oprimen», y que eso no vale entre cristianos. «Que el que quiera ser el primero que ocupe el último lugar, que el que quiera mandar que sirva». Eso es todo. Así de fácil y de claro.

Cristo no alardea de su categoría divina sino que se rebaja hasta ocupar el último lugar, para servir, para entregar su vida y morir en la cruz para la salvación del mundo. Toda la vida de Jesús se resume en dos palabras: al servicio de la voluntad del Padre, al servicio de la humanidad.

El evangelio sigue siendo la buena noticia, la gran noticia, la mejor noticia que podemos recibir. Por eso debemos volver los ojos a Cristo crucificado para entender la fiesta de hoy. No tienes más leyes que las del amor. No necesita cuerpos legislativos; ni más política que el amor al enemigo, por eso no necesitas armas ni ejército…

Resulta comprensible que muchos no puedan entender ni aceptar un rey tan extraño. No lo pueden entender los poderosos, porque su empeño es dominar más que servir. No lo entendió Pilato que lo condenó a muerte. Ni los judíos escandalizados… Para los cristianos la cruz es la fuerza de Dios para salir de las tinieblas y entrar al reino de la luz… ¿Lo entendemos nosotros?

Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario, JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
2Sam 5,1-3; Salm 121,1-5; Col 1,12-20; Lc 23,35-43

Reflexión: El Reino

Terminamos el Año Litúrgico con la fiesta de Cristo, Rey del universo. Este Reino de Cristo que los Apóstoles no llegan a entender cuando están con Jesús, que había iniciado su predicación, su anuncio del Reino diciendo: «Convertíos, el reino de Dios está cerca». Otro evangelista la expresará con otro matiz: «El reino de Dios está dentro de vosotros».

Los tres sinópticos a lo largo del evangelio dan una importancia relevante a este reino que anuncia Jesucristo. En cambio en Juan no es así, sino al final de la vida. Todos los evangelistas traen el breve diálogo de Pilato con Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos?... Pero sólo Juan trae una respuesta más clara de Jesús: ¡Tú lo dices!.. para manifestarle a continuación que su reino no es de este mundo. El reino que anuncia Cristo no está relacionado con un proyecto político, con ninguna estrategia socio-económica o militar. Se apoya solamente en la verdad. Jesús viene a dar testimonio de la verdad. Viene a evocar la revelación de la bondad del Padre y la expresión de la fidelidad de Dios a sus promesas de salvación. El anuncio del reino viene a mostrarnos que es el evangelio mismo, que es Cristo mismo.

Dos reinos contrapuestos: el reino de Dios y el reino del mundo. Este último está dominado por los poderes de este mundo, por la sabiduría de este mundo, que va por caminos diferentes de la sabiduría de Dios. ¿Por dónde va esta sabiduría de Dios? Tenemos una sugerencia muy clara en el Prefacio de la Eucaristía de esta fiesta:

Un reino eterno y universal. Es decir Cristo viene a romper todo límites y abrir a una reconciliación universal. Quien trabaja por el reino debe estar abierto y trabajar dentro de estos horizontes. Dios quiere la salvación de todos los hombres; Dios quiere que su amor llegue a todos los hombres.

El reino de la verdad y de la vida. El creyente debe ser un buscador de la verdad. Cristo es la verdad; Él mismo lo confiesa claramente, y además se postula como el camino hacia esa verdad. Buscar la verdad es buscar a Cristo. Y también defender la vida. Respetar la vida, favorecer la vida, este misterio precioso que nos supera. Crear vida, extender la vida, luchar por la vida. Cristo también se postula como la vida, y como el camino hacia la vida.

Un reino de santidad y de gracia. Solo Dios es santo. Solo Dios es la fuente de la gracia. Trabajar por un reino de santidad y de gracia es ser buscadores de Dios. He aquí una tarea para toda la vida del hombre, una tarea además con un valor absoluto: buscar las fuentes de la santidad y de la gracia. Buscar a Dios.

Un reino de justicia, de amor y de paz. Un reino que es preciso trabajar y cuidar ya aquí abajo en nuestro peregrinar por este mundo hacia la casa del Padre. Hay que trabajar por la justicia en un mundo fuertemente injusto. Hay que estar profundamente "cogidos" por el amor de Dios. Por Él mismo, que es amor. Que el amor de Dios nos domine, para que lleguemos a ser testigos del amor. Dejarnos pacificar por la presencia de Dios, pues solamente una vez pacificados podemos ser verdaderos trabajadores de la paz.

Palabra

«Todas las tribus de Israel fueron a ver a David y le dijeron: El Señor te ha prometido: Tú serás el pastor de mi pueblo, tú serás el jefe de Israel». El pueblo receptivo a la voluntad de Dios elige a David como rey. Dios lo había elegido antes por medio de profeta, y el pueblo refrenda esta elección.

«Él nos ha sacado de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido». El reino al que nos llama es la luz, a participar de su plenitud, de la plenitud de Quien ha hecho todas las cosas y que nos ha mandado a su Hijo para incorporarnos a Su misterio de amor. Cristo es el primogénito, el primero, y nosotros llamados a acompañarle en su gloria, en su reino.

«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». El trono de Cristo es la cruz, el punto de apoyo para acceder a su reino. Es necesario llegar a conocer, como lo hace el Buen Ladrón, o a descubrir su reino. Y hacer nuestra la oración del Ladrón: Acuérdate de mí.

Sabiduría sobre la Palabra

«Hay que tener una cosa muy clara a propósito del Reino de Dios: de la misma manera que no hay "participación posible de la justicia con la iniquidad", ni "asociación de la luz con las tinieblas, ni "acuerdo entre Cristo y el demonio", así tampoco puede coexistir el Reino de Dios con el pecado. Así pues, si queremos que Dios reine en nosotros, de ningún modo "ha de reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal", sino que "habremos de mortificar" nuestros "miembros terrenos" y fructificar en el Espíritu; a fin de que Dios, como en un espiritual paraíso, pueda pasearse por nosotros y reine exclusivamente en nosotros con su Cristo, sentado dentro de nosotros a la diestra de aquella virtud espiritual que deseamos recibir: sentado hasta que todos los enemigos suyos que hay en nosotros se conviertan "en el escabel de sus pies" y desaparezcan de nosotros todo principado, potestad y virtud que no sean los suyos». (Orígenes, Sobre la oración)

«Quien, según la enseñanza sobre la forma de orar, pide que venga a él el reino de Dios, una vez que sabe que el verdadero rey es rey de justicia y de paz, enderezará completamente su propia vida hacia la justicia y la paz, para que reine sobre él Aquel que es Rey de justicia y de paz. El ejército de este rey está constituido por todas las virtudes, pues estimo que todas las virtudes han de entenderse en conexión con la justicia y la paz. Si alguien, abandonando la milicia de Dios, se enrola en el ejército de los enemigos y, despojándose del escudo de la justicia y de toda la armadura de la paz, se convierte en soldado del inventor de la maldad, ¿cómo podrá continuar bajo el rey de justicia tras haber arrojado el escudo de la verdad? El distintivo de su armadura mostrará necesariamente a su rey, ya que, en su forma de vivir, mostrará a su rey como imagen impresa en sus armas. Por esta razón, bienaventurado aquel que está colocado bajo el mando divino, está enrolado en los escuadrones de aquellos que se cuentan por millares de millares, y se encuentra armado contra la maldad por las virtudes, las cuales muestran en quienes las visten la imagen del rey». (San Gregorio de Nisa, Sobre la vocación cristiana)

14 de noviembre de 2010

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Mal 4,1-2; Salm 97,5-9; 2Tes 3,7-12; Lc 21,5-19

Reflexión: El Día del Señor

«Llega el día… los iluminará un sol de justicia». El Día del Señor… Aparece esta expresión de «Día del Señor» por primera vez en Apoc 1,9-10, como un momento de la vida de los cristianos: la celebración del domingo, en que recordamos y celebramos la resurrección del Señor. Pero esta expresión aparece ya antes en el AT como una referencia a los últimos días o la Parusía. El clima de las lecturas de este domingo muestra este clima de los últimos días cuando estamos celebrando el final del Año Litúrgico.

Para el creyente no es la historia un comienzo perpetuo; la historia conoce un progreso marcado por las visitas de Dios, en momentos privilegiados: el Señor vino, viene sin cesar, vendrá, para juzgar al mundo y salvar a los creyentes. Para designar la intervención solemne de Dios en el transcurso de la historia, el término «el día del Señor» es una expresión privilegiada, a veces abreviada en «el día» o en «aquel día». Esta expresión recubre una acepción doble. Es en primer lugar un acontecimiento histórico, el día por excelencia que ve el triunfo del Señor sobre sus enemigos. Es también una designación cultual, el día especialmente consagrado al culto de Dios. Estas dos significaciones no carecen de correlación mutua. El culto conmemora y anuncia la intervención de Dios en la historia: el acontecimiento histórico, puesto que emana de Dios, emerge fuera del tiempo; pertenece al presente eterno de Dios, que el culto debe actualizar en el tiempo histórico.

La espera de una intervención fulgurante de Yahvé en favor de Israel parece haberse expresado muy temprano en la creencia popular: se esperaba un «día de luz» Am 5,18. A través de los profetas, se puede reconocer un esquema que describe el día del Señor. «Yahvé lanza su grito de guerra» (Sof 1,14 Is 13,2). «¡El día de Yahvé está cerca!» Es un día de nubes (Ez 30,3), de fuego (Sof 1,18 Mal 3,19); los cielos se enrollan (Is 34,4), la tierra tiembla (Jl 2,1-11), el mundo es devastado (Is 7,23), sumergido en una soledad. El pánico se apodera de los humanos (Is 2,10.19), la gente se oculta, llena de turbación, asustada; se pierde el ánimo (Is 13,17), siendo imposible mantenerse de pie (Mal 3,2). Es el exterminio general (Sof 1,18), el juicio, la separación (Mal 3,20), la purificación (3,3); es el fin (Ez 7,6s).

Con la venida de Cristo adquiere el tiempo una nueva dimensión, que se refleja en la complejidad del vocabulario utilizado. Se trata siempre del día de la visita (1Pe 2,12), de la ira (Rom 2,5), del juicio (2Pe 2,9), del día del Señor Jesús (1Cor 1,8), del Hijo del hombre (Lc 17,24ss); se hallan igualmente las palabras apokalypsis (2Tes 1,7); epiphaneia (1Tim 6,14), parusía (Mt 24,3.27). Este último término significa ordinariamente «presencia» (2Cor 10,10) o «venida» (2Cor 7,6s); era utilizado en el mundo grecorromano para designar las visitas oficiales de los emperadores; su empleo en el NT puede también derivar de la tradición apocalíptica del AT sobre la «venida del Señor» (p.e., Zac 9,9). Estas breves indicaciones sobre el vocabulario del NT muestran que en adelante el día del-Señor designa ya el día de Cristo.

Palabra

«Llega el día ardiente como un horno…a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia». El profeta anuncia el «Día del Señor», la presencia de Dios en medio de fuego, para el juicio definitivo con su pueblo. Recuerda la presencia en medio del fuego en el Sinaí, cuando da su ley al pueblo. Ahora viene a examinar en el amor. A juzgar como hemos vivido la nueva ley que nos trajo Él mismo haciéndose hombre: la ley del amor, punto de referencia principal en el juicio.

«Ya sabéis como tenéis que imitar mi ejemplo». Pablo trabaja para no ser una carga para nadie, lo que no hacen algunos cristianos de Tesalónica esperando la llegada de la Parusía, que consideran inminente. Pero Pablo les habla claro en el sentido de que él no enseñaba que fuese próxima. Él vivía con la preocupación de anunciar a Cristo, y vivir su misma vida como testimonio vivo y ardiente.

«Esto que contempláis llegará día en que no quedará piedra sobre piedra». Es el anuncio de la desaparición de la belleza de este mundo que pasa, para quedar todo incorporado a la belleza eterna. Este momento va precedido de una gran conclusión de guerra, violencias… momentos en que se pone a prueba la fe de los creyentes, y en los que es necesaria la perseverancia, como sugiere el Señor.

Sabiduría sobre la Palabra

«No tenemos necesidad de genios, de cínicos, de despreciadores de hombres, de estrategas refinados, sino de hombres sinceros, sencillos, rectos. ¿Habrá quedado bastante grande nuestra fuerza de resistencia interior contra lo que se nos impone? ¿Habrá quedado la sinceridad para con nosotros mismos suficientemente implacable, de suerte que nos haga volver a encontrar el camino de la sinceridad y la rectitud?». (B. Bonhoeffer, Resistencia y sumisión)

«Quien no espera el juicio del Señor, sino que se anticipa a su juicio, se deja llevar por conjeturas humanas, fabricándose para sí mismo una gloria entre sus hermanos, con su propio esfuerzo, y haciendo las mismas cosas que hacen los infieles. El infiel busca los honores humanos en vez de los celestiales, como dice el mismo Señor en algún lugar. ¿Cómo podéis creer vosotros, que recibís la gloria mutuamente unos de otros y no buscáis la gloria que proviene exclusivamente de Dios? ¿A quiénes pienso que se parecen? ¿No será a aquellos que limpian el exterior de la copa y el plato, y que en su interior están llenos de vicios de todas clases?». (San Gregorio de Nisa, Sobre la vocación cristiana)

13 de noviembre de 2010

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE POBLET

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Cr 5,6-10.13-6,2; Salmo 83; 1Pe 2,4-9; Lc 19,1-10

«¿Qué hacemos con la dedicación del templo? En el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe levantamos una inmensa mole de materia... Es un signo visible del Dios invisible... Así se une la realidad del mundo y la historia de la salvación. Los hombres se ponen ante el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión muerte y resurrección de Jesucristo. Dedicación a Dios de un espacio sagrado para ser definitivamente Dios con los hombres. Para unir la verdad y dignidad de Dios con la verdad y dignidad del hombre. Y mostrando a Dios como amigo de los hombres e invitando a los hombres a ser amigos de Dios. Para unir la verdad y dignidad de Dios con la verdad y dignidad del hombre». Bellas palabras pronunciadas por Benedicto XVI en la Dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, y que podemos aplicar a otro nivel a nuestra Basílica de Poblet en la fiesta de la Dedicación que estamos celebrando.

Palabras que rezuman belleza, que permanecerán y serán recordadas. Como nosotros recordamos cada año la nuestra con la celebración solemne de la Eucaristía, con la celebración del misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Un misterio profetizado ya en el Antiguo Testamento cuando Salomón traslada el Arca de la Alianza al nuevo templo de Jerusalén acompañados de un gran clima de fiesta con toda clase de instrumentos: «trompetas, platillos, instrumentos musicales y las voces de los cantores que alababan al Señor porque es bueno y eterna su misericordia». La gloria del Señor llenó el templo, pero «el Señor quiere habitar en la tiniebla» y seguirá «envuelto en un manto de luz», como dice el salmista, una luz que el hombre no era capaz de penetrar.

Pero el Dios invisible continuara su manifestación en la visibilidad humana hasta ofrecer con palabras humanas su amistad al hombre, como hemos oído en el evangelio: «Zaqueo baja, que hoy quiero hospedarme en tu casa». Y Jesús se hospeda en casa de Zaqueo, para escándalo de los fariseos, y para llevar a Zaqueo a la amistad de Dios: «hoy ha sido la salvación de esta casa».

Y el corazón de Zaqueo debió ponerse en un clima de fiesta, como en la fiesta de Salomón, cuando trasladaban el Arca. Jesús toca el corazón de Zaqueo. Jesús se gana su corazón. Y Zaqueo se siente cogido por la amistad y el amor divinos.

Pero Jesús vino con horizontes más dilatados. «Él es la piedra angular del edificio. Piedra viva». Corazón de fuego. Dios amigo de los hombres. Y por ello derrama su Espíritu, para que encienda otras piedras vivas, llamadas a levantar con esa piedra angular que es Cristo un nuevo edificio. Llamados a entrar en la construcción del templo del Espíritu. Por eso los hombres levantan estos edificios de piedra como Poblet y muchos otros.

«Y en estos templos de piedra escuchamos la Palabra y tenemos la presencia de Dios, y la Iglesia recibe su vida, su doctrina, su misión. Para luego ser instrumentos de Cristo, para mostrar al mundo el rostro de Dios, que es amor, y el único que puede responder al deseo más profundo del hombre. Y esta es la gran tarea, el gran servicio nuestro: mostrar que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia». (Benedicto XVI)

Nosotros conocemos profundamente estas piedras de Poblet. Más aún: yo diría que somos piedras vivas, piedras de calidad. Pero hemos de trabajar con inteligencia, con corazón sobre todo; más aún: con fe, con profunda fe, para ensamblarnos unos a otros en la edificación del templo de piedras vivas. Todos tenemos necesidad en este levantamiento, piedra sobre piedra, de la comunidad, del templo vivo, de pulir muchas aristas, para que las piedras estén bien compactas entre si. Esta es nuestra tarea de cada día.

Es también una buena invitación la que nos hace la vidriera poética de Xirau, que escribe:

«La Iglesia silenciosa canta
una palabra de oro,
otra del ciervo,
cantan los muros,
cantan los árboles».

Pero el canto nace del silencio. Nosotros hemos recibido unas piedras, unos muros,… impregnados todavía del canto de siglos; piedras que vibran todavía del canto lejano de monjes que buscaban a Dios en el silencio y le alababan con el canto, como alabanza de toda la creación.

Hemos sido acogidos en el silencioso seno de este monasterio, de este templo, de estos muros. Para escuchar una Palabra de vida, que despierte en mi, en ti, en todos y cada uno de nosotros, una palabra de oro, que ayude a construir una comunidad viva, que continúe colocando en el silencio de esta iglesia una nueva voz, un nuevo canto de alabanza al Creador del universo.

2 de noviembre de 2010

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Job 19,1.23-27; Salmo 24; Filp 3,20-21; Lc 23,33.39-43

La muerte, plenitud de la vida. Es el título de un libro. Y en prólogo de este libro dice cosas tan atractivas como estas: «Si existe hoy en día una urgencia terminante para el hombre es la descubrir caminos que conduzcan a la luz. Estamos casi todos muy detenidos e instalados en las sombras. Es el gran mal general: nos dirigimos a ningún sitio y nos hemos habituado a sobrevivir en el centro de la noche. Si sufrimos un preocupante eclipse de Dios ello se debe al olvido sistemático del hombre. El problema radica en haberse vuelto de espaldas al hombre».

Con estas palabras quizás estaremos bastante de acuerdo a poco que contemplemos el panorama de nuestra sociedad, de nuestras propias vidas. Puesto que vivimos también en esta sociedad, no nos excluyamos de modo privilegiado.

Pero también dice en el mismo prólogo: «Todo es gracia. Algún día, cuando el hombre haya concluido su carrera, descubrirá, fervoroso, que todo absolutamente le fue regalado, como un hermoso quehacer inmerecido. Provenimos de la gracia y al reino de la gracia nos encaminamos. La vida es una larga marcha hacia la plenitud, de modo que la muerte misma parece que arrambla toda esperanza, pero no es sino un abrir puertas a los campos infinitos del ser pleno…Nos dirigimos derechos hacia un mundo en el que los bosques, los ríos, los ocasos transparentes, los claros amaneceres, las palabras sobre la existencia se inundaran de música de la otra orilla. No nos aviejamos, nos hacemos niños. Es decir nos vamos sazonando de eternidad…».

Quizás con estas palabras nos cueste más ponernos de acuerdo. Nos cuesta mirar al mundo. Y cuando lo miramos nuestros ojos se quedan en la superficie y quedamos enseguida cogidos por lo negativo, y nuestra mirada queda empañada para la belleza. Y nuestros oídos se cierran también a la armonía de la belleza eterna, cuya melodía ya ha empezado.

La celebración de hoy, día de los Fieles Difuntos puede rejuvenecer nuestra esperanza, si llegamos a abrirnos para acoger el regalo de la gracia divina.

Y para esto celebramos, como el mejor de los caminos, la muerte de Cristo, que no es un suceso pasado (lo es para muchos cristianos). En lo externo es pasado, pero tiene una validez eterna ante Dios: es el acontecimiento de la historia de la humanidad por causa de la cual el Dios eterno mantiene abrazada sin descanso esa humanidad, en su misericordia y en su amor.

Es importante, es necesario, contemplar este Cristo pendiente sobre el altar, donde celebramos el gran y profundo misterio de la muerte y la vida. Contemplar a este Cristo pendiente en otros lugares significativos de la casa. Es el amor crucificado.

¿Puede estar crucificado el amor? Puede. Lo crucifica mi rutina. Lo crucifica mi inconsciencia. Lo crucifica mi corazón cerrado que impide el renacer de algo nuevo dentro de mí, y así continuo con lo de siempre, con lo viejo, con el resentimiento, que viene a ser un volver a sentir lo antiguo, lo viejo, lo de siempre… Así hago perfectamente imposible la reconciliación. Así crucifico el amor.

Pero así, también, no entiendo el amor. No entiendo tampoco la muerte. Y en definitiva vengo a ser una profunda ignorancia de la vida.

Porque la vida es la verdadera muerte; y lo que solemos llamar muerte es el fin de ese morir, que se extiende a lo largo de la vida.

Esa vida que va muriendo, y ese morir en vida es precisamente el acto permanente de la fe que nos lleva a una aceptación voluntaria de nuestro destino. Pero al vivir esa pobreza de aceptación de nuestro destino nos hacemos más libres para la feliz inmensidad de Dios, que dispone de nosotros, queramos o no.

La muerte que se realiza a lo largo de la vida es, por tanto un acto de fe lleno de confianza, que da al hombre el valor de dejarse dominar, o es el pecado mortal, la soberbia, que dispone de mi mismo, el miedo, la desesperación.

Para comprender este misterio de la muerte y la vida necesitamos mirar la muerte de Cristo, oír y repetir en la vida y en la muerte las palabras que él dijo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».

Cuando, en el abandono más extremo y duro, nos dejamos caer en las manos del Dios eterno, llegamos a comprender y superar la muerte.

No olvidemos la escena del evangelio: Junto a Cristo hay dos hombres que van a morir. Maldecían la muerte, no la comprendían. ¿Quién es capaz de comprenderla?
Pero uno miró la muerte de Cristo. Le basto para comprender la suya. Y por eso le dice: «Acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Y el Hijo del hombre que participaba en nuestro destino de muerte le contesta: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».

A nosotros nos dice lo mismo. Si lo oímos tenemos resuelto el enigma de la muerte.
Pero para que el mensaje de la felicidad de la muerte no nos quite el santo temor en que hemos de vivirla, nada dijo al otro ladrón. La tiniebla y el silencio que penden sobre esa muerte, es una advertencia a nosotros que la muerte puede ser el comienzo de la muerte eterna.

Contemplemos pues el amor crucificado, el amor que ha venido a ofrecernos la reconciliación, y a colaborar con él en el camino de la reconciliación. Contemplemos el amor crucificado. Porque solo el amor crucificado tiene abiertas de par en par las puertas de la Resurrección.

1 de noviembre de 2010

TODOS LOS SANTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 7,2-4.9-14; Salm 23,1-6; 1Jn 3,1-3; Mt 5,1-12

Esta fiesta de Todos los Santos quizás no llega a tener un perfil muy definido en la conciencia de los cristianos, a pesar de que la Iglesia la celebra con gran solemnidad y alegría. El motivo es que está unida al Día de Difuntos. Y habitualmente en este día vamos a visitar los cementerios, como una muestra de que no olvidamos a los seres queridos que nos dejaron. Sin embargo desde el punto de vista teológico no resulta extraño que todos los santos y todos los difuntos formen una única comunidad.

Al celebrar Todos los Santos, pensamos sobre todo en los santos anónimos, en los desconocidos, en los que no han llamado la atención en la Iglesia, en los que no han conquistado la fama. Cada una de estas fiestas encierra su propio misterio.

¿Cuál es el mensaje de hoy, de esta fiesta de Todos los Santos? El hecho que hay personas humanas que han alcanzado su objetivo; hay personas que han alcanzado su perfección, lo inverosímil: amarse a sí mismo por encima de sí mismos, que no lloraron en vano, que trabajaron por ser instrumentos de paz, con hambre y sed de justicia, que fueron perseguidos, que encontraron la vida a través de la muerte, que encontraron la riqueza eterna mediante la pérdida de la temporal.

El vidente del Apocalipsis nos habla de «una muchedumbre inmensa que nadie podía contar». El vidente del Apocalipsis está contemplando «los cuatro ángeles, en los cuatro ángulos de la tierra, preparados para dañar a la tierra». «De repente aparece otro ángel con el sello del Dios vivo». Está a punto de desvelarse el secreto íntimo de la historia.

Pero la escena se detiene y no puede continuar ante el grito de este último ángel: «no dañéis a la tierra, hasta que marquemos a todos los siervos de Dios». Se pone en escena un rito de tipo litúrgico.

El «sello del Dios vivo» queda impreso en la frente de los servidores de Dios. En una inmensa muchedumbre de personas, de las que no sabemos su nombre y apellidos, pero acabaron su vida con el sello del Dios vivo. Un sello alcanzado a través de la gran tribulación de esta tierra. Pero un sello donde estaba grabado el programa de las bienaventuranzas.

Esta fiesta nos da derecho a la esperanza de encontrar a todos aquellos a quienes amó nuestro corazón, a nuestros seres queridos, a los amigos que ya se fueron, a todos aquellos de los que tenemos la impresión que hubo en ellos demasiada bondad, demasiada grandeza humana, como para que pudieran perder a Dios para siempre.

Podríamos creer que en esta fiesta se afirma que toda la vida humana es tan noble y tan valiosa, que ha de terminar en un desenlace como éste. Podríamos suponer que la fiesta nos dice: Dios puede transformar a todos en santos, en algo admirable, en obra de arte, en sorpresa ante la que el corazón se parará lleno de asombro por toda la eternidad. Celebramos a estos hombres anónimos en unión con aquellos que conocemos por su propio nombre, a los que la Iglesia invoca habitualmente en medio de la asamblea de la comunidad de los santos.

La gracia de Dios más fuerte que la resistencia de los hombres. La gracia de Dios tiene la última palabra y ha asumido el mundo en la carne muerta y glorificada de Cristo.

Pero no se nos ha manifestado plenamente. En Cristo ha dicho su palabra definitiva, que también se ha cumplido en una inmensa muchedumbre cuyos rostros desconocemos.

Pero el amor de Dios ha triunfado en su Hijo primogénito, y en El en muchos hermanos nuestros… Y en el Hijo nos ha manifestado su amor, hasta el extremo de llamarnos también hijos suyos. ¡Lo somos! Aunque no se ha manifestado esta realidad, ni siquiera nosotros mismos tampoco vivimos con una plena conciencia de esta realidad, dado que el programa de vida de un hijo de Dios no siempre lo tenemos a mano. Es el programa de las bienaventuranzas. Es el Sermón de la Montaña. Donde Jesús se sienta, toma la palabra y empieza a enseñar: «Dichosos los pobres de espíritu».

Comentará san Bernardo: «¿Por qué vosotros, insensatos hijos de Adán, seguís buscando y ansiando las riquezas, si la felicidad de los pobres ya está garantizada por Dios, proclamada en el mundo y aceptada por los hombres? ¿con qué cara o con qué alma puede ir el cristiano tras las riquezas, después que Cristo proclamó dichosos a los pobres?» (Sermón 1)

Todos los Santos es la fiesta del amor. Deberíamos pedir que Dios quiera tocar nuestro corazón con su Palabra, para que podamos de una vez olvidarnos de nosotros mismos, para que nos mueva siempre una palabra de vida. Deberíamos alabar a Dios porque es poderoso y misericordioso, y hacerlo con aquel amor que se abre con la actitud de esa pobreza de las bienaventuranzas en los demás. Incluso en su felicidad. Deberíamos escuchar el silencio de la eternidad, que si queremos oír, nos habla más alto que el ruido huracanado del mundo. Deberíamos oír las palabras: «Dice el Señor: bienaventurados los muertos que mueren en el Señor, han de descansar de sus trabajos, y sus obras les acompañan». Deberíamos descubrir la incalculable grandeza del mundo de la historia, que ha sido ya integrada en la eternidad de Dios, para que nosotros, los que llegamos después, encontremos esperanza, consuelo, ánimo y confianza. Y deberíamos hablar con nuestros santos, deberíamos saludarles, deberíamos invocarlos para que nos ayuden en el camino que conduce hasta ellos: ante la faz de nuestro Señor.

31 de octubre de 2010

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Sab 11,23-12,2; Salm 144,1-2.8-11.13-14; 2Tes 1,11-2,2; Lc 19,1-10

Reflexión: La vocación (1)

«Que Dios os consideré dignos de vuestra vocación». «Llamó a los que quiso» (Mc 3,13). «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15,16). Esto es la vocación: una llamada a una determinada misión. Y dice todavía Marcos, con más claridad: «Designó Doce, para que estuvieran con Él, para enviarlos a predicar y expulsar demonios» (Mc 3,14). Los llama para estar con Él, y así aprendieran su pensamiento, aprendieran los caminos de la misión que llevaba a cabo, de manera que ellos pudieran después continuarla. San Pablo nos aclara más esta tarea de Cristo: «Dios, mediante el Mesías estaba reconciliando al mundo consigo, y nos ha dejado un mensaje de reconciliación» (2Cor 5,18).

Esta es, pues la vocación de todo cristiano: estar al servicio de la reconciliación. Esta es la llamada de Dios que nos hace sus colaboradores para que el amor divino llegue a ser conocido y vivido por todos los hombres. Esta debe ser la gran práctica religiosa de los creyentes, si quieren ser eficaces en su vocación. Todo debe estar al servicio de esta unidad y reconciliación de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.

Por ello en la Última Cena mostrará en la Oración sacerdotal (Jn 17) aquella como obsesión de Cristo por la unidad de sus discípulos: «que todos sean uno, como tu Padre estás conmigo y yo contigo, para que el mundo crea que tú me enviaste».

En este sentido todos los cristianos participamos de la misma vocación, de la misma fe, de la misma gracia, aunque con diferentes servicios o ministerios dentro de la comunidad eclesial. Y con este espíritu de respuesta a la llamada de Dios podríamos afirmar que «los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo» (Carta a Diogneto, 5).

Dios llama a cada uno, de manera personal, en el momento oportuno. En el evangelio vemos como Jesucristo llama en diferentes momentos a sus seguidores. El llamado da una respuesta personal desde su libertad, que Jesús siempre respeta. Él llama, sugiere, invita… no impone, no fuerza… Deja a cada uno en libertad. Pero luego el camino está claro. El que es llamado debe seguir las huellas de Cristo.

Hoy sigue llamando. Dios sigue llamando de diferentes maneras. A través de la predicación, o por la voz de la Escritura, por el testimonio de otras personas, o por una inspiración interior… Y cada uno debe dar una respuesta desde su libertad.

Palabra

«Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de aren, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra». Somos poca cosa, pero el corazón de Dios es grande, tanto que nuestra imaginación no alcanza a descubrir tanto amor. La pequeñez de la creación, pero a la vez su belleza, es un camino para ir descubriendo el corazón de Dios.

«Amas a todos los seres y no odias nada». Su amor es creador, su amor mantiene toda la creación en la existencia.

«Perdonas a todos, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida». El perdón de Dios, otra lección magistral para aprender. El perdón es la gran manifestación del amor. Y el amor es el cauce de nueva vida…

«Baja, Zaqueo, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa». Un diálogo hermoso de vida, de conversión, el que contemplamos entre Jesús y Zaqueo. Hemos de bajar, de descender, para entablar un diálogo con el Señor. El primero en descender ha sido Él mismo.

Sabiduría sobre la Palabra

«Hay tres géneros de llamamiento. Uno cuando nos llama Dios directamente; otro, cuando nos llama por medio de los hombres; y el tercero, cuando lo hace por medio de la necesidad». (Casiano, Colaciones 3)

«Muchos son los caminos que conducen a Dios. Por eso, cada cual debe seguir con decisión irrevocable el modo de vida que primero abrazó, manteniéndose fiel en su dirección primera. Cualquiera que sea la vocación escogida, podrá llegar a ser perfecto en ella». (Casiano, Colaciones, 14)

«Ahora bien, la buena nueva del cristianismo es la restauración del hombre a su primera dignidad. Si, pues, el hombre era originariamente la antigua semejanza de Dios, quizás no hayamos hecho una definición fuera de propósito cuando decimos que el cristianismo es la imitación de la naturaleza divina. En consecuencia, la exigencia contenida en este nombre es grande». (Gregorio de Niza, Sobre la vocación cristiana, 20)

17 de octubre de 2010

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Ex 17,8-13; Salm 120,1-8; 2Tim 3,14-4,2; Lc 18,1-8

Reflexión: La plegaria (1)

La plegaria es un diálogo con Dios. Santa Teresa dice que es «un diálogo con Aquel que sabes que te ama». Un punto fundamental de la plegaria bíblica es el "conocimiento sobrenatural de Dios por el hombre fiel", y "la vida de unión" que en principio es el fruto. No se trata solamente de contemplar un Dios que se revela sino de "entrar en diálogo" con Él, en una respuesta que tiene la palabra humana como soporte. El Dios que crea. La fe en un Dios único que en la antigüedad distingue la religión de Israel de la de sus vecinos supone un cambio esencial en el hecho de la plegaria.

Por otra parte la plegaria se dirige preferentemente a las divinidades que personifican los Poderes cósmicos y cuya actividad influye, de hecho, en las condiciones a través de las cuales se desarrolla la vida humana. Por ejemplo, el dios Baal cananeo, dios de la tormenta, que da la lluvia y asegura la fertilidad de la tierra y la fecundidad de los hombres y de sus rebaños (cf 1Re 18,25-29).

En Israel, Dios sólo es Dios. Con poderes cósmicos no son sino criaturas puestas por Él a disposición de los hombres. La plegaria se dirige sólo a Él. El hecho de ser el Creador le confiere una grandeza, que podría ser sentida como algo agobiante. Pero al crear al hombre "a su imagen y semejanza" (Gen 1,26-28) le ha dado también una capacidad de diálogo con su Creador.

La escena simbólica del Paraíso primitivo que presenta ya la humanidad en relación social más fundamental constituida por la pareja sexuada (Gen 2,18-24) evoca el drama del diálogo de la humanidad con Dios: diálogo anudado y después roto por el pecado (Gen 3).

Será necesaria toda la historia para que se renueve este diálogo y que la humanidad encuentre así el camino de salvación, gracias a la iniciativa de Dios, que se inserta en el corazón de la historia, eligiendo un pueblo.

Palabra

«Mientras tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec». Nos muestra la importancia de mantenerse con perseverancia delante del Señor, y con la confianza de ser escuchados.

«Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado». Hemos recibido una fe de nuestros antepasados. Una fe que hemos recibido por el testimonio, pero también que hemos aprendido. Unas verdades que no solo deben quedarse en la mente sino trasladarlas a la vida, para ser también nosotros nuevos testigos de la fe.

«La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo conduce a la salvación». Conocer la Escritura es conocer a Cristo. Cristo es el camino, luego el conocimiento de la Escritura nos pone en el camino correcto; la Escritura nos proporciona el instrumento que necesitamos para vivir nuestra fe.

«Orar siempre, sin desanimarse». El evangelio nos pone un ejemplo de oración de petición, que hay que hacer sin desanimarse… Pero también están otras forma de oración, como puede ser la de alabanza, o acción de gracias, que nos ayudan a despertar nuestro espacio interior que nos dará esa fuerza necesaria para permanecer firmes y confiados en todo momento en el Señor.

«Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». Esa fe que lleva a permanecer en la oración. A juzgar por el interrogante podría ser que no. Es lo que creen muchos hablando de la Iglesia: que se acaba, que cada vez hay menos gente en la Iglesia, que cada vez hay menos creyentes… Pero la Iglesia es provisional, está al servicio del Reino. Y lo importante es que Dios permanece siempre, y que todo está en sus manos.

Sabiduría sobre la Palabra

«Comencé a tornar en mí, aunque no dejaba de hacer ofensas al Señor; mas como no había perdido el camino, aunque poco a poco, cayendo y levantando, iba por él; y el que no deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración. ¡Dios nos libre, por quien Él es!». (Santa Teresa, Libro de la vida 19,12)

«¿Queréis que Dios os oiga? Pues pedirle el único bien. Sea Dios sólo el fin de vuestros deseos, pues Él es el único que les puede dar satisfacción». (San Agustín, Comentario al salmo 26)

«Jesucristo y después san Pablo nos enseñaron a hacer oraciones cortas y frecuentes, y a reiterarlas de cuando en cuando: porque si las hacemos muy largas, como regularmente no las acompaña mucha atención, demos motivos al demonio para que nos entre y aparte nuestro espíritu de la aplicación con que debemos estar cuando pedimos a Dios. Si de nuestro tiempo interrumpimos nuestras oraciones y las reiteramos a menudo, adquiriremos mucha vigilancia, y las diremos con exacta atención». (San Juan Crisóstomo, Sermón 1)

«Admirad la gran bondad de Dios: pues recibe nuestro deseo como si fuera una cosa preciosísima. Se abrasa en deseos de que nosotros nos abrasemos en su amor. Recibe como beneficio el que nosotros le pidamos sus favores: más gusto tiene Dios en dar que nosotros en recibir lo que Él nos da: no tengamos otro cuidado que el de no ser indiferentes ni cortos en nuestras pretensiones con el Señor: jamás le pidamos cosas pequeñas o indignas de la divina magnificencia». (San Gregorio Nazianceno, Orat. 40)