27 de marzo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 3º de Cuaresma

Venerable Godofredo, abad de Admont (Sermón XXXIV)
Con las palabras de la mujer que pregunta y del Señor que le responde, el Señor nos enseña qué y cómo debemos orar, porque no hay ninguna oración provechosa ni perfecta, fuera de la que se haga confesando la verdadera e indivisa Trinidad, a la que se alude con estas palabras: «Se acerca la hora, mejor dicho, es ahora mismo, que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad». Menciona expresamente el Padre y el Espíritu, y él mismo, que es Hijo del Padre y consustancial con el Espíritu Santo, se llama Verdad.

Debemos adorar al Padre sobre todo en Espíritu, de manera que recogiendo nuestro espíritu no nos distraigan las cosas inútiles, sino que fijamos la atención de nuestros sentidos en Aquel que queremos adorar, de quien imploramos la gracia de la piedad y de la compasión. Y hemos de adorar en verdad, de modo que en nuestras oraciones y en nuestras obras buenas no busquemos sino el Bien supremo y verdadero, que está fuera del alcance de cualquier engaño o duplicidad. Estos son los adoradores que Dios quiere. De hecho, el hombre busca lo que ama, si no lo amara, no lo buscaría. Por lo tanto, buscar a Dios es amarlo, y aunque haya hombres que pecando hasta el exceso se alejan de él y se pierden, a aquellos que desde antiguo ha conocido y ha predestinado, los busca porque los ama, y dondequiera que se hayan hundido en el abismo del pecado, por la clemencia de su piedad los saca, para que retornen a él por una perfecta y auténtica penitencia.

Dios, que es espíritu, es adorado rectamente cuando es adorado en espíritu y en verdad, esto es, cuando, desterradas las cosas caducas y pasibles, y con el espíritu recogido, el hombre ruega de tal manera, que en su oración no busca más que aquel Bien supremo y verdadero, que destaca sobre todo otro. Cuando el hombre haya llegado a este grado sublime de perfección, podrá decir con esta mujer feliz: «Sé que ha de venir el Mesías, es decir, el Ungido. Cuando él venga nos lo explicará todo». Entonces, lleno del don del Espíritu Santo, recibirá el don de entendimiento y será conducido desde el verdadero conocimiento de sí mismo al conocimiento de Dios.

San Efrén, Himno sobre la Encarnación
El Fuego entra en el seno,
revistió un cuerpo y apareció.
El Espíritu está en el Pan
el Fuego en el Vino.
El Fuego de la misericordia
se ha hecho por nosotros ofrenda viva.
Vosotros sois bendecidos, hermanos míos:
el Fuego de la compasión ha venido.
El consume vuestros pecados,
el purifica y hace santo
vuestro cuerpo.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Rosa Mª,

Gracias por la conversación telefónica de días pasados. Es siempre muy gratificante hablar con personas amigas, que manifiestan una profunda sensibilidad humana. Hoy todos tenemos déficit de esta sensibilidad, y siempre es importante y necesario aprovechar la oportunidad de enriquecernos más y mejor en nuestra sensibilidad. Además se aprenden cosas nuevas, por ejemplo que lo que conocemos más vulgarmente como "medico de familia", técnicamente se conoce como "médico biológico-psicológico-social". Muy sugerente.

Una especialidad que considero muy importante para el ritmo de nuestra vida moderna troceada en muchas especialidades, que si por un lado favorecen un avance técnico a la hora de afrontar problemas humanos, también al reducir horizontes en la consideración de la persona humana, puede comportar otros problemas.

Tu servicio médico es muy atractivo. Estoy seguro que tú eres una médica y una mujer en camino permanente de un enriquecimiento humano, y convencido de que será motivo de mucha satisfacción y seguridad para muchos de tus pacientes. Tú misma ya me comentabas que la satisfacción es cada día mayor en este servicio. Experimentar como el paciente confía mucho en ti; la seguridad que da un contacto más humano… El servicio de una medicina global, que contempla al paciente como una persona, hace posible toda esa experiencia tan gratificante que me comentabas.

Yo creo que este servicio tuyo como "médico de familia" es todo un punto de referencia para nuestra vida de hoy, tan marcada por el ritmo frenético, las prisas, la irreflexión. Necesitamos un ritmo de vida más pausado, ritmos de vida que nos permitan vivir más conscientemente la existencia, que nos hagan posibles más caminos abiertos a la paz interior.

Las aguas de nuestra sociedad están contaminadas, y no llegan a saciarnos. Me trae esto a la memoria las palabras que Jesús comenta a la samaritana (Jn 4): «el que bebe del agua de este pozo vuelve a tener sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».

El agua de nuestro pozo está demasiado sucia de soledad; una soledad de abandono, de rechazo, como me comentabas también. Hay otras muchas suciedades que están poniendo nuestros ambientes en un clima irrespirable. Yo diría, Rosa, que Jesús viene a ser un buen "médico de familia", o todavía mejor un "médico de humanidad", que nos pone en un camino de salud, de sanación. Él mismo nos dice: «como yo he obrado, así también vosotros». ¿Qué hizo Él? Pasar haciendo el bien, escuchar, hablar al corazón, enseñar que Dios es humano, profundamente humano.

Este es el sueño de Dios: que nadie este solo en la vida, y que toda casa viva la fiesta del corazón. Vivimos la fiesta del corazón cuando en la atención amorosa a la vida del otro, entramos en su misterio y le permitimos entrar en el nuestro, en un diálogo sencillo de vida.

Rosa, yo creo que con esta pasión con que vives tu servicio de "médico de familia", estás haciendo un mundo mejor, más sano. Tu, me dices con tu vida, que son ciertas, que se pueden vivir, no solo en tu servicio médico sino como persona humana, aquellas bellas palabras de Kierkeegaard: «Tú eres para mí un viva melodía yo soy para ti un "cantus firmus"».

Gracias por el ritmo de tu canción que me ayuda a percibir bellas melodías en el entorno de mi vida. Un abrazo,

+ P. Abad

25 de marzo de 2011

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 7,10-14; Sal 39,7-11; Hebr 10,4-10; Lc 1,26-38.

«Quiero comunicarte con estas líneas que el mes de Septiembre seré abuelo. La mujer de mi hijo espera un niño que, si todo va bien nacerá en Septiembre. No lo olvides en tus plegarias ahora que, como dice el salmo 138: "se está tejiendo como un bordado en las entrañas de su madre"». Qué sensibilidad y cuánta ternura en las palabras de este futuro abuelo recordándome la sabiduría de un salmo. Su nieto se está tejiendo, o lo están tejiendo en el entramado más hermoso de la vida.

Cuando en el cuerpo de la mujer se va tejiendo esa nueva vida, la futura madre va experimentando un cambio en su persona, en el cuerpo, en el cerebro, en un aumento de ternura y afectividad. No solo se modifica su cuerpo sino todo su mundo interior. El amor que nace en el alma de la madre es incondicional, infinito, trascendental; amará a su hijo en cualquier circunstancia, mientras dure su vida, sentirá un amor que la sobrepasa. No hay en esta vida una alegría más grande para una madre que la felicidad de su hijo y no hay una aflicción más grande también que la desgracia de su hijo.

Me comentaba en una ocasión una madre sobre su experiencia de la primera gestación: «todo este misterio se convirtió en una inefable ternura, que ha permanecido en mi para siempre (y ya nunca he vuelto a ser la misma de antes), ya que se abrieron en mi, horizontes impensables de generosidad, entrega, aceptación, de mi misma y del nuevo ser; fue como un amoroso apego al mundo ya que la naturaleza se manifestaba por mediación de nuestra vida humana y la sentía florecer como un acto de creación. El amor humano, en la maternidad, se ennoblece más allá de toda medida».

Hoy celebramos esta fiesta de la Anunciación, y podemos recordar y meditar sobre este punto de partida pleno de belleza: «un hijo empieza a tejerse como el más bello de los bordados en el seno de santa María». Un hijo que trae el rumor delicioso de las fuentes de la vida. Un hijo, que se va tejiendo, no con los hilos de un encuentro humano, sino con la melodía singular de las aguas de las fuentes del Amor, se va tejiendo en el entramado de nuestra frágil naturaleza, de tal manera que ya nunca más pueda desprenderse de ella. «¡Admirable intercambio!», como comentaran los Santos Padres de la Iglesia. Dios que se hace humano, muy humano, para que el hombre se haga divino, profundamente divino. El hilo finísimo y fuerte del amor divino entrecruzado con los frágiles hilos de nuestra humanidad.

¡Como vibraría el espacio interior de santa María! Una experiencia que se escapa a nuestra capacidad de meditación, pero a la que nos podemos acercar escuchando el testimonio de estas madres de hoy que viven la singular experiencia de crear nueva vida en una directa colaboración con el Creador.

Pero también podemos hacer un esfuerzo de aproximación en la contemplación de la escena del evangelio de hoy. Una escena singular esta de la Anunciación como para dedicarle un tiempo largo de meditación; para hacer quizás un esfuerzo de imaginación en la consideración de la escena, y que conserva con los siglos toda su fuerza y su frescura.

«Meditamos el saludo del ángel a María con espíritu atento y religioso, puesto que viene a resumir todo el Evangelio. En él está contenido todo el misterio de nuestra redención, el principio de nuestra salvación. Lo meditamos para renovar constantemente el recuerdo del más grande y divino misterio mediante el cual Dios se hace hombre: Dios ha amado tanto el mundo que le ha dado a su Hijo Unigénito». (San Lorenzo de Brindisi)

Solo el Cristianismo anuncia un Dios hecho carne. Esta es nuestra identidad específica en el conjunto de los grandes caminos religiosos hacia el Absoluto.

María con el Niño en brazos es la imagen conductora de esta exultante noticia. El día que el arcángel Gabriel tiene este coloquio con María, en Nazaret, es el día más grande de la historia humana. Todo lo demás vendrá como consecuencia.

Algunos consideran este texto como la «vocación» a la que Dios llama a María. Hay todo un camino de progreso en la escena evangélica. Esta escena de Nazaret cuenta con tres actores: Dios, Gabriel y María. Dios es quien tiene la iniciativa, Gabriel sería el instrumento, como lo fue Moisés con su pueblo, de una Nueva Alianza; y María que entra progresivamente en el Misterio divino. El angel habla tres veces:

—«Alégrate, llena de gracia, bendita tú entre las mujeres.»

Viene la turbación de María, su desconcierto y la pregunta para sí sobre qué saludo era aquel.

—«No temas, María, has encontrado gracia ante Dios, concebirás y darás a luz un hijo.»

Nueva turbación de María: —«¿cómo será eso si no conozco varón?».

Y de nuevo el ángel: —«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, te cubrirá con su sombra.. el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios».

Y María da su consentimiento: —«Hágase en mí según tu palabra».

Como ella, y como muestra la epístola a los Hebreos, Jesús tiene claro que no viene para ofrecer sacrificios ni víctimas expiatorias, sino que «viene a hacer la voluntad del Padre. Mi alimento es hacer la voluntad del Padre», les dirá a los judíos.

Este fue el alimento de María durante su vida: hacer la voluntad de Dios. Jesús aprendió bien la lección, revestido de nuestra naturaleza, para seguir y vivir con ese mismo espíritu.

Y esta es la cuestión para nosotros, que además es un punto importante de la Regla: «no hacer nuestra voluntad sino la voluntad de Dios». (RB Prólogo 3; 4,60; 33,4)

Pero en este camino de progreso que estamos llamados a vivir, nuestro deseo debería ser llegar a vivir con aquel espíritu que se muestra Guillermo de Saint Thierry: «llegar a no poder hacer ni desear sino lo que desea Dios». Para nuestro camino diario esta escena evangélica, que resume todo el evangelio es una luz que no deberíamos apagar.

21 de marzo de 2011

JUEVES SANTO: LA CENA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 1-8.11-14; Salm 115,12-18; 1Cor 11,23-26; Jn 13,1-15

Leemos en la Sagrada Escritura un relato sobre la preparación de la Cena del Señor, el día de Jueves Santo. Dice así: «Llegó el día de los Ázimos (o de la Pascua), en que había que sacrificar el cordero pascual. Entonces envió a Pedro y a Juan diciéndoles: —Id a prepararnos la cena de Pascua. Le preguntaron: —¿Dónde quieres que la preparemos? Él les contestó: —Mirad: al entrar en la ciudad os encontraréis con un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo hasta la casa donde entre, y decidle al dueño: "El maestro te pregunta que dónde está la habitación en la que va a comer el cordero con sus discípulos". Él os mostrará una sala grande con divanes en el piso de arriba. Preparadlo allí. Ellos se fueron encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua» (Lc 22,7).

El evangelio no nos dice el nombre del dueño de la casa donde Jesús va a Cenar cuando llega su «Hora». Ese hombre con el cántaro de agua puedes ser tú, o yo, o cualquiera de nosotros. Ese hombre, mejor, somos todos. «Él vino a su casa y los suyos no le recibieron». Él nos llama ahora, hoy, a nosotros a entrar en su casa. Y sentarnos a su mesa y celebrar el misterio de su Pasión y su Resurrección. El misterio de su entrega en la expresión suprema del amor. Así nos lo cuenta san Pablo al hablarnos de la tradición que ha recibido: «Tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: —Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros». Y después dijo: «Esta cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva».

Esto es la Cena. Pero en las cenas significativas, en las cenas solemnes, suele haber una sobremesa donde se tratan los negocios que hacen que la cena sea importante para quienes han asistido a ella. En la Última Cena pasa algo semejante. También hay sobremesa. En esta hay tres puntos que no deberíamos olvidar en nuestra vida jamás, ya que están entrelazados:

Primer punto: el hecho de estar sentados invitados a la Mesa del Señor, donde Él nos dice su amor. Dios hace siempre lo que dice. Estamos sentados en una mesa en la cual el Señor nos hace participes de su preocupaciones, sus problemas, sus esperanzas. Una cena que ya viene de lejos como nos sugiere Pablo al relatarnos la tradición recibida. Una tradición que se remonta al tiempo en que Dios saca de la esclavitud en Egipto, a su pueblo. Dios quiere seguir sacando de la esclavitud el hombre. Al hombre de hoy. Y quiere además contar con nosotros.

Segundo punto: el anuncio de la traición. Judas, sentado a su mesa, junto a Jesús, lo va a vender por unas monedas. Es terrible haber convivido con Él unos años y no haber estado receptivo al amor del Maestro. Judas se va de la casa, antes de terminar la Cena. Hay muchas maneras de traicionar el amor. Yo diría que tantas cuantos niveles de amor hay en nuestras vidas: en una vida matrimonial, en la relación padres-hijos, en la vida de una comunidad, en la relación social, amistad… hasta llegar a ese nivel supremo de la entrega de una vida en una expresión de amor supremo, como es la Eucaristía. Traicionar el amor que es nuestra más preciosa capacidad, el tesoro más caro a nuestro alcance. Tantas veces sentados a esta mesa de la Eucaristía y podemos traicionar el amor. Hoy deberíamos preguntarnos todos en nuestro corazón sobre el nivel de conciencia con que celebro la eucaristía cada día, y cual es mi compromiso de fe de acuerdo a lo que vivo en ella.

La liturgia de hoy no recoge este punto de la traición de Judas que tiene lugar en esta primera eucaristía. Quizás la Iglesia, como madre nuestra, quiso ser más positiva con nosotros sus hijos, y ha recogido de la Cena de Jesús y sus amigos solamente el último punto que tiene un matiz mucho más positivo: «Si yo que soy vuestro Maestro y Señor os he lavado los pies también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros».

Así acaba el evangelio. Un evangelio que empieza con estas significativas y bellas palabras: «Él, que siempre había amado a los suyos en este mundo, quiere ahora demostrarles hasta que punto los ama, hasta el extremo».

Este es el compromiso que nos pide Jesús de esta Última Cena, de su Misterio de la Pasión y Resurrección. De cada Eucaristía: ¿Nos lavamos los pies unos a otros? Es decir si nos servirnos los unos a los otros, pero no desde la norma, la obligación, desde el fuego del amor, sino desde la generosidad de un corazón que lleva dentro el espíritu de este Jesús. ¿O damos de comer el demonio, sentándonos a esta Mesa, con personas con las que no nos hablamos, con las que nos negamos a tener trato alguno, con las que ni en broma compartiría un trabajo o un viaje con ella?

Jesús les da la señal para saber la casa de la Ultima Cena: un hombre con un cántaro de agua. Nosotros debemos entrar en la casa del Señor con el cántaro para que él nos la llene con el agua que sacia la sed, con el agua que lava los pies del que esta cansado, con el agua que nace del corazón como de una fuente viva.

El Señor nos invita a entrar en su misterio de Muerte y Resurrección. Puedes estar a la mesa con tedio, aburrido, inconsciente del misterio de muerte y vida que aquí se celebra, y seguir inconsciente tu vida. O deliberadamente traicionarlo. No cabe la tibieza o te convertirás en un vómito repugnante. Hemos de entrar con nuestro cántaro de agua, para que el fuego de Jesús nos la caliente, y se despierte en nosotros un deseo muy vivo de servir, de amar, de lavar los pies. O todas nuestras eucaristías serán inútiles.

EL TRÁNSITO DE NUESTRO PADRE SAN BENITO, ABAD

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 12, 1-4; Sal 15, 1-2.5.7-8.11; Jn 17, 20-26

Por varios conductos me han hablado muy positivamente de la película «Dioses y hombres». De estos comentarios he recogido dos puntos que me parecen muy interesantes:

Primero que es una película realizada con un gran respeto a todas las partes implicadas, y que en el fondo viene a poner de relieve la maduración psicológica de un grupo, en este caso un grupo religioso.

Segundo, que ante la posibilidad real, muy real de que matasen a todos los miembros del grupo o de la comunidad, hay alguien que en principio manifiesta su deseo de marchar, porque dice: "yo no quiero morir". A lo que el abad le responde: cuando entraste al monasterio ya moriste.

Hoy celebramos el tránsito de nuestro padre san Benito, es decir el paso de este mundo al Padre, lo que vulgarmente decimos es la muerte, pero lo que la sabiduría monástica llama pasar de la muerte a la vida. Y llegar a la plenitud del camino que, como monjes nos esforzamos en vivir aquí abajo, en el transcurrir del tiempo, es decir un tender a ser una sola cosa con Dios, el trabajo de buscar permanentemente a Dios para vivir en la intimidad con Él. Y esto, en una auténtica vida monástica, supone morir a si mismo, para renacer en el hombre nuevo según Cristo resucitado.

La vida de san Benito, así como su Regla nos enseñan que el verdadero tránsito y lo duro del mismo no es el final del camino, el paso a la plenitud de la vida, sino que lo duro está en el trayecto. Es el verdadero tránsito.

¿Qué dureza pudo tener san Benito al final de su vida, cuando en un momento de plegaria nocturna «ve proyectarse desde lo alto una luz que difundiéndose en torno ahuyentaba las tinieblas de la noche y brillaba con tal fulgor que, resplandeciendo en medio de la oscuridad era superior a la luz del día. Apareciendo ante sus ojos todo el mundo como recogido en un rayo de sol».

El verdadero tránsito fue para Benito el desarrollo de su vida monástica. Esto es algo como cuando vamos en el coche. Ponemos la radio, escuchamos las noticias que nos dice: Ahora les diremos como está el tránsito. Que si hay retenciones en la nacional 500, que si un accidente corta el tráfico en la autopista 123; que si un coche averiado esta provocando un concierto de claxon a la entrada de la Diagonal. El verdadero tránsito está pues en ir haciendo un buen camino al encuentro con el Señor. Ir recogiendo luz, para tener al final todo el mundo recogido en un rayo de sol.

Pero es necesario escuchar la voz que nos llama y «salir como Abraham. Salir de tu tierra». Para esta primera invitación de la Palabra de Dios que Benito considera fundamental nos pone en su Regla la palabra ESCUCHA. Los hay que no escuchamos bien, entonces nos ponemos un aparato. Pero los hay en la vida monástica, que no escuchan y que tampoco se ponen aparato. Sordos monásticos, que los hay en abundancia. Es quizás el mayor obstáculo en el tránsito. Estos, si no es a la luz de un cirio no recogerán el mundo en el rayo de sol.

Habla también en la Regla del trabajo de la obediencia renunciando a la propia voluntad. Una palabra que cuesta escribir en el corazón, en la duda del color del rotulador a utilizar. El tema del endurecimiento del corazón que nos priva de escuchar la voz del Señor que nos invita, para mostrarnos el camino de la vida, el verdadero tránsito a la vida. San Benito también establece una escuela del servicio divino, pero los hay que parece se matriculan en esta escuela como oyentes solo, sin obligación de examinarse, así que difícilmente harán el tránsito de un nivel a otro nivel de curso. Caminar en silencio por la autovía de este mundo tan llena de ruidos es otro obstáculo serio del tránsito monástico. Y podríamos hacer referencia a otro de los obstáculos serios, que es la humildad, con sus doce peldaños. No empeñamos en ocasiones en quitar alguno de estos peldaños y entonces tenemos dificultad para subir en nuestro tránsito una escala con la mitad de los peldaños.

Por otro lado el camino no lo hacemos solos. En esto Benito también tenía clara conciencia de la dificultad del tránsito, pues a la dificultad que podemos poner cada uno por nuestras personales deficiencias, se añade el hecho de que hacemos el camino juntos, en comunidad, con unos deberes para el camino: ir dibujando el rostro de Cristo, para que nos reconozcan al final a todos. No podemos negar que en este terreno tampoco somos más perfectos. Uno no tiene prisa por llegar, y se entretiene con las flores del camino; otro borra los trazos del Cristo que otro hizo…. Otros parecen dormitar…

Un tránsito que estamos llamados a hacer en comunidad; por eso toda la Regla subraya tanto la dimensión comunitaria, sobre todo en lo de no hacer la propia voluntad, de no tener el vicio de la posesión, de cuidar mucho todo lo comunitario. También haría falta muchas veces el aparato para tener una perfecta escucha del oído comunitario.

La Palabra de Dios nos los recuerda hoy de una manera viva cuando nos exhorta a ser UNO como lo es el Padre en Cristo y Cristo en el Padre. UNIDAD. Es la obsesión de Cristo. Ser uno para estar en ellos. Y para que el mundo crea que Cristo es el enviado del Padre. O sea que solamente la unidad es garantía de nuestra verdadera relación con Dios. Y esta unidad es la garantía de una eficacia pastoral en nuestra vida.

Yo creo que esta fiesta del tránsito de san Benito nos clarifica que el verdadero problema del tránsito lo tenemos hoy, ahora y aquí. Que esto del tráfico se está poniendo infernal. Que en ocasiones somos malos conductores. Y que hemos de aprovechar las retenciones para ayudarnos a superar los obstáculos del tránsito. Y poder llegar a recoger el mundo en un rayo de sol.

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Sam 7,4-5.12-14.16; Salm 88,2-5.17.29; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24

Hace un tiempo hablando con una persona amiga, comentábamos sobre el tema del silencio y de la palabra. Esta persona me decía que en ocasiones te encuentras con una persona, y en la conversación te das cuenta que sus palabras no lo dicen todo y sugieren mucho más de lo que dicen. Esto puede pasar también en una homilía o en una conferencia sobre un determinado tema. Y esto no ya porque el que habla quiera esconder algo o se resista a decir todo sobre un tema, sino porque la palabra o el gesto en ciertas circunstancias dicen mucho, y esa palabra o ese gesto es ya una invitación a dejarnos interpelar, es una invitación a la reflexión, para llegar a penetrar en el silencio que acompaña a esa palabra o a ese gesto. Quizás esto se podría resumir diciendo que el silencio, en ciertas ocasiones es más importante por lo que calla que por lo que dice.

Todo esto de nadie se puede afirmar más y mejor que de san José. De san José, no tenemos ni una sola palabra. Únicamente tenemos el gesto. Su gesto silencioso, abierto, acogedor. El gesto de la recepción y acogida del Misterio de Dios planeando en nuestra vida, en la vida de la humanidad. San José da nombre al misterio que abre la riqueza de su amor en medio de los hombres. Así nos lo ha confirmado el evangelio que hemos escuchado: «María dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque el salvará a su pueblo de los pecados».

La fe es una adhesión al misterio; no es solo una afirmación o conocimiento dogmático, sino que entraña un compromiso o abrazo de la persona entera. Es trasladarse al nivel de la presencia de un Tú, un Ser superior. Cuando hay esta relación personal, y consentimiento al misterio, hay una fe.

El literato Albert Camus decía: «tengo conciencia de lo sagrado, del misterio que hay en el hombre y no veo por qué no confesar la emoción que siento ante Cristo y su enseñanza. No creo en Dios, es cierto, pero no soy ateo. Veo en la irreligión algo vulgar y gastado». Nosotros, en cambio creemos que el misterio tiene un rostro concreto, Dios; tal es su nombre. Pero además, la celebración de san José nos permite descubrir que este Dios ha hecho más concreto su nombre, más legible. El misterio va a tomar un rostro humano y un nombre humano: Cristo. Y esto porque este santo, con el gesto de su profundo silencio, permite escuchar en su vida el rumor del misterio, que, como un torrente incontenible, abre las riquezas de su amor a la humanidad. Y fiel a la revelación de este misterio la pone nombre.

Pero en la abertura y aceptación del misterio no todo es fácil y luminoso. Lo podemos deducir de lo poco que sabemos de la vida de la Sagrada Familia, inmigrante en Egipto, y percibir también en las figuras bíblicas que la Iglesia nos pone como referencia y en relación a san José.

La primera sería David. Este es el ungido del Señor para ser rey de Israel. Pero le cuesta llegar al poder. Siendo el ungido de Dios se ve perseguido a muerte por su antecesor Saúl. Cuando ha conseguido el reino viene la división que le trae su propio hijo. Cuando todo indica que se ha consolidado como rey quiere construir un templo al Dios que lo ha elegido. Y Dios le dice que se olvide de los presupuestos para un templo. Eso sí, le da la promesa de permanencia de su reino. Pero el futuro, que David no contemplará, será quien confirmará la promesa. David tiene que creer en su Dios. Aceptar el misterio, vivir de la fe.

Tenemos otro ejemplo en Abraham. Vivía sin problemas con los suyos. Y le invita a salir, sin saber a donde iba. Sin GPS. Esto es fuerte salir de la patria y marchar sin un destino claro. Hoy, en nuestra sociedad hay millones de personas exiliados, sin familia, sin patria… Para Abraham pasan los años, no tiene descendencia y le viene la promesa de ser padre de muchos pueblos. Pero todavía más difícil: cuando ya debió perder las esperanzas de un hijo, éste le llega y vuelta a la contradicción: el Señor le manda sacrificarlo… Toda una vida flirteando con el misterio; dejándose abrazar por él una y otra vez. Pero sin tener una conciencia clara de los senderos por los cuales le lleva el misterio. Únicamente, abrazado a la fe.

En esta misma línea será la vida de san José. Dice san Bernardo: «No ha habido ni habrá otro misterio igual: ser madre y virgen». Esto está fuera de la experiencia humana. La lectura del evangelio nos presenta la relación con el misterio en el ámbito de una experiencia humana totalmente nueva. Madre y virgen. Más desconcertante si cabe que la de los patriarcas David y Abraham.

Esta contradicción también se da en nuestra vida. ¿No es verdad en nuestra vida aquella exclamación de Pablo: «Hago lo que no quiero y quiero lo que no hago?» Pablo en la experiencia de esta contradicción del misterio de su persona, y del misterio de Dios en su vida acaba exclamando: «¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte? Pero ¡cuántas gracias le doy a Dios por Jesús Mesías, Señor nuestro!» Como David, como Abraham, como san José, Pablo se abandona al misterio de Dios manifestado en Cristo, nuestro Salvador. Y vivirá todas las pruebas de su vida, que no serán pocas con una gran pasión, con un profundo amor a Jesús, el Salvador.

No podemos vivir el misterio de Dios en nuestra vida con tibieza. Sin frío ni calor. Hoy todo este tema del medio ambiente está que arde. Y esta que arde nuestra sociedad. Hay mucha injusticia en nuestro mundo; hoy más que nunca necesita nuestra sociedad motivos para la esperanza, descubrir senderos de salvación… Esto no lo pueden ofrecer personas, cristianos, laicos, religiosos sacerdotes… mediocres, vulgares que se limitan a vivir pasivamente la vida que va viniendo día a día, dejando muchas brechas abiertas al aburrimiento. San José, como David y Abraham, y como Pablo, nos recuerdan la importancia que es para el sentido de nuestra vida ser apasionados. Pasión y amor. Apasionados por el Misterio. A quien san José le pone un nombre. Cada día hay que poner nombre al misterio en nuestra existencia. ¿Qué nombre le pones tú?

20 de marzo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo II de Cuaresma

San León Magno, papa (Sermón LI,3-4.8)
El Señor manifiesta ante unos testigos escogidos su gloria y clarifica su cuerpo, que era como el de los otros hombres, con tal esplendor, que su cara resplandecía como el sol y su ropa era blanca como la nieve.

En la transfiguración del Señor hubo un móvil principal: sacar del corazón de los discípulos el escándalo de la cruz, y también que la humillación de la pasión, aceptada por él voluntariamente, no perturbara su fe. Por eso les fue revelada la excelencia de esta dignidad oculta.

Pero, con una providencia no menor pone el fundamento de la esperanza de la Iglesia santa: todo el cuerpo de Cristo conoció la transformación que tendría lugar, sus miembros pueden ya estar seguros de la participación en este honor que previamente había ya brillado en su Jefe.

El Señor ya había tratado de esta gloria cuando habló de la majestad de su advenimiento: «Entonces, los justos, en el Reino de su Padre, brillarán como el sol». El Apóstol San Pablo reafirma esto mismo cuando escribe: «Yo pienso que los sufrimientos del tiempo presente no son nada comparados con la felicidad de la gloria que más tarde se revelará en nosotros», y en otro lugar dice también: «Vosotros habéis muerto, y vuestra vida está escondida en Dios con Cristo. Cuando Cristo se manifieste, que es vuestra vida, también vosotros apareceréis con él llenos de gloria».

Pero para confirmar a los discípulos y dotarles de toda ciencia, en este milagro hay aún otra enseñanza. En efecto, Moisés y Elías, es decir, la Ley y los Profetas, también se aparecieron; conversaban con el Señor para que por la presencia de aquellos tres hombres se cumpliera lo que se dijo en la Escritura: «La causa será juzgada bajo la declaración de dos o tres testigos».

San Bernardo, abad (sermón 2,3.5 sobre Cuaresma)
Examina atentamente qué amas, qué temes, con qué gozas, o te entristeces. Piensa si tienes un espíritu mundano o tu vestido encubre un corazón pervertido.

El corazón se manifiesta en estos cuatro afectos, y de ellos se trata cuando se nos manda convertirnos al Señor. Conviértase, pues tu amor, y nada ames fuera de Dios o por Dios. Conviértase también a él tu temor, porque está pervertido si temes algo que no sea él o por él. Y conviértase también a él tu gozo y tu tristeza. Así será si sufres y gozas según Dios.

Rasgad los corazones, no los vestidos… Desgarre su corazón con la espada del espíritu, que es la Palabra de Dios. Sin romper el corazón es imposible convertirse a Dios de todo corazón. La dureza del corazón y la impenitencia del alma brotan al meditar no la ley del Señor, sino la propia voluntad.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel,

Gracias por tu carta de «invierno», agradable como siempre, y una invitación a la reflexión; esta vez con diversos párrafos interesantes de los cuales tomo estas líneas: «Quizás el corazón del hombre está formado de carne y eternidad, y depende de la aspiración de cada uno para que se manifieste en el hombre la dimensión carnal o la eterna. Una mirada al cielo, una sonrisa al desvalido, una gota de sudor en el esfuerzo una lágrima en el dolor, un beso a la mano amiga, un silencio a la provocación, un levantar los ojos al Padre…. ¿puede haber cosas más sencillas que estas?»

Yo creo también que el corazón del hombre está hecho de carne, que reviste a un núcleo de eternidad. Pero debemos cuidar este revestimiento de carne para que no neutralice el latido de lo eterno. Y seria precisamente esas cosas sencillas a las que te refieres las que proporcionan una creciente simpatía entre lo carnal y lo eterno.

Puede haber cosas más sencillas que estas que citas. Sí. Son muchas más cosas como estas, que la vida nos trae al encuentro y que si no las ignoramos es ocasión para que a través del vestido de carne se perciba con fuerza el latido de la eternidad, que ya está presente entre nosotros. Pero debemos tener presente que llegar a esa experiencia nos exige salir. Salir de nuestra tierra, como Abraham cuando es llamado por Dios. Salir de nuestra tierra, y abrirnos a otras tierras.

Esto supone también poner otros ritmos en nuestras vidas. En ocasiones salimos con excesiva prisa y esto nos impide atender a la sencillez de la vida, que se manifiesta en la pequeñez, en lo humilde. En otras ocasiones nos cuesta salir de casa. Nos resistimos a salir. «Estamos bien aquí», como dice Pedro en el Tabor. Estamos bien, seguros, tranquilos… Pero estas actitudes juegan contra la paz del corazón.

Hoy la vida se desarrolla en medio de tremendo dinamismo, que nos arrastra a todos; y es preciso hacer un esfuerzo de equilibrio, de vivir con la mayor consciencia posible nuestro tiempo, cada momento de nuestra existencia. Hemos de vivir con profundidad, con compromiso desde nuestra situación concreta el tiempo que nos ha tocado vivir. Que no se nos escape el tiempo inconscientemente. Necesitamos cada uno de nosotros «vivir la vida», no que «nos la vivan».

El poeta Rilke dice: «yo siento que toda la vida es vivida», pero a continuación se pregunta: «¿quién la vive?». Y se pregunta por las cosas, los vientos, las flores, los animales, las aves… para acabar su poema con otro interrogante: «¿la vives tú, oh Dios, la vida?».

Efectivamente, yo doy una respuesta positiva a ese interrogante: Dios vive la vida, Él es la vida, y la fuente de toda vida. Para mí Dios es pues, inevitablemente una invitación a vivir. A vivir la vida con pasión, con entusiasmo, con esperanza… pero en cualquier caso muy conscientemente. Porque la vida cuando adquiere perfiles profundos va adquiriendo un perfil también más consciente.

Por esto mismo esta dimensión consciente nos abre a la experiencia de lo eterno, que nos deja en el interior un aroma nuevo de paz. Y estas son las primeras brisas del amanecer de la Resurrección. Un abrazo,

+ P. Abad

13 de marzo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 1º de Cuaresma

De los sermones sobre la Cuaresma de san Jerónimo, presbítero

De la misma manera que el soldado se ejercita en la lucha, y con ataques simulados se prepara para las heridas de verdad, igualmente la vida de los cristianos tiene necesidad de la abstinencia, sobre todo cuando el enemigo está cerca y nos acosa con todo su ejército. A los que estamos al servicio de Dios, necesitamos en todo tiempo darnos el ayuno, pero más que nunca en estos días que nos preparamos para la inmolación del Cordero, nos disponemos para recibir la gracia del bautismo y participar del cuerpo y de la sangre de Cristo.

Todos los que nos preparamos con un ayuno de cuarenta días antes de celebrar el misterio del Señor, ayunamos el mismo número de días que Cristo ayunó por nuestros pecados.

Después del ayuno, Jesús fue tentado por el diablo. Este no sabía que fuera el Hijo de Dios y, por ello, no hacía demasiado caso. Le pregunta, en efecto, al tentarlo, si es Hijo de Dios. A nosotros, sin embargo, que sabe que queremos ser hijos de Dios, nos ataca con toda su fuerza y, como una serpiente escurridiza, se enrosca a nuestros pies para privarnos de subir al cielo. Si, pues, se atrevió a tentar al Señor, ella, la astuta y malvada, ¿cuanto más no se atreverá a engañarnos a nosotros? Si atacó al Hijo de Dios, ¿cuanto más no se atreverá a lanzarse sobre nosotros que somos de una naturaleza inferior? Si el justo apenas se salva, ¿cómo aguantarán los impíos y pecadores? No es que el Señor pudiera ser vencido por el diablo, sino que el que tomó la forma de esclavo, quiso en todo darnos ejemplo, para que nadie confíe en la propia santidad, ya que también aquel que no podía sucumbir quiso pasar por la prueba.

De los comentarios al salmo 60,2-3 de san Agustín, obispo

«Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica». ¿Quién lo dice? Parece que sea uno solo. Mira si es un: «Te invoco lejos del país, con el corazón desolado». No es por consiguiente uno solo, o mejor dicho, sí lo es, porque, Cristo, sólo hay uno, y todos nosotros somos miembros de él. Porque, ¿quién es el hombre que invoca lejos del país, él solo? No hay nada que clame lejos del país si no es aquella herencia de la que el Padre ha dicho al mismo Hijo: «Pídemelo, y te daré los pueblos por herencia, poseerás el mundo de un extremo al otro».

Entonces, es esta posesión de Cristo, esta herencia de Cristo, este cuerpo de Cristo, esta Iglesia de Cristo, que es una, esta unidad formada por nosotros, la que clama lejos del país. ¿Y qué es lo que clama? Lo que dije antes: «Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica; te invoco lejos del país». Esto es lo que he clamado a ti lejos del país, y lo he clamado desde todas partes.

¿Y por qué he clamado esto? Porque estoy con «el corazón desolado». Es evidente: el hombre se encuentra por todas las naciones de la tierra, pero no se encuentra, sin embargo, en una gran gloria, sino en una gran tentación.

Realmente, nuestra vida no puede verse libre de tentación mientras dura esta peregrinación, porque de la tentación sacamos provecho; nadie se conoce a sí mismo si no se ha visto tentado, no puede ser coronado sin victoria ni triunfar sin combate; no puede combatir si no tiene enemigos ni tentaciones.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Ma Luisa,

Hemos empezado un nuevo mes, Marzo, que nos traerá la primavera, un nuevo despertar de la vida, que nos volverá a hacer conscientes de la bondad del Creador, que nunca falta a la cita, para ofrecernos nuevos espectáculos de belleza. Yo, en estas vísperas de primavera, miro el cielo lleno de estrellas y bajo una de ellas hasta el blanco papel. La estrella de la bondad. De tu bondad; la bondad de tantos hombres y mujeres de este mundo sumido también en muchos sufrimientos. Es verdad que «solo Dios es bueno», lo dice el mismo Jesús. Pero también es verdad que Jesús es el camino mediante el cual Dios se introduce en el corazón de la humanidad. En tu corazón. En el corazón de tantos hombres y mujeres de este mundo. Por eso tu corazón sufre y llora ante la infidelidad de unos consagrados a Dios. Por eso el corazón de muchos hombres y mujeres de este mundo sufren y lloran ante la dureza, la inhumanidad que envuelve la vida de tantos semejantes. En ti, en muchos seres humanos más, es Dios mismo que sufre y llora, como lloró Jesús ante la ciudad de Jerusalén, viendo el futuro desgraciado de aquella ciudad, de aquel pueblo, a causa de la dureza del corazón.

«Solo Dios es bueno.» Él es la bondad. Es la bondad que necesita mi corazón, el tuyo, el de tantos hombres y mujeres, que nos acompañan en el camino de la vida. Por ello hemos de abrirnos a la belleza de la vida, al dolor de la vida, a la alegría de la vida, a la ternura, a todo rumor de vida nueva… que nos acerca el aroma suave de la bondad de Dios, que nos ensancha el corazón.

Ahora viene un tiempo propicio para esta escucha de Dios; ahora viene una víspera larga, grande, de una inmensa fiesta; ahora viene el día para preparar el Día. Ahora viene la Cuaresma para preparar la Pascua. Es un tiempo propicio para la escucha de Dios. Es un tiempo propicio para bajar la Palabra hasta el cielo del corazón y allí estalle en una fiesta de mil colores, que arrastre hasta nuestra tierra, la tuya, la mía, la de tantos hombres y mujeres, muchas estrellas de bondad.

Ahora viene un tiempo propicio para ejercitarnos en la bondad. Para ejercitarnos en Dios. «Solo Dios es bueno.» Y ejercitarnos en la bondad es ejercitarnos en humanidad.

Una vida humana ha de tener un sentido humano, muy humano hay que decir hoy, o de lo contrario se nos volverá moralmente corrompida. Profunda y progresivamente humana hasta encontrarnos con la bondad de Dios, esa lámpara que alumbra las entrañas de tu corazón.

Mª Luisa, pon esa luz sobre tu candelero, que tu luz alumbre la bondad de Dios para los hombres y mujeres de hoy. Un abrazo,

+ P. Abad

9 de marzo de 2011

LECTIO DIVINA

SALMO 22 (21)

2 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
a pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza.
3 Dios mío, de día te grito, y no respondes;
de noche, y no me haces caso:
4 aunque tú habitas en el santuario,
esperanza de Israel.

5 En ti confiaban nuestros padres,
confiaban y los ponías a salvo;
6 a ti gritaban, y quedaban libres,
en ti confiaban y no los defraudaste.

7 Pero yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo;
8 al verme se burlan de mi,
hacen visajes, menean la cabeza:
9 "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere".

10 Tú eres quien me sacó del vientre,
me tenías confiado en los pechos de mi madre;
11 desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
12 No te quedes lejos, que el peligro está cerca
y nadie me socorre.

13 Me acorrala un tropel de novillos,
me cercan toros de Basán;
14 abren contra mí las fauces
leones que descuartizan y rugen.
15 Estoy como agua derramada,
tengo los huesos descoyuntados;
mi corazón, como cera,
se derrite en mis entrañas;
16 mi garganta está seca como una teja,
la lengua se me pega al paladar;
me aprietas contra el polvo de la muerte.
17 Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores:
me taladran las manos y los pies,
18 puedo contar todos mis huesos.
Ellos me miran triunfantes,
19 se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.

20 Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
21 Líbrame a mí de la espada,
y a mi única vida de la garra del mastín;
22 sálvame de las fauces del león,
a este pobre, de los cuernos del búfalo.

23 Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
24 Fieles del Señor, alabadlo,
linaje de Jacob, glorificadlo,
temedlo, linaje de Israel.
25 Porque no ha sentido desprecio ni repugnancia
hacia el pobre desgraciado;
no le ha escondido su rostro:
cuando pidió auxilio, lo escuchó.
26 Él es mi alabanza en la gran asamblea,
cumpliré mis votos delante de sus fieles.
27 Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan:
viva su corazón por siempre.

28 Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
29 Porque del Señor es el reino,
él gobierna los pueblos.
30 Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo.
31 Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
32 contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor.

Estructura del salmo

Este salmo es una súplica individual con dos momentos importantes: súplica de auxilio en la tribulación, en el abandono, en el dolor, y promesa de alabanza y acción de gracias por la liberación que espera alcanzar. Los movimientos del alma chocan de forma dramática: temor ante la angustia y confianza en aquel que puede librarle de la muerte. El "abandonado de Dios" termina "abandonándose en Dios". Es una súplica urgente, intensa que interpela con fuerza. No se percibe que el que suplica tenga culpa; tampoco pide el castigo de los enemigos. Pero no aparece ningún asomo de desesperación. Hay en el salmista un dominio de sí mismo, que muestra una paz serena y profunda. Por ello ningún otro salmo presenta un alma tan bella, transparente y cercana al Mesías como éste. Por esto siendo una súplica tan singular, de un inocente perseguido y liberado, es un texto que ha influido más que ningún otro en los relatos de la Pasión.

Más que situarlo en un contexto histórico, habría que decir que nos describe una situación típica realizada con hondura poética.

Podríamos distinguir tres partes o tres situaciones distintas:

vv. 2-22 Súplica en una situación dramática, la vida que pende de un hilo.
vv. 23-27 Promesa de acción de gracias o de la misma acción de gracias tras la
superación del conflicto.
vv. 28-32 Es un himno al Señor, rey universal. De los himnos de realeza.

Hay muchas imágenes, fuertes, vigorosas:

La descripción de los enemigos, con figuras de animales feroces (v. 13-19)
El grito de espanto, de dolor (v. 3)
El justo hecho un gusano (v. 7)
Dios como una comadrona (v. 10)
Un héroe valiente (22)
Un pregonero (31)
Un rey (29)

Un posible origen del salmo: Una sociedad de desigualdades, conflictiva y violenta. No se respeta la vida de quien ama la justicia. El justo es "devorado" por sus semejantes que, como bestias feroces, solo se sacian con su muerte. Entre el justo y Dios hay una relación personal, hasta el punto que se dirige a Él diciéndole: "Dios mío". Pero tiene la sensación de que está ausente, y entonces recuerda el pasado, cuando confiaban en Él y éste los libraba.

La imagen más hermosa del salmo es la de un Dios que escucha el clamor del pobre que padece injusticia y lo libera haciéndole cantar himnos de alabanza (v. 23-27)

Leer

Dice San Agustín: «He aquí el salmo. Grabémosle en nuestras frentes, caminemos con él, no descanse nuestra lengua, diga estas cosas. Ved a Cristo que padeció; he aquí al mercader que muestra la mercancía; aquí tenéis el precio que pagó, su sangre derramada. En la bolsa (en su cuerpo) llevaba el precio; fue herida con la lanza, se vació, y ofreció el precio por toda la tierra».

Conviene leerlo varias veces dejándonos acompañar por este dolor de Cristo, por esta Pasión de Dios, e intentar recrearlo, desde la experiencia del mal de hoy día, desde la muerte y abandono, hoy también muy viva y actual, de muchos inocentes.
Unamuno nos dice del Cristo en la cruz: «Aquí encarnada en este verbo silencioso y blanco que habla con líneas y colores, dice su fe mi pueblo trágico. Es el auto sacramental supremo que nos pone sobre la muerte bien de cara a Dios».

Meditar

v. 2 Muy comentado por los Padres, pone de relieve una gran tensión ante el profundo y dramático abandono de Dios, aún habiendo confiado en Él. Pero, de hecho, se dirige a Dios en términos personales lo cual revela que no es tan absoluto el abandono. Toda la meditación del salmo aún centrándose también en los demás versos podría tener a éste como telón de fondo, pues mantiene la situación real del inocente abandonado.

Podrías apoyar algunos tiempos de tu meditación con estos pensamientos de los Padres:

«Es un gran misterio, grande y escondido, el que sugiere cuando grita a Dios: Por qué me has abandonado? Debemos buscar en qué Cristo ha sido abandonado... Fue abandonado cuando tomó la forma de esclavo y tomó la forma de hombre y asumió sus penas y pecados» (Orígenes).

«Las tinieblas que se extendieron no fueron un eclipse, sino una manifestación de la cólera de Dios» (San Juan Crisóstomo).

«El hombre grita en el momento de morir y ser separado de la divinidad. Pues la divinidad está libre de la muerte; y la muerte no se produciría si la vida no se retirara. La Vida que es la divinidad» (San Ambrosio).

«¿El Padre todopoderoso se ha retirado de Él? No. La naturaleza divina y la humana están conjuntadas en tal unidad que no puede ser ni destruida por el suplicio y separadas por la muerte» (San León Magno).

«La repetición manifiesta la ternura del Hijo amado. Es como si la proximidad de la muerte turbara a Cristo hasta el extremo. Todo esto viene a poner de relieve la condición humana» (Casiodoro).

«La naturaleza humana ha sido abandonada, dejada de Dios, a causa del pecado. El Hijo que se ha hecho nuestro abogado, nuestro defensor, llora la tristeza de nuestra naturaleza que ha tomado sobre sí. Cristo nos enseña a llorar» (Raban Mauro).

v. 3-4 «El salmista quiere separar el día y la noche para dejar en el centro el silencio de Dios» (Alonso Schökel). Al abarcar el día y la noche no hay posibilidad de descanso. Si Dios es el verdadero descanso ¿cómo poder descansar sin Él? Es lo que experimentaba Jeremías cuando decía: «Dejen caer mis ojos lágrimas de noche y de día sin parar» (Jr 14,17).

v. 5 y 6 Recuerdan los hechos realizados por Dios en favor de los antepasados. La importancia del recuerdo en la vida espiritual. Sin olvidar la situación difícil en que uno se encuentra (v. 7-9), vuelve a recordar la acción beneficiosa de Dios (v.10-12).

v.13-19 Un gran bloque con rasgos muy concretos que puedes meditar muy directamente en relación con la Pasión de Cristo. La liturgia, los poetas hablan con fuerza de esta situación: «Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo». «Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja en flor y en fruto» (Liturgia del Viernes Santo).

«Y Dios sintiéndose hombre,
gustó la muerte, soledad divina.
Quiso sentir lo que es morir tu Padre,
y sin la Creación vióse un momento
cuando doblando tu cabeza diste
al resuello de Dios tu aliento humano.

Destapaste a nuestros ojos
la humanidad de Dios; con tus dos brazos
desabrochando el manto del misterio,
nos revelaste la divina esencia,
la humanidad de Dios, la que del hombre
descubre lo divino».

(M. de Unamuno, El Cristo de Velazquez)

Pero también los medios de comunicación, la prensa de cada día nos habla con crudeza de esta Pasión de Dios en el hombre, de esta Pasión del hombre en Dios. Dedica alguna o varias sesiones a una oración centrada en el dolor, el sufrimiento del hombre de hoy a partir de algunos de estos reflejos de la prensa y teniendo como telón de fondo textos del salmo, o de los Padres, de la liturgia...

v. 23-25 Nos enseña Orígenes: «A partir de aquí Cristo ora como ya resucitado, e incluso es escuchado por sus hermanos en favor de los que ha orado». Si tú oras con este mismo espíritu, y con el espíritu del salmista, estas haciendo oración con el mismo Espíritu del Resucitado. Identifícate, pues, con los sentimientos de Cristo (cfr. Filp 2,5s). Cuenta la gloria de Dios en tu vida, alaba, invita a alabar, alaba con otros, muestra la presencia de Dios en tu vida con la confianza, la paz, la alegría...

v. 26-27 En la estrofa siguiente la alabanza adquiere un matiz más comunitario, más eclesial. La alabanza se enmarca en un clima de asamblea. Es pues una referencia de tipo cultual, litúrgica. «La gran asamblea, la gran Iglesia es todo el orbe» (San Agustín).

El comer hasta saciarse, la alabanza, la vida del corazón... son referencias a la Eucaristía, que es celebración de la muerte y resurrección del Señor, centro, fuente y cumbre de nuestra vida creyente. Con estos versos puedes centrar tu meditación en cómo celebras, cómo vives la Eucaristía, qué consecuencias lleva a tu vida...

v. 28 El recuerdo, es una palabra importante en la vida espiritual. Recordar las acciones de Dios en tu vida, sus maravillas... es un recurso para volver al Señor
La Escritura es un ejemplo de este recordar al Señor:

Eclo 43-50 es otro gran recuerdo de la historia.

Los profetas también recuerdan y ponen de relieve la intervención de Dios (Jer 2; 7,21- 28; Os 2,16-17; Ez 16; 20).

El Magníficat de la Virgen es también un recordar cómo actúa Dios. Las primeras palabras de Jesús recuerdan también el pasado (Lc 4,18)

Pero el recuerdo nunca es mirar atrás para quedarnos nostálgicos de otros tiempos, sino para descubrir las huellas de Dios, que tienen un estilo propio, y, con esa luz del pasado, saber dar una orientación y una vivencia a nuestra existencia de hoy según la voluntad de Dios. Pues Dios es fiel a si mismo y en Él todo es presente. En cambio nosotros no siempre somos fieles, y por ello debemos sumergir nuestro tiempo en la eternidad de Dios, para que adquiera un sentido y un sabor a eternidad que deseamos, y para la que estamos configurados.

Así es como podemos encontrar el centro de nuestra vida, llegar al corazón, como dice Paul Claudel:

«Una tierra en cultivo, un cultivo que ha encontrado
su corazón.
Las familias de todos los pueblos se postrarán de rodillas
para contemplarle. Porque en el Eterno está el reino y las naciones
son como un tapiz bajo sus pies».

v.30 te invita a recordar la victoria de Cristo con Filp 2,10: «de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, y toda boca proclame que Jesús, el Mesías, es Señor».

v. 31 En esta estrofa se nos invita a abrir nuestro horizonte hacia el futuro. ¡Dios ha actuado! Se dilata todo, nuestro espacio y nuestro tiempo adquieren otra tonalidad. Se trata de llegar a vivir en nuestra vida esta experiencia de un Dios que actúa en nosotros que siempre es para hacernos vivir para Él; vivir la palabra de la Escritura, para saciar mi alma en Él.

«Ninguno vive para sí mismo ni ninguno muere para sí mismo; si vivimos vivimos para el Señor, y si morimos morimos para el Señor; o sea que en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió el Mesías y recobró la vida, para tener el señorío sobre vivos y sobre muertos» (Rm 14,8).

Si el salmo estaba al principio centrado en la muerte del justo inocente que aplicamos a Cristo, piensa pues que esa entrega amorosa de Cristo es para recobrar el señorío, para tornar a la vida y ser fuente de vida para ti y para todos los hombres. Puedes pensar en qué medida vives para el Señor. Qué experiencia tienes del Señor. Según lo que dice Juan: «Lo que hemos visto y oído, lo que contemplamos y palpamos... eso os lo anunciamos para que seáis solidarios con nosotros» (1Jn 1,1s).

Para hablar a las generaciones que vienen. Para contar la justicia del Señor; todo lo que hizo el Señor. El recordar primero es para narrarlo, contarlo y hacer que otros sirvan también al Señor

Orar

Repetir litánicamente los v.2-4 de la primera parte del salmo, siendo la voz del dolor del mundo. O también los versos: «Contaré tu fama a mis hermanos en medio de la asamblea te alabaré», como una súplica para vivir tu vida como un testimonio de la Resurrección.

Contemplar

Dedica un tiempo a mirar la cruz en silencio. Deja que, en ese silencio, venga a ti la consideración que has hecho en tus distintas sesiones de oración con el salmo. María Magdalena viene con perfume a ungir y besar los pies de Jesús. Hazlo tú también con el perfume de tu silencio y envolviendo con tu mirada al crucificado.

MIÉRCOLES DE CENIZA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Joel 2,12-18; Sal 50 3-6.12-14.17; 2Cor 5,20-6,2; Mt 6,1-6.16-18

«No me verá dentro de poco el mundo,
mas sí vosotros me veréis, pues vivo
y viviréis", dijiste; y ve: te prenden
los ojos de la fe en lo más recóndito
del alma, y por virtud del arte en forma
te creamos visible…
Eres el Hombre eterno
que nos hace hombres nuevos. Es tu muerte
parto…»
(Miguel de Unamuno)

Con estos versos empieza el poeta su contemplación del Cristo en la Cruz. Dirige su mirada a la Cruz, donde está colgado también el hombre viejo de la humanidad, como paso obligado al hombre nuevo, que ha de hacerse visible en la vida de los creyentes. La muerte de este Hombre eterno de la Cruz es parto. Un parto permanente hacia la novedad de la nueva vida. Un parto que debe continuar en nuestra vida.

La preparación de este parto, de hecho se lleva a cabo durante toda la vida creyente, pero de una manera especial en este tiempo propicio que empezamos hoy: la Cuaresma, la gran vigilia de la Pascua, el amanecer del Hombre nuevo. Pero para estar de parto, hay que estar previamente en estado de buena esperanza. Y nos colocamos en un estado de buena esperanza, recogiendo en el corazón la invitación que se nos hace al recibir la ceniza: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás».

No nos acordamos de que somos polvo, estamos frenéticamente inmersos en multitud de preocupaciones, la mayoría de las cuales no hacen sino llenar de ruido la mente y de agobio el corazón; no nos acordamos de que somos polvo, ponemos nuestra inquietud en tener una buena imagen, dar el peso exacto. Aunque hoy en día con los medios técnicos de que disponemos se puede maquillar todo. No nos acordamos de que somos polvo, y cuánta energías gastamos por alcanzar horizontes ruinosos, pequeños, que a la postre nos dejan postrados en la tristeza y la desilusión.

Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás. Aquí tienes una puerta abierta a una sabiduría capaz de llenar de paz y alegría el corazón.

También podemos escuchar este día de la ceniza otra invitación no menos sugerente: «Convertíos y creed en el evangelio».

«Conviértete de todo corazón te dice el profeta Joel. Rasga el corazón. Conviértete al Señor Dios nuestro…» Conviértete y cree en el evangelio. Es decir vuelve tu mirada y tu corazón al evangelio y acógelo como punto de referencia en tu vida. Conviértete y cree en el evangelio. Es decir vuélvete hacia el evangelio, y que él ilumine todos tus pasos, toda tu vida, con su sabiduría siempre nueva. Convertirse es volverse, es prestar atención desde el corazón a la fuerza y sabiduría de la Palabra. Convertirse es abrir el corazón y dejar que Dios vierta el fuego abrasador de su Palabra en tu espacio interior.

Convertirse es desear sentir la Palabra como un fuego ardiente encerrado en los huesos (Jer 20,9). Un fuego que se nos escapa como un torrente en crecida de aguas caudalosas; un torrente que momentáneamente se pierde en las aguas sucias y cenagosas de nuestra vida y de los demás, para renacer con fuerza en esperanzas vivas. Convertirse es la tarea de nuestro sendero cuaresmal. Derramarse hacia dentro, hacia el interior del vaso de arcilla, descolgarse por entre las cuerdas de la Palabra.

Muchas cosas tienen que quebrarse, muchos lazos deben romperse para que nuestra humanidad, la tuya, la mía, la de tantos hombres y mujeres, experimenten el fuego purificador de la Palabra.

Y ¿cómo sabré si estoy en este camino de conversión?

Nos lo sugiere claramente la Palabra ya en este primer día de Cuaresma: «Dejaos reconciliar con Dios, os lo pedimos por Cristo, para llegar a ser justicia de Dios». Una justicia que debemos practicar no meramente ante los hombres para que hablen bien de mí, sino delante de Dios. Y nada nos pondrá más y mejor en el camino de la justicia de Dios, que si vamos por los caminos de la reconciliación, porque hemos de tener presente y esto lo olvidamos con frecuencia o no lo llegamos a saber como experiencia de vida, que todo lo que se relaciona con Dios, no puede prescindir de relacionarlo también con los hermanos, con quienes van también por nuestro mismo sendero a la casa del Padre.

También puedo estar con la certeza de este camino de conversión si mi plegaria es más intensa, si mi tiempo de oración se acrecienta en una escucha asidua de la Palabra. Si hago que mi vida sea más sobria. Si proyecto mi vida hacia los demás con más generosidad y abertura.

Hoy de manera especial, tenemos una orientación muy concreta de cara a preparar en nosotros el parto del Hombre nuevo. Esta orientación continúa con la luz de la Palabra que podemos escuchar cada día en este tiempo de Cuaresma.

«Este es un tiempo de gracia; este es un día de salvación. No eches en saco roto la gracia de Dios.»

Es tu muerte parto… Pero solo tendrás jn buen parto si, previamente, estás en estado de buena esperanza.

6 de marzo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO VIII
Domingo 9º del tiempo ordinario

De las Conferencias espirituales de Doroteo de Gaza, abad

La casa del alma se edifica por la observancia de los mandamientos de Dios. Con esta imagen, la santa Escritura nos enseña que el temor de Dios dispone el alma para la guarda de los mandamientos, y nos enseña también que con el cumplimiento de los mandamientos se edifica la casa del alma. Velemos, pues, sobre nosotros, hermanos. Tratemos de tener el temor de Dios, y edifiquemos casas para encontrar cobijo en los malos tiempos, cuando vengan las lluvias, los rayos y las tormentas, porque los tiempos malos son causa de grandes miserias para aquellos que no tienen donde cobijarse.

Pero, ¿cómo se edifica la casa del alma? Lo primero es poner los cimientos, es decir, la fe. Porque sin fe es imposible agradar a Dios. Después, sobre estos fundamentos se ha de edificar una casa bien proporcionada. ¿Tienes ocasión de obedecer? ¡Coloca una piedra de obediencia! ¿Viene un hermano indignado contra ti? ¡Pon una piedra de paciencia! ¿Tienes que practicar la templanza? ¡Pon una piedra de continencia!

De esta manera, con cada una de las virtudes podrás añadir nuevas piedras en el edificio. Lo que hay, sobre todo, es la constancia y el coraje, que son las piedras angulares: hacen que toda la construcción se mantenga sólida, unen los muros, unos con otros y no permiten que se derrumbe el edificio ni se dislocan. Sin estas virtudes es imposible de llevar todas las demás a buen término. Porque el alma sin coraje carece también de constancia, y sin constancia nadie puede hacer nada bueno. Esto es lo que afirma el Señor: «Con vuestra paciencia constante salvaréis vuestras almas».

San Gregorio de Nisa, Sermón I sobre los pobres

Como el fundamento de una casa y la quilla de una nave, por muy sólidos que sean, de nada valen ni aprovechan si no se construye también sabiamente lo que sobre ello estriba; así toda esa penitencia no vale para nada si no se le añade y acompaña todo lo que pide la justicia. El temor de Dios enseñe a la lengua a hablar lo que conviene, a no decir cosas vanas, a conocer el momento y la medida en el hablar, y saber decir lo necesario y dar la respuesta oportuna; a no hablar tumultuosamente y a no dejar caer como una granizada, por la impetuosidad en el hablar, las palabras sobre los que nos salen al paso.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Pilar,

Me hablas en tu carta de haber cogido un "virus espiritual" bastante fuerte que llevó la descomposición a tu mente, tu corazón, tus nervios y todo tu ser. Y que lo pasaste muy mal… Esto de los "virus" es algo muy actual. No solo en el cuerpo sino también en el espíritu como lo acabas de vivir. En el cuerpo uno se encuentra un día con malestar, va al médico, que en principio se queda algo desconcertado, para acabar diciéndonos que es un virus. Yo creo que así empezamos con muchas enfermedades, a continuación preparamos fármacos para "ese" virus y… hasta el próximo. Vivimos tiempos de enfermedades, nuevas, extrañas…

Y claro el cuerpo tiene una relación de parentesco muy íntima con el espíritu, así que también en la vida espiritual agarramos "virus". Virus que como te ha pasado a ti nos descomponen, de pies a cabeza. Y entonces vivimos mal. Mejor dicho, no vivimos, o malvivimos. Y cuesta recuperarse. Cuesta volver a recuperar una relación normal con el entorno, tanto físico como personal; sobre todo lo que duele y afecta más es la incidencia en la relación personal. Ya que en este caso nos sentimos atacados en lo profundo de nuestro ser: la unidad, el equilibrio de mi persona llamada a vivir en el tiempo la sabiduría de la reconciliación. Pero se ve atacada en ese resquebrajamiento de mi persona.

Nos apagamos un poco por dentro. Dice el libro de los Proverbios: «El espíritu humano es lámpara del Señor, que sondea lo más íntimo de las entrañas» (Pr 20,27). Pierde luz la lámpara interior, la lámpara del Señor, la lámpara de mi Dios. Hace falta reanimar permanentemente esta lámpara. Un buen consejo es el que da Moisés a su pueblo por encargo de Dios: «Meteos mis palabras en el corazón». Estas palabras son luz para el camino y fuego para el corazón. Pero posiblemente los creyentes no valoramos plenamente la fuerza y la sabiduría de la Palabra.

Vivimos en unos tiempos de muchas palabras. En la vida mercantil cuando un producto es muy abundante, pierde valor. En la vida espiritual también. Y creo que esta claro que en nuestras relaciones, en la vida humana estamos colgados de las palabras. Tele, radio, auriculares… Uno llega a casa y directo a encender la tele… Sale de casa y todavía no ha caminado diez pasos, llamada de móvil… Estamos envueltos en palabras. Las palabras nos agotan, nos agobian, nos golpean… palabras que no llevan sabor y aroma de vida; vaciedad que engendra vacío… No será extraño que tengamos la experiencia de que nuestro ser se nos descompone, de que pierde sentido la vida. La palabra que es instrumento de vida, nos pone en senderos de muerte.

Hay que construir bien la casa. Lo hacemos cuando escuchamos una palabra llena de luz y de vida, o cuando la damos. La cuestión es decir una buena palabra. Una buena palabra nace de un silencio, aunque sea breve. Pero no amamos suficientemente el silencio. Yo diría que le tememos. No lo contemplamos como fuente de la palabra de vida. Necesitamos trabajar cada día en la edificación de la casa, y un trabajo importante en esta tarea es que no falte el cimiento del silencio. El silencio nos pone en un camino de unificación y no de descomposición. El silencio es la tierra que acoge la semilla de la palabra y la guarda hasta que la hace germinar en el tiempo oportuno.

Yo te diría para terminar, y te aconsejaría la práctica de tres palabras: observa, escucha, actúa. Esta es la manera de vivir. Pero que no te falte en el ejercicio de cada una de esas palabras, la compañía del silencio, que viene a ser un buen "anti-virus" espiritual. Un abrazo,

+ P. Abad