16 de octubre de 2016

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Ex 17,8-13; Sal 120; 2Tim 3,14-4,2; Lc 18,1-8

«¿Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?»

Teniendo en cuenta el menosprecio que existe hacia las instituciones, y entre ellas también la Iglesia, parece que la respuesta sería negativa. No faltan ocasiones en que oyes: en la Iglesia ya sólo hay gente mayor, las parroquias vacías, los monasterios sin vocaciones… Así es. Pero también es cierto que la fe no es una institución, a donde acudimos como otros van al bar o al casino a echar la partida de guiñote con los amigos habituales, y si falta uno ese día se estropeó la partida; y aburridos tomamos una taza de café y nos volvemos a casa.

Existen injusticias tan fragantes como la que nos narra el evangelio, o más desgarradoras incluso, están a la orden del día en esta sociedad cada día más desesperanzada. También dentro de la Iglesia.

Pero sucede que la fe es algo más serio; así nos lo contaba en una de sus encíclicas el Papa Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano, a tener fe por una decisión ética o una gran idea, sino por un encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a nuestra vida. Por un encuentro con Jesucristo». I sigue diciendo el Papa Benedicto: «Pablo recuerda a los cristianos de Éfeso que antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo “ni esperanza ni Dios” (Ef 2,12)».

¿Nos hemos encontrado con Cristo?

Quizás algunos pensaran o dirán por lo bajo: ¡Pero qué cosas dice el P. Alegre! Si somos bautizados por la Iglesia, vivimos en un monasterio nuestra vocación monástica, he hecho una opción por la vida religiosa, vengo a Misa los domingos, cumplo mis obligaciones… ¿Qué obligaciones?

Encontrarte cada día con Cristo, para reavivar tu fe, es la principal obligación de un cristiano. Porque nos puede pasar en la vida de fe como en la de tantos matrimonios que descuidan vivir cada día la seducción del amor, y así vienen las crisis de los 5 años, de los 20 o de los 40, o si me apuráis nada más volver del viaje de novios.

Cada día necesitamos vivir la seducción de Dios, dejar que Cristo nos seduzca, como sedujo a sus discípulos por los caminos de Palestina. Pero lo que entonces era un encuentro con la presencia humana de Jesús, hoy esta presencia se nos hace real a través de la Escritura. Así lo sugiere san Pablo a su discípulo Timoteo. Lo habéis escuchado en la segunda lectura: «Persevera en la doctrina que te han enseñado, recordando que las Escrituras que te han enseñado tienen el poder de darte la sabiduría que te lleva a la salvación».

¿Recuerdas la Palabra de Dios? ¿Tienes viva, como en carne viva tu relación con la persona de Cristo? Buscas cada día dejarte seducir por él?

Todavía añade san Pablo: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñar, convencer, corregir y educar en el bien, para que el hombre sea maduro y esté a punto para toda obra buena».

Cuatro verbos muy importantes, necesarios para dejarse seducir por Jesucristo: «enseñar». «Quien ignora la Escrituras ignora a Cristo» dice san Jerónimo. Necesitamos dejarnos enseñar por ellas en un contacto asiduo, intimo. El segundo verbo: «convencer», o sea no se trata de un aprendizaje de memoria, sino de abrir el corazón a la Palabra de Cristo, de modo que la hagamos nuestra. El tercer verbo, «corregir», porque es evidente que todos tenemos necesidad de ser corregidos por la sabiduría de la Palabra de Dios y ser educados por ella. «Educar» pues sería el cuarto verbo. La palabra educar significa sacar desde dentro, traerlo a la luz. O sea que la capacidad para la fe, para la vida de amor todos la tenemos dentro, pero debemos dejar que la Palabra de Cristo haga su obra en mí y me lleve a la madurez. Que consiste en pasar haciendo el bien, para que no haya crisis de fe en mi vida.

Pero viendo el duro panorama de nuestro tiempo, la superficialidad de nuestra vida de fe me pregunto si pueden ser verdad aquellas palabras del filósofo Kierkegaard:
«Estaré a solas con la Palabra de Dios, para escuchar lo que es una carta de amor de parte de Dios... Pero voy a hacerte una confesión: yo no me atrevo aún a estar absolutamente solo con la Palabra, en una soledad en que ninguna ilusión se interponga. Y permítaseme agregar: aún no encontré al hombre que tenga el coraje y la sinceridad de permanecer a solas con la Palabra de Dios. ¡A solas con la Palabra de Dios! Después de abrir el libro, el primer pasaje que cae bajo mis ojos se apodera de mí y me apremia; es como si el propio Dios me preguntase: ¿Pusiste en práctica eso? Y yo tengo miedo y evito su cuestionamiento prosiguiendo bien rápido mi lectura y pasando curiosamente a otro asunto».

4 de septiembre de 2016

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Sab 9,13-18; Sal 89; Flm 9-10.12-17; Lc 14,25-33

«¿Quién puede conocer lo que desea Dios?»
«¿Quién puede descubrir la voluntad del Señor?»

El libro de la Sabiduría según lo que hemos escuchado a continuación no nos da pistas para una respuesta positiva: «las razones de los mortales son inseguras, el cuerpo es una cabaña de tierra que se descompone, apenas adivinamos las cosas de la tierra, apenas planteamos con sabiduría y acierto lo que tenemos a mano, y sin embargo pretendemos conocer y pontificar sobre lo que está más allá de lo humano».

Quizás tendríamos que recordar las palabras de Dios a Job, cuando el hombre se planta ante Dios y le pide cuentas: «¿Quién es ese que denigra mis designios:
Si eres hombre cíñete los lomos que voy a interrogarte y tú responderás. ¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse como mantillas las nubes y la niebla por pañales, cuando le puse un límite con puertas y cerrojos? Has entrado en los hontanares del mar, o paseado por las honduras del océano? ¿Te han enseñado las puertas de la Muerte? ¿Quién es el padre de la lluvia? ¿quién engendra las gotas de rocío? ¿de qué senos salen los hielos?» (Job 38) «Y Job responde: te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos, por eso me retracto y me arrepiento…» (Job 42)

Sin embargo Dios se ha acercado a nosotros, se nos ha revelado, nos ha dado a conocer su Amor por Jesucristo. Y este Jesucristo, además, nos enseña a dirigirnos a este Dios con el nombre de Padre. Y en esta relación con este Dios Padre estamos de acuerdo en hacer su voluntad. Así se lo decimos en el Padrenuestro.

Esto mismo nos da confianza para dirigirnos a Dios con las palabras de la oración colecta de hoy: «Tú nos has redimido, y nos ha dado la gracia de ser tus hijos». Esta es la obra que ha llevado a cabo entre nosotros Jesucristo: hacernos hijos de Dios Padre. Pero la plegaria continúa: «Mira los hijos que amáis, y danos la libertad y la herencia eterna, a los que creemos en Cristo».

Le pedimos que nos mire. «Que nos deje ver la claridad, la luz, de su mirada», como canta el salmista, que su amor nos sacie, que además para eso está hecho el corazón humano, para amar, para gozar de la luz de esa mirada.

Necesitamos en nuestra vida esa mirada de Dios que ilumine los pasos de nuestra vida en la tierra, y la luz de nuestra mente. Para conocer lo que desea Dios de nosotros, para descubrir cuál es su voluntad.

Porque nosotros nos fatigamos inútilmente. ¿Por qué no emplear más nuestro tiempo en lo esencial? Alguien lleno de sabiduría dijo y cantó: «Yo necesito pocas cosas y las pocas cosas que necesito, las necesito muy poco». Quizás aquí podemos tener un trabajo apasionante para adquirir sabiduría: contemplar las cosas, contemplar la vida y discernir lo que realmente necesito. Mi vida debe ser un espacio y un tiempo de simplicidad, la brevedad de la vida debería ser un pensamiento dominante en todos nosotros, pero ¡cuánta fatiga inútil!

Pedimos a Dios con el salmista «que nos ayude a calcular nuestros días, nuestros años, que no sean fatiga inútil, para alcanzar la sabiduría del corazón». Se trata de que nosotros, que creemos en Cristo, como afirmábamos en la oración colecta, «lleguemos a tener la mente de Cristo», como nos enseña san Pablo en sus Cartas.

¿Tenemos nosotros, la mente de Cristo?

Volvamos al Evangelio. Cristo nos invita a una adhesión, a un seguimiento, no a medias. Cristo es el Amor de Dios que se nos ofrece como camino de vida y de plenitud. Pero como hay obstáculos en el camino nos pide una reflexión seria acerca de cómo seguirle. No sea que estemos levantando la torre de nuestros deseos, del me gustaría, del haría, pero…

Él, Cristo, te ha dado, y ha puesto su Espíritu dentro de ti. No lo dejes dormir, ponte a despertarlo. Que lo suyo es soplar para llevarnos a la plenitud de la vida.

Pero yo te sugería que primero aprendas sus matemáticas, como dice el salmista: «Enséñanos a contar nuestros días».

24 de junio de 2016

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Homilía predicada por el P. Rafel Barruè, prior de Poblet

Asiste la escolanía del Valle de los Caídos

¿Qué va a ser este niño?

¿Qué van a ser cada uno de estos pequeños cantores, que van creciendo en edad y en sabiduría, fortaleciéndose en el Espíritu, como Juan Bautista?

Dios ha concedido su gracia. Cuando nace un niño Dios nos está concediendo su gracia. Cada criatura es hijo de Dios. Hace falta valor y reconocerse hijo y reconocer a los otros, sean quienes sean, como hijos de un mismo Dios.

Mirad, experimentamos el olvido de Dios. No por nuestra parte, pero si por amigos, conocidos i familiares, donde Dios ha quedado para ellos en la penumbra. Tal vez, como el siervo del Señor, nos toca a cada uno de nosotros iluminar las zonas oscuras de nuestros seres queridos, para que les llegue algo de la gracia de Dios.

El ser humano, por vivir en el desierto, aunque no quiere darse cuenta está sediento de Dios. Por nuestro testimonio de vida pueden llegar a saciarse, saciar su sed de Dios, su sed de gracia, de misericordia, de amor, de salvación.

Dios nos tiene preparado un plan para cada uno de nosotros. De momento cantamos y alabamos al Señor con salmos e himnos. Desde nuestra situación existencial, nos alegramos porque el Señor ha mostrado su gran misericordia con Isabel, con Zacarías, con todos los que reconocen, bendicen i proclaman las maravillas que Dios nos concede. Vosotros tenéis que descubrir en vuestra vida que una nota musical puede cambiar un corazón.

Dios nos concede su gracia, para poder estudiar, para poder formarse como persona en una escolanía, entre una comunidad monástica, en el seno de la Iglesia, como cristianos que siempre necesitamos de conversión.

Hoy 24 de junio de 2016, un niño, que se llamará Juan, nos indica, una voz nos señala la Palabra de Dios, es decir Cristo Jesús. Hacia él pues, nos tenemos que orientar.

19 de junio de 2016

DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Zac 12,10-11; 13,1; Sal 62; Gal 3,26-29; L c 9,18-24

«Señor, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti… toda mi vida te bendeciré…»

El salmista no le reza a un Dios indefinido, extraño, sino a «mi Dios». Quiere decirle claro desde el principio: «Tú, eres mi Dios». Hay una utilización de los pronombres personales o posesivos en un tuteo amoroso: «mi Dios, te busco, sed de ti». Quiere vivir con Dios como en su propio hogar. Por ello escribirá el poeta:

«Para vivir no quiero islas, palacios, torres;
qué alegría más alta vivir en los pronombres».
(Pedro Salinas)

Este salmo es como el encuentro de dos sedientos: Dios y el hombre. Un encuentro de la sed infinita de Dios por darse en amor al hombre, y la sed del hombre por responder a ese amor. «Dios tiene sed, dice san Gregorio Nazianceno, de que el hombre tenga sed de Dios».

En el evangelio contemplamos como Jesucristo, cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre, da, como hombre la respuesta que Dios espera de nosotros. Contemplamos a Cristo en diálogo con sus discípulos. Y podemos percibir como también se utilizan los pronombres:

«¿Quien dice la gente que soy yo?» ¿Qué se dice de mí? El pronombre en tercera persona. «Dicen que si eres Elías, dicen que si eres el Bautista…»

Pero Jesús no va con rodeos con sus discípulos. Nos lanza la pregunta directa, personal, a cada uno: «Y vosotros qué decís?» Y la respuesta viene de todos por boca de Pedro: «Tú eres el Mesías…»

¿Es también ésta tu respuesta? Una respuesta desde tu vida concreta, comprometida, con el Espíritu de Jesucristo. Se trata de vivir en los pronombres, pero no en los pronombres indefinidos se dice, se habla… sino en los pronombres de la invocación, con aquellos pronombres con los que invocamos a Dios, con los que nos abrimos a una relación personal con Dios: «yo, tú». «Tú eres mi Dios, yo te busco, te bendeciré». ¿Nos sale esta respuesta desde el corazón?

Tenemos necesidad de una relación que nos una, nos religue a la persona de Cristo, y dé un sentido profundo a nuestra existencia.

Como enseña el poeta: «El Amigo y el Amado ataron sus amores con los lazos o los nudos de la memoria, del entendimiento y de la voluntad, para que no pudieran separase jamás; y la cuerda con la que se ataron estaba tejida de pensamientos, de sufrimientos, de suspiros y de lloros». (Libro del Amigo y del Amado, n. 126)

Este es el camino para revestirnos de Cristo. De este revestimiento nos habla san Pablo cuando se remonta al bautismo mediante el cual empezamos a estar arraigados en Cristo, y empezamos a ponernos el vestido de Cristo: «judíos o griego, esclavo o libre, hombre o mujer. Todos una sola cosa en Jesucristo». Todos, una diversidad de personas, sí, pero revestidos de esa unidad profunda y fuerte que nos da Jesucristo.

Ahora bien, Jesucristo nos aclara un poco más acerca de cuál debe ser nuestro camino, de cómo nos vamos revistiendo de él. «Quien quiere venir conmigo, debe negarse a sí mismo, tomar cada día la cruz» y dar su vida con la fuerza del amor. La cuerda que liga, que ata el Amigo y el Amado son los pensamientos, los sufrimientos, suspiros y lloros…

Es decir que tenemos por delante toda una tarea apasionante y nada fácil, pues está en el centro de la vida la cruz. Pero también está en el centro de tu vida, de tu corazón el DESEO DE DIOS. Por esto es bueno aprender y decir las palabras del salmo: «Señor, tu eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti… toda mi vida te bendeciré».

10 de abril de 2016

DOMINGO III DE PASCUA (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Hech 5,27-32.40-41; Sal 29; Apoc 5,11-14; Jn 21,1-19

«El Amor entra en el corazón del Amigo y el Amigo le pregunta: —¿Tú, que quieres? Y el Amor le dijo —Yo he venido para alimentarte y hacerte lo bastante fuerte para que en el momento de la muerte puedas vencer a tus enemigos mortales» (Llibre de l’Amic i l’Amat, 201).

¿Ha entrado el Amor en tu corazón? No cualquier cosa que llamamos amor, sino aquel Amor que llegó hasta el extremo, hasta dar la vida. Solamente este Amor vale la pena, solamente este amor puede vencer nuestros enemigos mortales. Y solo llega a vivir este Amor quien supedita la vida al amor.

Pero parece ser que este Amor no tiene el camino fácil para penetrar en nuestro corazón. Nos lo descubre la Palabra de Dios que ha sido proclamada y que hemos escuchado en esta Eucaristía:

Nos dice el apóstol san Juan, que «era la tercera vez que se les presentó Cristo después de resucitar de entre los muertos». Y efectivamente el mismo Juan nos relata dos apariciones previas. En la segunda les echa en cara su dureza de corazón para creer, les invita a no ser desconfiados.

Hoy el relato de san Juan nos presenta el grupo de discípulos que han vuelto a sus ocupaciones habituales, que tenían antes de conocer a Cristo. «Están juntos», nos dice, seguramente en tertulia y comentando todo lo sucedido días antes en Jerusalén, un tanto o un mucho desesperanzados, como aquellos otros que iban a Emaús. Vuelven a sus ocupaciones habituales, a pesar de que no se les va de su mente la nostalgia de Jesús; a pesar de que sienten tocado su corazón por la sensibilidad y la ternura, por el amor de Jesús. Pero no era suficiente aquella nostalgia, aquel bello recuerdo de los días pasados con Jesús por los caminos de Palestina. No se puede vivir de recuerdos.

«Me voy a pescar», dice Pedro. Vuelven a lo de siempre. «Y nosotros vamos contigo», dicen los demás. Vuelven a lo suyo, lo de siempre. A pescar. De noche. Pasaran toda la noche en la fatiga de un trabajo infructuoso, pues no cogen nada.

Pero el Amor no les abandona. El Amor viene con la Luz. La Luz trae la claridad y la alegría de la novedad de un nuevo día. Y una buena pesca. El Amor viene muy discretamente: Allí, Jesús, plantado en la orilla que les interpela con una palabra vulgar: «Muchachos, ¿no tenéis algo para comer?». Y después otra palabra normal para los pescadores: «tirad la red al otro costado».

Y renace el Amor. Primero en aquel que ya tenía el corazón un poco más tocado de amor y que se adelanta a decir: «¡Es el Señor!»

Y salta la chispa. Se les cambia el chip. Y todo se hace nuevo, todo se ilumina con una luz nueva. El día adquiere una nueva y sorprendente claridad.

Y cuando el corazón es tocado en profundidad por el Amor, uno ya no puede dar otra respuesta que la que dan los Apóstoles ante el sanedrín: «obedecer a Dios es primero, antes que obedecer a los hombres». No podemos sino decir lo que ha nacido en lo más profundo de nuestro corazón.

Y cuando el Amor entra en el corazón del Amigo empiezan a vivir la vida en toda su profundidad, en todo su sentido más amplio, más profundo. Solo el Amor vive la vida. Todo lo demás son malas imitaciones que nos dejan en el interior más inquietud que paz.

¿Ha entrado el Amor en tu corazón? Mira: por diversos caminos puede llegar a tu corazón. Juan, en la lectura del Apocalipsis que hemos escuchado, nos dice: «El Cordero que ha sido degollado es digno de recibir todo poder, riqueza, fuerza, honor, gloria y alabanza».

Amigos, amigas: aquí tenéis toda una diversidad de caminos para abrir el corazón y dejar penetrar el Amor, porque Dios no necesita ni nuestro poder, riqueza, fuerza, honor, gloria y alabanza. Somos nosotros quienes lo necesitamos, pero no a la manera de nuestros caminos humanos como solemos pretender, sino a la manera del Resucitado a la manera de Cristo que ha sido agradable al Padre.

Amigos, amigas: la Resurrección no culminó con la noche de la Vigilia Pascual. La Iglesia Madre iluminada por la sabiduría divina nos invita a prolongar esa Noche dichosa a lo largo de cincuenta días, el tiempo pascual, porque quizás nosotros salimos a pescar en la noche. Y necesitamos la Luz, la luz de un amanecer nuevo para lograr una buena pesca. Y después de una buena pesca fiados del Amor, vivir con deleite estos versos que le sugiere al poeta Rilke el primer encuentro de santa María con el Resucitado:

«Y ambos comenzaron,
en silencio como los árboles en primavera,
infinitamente igual,
aquella primavera
de su inefable contacto.»

Amigo, amiga: ¿comenzamos esta primavera…?

19 de marzo de 2016

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre
2Sam 7,4-5.12-14.16; Salmo 88; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24

San German de Constantinopla, un Padre de la Iglesia del siglo VII, tiene una bellísima homilía sobre la Anunciación a María donde intercala unos diálogos entre María y el Angel, y después entre María y José, probablemente recitados por varias personas. Realmente una versión muy moderna de homilía.

Primero, un diálogo del ángel y María que se resiste a creerle, y después entre María y José que transcurre así:

María: En los profetas está escrito: se dará un libro sellado a un hombre que sabe leer y dirá: No puedo leerlo. Me parece, José que esta profecía se refiere a ti.

José: Oh María, denuncia públicamente al que ha puesto asechanzas contra mi casa, me ha deshonrado; no sea que yo venga a ser objeto de burla en Israel.

Un José que se muestra muy desconfiado y en ocasiones duro en las respuestas a María la cual va persuadiendo a José.

María: Qué grande y dichoso es este día en el cual ha obrado en mí grandes cosas el Todopoderoso, cuyo nombre es santo y cuya misericordia se derrama de generación en generación.

El diálogo de María con el ángel se realiza apoyándose en el relato evangélico. El diálogo con José es más libre, tiene su punto de apoyo más que en el relato de la Anunciación, en un razonamiento más a nivel los problemas humanos que la Encarnación de Dios venía a ocasionar en la vida de san José.

Y esto puede ser muy interesante para nuestra vida de fe. Contemplamos las dificultades de san José para asumir con todas las consecuencias la Encarnación de Dios en la vida humana. Nosotros nos podemos hacer una idea acerca de la intervención de Dios en la vida de la humanidad, o nos podemos acostumbrar a lo ha llevado a cabo Dios en la historia y vivirlo ya como la rutina de algo sabido.

«El Espíritu de Dios sopla donde quiere y como quiere». La acción de Dios siempre es sorprendente. «Los pensamientos de Dios son distintos de los nuestros… sus caminos no son los nuestros». Él ha venido para ser nuestro camino, pero somos nosotros los que tenemos que incorporarnos a su camino. Y esto no siempre es fácil. Los vemos en las otras dos personas que presenta la liturgia en relación la persona de san José.

No fue fácil el camino para David. Aquí se muestra agradecido a Dios, le quiere construir un templo. Dios se niega. David que tuvo serios problemas en su relación con Dios y no siempre actúa con fidelidad, pero Dios sí lo fue con él, y por ello le promete una descendencia que durará siempre.

No fue fácil el camino para Abraham. Éste recibió la promesa de una descendencia en virtud de su fe, cuando no tenía hijos, y cuando lo tuvo Dios lo pone a prueba con el sacrificio de su hijo. Verdaderamente como escribe san Pablo a los romanos «esperó contra toda esperanza y creyó firmemente que Dios le haría padre de una multitud de pueblos». Debió ser bastante duro el trayecto o la vivencia de su fe en Dios.

Lo que percibimos claro a lo largo de la historia de la salvación es que Dios busca al hombre, su amistad, aquella amistad que se rompió al principio de los tiempos. Que esta historia de Dios con el hombre muestra la verdad aquellos versos del Cantar: «Yo soy para mi Amado objeto de su deseo» (7,11).

Nuestro Amado se nos manifiesta a través de su Espíritu que sopla como quiere y donde quiere. San José escucho las palabras de María y tuvo el silencio apropiado para discernir la presencia del Espíritu; así, también nosotros tenemos necesidad de vivir nuestra fe abiertos a la escucha de Dios, a la escucha de aquello que hoy quiere decirme Dios en estos tiempos tan revueltos, mucho más que un revuelto de huevos, pues estos son comestibles, pero el revuelto de nuestra sociedad si dejamos de lado la voluntad de Dios es a nosotros a quienes pueden comer.

Ese silencio y discreción de san José que quizás empezaría con una actitud desconfiada, dura o de reproche, dejó siempre una abertura a la luz. Y nunca habitó por completo en él la noche, y así pudo ser el acogedor y guardián de la Luz que viene a iluminar a todos los hombres. Y en toda esta historia breve de san José yo creo que tenemos tres palabras que debemos guardar bien en nuestro espacio interior: escucha, silencio, discreción. Lo demás vendrá por añadidura.

Y terminará san Germán esta bella homilía con estas palabras de María: «Qué grande y dichoso es este día, en el cual ha obrado en mí grandes cosas el Todopoderoso, cuyo nombre es santo y cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen».

31 de enero de 2016

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Jer 1, 4-5. 17-19; Sal 70; 1Cor 12,31-13,13; Lc 4,21-30

«El amor no pasará nunca».

Y aquí tenéis un retrato del amor. En la lectura segunda de san Pablo. O también un lienzo, una singular y única pintura sobre Dios; y que nos resaltan sus bellas pinceladas de color, de manera admirable para nosotros, la psicología de la persona retratada. Esta es la pintura de Dios, su retrato, que queda esbozado a lo largo de las páginas sagradas de la Biblia, y perfilado por completo para ti, para mí, para cada uno de nosotros en la persona de Jesucristo: «El amor es paciente, es bondad, el amor no tiene envidia, no presume, no es orgulloso no se irrita, no da lugar a la venganza; el amor no acepta las farsas, sino la rectitud; el amor lo soporta todo y no pierde nunca la confianza, la esperanza, la conciencia».

Esta es la pintura más fiel de Dios. Porque Dios es amor. No pasará nunca.

Y este amor nos lo ha revelado Dios, lo ha manifestado entre nosotros, nos lo ha hecho presente en su Hijo. Y nosotros ¿lo rechazamos como sus vecinos de Nazaret? «La misión de Jesús es revelar este misterio de amor divino en su plenitud. Su persona no es otra cosa que amor. Un amor que se da y ofrece gratuitamente» (Misericordiae vultus, 8).

El amor, pues, no es un sueño… Quizás te pueden entrar dudas acerca de la existencia de Dios, pero seguro que no te entran dudas acerca de la existencia del amor. Tú, ¿no amas a alguien, no te sientes o te has sentido amado por alguien… Ten la seguridad de que estás en el sendero de Dios. Que Dios está muy próximo a ti.

El amor no es un sueño. El amor nos ayuda a soñar. Soñar en esta imagen de Dios, esta pintura de singular belleza, obra que ya está empezada en tu corazón. El amor es la vida misma en su estado de madurez y perfección… Quizás no sientes esta madurez del amor en tu vida… Pero ¿y el deseo? ¿Acaso no deseas vivir o reproducir en tu persona esta pintura amable del amor, esta pintura de Dios?

Pero si contemplamos esta vida que se nos ha revelado como amor descubrimos que va ligada a otra palabra: muerte. Tenemos que copiar esa pintura divina de amor, pero tenemos que aceptar la muerte. La pincelada de la muerte. Escoger la vida, escoger el amor, es escoger la muerte, porque la vida, que vivimos como hombres y en el tiempo, termina con la muerte. Aceptar otra forma de vida que no acepte la muerte es puro sueño inútil. Una vida terrena sin muerte es puro sueño inútil. Algo irreal.

Por ello escribe el poeta, hablando del Amor que da su vida:

«Desgarrón de los cielos, abertura.
Tú eres de Dios y quien por Ti le mira
muere de verte, al fin, de amor se muere
y muriendo de amor vida recobra
vida que nunca muere».

Quizás por ello esa pintura de Dios, del amor, que nos ofrece hoy san Pablo nos deja fríos, o con un deseo muy frágil. Podría ser…

Necesitamos poner en nuestra vida el ritmo del amor. Es vivir la vida, viviendo también la negación de nosotros en esas pequeñas y múltiples circunstancias de nuestra existencia. ¿Qué tiene que morir en mí cuando ponen a prueba mi paciencia, cuando me hacen una mala faena y busca la revancha… ¿Qué tiene que morir en mí cuando vivo una relación personal con otro o con otros, en la familia, en la comunidad… para incorporar a mi vida esta palabra viva que hoy proclamamos en la lectura de Corintios? ¿De qué tengo que vaciarme, como se vacía Dios en su amor por nosotros, para que resplandezca en mi vida la vida del Crucificado, el amor del Crucificado que cada domingo celebramos en torno a este altar?

En todos vosotros está la chispa del deseo insaciable. De amor. Ofrecido. O recibido. O ambas cosas. En todos vosotros está este fuego secreto, este abismo sin fondo, la misma ambición infinita de felicidad y de gozo y de posesión sin fin. En todos los ojos humanos existe un pozo profundo, que es el pozo de este vino de la vida. Esta sed que está en todos los seres y que es el amor de Dios. Es la única y verdadera nostalgia. Desde el fondo de todas las criaturas nos llama Dios. Y esta llamada es el encanto que hay en todas las criaturas. Pon en tu vida el ritmo del amor, el ritmo de la contemplación, con las palabras de esa pintura divina de san Pablo.

Porque yo quiero decirte lo que le digo al Señor en mi oración con palabras del poeta:

«Y con amor furioso
persigues a quien amas, y si te huye
le acosas con ahinco y acorralas
sin dejarle vivir, de sed se muere».