4 de septiembre de 2016

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Sab 9,13-18; Sal 89; Flm 9-10.12-17; Lc 14,25-33

«¿Quién puede conocer lo que desea Dios?»
«¿Quién puede descubrir la voluntad del Señor?»

El libro de la Sabiduría según lo que hemos escuchado a continuación no nos da pistas para una respuesta positiva: «las razones de los mortales son inseguras, el cuerpo es una cabaña de tierra que se descompone, apenas adivinamos las cosas de la tierra, apenas planteamos con sabiduría y acierto lo que tenemos a mano, y sin embargo pretendemos conocer y pontificar sobre lo que está más allá de lo humano».

Quizás tendríamos que recordar las palabras de Dios a Job, cuando el hombre se planta ante Dios y le pide cuentas: «¿Quién es ese que denigra mis designios:
Si eres hombre cíñete los lomos que voy a interrogarte y tú responderás. ¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse como mantillas las nubes y la niebla por pañales, cuando le puse un límite con puertas y cerrojos? Has entrado en los hontanares del mar, o paseado por las honduras del océano? ¿Te han enseñado las puertas de la Muerte? ¿Quién es el padre de la lluvia? ¿quién engendra las gotas de rocío? ¿de qué senos salen los hielos?» (Job 38) «Y Job responde: te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos, por eso me retracto y me arrepiento…» (Job 42)

Sin embargo Dios se ha acercado a nosotros, se nos ha revelado, nos ha dado a conocer su Amor por Jesucristo. Y este Jesucristo, además, nos enseña a dirigirnos a este Dios con el nombre de Padre. Y en esta relación con este Dios Padre estamos de acuerdo en hacer su voluntad. Así se lo decimos en el Padrenuestro.

Esto mismo nos da confianza para dirigirnos a Dios con las palabras de la oración colecta de hoy: «Tú nos has redimido, y nos ha dado la gracia de ser tus hijos». Esta es la obra que ha llevado a cabo entre nosotros Jesucristo: hacernos hijos de Dios Padre. Pero la plegaria continúa: «Mira los hijos que amáis, y danos la libertad y la herencia eterna, a los que creemos en Cristo».

Le pedimos que nos mire. «Que nos deje ver la claridad, la luz, de su mirada», como canta el salmista, que su amor nos sacie, que además para eso está hecho el corazón humano, para amar, para gozar de la luz de esa mirada.

Necesitamos en nuestra vida esa mirada de Dios que ilumine los pasos de nuestra vida en la tierra, y la luz de nuestra mente. Para conocer lo que desea Dios de nosotros, para descubrir cuál es su voluntad.

Porque nosotros nos fatigamos inútilmente. ¿Por qué no emplear más nuestro tiempo en lo esencial? Alguien lleno de sabiduría dijo y cantó: «Yo necesito pocas cosas y las pocas cosas que necesito, las necesito muy poco». Quizás aquí podemos tener un trabajo apasionante para adquirir sabiduría: contemplar las cosas, contemplar la vida y discernir lo que realmente necesito. Mi vida debe ser un espacio y un tiempo de simplicidad, la brevedad de la vida debería ser un pensamiento dominante en todos nosotros, pero ¡cuánta fatiga inútil!

Pedimos a Dios con el salmista «que nos ayude a calcular nuestros días, nuestros años, que no sean fatiga inútil, para alcanzar la sabiduría del corazón». Se trata de que nosotros, que creemos en Cristo, como afirmábamos en la oración colecta, «lleguemos a tener la mente de Cristo», como nos enseña san Pablo en sus Cartas.

¿Tenemos nosotros, la mente de Cristo?

Volvamos al Evangelio. Cristo nos invita a una adhesión, a un seguimiento, no a medias. Cristo es el Amor de Dios que se nos ofrece como camino de vida y de plenitud. Pero como hay obstáculos en el camino nos pide una reflexión seria acerca de cómo seguirle. No sea que estemos levantando la torre de nuestros deseos, del me gustaría, del haría, pero…

Él, Cristo, te ha dado, y ha puesto su Espíritu dentro de ti. No lo dejes dormir, ponte a despertarlo. Que lo suyo es soplar para llevarnos a la plenitud de la vida.

Pero yo te sugería que primero aprendas sus matemáticas, como dice el salmista: «Enséñanos a contar nuestros días».