28 de marzo de 2010

DOMINGO DE RAMOS. LA PASIÓN DEL SEÑOR

Homilia predicada pel P. Josep Alegre, abat de Poblet
Is 50,4-7; Salm 21,8-9.17-20.23-24; Filp 2,6-11; Lc 22,14-23,56

Domingo de Ramos, o la ventana de la Gran Semana de la Cristiandad, o la «Semana Auténtica» como la llamaba el rito ambrosiano.

El evangelio de Lucas plantea la vida de Jesús como un único y largo viaje desde Galilea a Jerusalén. Con la pasión, que acabamos de escuchar llegamos al final de este viaje. En esta semana consideramos el drama de la persona de Jesús que será decisivo en la historia de la humanidad. La densidad de este drama que envuelve a la persona de Jesús y juntamente con Él a todos nosotros, unidos a Él por la fe. Tenemos la preciosa oportunidad de vivir una nueva semana, para contemplar este Misterio, yo diría que el misterio de la vida y la muerte. De una vida que se da, se ofrece gratuitamente en un servicio de amor extremo, y una muerte que es vencida por la generosidad de la vida.

Y dentro de este misterio se halla nuestro propio misterio personal. Dentro del misterio de Cristo, el Hombre, «Ecce Homo», se contempla también el misterio de toda persona humana.

En la segunda lectura de hoy, de la carta de San Pablo a los Filipenses encontramos la clave de este misterio de Cristo, una preciosa síntesis:

«Cristo, de condición divina, no hace alarde de su categoría de Dios, se despoja de ella, pasa por uno de tantos, de los más bajos. Actúa como un hombre cualquiera, se rebaja incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó y le concede el "Nombre sobre todo nombre". Para que toda lengua proclame: "Jesucristo es Señor"»

Vida y muerte, gloria y sufrimiento, exaltación y humillación… Todos tenemos una cierta experiencia de estos contrarios en nuestra superficial existencia. Al menos de oídas. ¿Quién no sabe de vidas gloriosas, de personas exaltadas, coronadas como dioses, de la religión, de la política, de la cultura, de la sociedad…? Todos sabemos algo de estas personas. Los medios de comunicación se encargan de servirnos este menú como pasto nutritivo para nuestras famélicas existencias.

Y ¿quién no sabe de la muerte, a pesar de que se la rechaza en esta sociedad que se dice llena de vitalidad, y de una muerte de la que pedimos cuentas al mismo Dios? ¿quién no sabe de la muerte y del sufrimiento de tantas personas, que provocamos con nuestro egoísmo de poseer más, de gozar más, de vivir mejor? ¿quién no sabe de la humillación de la infancia, de la humillación de tantos inmigrantes, de la humillación de tantas personas que son de lo más bajo, parias…? Sí, yo estoy convencido de que todos lo sabemos. Y de que lo estamos viviendo de modo muy inconsciente. Y de este modo nos alejamos de la vida, de la gloria, de la exaltación. Nos alejamos del HOMBRE. Nos alejamos de la condición humana.

El misterio del Hombre, el misterio de Cristo, nos pide ser humanos. Y ser humanos es asumir la sabiduría de la persona de Cristo. Esta sabiduría que nuestra fe nos invita a contemplar a lo largo de esta semana, y que ya nos ofrece un resumen en esta ventana del Domingo de Ramos. La sabiduría de la vida y de la muerte. No se puede asumir con seriedad la vida sin asumir la muerte. No aspires a una verdadera exaltación sino estás dispuesto a una verdadera humillación.

Quizás esta semana puede ser una buena oportunidad para descubrir si soy un «desventurado y miserable, pobre ciego y desnudo, es decir ni frío ni caliente», como los cristianos de Laodicea nombrados en el Apocalipsis.

Quizás esta semana puede ser una nueva y preciosa oportunidad para descubrir al hombre que «se vuelve a morir de tristeza» (Mc 14,34), para descubrir «al hombre que muere de puro amor [...], para descubrir el hombre que muriendo de amor vida recobra, vida que nunca muere…» (Miguel de Unamuno, El Cristo de Velázquez, pag. 143 i 49)

Una preciosa oportunidad, un regalo especial de nuestro Dios: poder contemplar una vez más el amor crucificado, contemplar la gloria del amor. Porque no todos tienen este privilegio. ¿No crees que en este texto de Ramon Llull se halla encerrada una gran verdad?:

El Amigo halló a un hombre que moría sin amor. Y el Amigo lloró por la ofensa que esta muerte hacía a su Amado. Dijo al moribundo: ¿Por qué mueres sin amor? —El hombre respondió: Porque yo jamás he hallado a nadie que me enseñara la doctrina del amor, porque nadie ha nutrido mi espíritu para hacer de mí un enamorado. Y el Amigo dijo suspirando y llorando: ¡Oh devoción! Cuando será lo bastante amplia para echar fuera el pecado y para dar a mi Amado una legión de fervientes y valientes enamorados para cantar por siempre sus perfecciones?» (Libro del Amigo y del Amado, 209)

¿Y no temes que mañana te puedan preguntar: "qué has hecho del amor"?

DOMINGO DE RAMOS. LA PASIÓN DEL SEÑOR (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Bendición de Ramos: Lc 19,28-40
Misa de la Pasión: Is 50,4-7; Salm 2,8-9.17-20.23-24; Filp 2,6-11; Lc 22,14-23,56

Reflexión: Semana Santa

Es la Semana que requiere del creyente cristiano una celebración íntima, buscando vivirla mediante una experiencia espiritual profunda; y cuidada en el exterior, ya que tiene una gran riqueza en contenido y en símbolos que pretenden ayudarnos a alcanzar a vivir, la experiencia, el gozo interior al que acabamos de aludir antes.

Dice la Carta Apostólica "Misterii Paschalis" de Pablo VI: «El sagrado Concilio Vaticano II nos ha enseñado claramente que la celebración del MISTERIO PASCUAL tiene la máxima importancia en el culto cristiano y que se explicita a lo largo de los días, las semanas y el curso de todo el año. De aquí se desprende la necesidad de poner a plena luz el misterio pascual en la liturgia… Los Santos Padres y la tradición de la Iglesia, estaban convencidos rectamente de que el curso del año litúrgico no solo conmemora hechos, por los que Jesucristo, muriendo por nosotros nos salva, o evoca el recuerdo de unos gestos de cosas pasadas por cuya meditación el espíritu de los cristianos, por sencillos que sean, es instruido y alimentado, sino también enseñaban que la celebración del año litúrgico "tiene una peculiar fuerza y eficacia sacramental para alimentar la vida cristiana"».

Consecuente con estas palabras la Iglesia celebra dentro de ese año litúrgico la Semana Santa, como unos días especiales de intensa vida religiosa y litúrgica; como unos días en donde se concentra con especial y singular intensidad la celebración que luego se explaya a lo largo de todo el año, pero que ofrece en estos día de la Semana Santa, al cristiano la oportunidad de vivirlo a través de todo su universo de símbolos y contenidos, que nos hace posible una inmersión más profunda y viva en el Misterio Pascual.

Una Semana que viene a culminar todo el tiempo de Cuaresma, tiempo de preparación a la gran solemnidad de la PASCUA. «Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero si para eso he venido!» (Jn 12,27). Es la "Hora de Jesucristo". Para esto ha venido. En esta "hora" debería pararse nuestro reloj. Porque es la "hora" que Cristo quiere vivir para llevar a cabo la "RECONCILIACIÓN" con el Padre. Es la "hora" para pasar de este mundo al Padre. Y nosotros con Él. Por ello debería pararse nuestro "tiempo" para dar lugar a que la eternidad venga a arraigar en él. Dar lugar a que nuestro tiempo se abra a la divinización que ya se inició con el misterio del Nacimiento de Dios hecho hombre.

O por lo menos, vivir este tiempo con ritmo más pausado; vivir con menos prisas. De aquí lo importante que es celebrar el misterio principal de nuestra fe, sosegadamente, sin prisas, con paz… a lo largo de varios días. Durante la Semana Santa. Todo para preparar tu corazón para la fiesta de la Luz y de la Vida.

La Palabra

«Llegada la hora, les dijo: He deseado enormemente comer esta comida con vosotros antes de padecer». Es la "hora" su "hora", "nuestra hora" … detén tu reloj.

«Padre, si quieres aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya». Hay bebidas que "repugnan"… pero sanan.

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Ay del perdón!, el perdón, el perdón… ¿sabes "deletrear" esta palabra?

«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Pasó haciendo el bien, pero en su momento entregó su espíritu. El Padre, a continuación, complacido, lo derramó sobre toda carne. ¿Sabes algo de este espíritu?

«El Señor me ha enviado a dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones destrozados». ¿Tienes, tú también, vendas?

«Los amó hasta el extremo». El amor es lo que da sentido y sabor a la vida. ¿Sabes lo que es amar hasta el extremo?

«Soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores…Enmudecía, no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron». La historia, desgraciadamente, se repite hoy con demasiada frecuencia.

«Tenemos un Sumo sacerdote probado en todo, igual que nosotros… Por eso puede compadecerse». Aquí tienes un buen compañero de camino.

«Miraran al que atravesaron». ¡Míralo! Míralo, contémplalo mucho en esta semana.

Sabiduría en la Palabra

«¿Deseas descubrir el valor de la sangre de Cristo? Mira de dónde brotó y cual es su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues, muerto ya el Señor —dice el evangelio—, uno de los soldados se acercó con la lanza y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la Eucaristía. Con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva». (San Juan Crisóstomo, Catequesis)

«El cenáculo adornado con tapices (Lc 22,12) te albergó a Ti y a tus comensales, y allí celebraste la Pascua y realizaste los misterios, porque en ese lugar te habían preparado la Pascua los discípulos por Ti enviados. El que todo lo sabe dijo a los apóstoles: Id a casa de tal persona (Mt 26,18). Dichoso el que por la fe puede recibir al Señor, preparando su corazón a modo de cenáculo y disponiendo con devoción la cena... Estando, oh Señor, a la mesa con tus discípulos, expresaste místicamente tu santa muerte, por la cual los que veneramos tus sagrados padecimientos somos liberados de la corrupción. El que escribió en el Sinaí las tablas de la ley comió la pascua antigua, la de la sombra y figuras, y se hizo a sí mismo Pascua y mística hostia viviente...». (San Andrés de Creta, Triodon del Miércoles Santo).

«No nos avergoncemos de la cruz de Cristo, pues brota del la fortaleza del consejo divino y no de la condición del pecado. Aunque haya muerto a causa de la debilidad que es nuestra, sin embargo no ocultó su gloria, de modo que no actuase con poder divino en medio de los oprobios de la pasión». (San León Magno, Sobre la Pasión del Señor, Hom. 1,3)

21 de marzo de 2010

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 7,10-14; Salm 39,7-11; Hebr 10,4-10; Lc 1,26-38

«Llega hoy para todos, el gozo que repara la anterior ruina. El que está en todas partes viene para llenar de gozo el universo. La infinita misericordia divina no permitió que quedara perjudicado el hombre, para quien había desplegado los cielos, afirmado la tierra, difundido el aire, extendido el mar y constituido toda la naturaleza visible. ¿Qué misterio celebramos? La elevación de nuestra naturaleza humana. Gozo para la criatura, restauración de todo el género humano. Hoy se hacen anuncios gozosos, se manifiesta la benignidad de Dios y la alegría de la salvación del mundo entero. Todo esto viene de parte de Dios. Se proyecta sobre una Virgen llamada María y su esposo José. El mensajero es el enviado de lo alto, el arcángel Gabriel. Todo esto se lleva a cabo en Nazaret. Es el misterio de la reconciliación divina con los hombres. La divinización de la humanidad, la restauración de nuestra imagen de hijos, el cambio hacia lo mejor».

El verdadero cambio en la vida del hombre y no el cambio que con frecuencia prometemos los humanos.

Esta vendría a ser la ficha técnica de esta solemnidad, como nos sugiere san Andrés de Creta, en su homilía sobre la Anunciación. Las fichas técnicas se suelen guardar para después utilizarlas en el momento en que se trata de llevar a cabo determinado trabajo o programación.

Ahora bien, contemplando la situación del hombre en nuestra sociedad, podemos concluir que esta es una ficha para esforzarnos por utilizarla asiduamente. Para hacer efectivo su contenido encontramos en la liturgia que celebramos, sugerencias muy concretas.

Empezamos por encontrar un pensamiento interesante en la antífona de entrada: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». Nosotros, tenemos tendencia a poner más el "mi", que el "tu". "Mi voluntad"…

Es evidente, cuando conocemos un poco la historia de la salvación, que Dios es un Dios desconcertante. También lo somos nosotros. Quizás porque somos de su raza, tenemos una cierta sintonía espiritual. Pero evidentemente El nos supera en el desconcierto, porque lo que nosotros a veces consideramos que es alejamiento suyo es más bien cercanía.

La Palabra de Dios nos pone de relieve en la Carta a los Hebreos por donde van los intereses divinos: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas; pero me has preparado un cuerpo». Este cuerpo humano que cuando es creado recibe un aliento de vida, un espíritu que le da una capacidad de relación con la divinidad. Y por lo tanto de vivir de acuerdo al deseo de Dios, a su voluntad. Y así se expresa quien viene a habitar en ese cuerpo preparado por el Creador: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad».

No será fácil ir descubriendo y cumpliendo esa voluntad de Dios. En el evangelio nos encontramos con otro ejemplo. Después del desconcierto inicial de la Virgen María ante el anuncio del arcángel Gabriel. El Dios desconcertante. María, acepta la voluntad de Dios: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».

Gran misterio, el que celebramos. Una llamada a descubrir la voluntad de Dios y a cumplirla en nuestra vida, para ir haciendo los caminos de Dios. Caminos que son los de nuestra divinización, elevación de nuestra naturaleza humana, camino de reconciliación, restaurar nuestra imagen, —¿quien no quiere tener una buena imagen?— el verdadero cambio en nuestra vida…

«En este misterio se halla el compendio de toda nuestra fe, el honor de la naturaleza, la raíz de la vida, la luz de la ciencia, el vínculo indisoluble del amor y el acceso abierto hacia la eternidad». (Amadeo de Lausana, Hom. sobre la encarnación)

Conocemos después perfiles más concreto de cómo cumplir esta voluntad de Dios, cuando escuchamos al mismo Cristo decir: «Mi alimento es hacer la voluntad del Padre; Padre, aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad si la tuya; yo hago lo que veo hacer al Padre…». Y a este Cristo, como dice Él mismo, «el Padre siempre lo escucha».

No tiene nada de extraño, pues que san Benito contemplara con detalle la persona y la vida de Cristo, y que nos recomendará no anteponer nada al Cristo; y consecuente con esta sabiduría que nos muestra la persona de Cristo, dijera después que la auténtica sabiduría de la vida monástica pasa por hacer la voluntad de Dios.¿Y cual es la voluntad de Dios en cada momento de nuestra vida.

Yo diría que buscar al otro con una autentica actitud de servicio. Y os sugiero que no entendáis eso de buscar al otro en sentido restringido. En Cristo buscar al otro, en definitiva le va a suponer dar la vida. El amor hasta el extremo.

Este misterio es una invitación viva a contemplar el ejemplo de Cristo y pedirle la verdadera sabiduría para nuestra vida; una invitación a contemplar la disponibilidad de santa María ante el misterio de Dios. Un Dios desconcertante. Para llegar a dar sentido y sabor a nuestra vida monástica.

DOMINGO V DE CUARESMA (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILIA
Is 43,16-21; Salm 125,1-6; Filp 3,8-14; Jn 8,1-11

Reflexión: Realizo algo nuevo, ¿no lo notáis?

Es la Pascua. La Pascua es el "paso" del Señor. Dios pasó en el inicio de la creación y todo lo dejó lleno de su hermosura, de su belleza, como nos comenta san Juan de la Cruz:

«Mil gracias derramando
pasó por estos con presura,
y yéndolos mirando
con solo su figura
vestidos los dejó de hermosura».
(Cántico Espiritual, 5)

Belleza que también canta nuestro poeta Juan Maragall:

«Si el mundo es tan hermoso, Señor, si se mira
con vuestra paz en nuestra mirada
¿qué más nos podéis dar en la otra vida?».
(Cántico Espiritual)

Nos puede dar, nos da, la "belleza del hombre nuevo", la belleza que canta el salmo 8:

«¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,
lo hiciste poco menos que un dios
lo coronaste de gloria y dignidad».

Esta dignidad del hombre nuevo, principio de una humanidad nueva es lo que celebramos en la solemnidad de la Pascua, a la cual nos preparamos mediante el camino cuaresmal, mediante el ejercicio asiduo de la escucha de la Palabra y su guarda en el corazón como la semilla que empieza a hacer germinar la "novedad de la vida nueva", y que empieza a manifestarse con el ayuno en la abstención de alimentos y la solidaridad de la limosna. Hay que preparar bien la "tierra" durante este tiempo de Cuaresma. La "tierra" es nuestro corazón. Es necesario, como enseña san León Magno, "pulir las aristas del corazón". Y este trabajo hará nacer, y nos hará experimentar algo "nuevo".

Palabra

«Este pueblo que he escogido, proclamará mi alabanza». La alabanza es bella cuando nace de un corazón nuevo. Un corazón nuevo que germina con la semilla de la Palabra, acogida en el espacio interior. A esto lleva la iniciativa divina: a vivir el gozo de esa alabanza que viene propiciada por la misma elección divina.

«Todo lo estimo como pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo». Es ésta una Palabra de profunda sabiduría, capaz de llevar una belleza singular a la vida humana, con frecuencia tan dada a absolutizar los valores de aquí abajo, que merecen nuestra atención y aprecio, pero desde una actitud relativa que favorezca el aprecio y dignidad de lo trascendente.

«Conocer a Cristo y la fuerza de su resurrección». No un mero conocer histórico, sino un conocer a partir de la experiencia en nosotros del Resucitado, del "Hombre Nuevo", que nace a partir de su resurrección, y que nos ha de llevar a la construcción de una vida nueva como primicia de la humanidad nueva.

«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio». La purificación del corazón, el camino del progreso espiritual pasa por tener una vigilancia del corazón, del corazón propio, pero con frecuencia en nuestra vida estamos más atentos a sorprender a los otros, a vigilar el corazón ajeno, olvidando aquella Palabra de la Escritura: el hombre ve las apariencias, pero sólo Dios ve el corazón".

«El que esté sin pecado, que tire la primera piedra». He aquí otra Palabra no aprendida, porque muchas veces yo creo que duelen los brazos de la cantidad de piedras que lanzamos a los otros.

Sabiduría sobre la Palabra

«Nadie concibe en su corazón si no tiene el corazón disponible, si no tiene la mente libre y se está completamente atento; a no ser que uno sea vigilante en el corazón, no puede concebir en el corazón y ofrecer dones a Dios». (Orígenes)

«El hombre-Cristo que es al mismo tiempo el Dios-Cristo, por cuya humanidad misericordiosa y en cuya condición de siervo debemos aprender lo que hemos de desdeñar en esta vida y lo que hemos de esperar en la otra, durante su pasión –en la que sus enemigos se consideraban grandes vencedores- hizo suya la voz de nuestra debilidad, en la que también era crucificado nuestro hombre viejo, y dijo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"» (San Agustín)

«No falta en el Antiguo Testamento el aspecto social de la penitencia: las liturgias penitenciales de la antigua alianza no son solamente una toma de conciencia colectiva del pecado, sino que también constituyen la condición de pertenencia al Pueblo de Dios». (Pablo VI)

20 de marzo de 2010

MISA DEL TRÁNSITO DE NUESTRO PADRE SAN BENITO

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 12,1-4; Sal 15,1-2.5.7-8.11; Jn 17,20-26

Los discípulos están con Jesús en la Última Cena. Después de un largo coloquio con ellos, Jesús dirige ahora sus palabras al Padre y da comienzo a su oración. «Jesús alzó los ojos al cielo y oró diciendo: Padre…».

Dice san Agustín: «Jesús hubiera podido orar al Padre en la forma de siervo, en silencio, pero quiso aparecer como suplicante ante el Padre, acordándose de que era nuestro Maestro. Y así la oración que hizo por nosotros nos la dio a conocer a nosotros». (Sobre el Evangelio de Juan 104,9)

Jesús ensancha su corazón; se dilata profundamente. Nos abre su corazón en el horizonte más insospechado: el de su relación con el Padre, y en su amor por todos nosotros, en un amor que desbordando todo nuestro conocimiento e imaginación quiere incorporarnos al mismo dinamismo de amor que Él vive con el Padre.

«Que todos sean uno, que estén en nosotros, Padre, como tú estás en mi y yo en ti. Así el mundo creerá…».

En esta oración está la fuente de nuestra misión, de nuestra vida de fe. Jesús está viviendo el momento álgido de su misión, está en el dintel de su Pasión en donde se pone de manifiesto el misterio de amor divino, fuente de todo.

Nos acercamos aquí a los sentimientos más íntimos de Jesús: «Padre, yo les he dado la gloria que tú me has dado. Que sean uno, como nosotros. Padre, tú me los has dado, que estén donde yo estoy, Padre bueno, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y ellos han conocido que tú me has enviado. Les he hecho conocer tu nombre y todavía se lo daré a conocer más…».

San Benito recoge los sentimientos de esta plegaria de Jesús, cuando escribe su Regla con un profundo sabor cristológico. Cuando haciendo las veces de Cristo acoge en la vida monásticas con estas palabras profundamente cálidas: «Escucha oh hijo, los preceptos del Maestro, inclina el oído de tu corazón».

San Benito recoge los sentimientos de esta plegaria de Jesús cuando «invita a abrir los ojos a la luz que nos diviniza», a acoger la palabra que debe iluminar nuestros pasos, y «mostrarnos el camino de la vida».

San Benito recoge los sentimientos de esta plegaria de Jesús, cuando abre «una escuela del servicio divino», donde se enseñe y se vivan los caminos del amor, en la contemplación del amor. Una escuela donde aprendamos a «dilatar el corazón, para correr los caminos de los mandamientos de Dios con la inefable dulzura del amor».

Juan, el discípulo amado, el evangelista, recoge esta plegaria de Jesús, justo antes de su Pasión, el dintel de su resurrección, el dintel de la revelación de la gloria de Cristo.

San Benito nos ofrece la belleza del Prólogo, como una sencilla invitación a vivir el amor, participar de este modo en los sufrimientos del Cristo y llegar a merecer de compartir su reino.

Pero la Iglesia, nuestra Madre, además de esta lectura de Juan nos pone también otra lectura preciosa, donde escuchamos la llamada de Dios a Abraham, llamada a salir de su familia, de su tierra: «Marcha de tu país, de tu clan, de tu familia, al país que te indicaré. Haré de tu un pueblo grande, te bendeciré…».

Dios llama a Abraham a dejar una comunidad, la comunidad familiar de su misma sangre, de su clan… y a marchar hacia otro espacio y otro tiempo en que encontrará otra familia, otro pueblo, otra comunidad…

San Benito aprendió bien y fielmente la lección de Abraham. San Benito sabe descubrir la basura que era todo lo que le ofrecía la sociedad de su tiempo, y busca una nueva familia, una nueva comunidad… donde vivir el amor de Dios. Un amor que le desborda y que le mueve a escribir una Regla, como un camino concreto, pero vivido siempre como algo nuevo, como una novedad, con otros que se sienten llamados a vivir el amor con el corazón dilatado.

Y así ha sido: muchos han sido, hombres y mujeres, los que han seguido sus huellas. Muchos han sido y somos los que deseamos seguir esta sabiduría. La sabiduría de una Regla que tiene muy marcado el sello comunitario. Un sello comunitario que tiene un sabor en toda ella, pero sobre todo en unas pocas y profundas expresiones: «El fuerte linaje de los cenobitas. Haz todo con consejo. Tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Si se piensa que es mejor que se ordene los salmos de otra manera. Que nuestro pensamiento esté de acuerdo con la voz. Servirse mutuamente sin murmuración. No anteponer absolutamente nada al Cristo, el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna…».

Hermanos: nosotros también podemos y debemos cantar siempre, con el salmista no solamente en esta celebración: «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: "tú eres mi bien". El Señor, es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad».

19 de marzo de 2010

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Sam 7,4-5.12-14.16; Salm 88,2-5.17.29; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24

«Cuando una voz viene de Dios no llega a los oídos de todos, sino a aquellos que están interesados, para que se comprenda que el sonido no es a través de la lengua sino de la guía de un signo celeste». (San Ambrosio, Hom. Gen. III,2)

Se acaba de proclamar la palabra de Dios. Una voz de Dios que no llegará a los oídos de todos, sino a los interesados. Esta Palabra nos presenta hoy tres signos importantes, necesarios para nuestra vida espiritual: Abraham, David y san José

Abraham, es un hombre que mira al futuro. Su preocupación no es la ley, sino confiar en Dios. Un Dios que es comunión. Una fuerte comunión de amor que, de acuerdo a la naturaleza del verdadero amor, se vierte hacia fuera y hacia el futuro en un dinamismo incontenible de vida. Por esto Abraham sale de su casa y de los suyos y se hace peregrino, caminante, hacia ninguna tierra. Solo la garantía de un futuro. Y de un título: «padre de muchos pueblos», aunque de momento es ya de edad y sin descendencia. Dios juega fuerte, con el hombre que responde con fuerza, con fidelidad, con disponibilidad.

David es el otro signo. Tuvo una existencia movida, turbulenta, guerras, amores, lealtades. Un poco o un mucho de todo. Pero siempre interesado en escuchar la voz de Dios. Por eso san Bernardo habla de los eructos de David cuando escribe: «¿Por qué no iba a ser justo David cuando decía: Con ansias aguardo al Señor (Sal 39,2) Abrió su boca, atrajo el espíritu y cantó. Y también fue bueno el eructo de David cuando dijo: Eructa mi corazón una palabra buena». (Sobre el Cantar, Sermón 67)

David fue un varón justo que vive en la escucha de la voluntad de Dios, confiando en Él: «Justo era David y vivía de la fe, cuando decía a Dios: Dame inteligencia y tendré vida. Sabía que la inteligencia sucedería a la fe, que la luz de la vida se revelaría a la inteligencia y la vida a la luz. Antes hay que acercarse a la sombra y así pasar a lo que ella encubre, porque si no creéis, no entenderéis (Is 7,9) La fe es vida y sombra de vida». (Sobre el Cantar, Sermón 48)

También mira al futuro, quiere construir una casa para su Dios. Una casa que asegure su presencia entre su pueblo. Y obtiene la confirmación de este deseo como promesa que se hará realidad con su hijo Salomón. Aunque hay que decirlo también: una realidad provisional. Lo definitivo vendrá con el Mesías, el Salvador, de la mano de María y José.

Y contemplamos a san José. En san José convergen las vidas de Abraham y de David. «En todo esto se mostró, al igual que su esposa María, como un auténtico heredero de la fe de Abraham: fe en Dios que guía los acontecimientos de la historia según su misterioso designio salvífico. Su grandeza, como la de María, resalta aún más porque cumplió su misión de forma humilde y oculta en la casa de Nazaret. Por lo demás, Dios mismo, en la Persona de su Hijo encarnado, eligió este camino y este estilo —la humildad y el ocultamiento— en su existencia terrena». (Benedicto XVI)

Y la Redemptoris Custos de Juan Pablo II dice: «"José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 20-21). En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José, el momento de su existencia al que se refieren particularmente los Padres de la Iglesia. De manera discreta se recogen en la persona de san José muchos de los perfiles de la vida de esos dos grandes personajes bíblicos».

Mira al futuro: le pondrá por nombre Jesús porque Él salvará a su pueblo. El silencio profundo de su corazón le hace capaz de escuchar y contemplar la misma Palabra encarnada. «Como al mismo David le reveló los misterios ocultos de su sabiduría y le hizo confidente del misterio ignorado por todos los grandes del mundo. Finalmente le concedió no ya contemplar y escuchar, sino hasta tener en brazos, llevar de la mano, abrazar, alimentar y custodiar al mismo a quien tantos reyes y profetas desearon ver y no lo vieron, oír y no oyeron». (San Bernardo, En alabanza de la Virgen Madre, 16)

La voz de Dios nos llega hoy a través de la figura entrañable y sencilla de san José. Es una voz clara. ¿Estamos interesados en escucharla?