31 de marzo de 2008

ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Solemnitat traslladada

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

El relato del evangelio es prácticamente un diálogo, vivo y expresivo, entre el ángel y Santa María. Podríamos leerlo y contemplarlo de manera más esquemática:

El ángel enviado por Dios entra en la presencia de María y dice:

— Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…
— Ella se turba y se pregunta… (silencio)
— El ángel le dice: María, has encontrado gracia ante Dios. Concebirás un Hijo…
— María, responde: Como será eso…
— El ángel le contesta: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, te cubrirá con su sombra… (silencio)
— María contesta: Aquí está la esclava del Señor…

Y el amor de Dios empieza a arraigar con una fuerza irreversible en el corazón de la humanidad, a través del silencio de Dios en complicidad con el silencio de la criatura. Después del diálogo del ángel y de María queda el silencio. María se ensimisma más profundamente en este misterio inefable de silencio y de palabra. El silencio como el lecho más adecuado donde se va a gestar la Palabra de Dios, que la criatura humana podrá escuchar y contemplar.

Qué bien expresa san Bernardo este dialogo de la Anunciación, este breve encuentro de palabras breves y hondo silencio, silencio que se hace eterno: Ya sabes que has de concebir y darás a luz un hijo. El ángel aguarda tu respuesta. Señora, también nosotros esperamos esa palabra tuya de conmiseración. Mira que te ofrecen nada menos que el precio de nuestra salvación… Con tu brevísima respuesta seremos reanimados para recuperar la vida. Todo el mundo te espera expectante y postrado a tus pies. De tu boca cuelga el consuelo de los afligidos, la liberación de los cautivos, la redención de los condenados, y la salvación de todos los hijos de Adán. Responde ya, oh Virgen, que nos urge… Contesta con prontitud al ángel. Di una palabra y recibe la Palabra; pronuncia la tuya y engendra la divina. Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento y las entrañas al Creador (San Bernardo, En alabanza a la Virgen Madre, Hom. 4, 8 o.c. t.2, BAC 452, Madrid 94, p. 671).

La respuesta de María va a abrir la naturaleza humana a la gracia de Dios. Por la encarnación la humanidad se vuelve a Dios y le regala la humanidad, una humanidad que, previamente, brotó de la fuente de amor que es el mismo Dios. Pero al mismo tiempo la gracia de Dios vuelve a desbordarse sobre la humanidad alejada, a través de esta reconciliación que se realiza gracias al sí de María, verdadero acueducto como la llama también, san Bernardo.

¿En qué consiste esta gracia que se resalta de María en esta solemnidad? Podríamos indicarlo con una variedad de palabras, expresión de los múltiples matices que nos ofrece: Belleza, fascinación, amabilidad, favor, condonación de pena, don… Dice la Escritura: Concedo mi gracia a quien quiero y tengo misericordia de quien quiero (Ex 33,19). Será por tanto, sobre todo, un favor, un don totalmente gratuito, libre, sin motivo. Pero este don de Dios en la criatura la hace bella, atrayente y amable. María ha encontrado gracia. Está llena. La llena de gracia.

¿En quien se ha derramado con tanta generosidad? En ella no ha estado solo por fortaleza o providencia, sino en persona. El mismo Dios en persona se da a María. Él mismo por completo. Y toma de ella, a través de ella, nuestra naturaleza para revestir lo que nuestra mirada no puede resistir. Y para que nuestra mirada se acostumbre a la mirada de Dios, para que nuestros oídos se acostumbren a su Palabra, para que nuestra amistad crezca y se fortalezca de tal manera que ya no haya forma de romperse. Es la divinización de que nos hablan los Santos Padres.

En María Dios nos hace un regalo muy valioso. Ella es el Vaso elegido, el Vaso espiritual, que iba a acoger y derramar sobre la humanidad el regalo de todas las virtudes, de la Virtud misma: Cristo.

Pero también es un regalo que nosotros, nuestra humanidad le hace a Dios. Pues María es una parte muy singular de nuestra humanidad, que sabe acoger el don gratuito de Dios, que le da a Dios lo que Dios quiere y espera de nosotros.

Y así de alguna manera todos quedamos beneficiados: Dios y nosotros El proyecto de Dios se revela y se lleva a su perfección o cumplimiento. Por otra parte la criatura humana queda enaltecida, llevada hasta el seno inefable del misterio divino. El que es grande queda rebajado, el que es pequeño queda enaltecido. Pero la generosidad de los dones de Aquel que se rebaja simultáneamente lo ensalza, cuando a la vez reviste de fuerza y compañía al pequeño.

María sería también como una carta hermosa de Dios a los hombres. Pensada amorosamente, y enviada, para nosotros… También una carta dirigida a Dios con las palabras más elocuentes que puede decir el hombre a su Dios: He aquí la esclava.. que se haga en mí…

Porque este es el camino de Dios entre los hombres como nos sugiere la lectura de Hebreos: He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Esta puede ser nuestra mejor respuesta a Dios; esta puede ser nuestra más fecunda celebración de la Anunciación: pedirle al Señor a través de Santa María tener siempre esta oración en nuestros labios, y la actitud correspondiente en el corazón: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.

23 de marzo de 2008

DOMINGO DE PASCUA

LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Misa del Día

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Dios desbordó todo su inmenso amor en la belleza de la creación. Toda la belleza de la comunión trinitaria empieza a amanecer para nosotros con aquella primera palabra divina: ¡Hágase la luz! Esta luz se enciende en nuestra casa, en la tuya, en la mía, en la cada persona humana, cuando Jesús, como dice Pedro, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos... Y aún más: a todo este gesto de Jesús que fue su vida entre los hombres, Jesús le da un nombre, lo subraya con una palabra: Yo soy la luz del mundo.

Verdaderamente, Dios empieza a escamparse, como Luz desde el primer libro de la Escritura, desde el Génesis. Dios empieza a "pasar", a ser Pascua, desde el momento en que planta la creación, y en su centro la criatura humana, como el escenario más adecuado y pertinente para mostrar y guardar este amor y equilibrio divinos.

Pero los enemigos de la luz quisieron apagar la luz, romper el equilibrio de Dios: lo mataron, colgándolo de un madero. Pero los hombres no pueden apagar la luz del sol; y, momentáneamente es verdad, pueden extender lienzos para ocultarla, pero Dios encenderá con más fuerza esta luz en lo alto de la cruz. La criatura humana puede desfigurar el rostro de Dios, pero nunca podrá neutralizar la fuerza de la vida divina, su poder regenerativo, el poder de renacer, de resucitar. Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver. El Crucificado es ahora y para siempre el Pantocrátor.

Y desde aquí, desde ahora, quienes son acariciados por esta luz amable, los que han visto y han oído deben ser testigos. Cuesta llegar a ser testigos. Nos lo sugiere el evangelio: el desconcierto de María ante el sepulcro vacío; la carrera de Pedro y Juan hacia el sepulcro. Ante aquellos signos ven y creen. Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que había de resucitar...
Y nosotros... ¿hemos entendido? ¿Qué hemos visto? ¿Qué creemos? Me refiero a una creencia que tenga un impacto fuerte en nuestra existencia; una proyección de la vida, muerte y resurrección de Jesús, en la vida, muerte y resurrección nuestra.

Ellos, los discípulos habían vivido un tiempo de amistad personal con Jesús, recibiendo sus enseñanzas... y no habían entendido nada.

¿Qué hemos entendido nosotros del Resucitado? ¿Qué creemos? Pues a nosotros, creyentes en este Resucitado, se nos pide dar testimonio de este Crucificado que se muestra ahora como el Pantocrátor. ¡Que bien viene ahora recordar la enseñanza de Pablo: Cuando soy débil entonces soy fuerte! Te basta mi gracia. El poder se realiza y se perfecciona en la debilidad (2Cor 12,9s)
En la secuencia cantamos: sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda...

Esta gracia es el amor del resucitado que se ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu. Luego podemos decir que es verdad lo que estamos llamados a vivir en la fe y que nos confirma Pablo: Habéis resucitado con Cristo... buscad los bienes de allá arriba... aspirad a los bienes de arriba no a los de la tierra. Porque vuestra vida está escondida en Dios. Nuestra vida se va escondiendo en Dios, en cada Eucaristía. O mejor vamos haciendo experiencia de una vida divina que se transmite a nosotros. Una transfusión de vida. Seamos conscientes de lo que celebramos, de lo que tenemos que vivir.

El mismo Cordero pascual invita a sus amigos al banquete delicioso de su cuerpo y de su sangre: comed, amigos, dice, bebed y embriagaos, carísimos. Esta comida y bebida es un misterio de vida, una medicina de inmortalidad, causa de la primera resurrección y garantía de la segunda, por ser ella en nosotros el comienzo de la naturaleza divina. Dice el apóstol: somos hechos partícipes de Cristo si conservamos inviolablemente hasta el fin la firme confianza del principio (Hebr 3,14).

El que después de recibir la gracia vuelve a su vómito (Prov 26,11) vomitará las riquezas que devoró y Dios las extraerá de su vientre, y ciertamente su pan se volverá en sus entrañas hiel de víbora en su interior (Job 20,14s) porque la gracia recibida se torna en castigo para la conciencia cuando alguien tiene como profana la sangre de la alianza que lo santificó y ultraja al Espíritu de la gracia (Guerrico, Sermón 33, 4 sobre la Resurrección).

Tenemos esta fuerza dentro de nosotros. No volvamos al vómito. Que no se nos vuelva hiel de víbora en nuestro interior. Se trata de ponerla a prueba con nuestra vida de fe, con nuestro esfuerzo por imitar a Jesucristo, por obrar como el obró por seguir el sendero suyo.

JUEVES SANTO

MISA DE LA CENA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

San Efrén, diacono y poeta de la Iglesia Oriental, en el siglo IV escribe estos bellos versos:

Mira: Fuego y Espíritu
en el seno que te ha llevado.
Mira: Fuego y Espíritu
en el río donde has sido bautizado.
Mira: Fuego y Espíritu
en nuestro propio bautismo.
En el Pan y en la Copa
el Fuego y el Santo Espíritu.
(San Efrén, L'oeil de lumière. Hymnes sur la foi, Spiritualité Orientale, 50, Bellefontaine, p. 110).

Fuego y Espíritu en el seno de María. Fuego y Espíritu en el río de bautismo donde te sumergieron. Fuego y Espíritu en la Eucaristía. Fuego y Espíritu para transformarte en Dios, como el hierro en contacto con el fuego llega a ser ígneo. Sin cesar de ser hierro, recibe en sí toda la naturaleza del fuego, se transforma en fuego, arde y quema. ¿Somos nosotros así? ¿Ardemos, quemamos con el fuego de la fe y el amor?...

En sus homilías espirituales el Pseudo Macario dice: Los cristianos tenemos por alimento el fuego celeste. Este fuego es nuestro reposo, nos purifica, lava y santifica el corazón; es nuestro principio de crecimiento, nuestra atmósfera y nuestra vida (Pablo Argarate, Portadores de fuego, Desclée, Bilbao 1998, p. 40).

Y en otras palabras de profunda belleza de otra de sus homilías nos dice: Los cristianos reciben el fuego que los hace brillar de una única naturaleza, la del Fuego divino, del Hijo de Dios, y tienen lámparas encendidas en sus corazones y brillan ante Él desde esta tierra, como Él mismo lo ha hecho. "Por eso, Dios tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría". Por eso has sido llamado Cristo (Idem, p. 41).

Otro Cristo, que lava los pies a sus hermanos, para que contemplen en ellos el rostro de Cristo. Otro Cristo que celebra el memorial del Señor, como nos relata Pablo, para nacer y vivir como Iglesia. Porque de la Cena del Señor nace la Iglesia del amor, la Iglesia que viene del amor, vive del amor y peregrina hacia la patria del amor de Dios, todo en todos. Es la Iglesia que deseamos, soñamos, queremos ser. Este misterio de amor se pone de relieve en la Cena, anticipación de la cruz, como la consumación del amor que se entrega. Hermanos, aquí el amor. Aquí nace el amor del cual tienes necesidad para vivir con alegría. Aquí nace el amor por el cual te preguntaran un día al atardecer de tu vida. Y de la misma forma que Moisés al recibir la Palabra de Dios desde la zarza que no se consumía, se hace servidor fiel del Dios, que empieza a configurar su pueblo a partir de aquella primera pascua que nos relata el Exodo, también nosotros al escuchar y guardar la Palabra, y al consumir esta Palabra hecha Pan de vida en la Eucaristía nos convertimos en una zarza ardente.

Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva, dice Pablo.

Y yo me pregunto: ¿Lo hacemos así?

Siendo fríos o tibios, es decir ni frios ni calientes, con esperanzas decaídas, o ilusiones desinfladas, adormecidos o cansados... ¿Lo hacemos así? Cuando somos discípulos del Fuego. Dios es fuego. Y ha venido como fuego queriendo prender esta tierra y la tierra de cada uno de nosotros en el fuego de su amor. Para que el fuego purificador y reconciliador de Dios llegue a toda la tierra, al corazón del último de sus hijos. De cada uno de nosotros. ¿Lo hacemos así? Mirad: O somos una zarza ardiente que arde sin consumirse, transformados en luz y fuego para este mundo, o seremos zarza seca que rapidamente prende se consume como la hojarasca, en el fuego esteril, de una vida estéril, e inútil. Por esto cantará san Efrén: Hermanos, acerquémonos con el sentimento que conviene, a este cuerpo que el sacerdote nos ofrece. Y que nuestro corazón y nuestro labios se estremezcan de temblor cuando recibimos el remedio de la vida.

Seamos conscientes de lo que celebramos, de cómo lo celebramos. Seamos conscientes de cómo llevamos a nuestra vida este misterio de fuego, de amor y de vida. No comamos y bebamos inútilmente este misterio.

Como nos enseña también Torras i Bages: La santa comunión del Cuerpo y de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, en sí misma es un signo sublime del amor que Jesús nos tiene, porque es una transfusión de su vida a la nuestra vida.Y viene a ser como la substancia de toda la religión, que tiene como objeto unir el hombre a Dios. Y no solo la Sagrada Comunión es algo vivo sino que hace vivir; de ella han vivido y viven millones de cristianos. Todos nosotros vivimos de la comunión y sin ella moriríamos. Es el alimento de nuestra alma, el consuelo de nuestra vida, la fuerza de nuestra voluntad y el lazo más íntimo que nos une a Dios (Torras i Bages, Assaigs. Articles, pròlegs... El convit diví, o.c., Selecta, Barcelona 1948. p. 701).

22 de marzo de 2008

DOMINGO DE PASCUA

LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Vigilia pascual

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

¡Felices Pascuas!

Feliz paso del Señor por tu vida, por nuestras vidas... Cristo ha pasado por esta tierra, por tu tierra... Cristo ha roto las barreras... El don de Dios es tan grande que solo la tierra puede contenerlo. Ya no hay límites en este mundo. Cristo pone a nuestra disposición su Pascua.
¡Feliz Pascua! Es así? Ha pasado algo dentro de ti? Cristo pone a nuestra disposición su muerte y su resurrección. Pero si sabemos que no ha pasado nada, que no pasará nada, entonces no tenemos nada que enseñar, nada que decir...

A este Cristo hay que descubrirlo cada día. Puede estar en todas partes. En cualquiera de las circunstancias de la vida, de tu vida. Allí donde se manifiesta es el centro del mundo, el punto de referencia.

Pero no basta encontrarlo, no es suficiente con experimentar su presencia. Hay que anunciarlo, porque la Pascua es también anuncio, testimonio vivo.
¿Qué anunciamos? ¿De qué eres testigo en tu vida?

En esta Vigilia hemos dado un grito: ¡Luz de Cristo!
Y hemos contestado: ¡Demos gracias a Dios!

¿Es así? Verdaderamente, ¿nos sale desde dentro del corazón este "dar gracias"?
Dar gracias, porque sentimos dentro esa luz de Cristo, y queremos comunicarla, porque nos deslumbra y nos quema dentro del corazón, y sentimos la necesidad impulsiva de comunicarla, como aquellas santas mujeres que viven aquella primera y desconcertante experiencia del Resucitado.

Cristo nos sale al encuentro y nos dice: ¡Alegraos! Id a comunicar...
La luz, la alegría no son palabras fáciles para decir y para vivir hoy día. Hoy a los hombres nos atraen palabras más mediáticas: bienestar, poder, prestigio, dinero, consumo... Son palabras que cotizan al alza en nuestra sociedad. Nos avergonzamos, y nos sentimos inútiles de no tener participación en ellas. Las palabras del Resucitado: luz, alegría, paz... son palabras que nacen del silencio del sepulcro, del surco de una tierra, abierta a la bendición del cielo...
¿Qué palabras tienen más fuerza en tu espacio interior?

Y si las palabras del Resucitado no nos nacen de dentro, quizás tenemos que acercarnos un poco al sepulcro y pedir al ángel del Señor que nos deje un poco de sitio para sentarnos junto a él en aquella piedra enorme... y dejar que el sol de la mañana nos vaya calentando el corazón. Y pensar en la piedra de grandes dimensiones que como losa enorme reposa sobre nosotros, en el peso aplastante de nuestras indecisiones, cansancios, egoísmos... esclavitudes de tantas clases... ¿Llegamos a preguntarnos, como las mujeres del evangelio: quién nos correrá la piedra del sepulcro?

No nos acostumbremos a llevar esta losa sobre nosotros. Hay Alguien dispuesto a correr la piedra. Déjate atrapar por el "deseo pascual" de resurrección. No dejes la resurrección para mañana, o para dentro de 20, 30 o 40 años. Hay que anticipar, hay que vivir ya la resurrección. ¡Ya! Después de todo, ha dicho alguien, resucitar es la única manera que tenemos de estar vivos. Yo estoy de acuerdo. Me siento identificado con estas palabras.

21 de marzo de 2008

VIERNES SANTO

LA MUERTE DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

En la primera lectura que hemos escuchado, del profeta Isaías, tenéis un retrato muy vivo de Aquel que hoy contemplamos clavado en la Cruz, y no solo en esta cruz que adoramos hoy aquí en el templo, sino en los hombres y mujeres vivos de esta sociedad dura, dramática, poco humana en muchas ocasiones. En el evangelio, el relato del hombre que ha amado hasta el extremo a todos los hombres y mujeres de hoy y de siempre. Un relato con muchos matices dignos de contemplar y meditar en este Viernes Santo. Y en la segunda lectura se nos invita a mantener firme nuestra fe y acercarnos a este trono de gracia, que es la cruz, para alcanzar misericordia. Y ser misericordiosos. Para ayudaros y estimularos a acercaros a este trono de gracia de la cruz, os propongo tres imágenes.

La primera imagen es del obispo Torras i Bages: En nuestra casas de labradores, para guardar la paja, que se necesita para el año, la colocan alrededor de un palo, bien apretada y protegida en un montón, ordenada, y de este modo no se desparrama, se conserva y resiste los vientos fuertes, y así permanece todo el tiempo necesario; la Humanidad es paja, dice Job (13,25) ligera, movediza, inconsistente, que se desparrama ante el más pequeño viento; por eso el divino Redentor plantó en medio del mundo su santísima cruz para sirviera de palo protector a la humanidad, de manera que bien ordenada y apretada a su alrededor resistiera los temporales, se mantenga firme y no se escampara; un hombre ayuda a otro; un pueblo a otro, y todos junto forman la humanidad universal, la herencia del Hijo de Dios (Torras i Bages, La potència de la Creu, Selecta, Barcelona 1948, p. 702).

La segunda imagen es del pensador M. de Unamuno: Los nueve meses oscuros que en el vientre
de tu Madre viviste de tinieblas, recibías la sangre de rescate, la sangre humana que pagó la culpa del seno de mujer, de carne de Eva. ¡Del Calvario en la cima un agujero picó la cruz al ser plantada en tierra, ombligo por donde entra a nuestra madre tupida de dolor, sangre de Dios! (M. de Unamuno, El Cristo de Velázquez, Espasa, Col. Austral 781, Madrid 1976, p.122).

La tercera imagen, de san Bernardo: Mira las cuatro piedras preciosas que engalanan los cuatro extremos de la cruz: en lo más alto el amor, la obediencia a la derecha, la paciencia a la izquierda, y en el suelo la humildad, fundamento de las virtudes (San Bernardo, Sermón 1 de la Resurrección, o.c. t. IV, BAC 473, Madrid 1986, p. 69).

Y ahora, porque lo exterior es engañoso. Porque lo mundo busca la pompa externa. Porque nos atrae más el parece que el ser... Y ahora, porque la ciencia divina, la gracia, obra de otra manera. Porque no se revela en la ostentación, ni en la magnificencia. Porque la gracia divina es callada, no gusta de las apariencias, sino que es sutil y penetrante. Ahora, porque este Dios, no escribe libros de filantropía, ni monta espectáculos para recoger dineros para los necesitados; pero cuida de los enfermos, ampara a los ancianos y desvalidos, y da de comer y beber al que lo necesita.
Ahora, porque este Dios que ama con ternura hasta el extremo, no escarnece a ninguno por ignorante, pero que ha instruido a más ignorantes que todos los que se consideran luz en este mundo.

Ahora, porque este Dios no grita: ¡viva la libertad!, pero ha enseñado a las naciones que con sus excesos no salvaguardan esta libertad, y la defiende diciendo que la tiranía es pecado y que es necesario respetar la naturaleza humana, en cada hombre concreto de nuestra sociedad...

Ahora, por todo esto, te invito al silencio. A hacer un tiempo de silencio contemplando la cruz. Un tiempo de silencio para volver al corazón, que es la fuente de donde nace el amor hasta el extremo. Cuando nos alejamos del corazón, nos alejamos de Dios. Entonces nace la noche, los sobresaltos, la desconfianza, la duda... Cuando regresamos al corazón todo se vuelve luz, claridad. La noche es clara como el día. Toda tu noche se volverá claridad si retornas al corazón.

16 de marzo de 2008

DOMINGO DE RAMOS

LA PASIÓN DEL SEÑOR (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

El papa Juan Pablo II en su discurso de inauguración del pontificado dijo: ¡No tengáis miedo, abrid las puertas al Redentor! Yo creo que este grito, esta invitación es la más adecuada para repetirla en este día de Domingo de Ramos. ¡Abrid las puertas! ¡Abrid las puertas y las ventanas! ¡Abrid la casa, vuestra casa al Redentor! ¡Abrid vuestra vida a este misterio de amor!

Porque este Domingo, verdaderamente es el dintel de la puerta desde el que se contempla toda la semana; es la ventana abierta desde donde se percibe todo un misterio de Amor que celebramos para incorporarlo a nuestra vida. Todo un misterio de amor que se entrega, -porque esto es en el fondo el amor- i que se encierra o se expresa en dos palabras: exaltación y humillación, o victoria y oprobio, o vida y muerte... Siempre es así el misterio del amor. Quien desea celebrar y vivir este misterio debe saber que el amor arrastra la vida hasta darla por completo, pero en este arrastrarla ya va recogiendo la tierra con la que amasa la vasija que recogerá de nuevo la vida recobrada, resucitada.

Escribe el teólogo cisterciense Guerrico, Abad: En la procesión se manifiesta el honor, debido al rey, en la pasión se contempla el castigo propio del malhechor. En la primera lo rodea la gloria y el honor, en la segunda aparece desfigurado y carente de hermosura (Is 53,2). En una es la alegría de los hombres y gloria del pueblo, en otra, el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo. Allí se le aclama: Hosanna al Hijo de David; aquí se le declara reo de muerte, mofándose de que se haya hecho rey de Israel. En la primera salen a recibirlo con ramos de palmas, en la segunda hieren su rostro con golpes. En una es enaltecido por las alabanzas, en otra saturado de oprobios. Allí tapizado el camino con ropas, aquí lo despojan de las suyas. En una es recibido en Jerusalén como Rey, justo y Salvador, en otra es arrojado de Jerusalén, como reo y seductor. En la primera es sentado en un pollino rodeado de honores, en la segunda es colgado en la cruz (Sermón 31, 2).

Al ser enaltecido y luego humillado, nos quiso enseñar mediante su ejemplo que hemos de conducirnos con humildad en medio de los honores, y con paciencia en las afrentas y sufrimientos (Sermón 31,4) (Guerrico de Igny, La Luz de Cristo, Sermón 31 sobre Ramos, 31,2.4, Buenos Aires 1983).

Un misterio de amor en el que debemos subrayar otras dos palabras: docilidad y solidaridad.
Docilidad al Padre. Cristo siempre unido en su voluntad al Padre, Cristo siempre como la perfecta resonancia del rumor amable de la fuente de amor, el Padre; siempre inmerso en esta fuente del Amor que es el Padre. Cristo siempre con el oído abierto en la escucha de la voluntad del Padre; Cristo siempre la palabra de aliento del Padre para los abatidos. Cristo sometido siempre a la voluntad del Padre para llevar a cabo su mensaje de reconciliación, para hacer verdad, cumpliendo la Escritura, la reconciliación de la humanidad con el Padre. Docilidad, es una palabra a meditar en estos días. La docilidad de Cristo al Padre, sin la cual no habríamos conocido este misterio de amor. Docilidad que le impide hacer alarde de su condición divina, sino más bien vivir esa otra dimensión del misterio de amor, que es la solidaridad fraterna. Solidaridad con sus hermanos. Pasó como uno de tantos. No es fácil a nuestro orgullo pasar como uno de tantos. No es fácil pasar por un hombre cualquiera cuando queremos significarnos de manera especial ante los demás. No es fácil rebajarse. Menos todavía aceptar la muerte de cruz.

Pero este es el camino que nos marca Cristo, nuestro Maestro, y en el cual nos precede. Pero un camino que no acaba en la cruz para quien le sigue, sino que al final todo es levantado, exaltado. Se tiene un nombre sobre todo nombre; es alcanzar el señorío de Jesucristo. Quien padece con Él, reina con Él. Pero llegar a este señorío de Cristo pasa por seguir a Cristo, obrar como Él obró, dejar que su Espíritu actúe en nosotros. Y en los textos litúrgicos de hoy hay sugerencias importantes.

Hoy caminamos con un ramo de olivo. ¿Dominará a partir de esta Semana Santa el espíritu de paz y reconciliación? ¿Vamos a cultivar el espíritu y el deseo de paz? O mañana o pasado mañana volveremos a andar a la greña o a irritarnos infantilmente por tonterías. Estamos dispuestos a desenvainar la espada ante la más mínima insinuación que nos molesta. Desciende de la cruz y creeremos en ti. En Cristo los clavos sostienen y le mantienen firme en el amor. Es fuerte la tentación de bajar de la cruz. ¡Es tan maravilloso hacer el milagro! ¿No creéis? Milagreros de feria. No crucificados...

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Es dura la cruz. Es sufrir el abandono de Dios. Pero es a través de este vació, de este abandono, como se pasa a la gloria de la Resurrección.

La procesión nos dice a dónde nos dirigimos, nos dice san Bernardo. Es decir que necesitamos caminar. Y sigue diciendo: la Pasión nos muestra el camino. Los sufrimientos de hoy son el sendero de la vida, la avenida de la gloria, el camino de nuestra patria, la calzada del reino... La gloria de la procesión hace llevaderas las angustias de la Pasión, porque nada es imposible para el que ama (San Bernardo, Domingo Ramos, Sermón 1, 2, o.c. t. IV, BAC, 473, Madrid 1985, p. 19).

15 de marzo de 2008

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Solemnitat traslladada

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

El profeta recuerda el derroche de Dios en su amor por los hombres, a lo largo de la historia. Y el salmista canta en el salmo la misericordia del Señor, su fidelidad que se extiende por todas las edades. Nosotros, hoy, en esta solemnidad de san José imitamos, despertamos en nosotros los sentimientos de Isaías y recordamos este amor, recordamos a través de la figura de san José lo que ha hecho por nosotros, sus beneficios. Recordamos como se ha manifestado en él el amor, el proyecto de Dios, y como lo vivió, como respondió José al designio divino.

La liturgia siempre es sugerente para nosotros. Así en la oración-colecta leemos:
Oh Dios que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José... que la Iglesia los conserve fielmente y los lleve a plenitud.

Y comentará san Bernardo: Al patriarca José, hijo de Jacob se le concedió el don de leer los misterios de los sueños; a José se le infundió la gracia de conocer y participar activamente en los misterios divinos. Aquel almacenó el trigo, no para sí mismo, sino para todo el pueblo; éste recibió el pan del cielo y lo guardó para sí y para todo el mundo. Realmente este José, con el que se desposó la Madre del Salvador, fue un siervo fiel y cumplidor (San Bernardo, En alabanza... o.c. t.II, BAC 452, Madrid 1994, p. 637).

El misterio de Dios es para el hombre, el misterio de Dios se desborda y manifiesta en una diversidad de misterios en la vida del hombre que vamos celebrando a lo largo del Año Litúrgico. Uno y varios. Uno y mismo misterio de amor en lo profundo e inescrutable de Dios, y una manifestación en misterios diversos en su revelación al hombre. Quizás por ello dirá el salmista: Una palabra ha dicho Dios y dos que he escuchado...

San José fue fiel en la custodia de este misterio divino, fiel en aquella alianza que Dios empieza con Abraham y que continuará con la fidelidad de los patriarcas y generaciones sucesivas. Así le van preparando un templo al Señor, una casa para nuestro Dios aquí en la tierra, hasta que llegue aquel tiempo en que el mismo hombre sea templo vivo de este Dios.

Así contemplamos a san José: fiándose de Dios, como anteriormente lo había hecho el patriarca Abraham; se fía de Dios en unas circunstancias que no eran fáciles, que suponían la manifestación de un misterio que venía a desbordar la capacidad del hombre. Parece evidente que san José era buen conocedor de la tradición religiosa de su pueblo, conocedor de las muchas intervenciones de Dios a favor de su pueblo, y como lo había llevado providencialmente a lo largo de la historia, en una historia en la que no siempre el pueblo de Israel sabe responder con fidelidad y confianza.
San José sí, fue digno conocedor de esta providencia divina sobre su pueblo. Por ello dice también el papa Benedicto: En todo esto se mostró, al igual que su esposa María, como un auténtico heredero de la fe de Abraham: fe en Dios que guía los acontecimientos de la historia según su misterioso designio salvífico. Su grandeza, como la de María, resalta aún más porque cumplió su misión de forma humilde y oculta en la casa de Nazaret. Por lo demás, Dios mismo, en la Persona de su Hijo encarnado, eligió este camino y este estilo -la humildad y el ocultamiento- en su existencia terrena.

El ejemplo de san José es una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado. Pienso, ante todo, en los padres y en las madres de familia, y ruego para que aprecien siempre la belleza de una vida sencilla y laboriosa, cultivando con solicitud la relación conyugal y cumpliendo con entusiasmo la grande y difícil misión educativa (Benedicto XVI, Angelus, 19.03.2006).

Ahora es la Iglesia quien está llamada a conservar estos misterios y llevarlos con fidelidad a su plenitud con la asistencia del mismo Dios. La Iglesia debe cuidar hoy de edificar esta casa de Dios, con las piedras vivas que somos cada uno de los creyentes, para que se vaya haciendo una realidad el Reino de Dios entre los hombres. Ahora es la Iglesia, es decir, cada uno de nosotros quienes estamos llamados a acoger este misterio divino, cuidarlo y hacer que vaya arraigando en la vida de los hombres, pero después de arraigar previamente en el corazón de cada uno de nosotros. Y la celebración de esta solemnidad es ante todo celebrar el amor de Dios, un amor que todos y cada uno de nosotros debemos llevar a nuestra vida concreta de cada día, y es también una contemplación de san José, la contemplación de aquel que vivió con fidelidad, sencillez y modestia, como dice el papa, la tarea que la providencia nos ha asignado. Luego la tarea que el Señor asignó a san José es también una tarea que nos alcanza a nosotros, a la Iglesia y a la vida de cada uno de nosotros.

Cantemos pues las misericordias del Señor, anunciando la fidelidad de Dios a lo largo de todos los tiempos, porque, verdaderamente la misericordia del Señor es un edificio eterno.