9 de marzo de 2011

MIÉRCOLES DE CENIZA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Joel 2,12-18; Sal 50 3-6.12-14.17; 2Cor 5,20-6,2; Mt 6,1-6.16-18

«No me verá dentro de poco el mundo,
mas sí vosotros me veréis, pues vivo
y viviréis", dijiste; y ve: te prenden
los ojos de la fe en lo más recóndito
del alma, y por virtud del arte en forma
te creamos visible…
Eres el Hombre eterno
que nos hace hombres nuevos. Es tu muerte
parto…»
(Miguel de Unamuno)

Con estos versos empieza el poeta su contemplación del Cristo en la Cruz. Dirige su mirada a la Cruz, donde está colgado también el hombre viejo de la humanidad, como paso obligado al hombre nuevo, que ha de hacerse visible en la vida de los creyentes. La muerte de este Hombre eterno de la Cruz es parto. Un parto permanente hacia la novedad de la nueva vida. Un parto que debe continuar en nuestra vida.

La preparación de este parto, de hecho se lleva a cabo durante toda la vida creyente, pero de una manera especial en este tiempo propicio que empezamos hoy: la Cuaresma, la gran vigilia de la Pascua, el amanecer del Hombre nuevo. Pero para estar de parto, hay que estar previamente en estado de buena esperanza. Y nos colocamos en un estado de buena esperanza, recogiendo en el corazón la invitación que se nos hace al recibir la ceniza: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás».

No nos acordamos de que somos polvo, estamos frenéticamente inmersos en multitud de preocupaciones, la mayoría de las cuales no hacen sino llenar de ruido la mente y de agobio el corazón; no nos acordamos de que somos polvo, ponemos nuestra inquietud en tener una buena imagen, dar el peso exacto. Aunque hoy en día con los medios técnicos de que disponemos se puede maquillar todo. No nos acordamos de que somos polvo, y cuánta energías gastamos por alcanzar horizontes ruinosos, pequeños, que a la postre nos dejan postrados en la tristeza y la desilusión.

Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás. Aquí tienes una puerta abierta a una sabiduría capaz de llenar de paz y alegría el corazón.

También podemos escuchar este día de la ceniza otra invitación no menos sugerente: «Convertíos y creed en el evangelio».

«Conviértete de todo corazón te dice el profeta Joel. Rasga el corazón. Conviértete al Señor Dios nuestro…» Conviértete y cree en el evangelio. Es decir vuelve tu mirada y tu corazón al evangelio y acógelo como punto de referencia en tu vida. Conviértete y cree en el evangelio. Es decir vuélvete hacia el evangelio, y que él ilumine todos tus pasos, toda tu vida, con su sabiduría siempre nueva. Convertirse es volverse, es prestar atención desde el corazón a la fuerza y sabiduría de la Palabra. Convertirse es abrir el corazón y dejar que Dios vierta el fuego abrasador de su Palabra en tu espacio interior.

Convertirse es desear sentir la Palabra como un fuego ardiente encerrado en los huesos (Jer 20,9). Un fuego que se nos escapa como un torrente en crecida de aguas caudalosas; un torrente que momentáneamente se pierde en las aguas sucias y cenagosas de nuestra vida y de los demás, para renacer con fuerza en esperanzas vivas. Convertirse es la tarea de nuestro sendero cuaresmal. Derramarse hacia dentro, hacia el interior del vaso de arcilla, descolgarse por entre las cuerdas de la Palabra.

Muchas cosas tienen que quebrarse, muchos lazos deben romperse para que nuestra humanidad, la tuya, la mía, la de tantos hombres y mujeres, experimenten el fuego purificador de la Palabra.

Y ¿cómo sabré si estoy en este camino de conversión?

Nos lo sugiere claramente la Palabra ya en este primer día de Cuaresma: «Dejaos reconciliar con Dios, os lo pedimos por Cristo, para llegar a ser justicia de Dios». Una justicia que debemos practicar no meramente ante los hombres para que hablen bien de mí, sino delante de Dios. Y nada nos pondrá más y mejor en el camino de la justicia de Dios, que si vamos por los caminos de la reconciliación, porque hemos de tener presente y esto lo olvidamos con frecuencia o no lo llegamos a saber como experiencia de vida, que todo lo que se relaciona con Dios, no puede prescindir de relacionarlo también con los hermanos, con quienes van también por nuestro mismo sendero a la casa del Padre.

También puedo estar con la certeza de este camino de conversión si mi plegaria es más intensa, si mi tiempo de oración se acrecienta en una escucha asidua de la Palabra. Si hago que mi vida sea más sobria. Si proyecto mi vida hacia los demás con más generosidad y abertura.

Hoy de manera especial, tenemos una orientación muy concreta de cara a preparar en nosotros el parto del Hombre nuevo. Esta orientación continúa con la luz de la Palabra que podemos escuchar cada día en este tiempo de Cuaresma.

«Este es un tiempo de gracia; este es un día de salvación. No eches en saco roto la gracia de Dios.»

Es tu muerte parto… Pero solo tendrás jn buen parto si, previamente, estás en estado de buena esperanza.