29 de agosto de 2010

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILIA
Eclo 19-21.30-31; Salm 67,4-7.10-11; Hebr 12,18-19.22-24; Lc 14,1.7-14

Reflexión: Humildad

El misterio de la humildad procede del Dios revelado por Jesucristo, de Jesucristo mismo. Los Padres de la Iglesia son unánimes en hacer de Jesucristo el modelo de la humildad. Clemente de Alejandría invita a la imitación del Verbo encarnado, que lavó los pies de sus discípulos, "él, el Dios sin orgullo, el Señor del universo". Para Orígenes no hay otra doctrina más grande que la de la humildad, que tiene como primer maestro a nuestro Salvador, que dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Muestra su humildad haciéndose hombre, siendo Dios, y humillándose hasta la muerte de cruz.

Para san Basilio no hay nada tan eficaz para obtener la humildad como la meditación e imitación de los ejemplos del Señor, que desde el cielo ha bajado hasta la extrema humildad, y nos la ha enseñado, sobre todo con sus gestos.

Para san Ambrosio, Cristo es el principio de la virtud de la humildad, como lo es también de toda otra virtud, él que ha tomado la forma de esclavo, siendo como es en majestad igual al Padre. Nos iniciamos en esta virtud siguiendo a Cristo que se ha rebajado hasta la muerte de cruz.

Pero es en san Agustín donde este tema adquiere un relieve más fuerte. Cristo, doctor y maestro de humildad, no lo es sólo por sus palabras y doctrina, sino por sus actos y ejemplos. La humildad Jesús nos la enseña antes que nada con su encarnación. Que Dios, en efecto, se haya hecho hombre, es ya una humildad increíble. Pero la enseña también con su pasión.

¿Cómo puede el cristiano ser orgulloso si Dios es humilde. Si ser cristiano es seguir a Cristo, seguir a Cristo es imitar su humildad, aprender de él que es dulce y humilde de corazón.

Palabra

«Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios». Esta es la sabiduría que nos ha revelado Dios mediante el Hijo encarnado, Jesucristo. Es una sabiduría que no es la que está viviendo nuestra sociedad, que se deja arrastrar por las apariencias, pero no de humildad, sino de estar por encima del otro.

«Vosotros os habéis acercado a la ciudad del Dios vivo, a Dios, juez de todos, al Mediador de la nueva alianza, Jesús». En el Antiguo Testamento, aparecía el Dios del Sinaí, un Dios temible, un Dios que no eran capaces de escuchar… En el Nuevo Testamento Dios nos muestra otra imagen de sí mismo. Se rebaja, se reviste de nuestra naturaleza, se humilla, para hacer llegar su palabra, su gesto… en una palabra su amor, a todos los hombres como una expresión de su amor por todos. Él ha sido el primero en acercarse a nosotros, y nosotros le aceptamos y acogemos con nuestra fe, que debe llevar a la vida sus enseñanzas y su ejemplo, como una prolongación de su amor que nos salva.

«Cuando te conviden vete a sentarte en el último puesto». El gesto sencillo, humilde, en todo momento y circunstancia en la sabiduría que nos puede hacer quedar bien.

«Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Es el proverbio que viene a resumir la sabiduría del humilde. Es la sabiduría vivida por Cristo. Él se humilló hasta la muerte y Dios le exaltó, le glorificó.

Sabiduría sobre la Palabra

«Un padre dice: "humildad es el constante olvido de lo que hemos conseguido". Otros dicen: "es reconocer que uno es el pecador más grande". Un tercero añade: "es anticiparse al otro en un litigio para poner fin al litigio, poniendo paz". "Es reconocerse débil y desvalido". "Es reconocer la gracia y la misericordia de Dios". "Es la disposición del alma a renunciar a la voluntad propia"… Escuché todo esto y reflexioné con atención y sobriedad. Fui el último en hablar. Como un perro que recoge las migajas de la mesa resumí todo lo que habían dicho aquellos padres sabios y benditos, y saqué la siguiente conclusión: "humildad es una gracia en el alma que tan solo es conocida por aquellos que la experimentan. Es una riqueza inexpresable, regalo de Dios. "Aprended de mí, dijo Él, es decir aprended de mí que vivo dentro de vosotros, aprended de mi luz y de mi acción dentro de vosotros, porque soy suave y humilde de corazón, de pensamiento y de espíritu, y encontrareis vuestro reposo». (Juan Clímaco, Escala Espiritual)

«La humildad es la única llave de la fe, con la cual comienza la vida espiritual; pues la fe y la humildad son inseparables. En la perfecta humildad desaparece todo egoísmo; y su alma ya no vive para sí mismo sino para Dios; y se pierde y se sumerge en Él y se transforma en Él». (Tomás Merton, Semillas de contemplación)

«Debemos conservar la paciencia, no en las palabras, sino en la tranquilidad interior del alma. Libres de toda perturbación. Esto no lo pueden cumplir aquellos que dicen palabras con dulzura y humildad con espíritu de orgullo, y lejos de apagar el incendio de la ira, lo aumentan en sí mismos y en los demás. Y aunque tengan la apariencia de bondad y mansedumbre nunca recogerán ningún fruto de justicia, ya que pretenden obtener fama de pacientes perjudicando a los demás. Por ello está fuera de aquella caridad que no busca su interés sino el de los demás». (Casiano, Colación 16,22)

20 de agosto de 2010

SAN BERNARDO, ABAD

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Sab 7,7-10.15-16; Salm 62,2-9; Filp 3,17-4,1; Mt 5,13-19

Un estudioso de san Bernardo tuvo hace unos años una intervención sobre la biblioteca de Clairvaux en un Congreso sobre este santo cisterciense y hacía esta reflexión en torno a una Biblia utilizada por Bernardo: «Vosotros lo sabéis como yo, señores, san Bernardo ha consagrado la parte más grande de su vida a meditar este libro principal. Todos los márgenes de este libro, llevan en su blancura deslucida, las marcas irrecusables de estos prolongados trabajos. Pero es manifiesto que sobre algunas partes se ha detenido más tiempo, que han sido particularmente objeto de sus piadosas meditaciones durante años. He pensado que estas hojas tan manidas habían sido utilizadas más. He buscado, por ejemplo el Cántico de los cánticos, opúsculo que no ocupa en el manuscrito más que dos hojas y en los primeros capítulos del mismo, de los cuales el genio profundo del último de los Padres de la Iglesia, hizo 36 sermones. Os lo confieso he experimentado una viva emoción ante estas hojas ajadas, desgastadas, sin consistencia ya. Me pareció ver todavía allí la mano venerable de quien las utilizó. Y entonces yo digo: Esta Biblia es verdaderamente aquello que uso san Bernardo».
Este es el testimonio de alguien impresionado por la utilización que hacía san Bernardo de las Escrituras en el ejercicio de la Lectio Divina. Pero no menos impresionantes son sus propias palabras cuando encendido en el Amor que descubre en esas Escrituras se expresa así ante sus monjes: «Me duele mucho que algunos de vosotros se duerman profundamente durante las sagradas vigilias. Faltan a la reverencia debida a los conciudadanos del cielo, como cadáveres ante los príncipes de la gloria, mientras ellos, los conciudadanos del cielo, temo que un día abominen nuestra desidia y se retiren indignados… A los que se comportan así les digo: ¡maldito el que ejecuta con negligencia la obra de Dios!». (Jer 48,10) (Sermón 7,4, Sobre el Cantar)

E invita a la comunidad a realizar el Opus Dei con devoción y recogimiento, y nos exhorta: «Salmodiad sabiamente: como un manjar para la boca, así de sabroso es el salmo para el corazón. Sólo se requiere una cosa: que el alma fiel y sensata los mastique bien con los dientes de su inteligencia. No sea que por tragarlos enteros, sin triturarlos, se prive al paladar de su apetecible sabor, más dulce que la miel de un panal que destila. La miel se esconde en la cera y la devoción en la letra. Sin esta, la letra mata, cuando se traga sin el condimento del Espíritu. Pero si cantas llevado por el Espíritu, si salmodias con la mente también tú experimentarás la verdad de las palabras de Jesús: las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y aquello que nos confía la Sabiduría: Mi espíritu es más dulce que la miel». (Sermón 7,5, Sobre el Cantar)

Así es como san Bernardo busca la Sabiduría y la tiene como luz como acabamos de escuchar en la primera de las lecturas. Una sabiduría que buscaba como la piedra más preciosa en la tierra de las Escrituras, o en la planta sagrada de la Palabra, como la abeja busca la miel. De aquí que se le dará el nombre de "Doctor Melifluo", debido al saber que tenía de "destilar" de la letra el sentido espiritual. ¡Qué impresión causará el vivir esta sabiduría que lleva a desearla más que a la salud y la belleza!

«Oh Sabiduría, tú, como buen médico has curado mi alma con el vino y el aceite! Tú has sido fuerte para mí, y dulce. Tu poder alcanza a todo el universo y lo ejerces dulcemente. Arrojas al enemigo, proteges al débil. Sáname mi Dios y seré sanado. Yo cantaré tus alabanzas. Confesaré tu nombre, y diré: Tu nombre es un perfume derramado (Cant 1,2). Perfume de bondad y de misericordia». (Salmo 102,4) (Sermón 16, sobre el Cantar)

Quizás necesitamos hacer nuestras estas palabras de Bernardo que nos haga desear esa sabiduría. Esas palabras y su misma actitud ante la Palabra de Dios. Buscar la miel en la cera y la devoción en la letra. Yo creo que por eso mismo la Iglesia nos ofrece en esta fiesta estas palabras de Pablo que Bernardo hizo suyas, pero que también nosotros tenemos necesidad de hacerlas vida nuestra: «Seguid mi ejemplo y tened siempre delante a los que proceden según el modelo que tenéis en nosotros».

Solamente con esta sabiduría que vivé de manera singular y ejemplar Bernardo seremos como monjes lo que tenemos que ser, en estos tiempos: sal de la tierra, poner buen sabor en esta tierra. Y ser luz, luz que alumbre la oscuridad de nuestra sociedad, donde es necesario encender muchas luces. Es el sabor y la luz que pone la Cruz de Cristo.

No ser fieles a esta sabiduría de la palabra es proceder como enemigos de la Cruz del Mesías…

Nosotros, podemos tener razones, muchas razones para dar una explicación de nuestra pobre vida de fe, o de nuestra pobre vida monástica. E incluso las oportunas justificaciones de nuestro proceder. Pero la Cruz tiene poco que ver con nuestras pobres razones humanas. La cruz es locura y necedad.

¿Estás en este camino de locura y de hacerte necio?

En todo caso toma estas palabras de san Bernardo y haz, hoy de ellas tu oración: «Arrástrame tras tus pasos, nosotros corremos al olor de tus perfumes (Ct 1,2). No dice solamente "arrástrame", sino "detrás de ti", que significa que desea seguir sus pasos, su ejemplo, imitar sus virtudes, adoptar su regla de vida. Yo tengo necesidad de ser arrastrado, pues la llama de Tu amor se ha debilitado poco a poco. No somos capaces de correr como lo hacíamos antes. Corremos cuando nos devuelves la alegría de tu salvación, cuando vuelve el buen tiempo de la gracia». (Sermón 21, Sobre el Cantar)

Ahora, hoy, precisamente en esta gran fiesta cisterciense es un tiempo de gracia…

15 de agosto de 2010

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

PROFESIÓN SOLEMNE DE FRAY OCTAVI VILÀ

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 11,19; 12,1.3-6.10; Sl 44,11-12.16; 1Co 15,20-26; Lc 1,39-56

El papa Pío XII en la Bula de proclamación del dogma de la Asunción de la Virgen María a los cielos, en cuerpo y alma dice: «Los santos Padres y los grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios hablan de este hecho como algo conocido y aceptado por los fieles, y lo explican con toda precisión, procurando hacerles comprender que lo que se celebra en esta festividad no solo es el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único, Jesucristo». (Pío XII, Bula Munificentissimus Deus)

No hay una noticia expresa, y explícitamente clara en la Escritura de este Misterio de la vida de María. De la Asunción. Pero hay una noticia permanente a lo largo de toda la tradición eclesial, comentando este Misterio que ha tenido un reflejo permanente en la fe del pueblo, en las obras de los artistas creyentes. Una presencia permanente en el pueblo creyente que la han celebrado y la siguen celebrando en sus santuarios y fiestas…

¡Qué hermosa y bella es la Virgen María, que emigró de este mundo para ir hacia Cristo!, canta un responsorio de la liturgia de esta fiesta.

Germán de Constantinopla, nos ofrece un testimonio precioso sobre este Misterio de María que también recoge el Papa en su Bula de la Asunción: «Tú, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo santo, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, siendo transformado en cuerpo celestial, participe de la vida perfecta».

Otros Padres, sobre todo de Oriente, como san Epifanio, san Juan Damasceno, san Andrés de Creta escriben sobre este Misterio comentando la Dormición de María.

San Bernardo deja escapar un grito de entusiasmo y admiración cuando dice: «¡Qué regalo más hermoso envía hoy nuestra tierra al cielo! Gesto maravilloso de amistad, donde se funden lo humano y lo divino, lo terreno y lo celeste».

Una página de una fina sensibilidad del poeta Peguy sobre María: «Escúchame bien ahora, hijo, que esto que te voy a explicar es muy difícil. Te voy a explicar hasta que punto es ella una criatura única. Pero fíjate bien. A todas las criaturas les falta algo. No sólo es que les falte el ser su Creador (que les falte esto es natural, eso está en regla), pero es que además siempre les falta algo. A las que son carnales les falta el ser puras, todos lo sabemos; pero a las que son puras les falta precisamente el ser carnales, en esto hay que fijarse. Pero a ella, por el contrario, no le falta nada (nada, menos ser Dios mismo, pero esto está en regla). Ella siendo carnal es pura y siendo pura es carnal. Así no sólo es una mujer única entre todas las mujeres, sino una criatura única entre todas las criaturas. Literalmente, la primera después de Dios, el Creador, inmediatamente después, lo primero que se encuentra en la escala del cielo cuando se baja de Dios, literalmente lo primero».

I todavía, Rilke pondrá otra pincelada de belleza diciendo:

«Fruto arrancado de este tierra que es nuestra,
baya que está llena del más pleno dulzor,
déjanos sentir como te fundes
en la boca del gozo que arrebata».

Este misterio viene a ser una respuesta al pesimismo sobre el hombre, que se establece con la Reforma. «Pone de relieve una antropología optimista del catolicismo. Y rubrica la importancia decisiva de la mediación de la Iglesia como actualización concreta de la única y perfecta mediación de Cristo». (Bruno Forte)

María emigra de este mundo, para ir a Cristo. Si Cristo introduce al tomar naturaleza humana, en este exilio terrestre el himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales, ahora, María, introduce nuestra naturaleza humana para cantar ese mismo himno en las moradas celestiales. Es nuestro regalo más bello al Creador. Pero a la vez es también la esperanza más viva de nuestra glorificación.

Pero la tensión y la lucha continúa aquí abajo, como nos sugiere la primera lectura hablando de los portentos que se contemplan en el cielo y de las asechanzas y dolores de aquí abajo, en la tierra.

Aquí abajo siguen los dolores de parto hasta llegar a dar a luz de modo definitivo a la humanidad nueva. La victoria es una realidad en la resurrección de Cristo, y lo es también en la Asunción de María a los cielos.

Aquí es donde entras tú en escena, Octavio. Con la profesión solemne te incorporas a una comunidad monástica. Incorporación definitiva a una comunidad cuya tarea primera es el Opus Dei, como nos enseña la Regla; es decir cantar ya aquí la liturgia celestial, con toda la comunidad. Participar en esta liturgia que gira toda ella alrededor de los misterios de la persona de Cristo. Este es el camino dentro de nuestra naturaleza carnal para purificar nuestro corazón, e ir experimentando el mensaje de la resurrección de san Pablo, que lo es para ti y para cada uno de nosotros.

Tómate muy en serio este servicio litúrgico, como lo vienes haciendo hasta ahora. Aquí tienes la fuente de gozo profundo, de la verdadera alegría de corazón en tu vida, que lo será para ti y para quienes te pidan razón de tu esperanza.

Graba en tu corazón esta escena del evangelio que es todo belleza y que resumiría en dos palabras: servicio. María va a visitar a Isabel en una actitud total de servicio. María lleva a su prima la bendición de Dios. Lleva tú siempre a los demás la bendición de Dios con tu servicio generoso total.

La otra palabra: lectura. Lectura y meditación de la Palabra de Dios; ejercicio asiduo de guardar en el corazón la Palabra. Esta que te ira manifestando el Misterio de Amor. Y tu vida como monje será un hermoso Magníficat. No verás defraudada tu esperanza.

Qué belleza, qué gozo poder cantar con santa María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador».

Día 15 de agosto, LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Apoc 11, 19; 12,1-6.10; Salm 44, 11-12.16; 1 Cor 15,20-26; Lc 1,39-56

Reflexión: La Asunción de la Virgen María

«No puedo decir si murió o si permaneció inmortal, si murió en martirio o de otra manera, si ha sido enterrada o no. En una palabra, nadie sabe cual ha sido su fin. Pero si murió su muerte fue gloriosa pues ella llevó la corona de pureza y castidad absoluta; su cuerpo goza de bienestar propio de quien permitió a la luz brillar en la tierra». (San Epifanio) Sea muerte sea dormición, María subió al cielo desde la Iglesia. En el dogma se celebra a Cristo, a la Iglesia, al hombre, exaltado en cuerpo y alma. María no es para sí, sino para la Iglesia.

María acaba como la viuda de Sarepta, cuyo final no es narrado. En su boca encontramos una expresión que podemos aplicar a María, inmersa en la comunidad: "¿qué más puedo desear que estar en medio de mi pueblo"? (2Re 4,13). Convertida en TIPO de la Iglesia, debía recorrer todos los pasos y adelantar para todos un futuro de existencia. María se presenta en el cielo como fruto de la Iglesia. La última gracia de Dios a María es la Iglesia.

En María comenzó la Iglesia su profunda contemplación de la palabra y los personales hecho biográficos de la Virgen se convirtieron en patrimonio comunitario que fue creciendo bajo la tutoría del Espíritu, como un elemento del Reino. La Iglesia heredó a María como un don especial, como la Madre de Jesús, del Mesías, del Kyrios, como la creyente y la primera discípula de su propio Hijo. La comunidad estrenó vida histórica con un miembro acabado y consumado en perfección. Recién nacida, la Iglesia tuvo en María su último momento de madurez cristiana, su logro de ideales, hasta ser agradable a Dios, dichosa por creer y por dar a luz, ser "sin mancha ni arruga". (Ef 5,27)

Este misterio viene a ser una respuesta al pesimismo sobre el hombre, que se establece con la Reforma. «Pone de relieve una antropología optimista del catolicismo. Y rubrica la importancia decisiva de la mediación de la Iglesia como actualización concreta de la única y perfecta mediación de Cristo». (Bruno Forte)

Palabra

«Se oyó una voz en el cielo: Ya llega la victoria el poder y el Reino de nuestro Dios». La victoria es efectiva con la Resurrección de Cristo, pero la lucha contra el enemigo del proyecto divino continua en este mundo. Esta lucha y de nuevo la victoria sobre el enemigo la contemplamos en María, como miembro singular de la Iglesia. Su victoria, su Asunción es para nosotros la esperanza de alcanzar la misma meta.

«Todos mueren, pero todos vivirán gracias a Cristo». Hemos sido creados para la vida. Para vivir. Cristo es nuestro punto de referencia, al vencer a la muerte pone en nuestro camino una fuerte esperanza. Pero además pone en nuestro camino una criatura singular: María, Madre de la Iglesia, Madre nuestra. Es la criatura, alguien de nuestra raza que ha alcanzado la victoria, para mantenernos en la misma firme esperanza de la vida.

«Eres bendita entre todas las mujeres… Dichosa tú que has creído…». La bendición nueva de Dios es la nueva creación, que lleva a cabo mediante la Redención de Cristo, el Hijo revestido de nuestra naturaleza humana. Dichosos si creemos, dichosos si llevamos esta fe a la vida concreta de cada día.

«El Poderoso ha hecho obras grandes en mí». La fe es algo grande. La fe es vivir una relación personal con Dios, en la cual le dejamos hacer a Él, dejamos que lleve la iniciativa de su amor. Así es como va manifestando los caminos de su amor a los hombres, caminos que son su salvación.

Sabiduría sobre la Palabra

«Así, pues, quitando al sueño un poco de tiempo, trataré de abordar de una vez el tema que con frecuencia ha llamado a las puertas de mi espíritu: redactar algo en alabanza de la Virgen Madre siguiendo el relato evangélico que nos cuenta la historia de la Escritura. Debo reconocer que no me apremia a ello necesidad alguna de mis hermanos, ni un mayor provecho espiritual que es lo primero que debo atender. Pero pienso que esto no es razón suficiente para dejar de hacerlo. Creo que no puedo molestar que satisfaga mi devoción personal». (San Bernardo)

«Hoy sube al cielo la Virgen llena de gloria, y colma de gozo a los ciudadanos celestes… Y nosotros ¿por qué celebramos su asunción con tanta solemnidad y con tantas muestras de gozo y de alegría? Porque María es el sol del mundo entero, y la patria celeste refulge con los vivos resplandores de esta antorcha virginal. ¡Qué regalo más hermoso envía hoy nuestra tierra al cielo! Con este gesto maravilloso de amistad se funden lo humano y lo divino, lo terreno y lo celeste, lo humilde y lo sublime. El fruto más granado de la tierra está allí, de donde proceden los mejores regalos y los dones de más valor. Encumbrada a las alturas, la Virgen santa prodigará sus dones a los hombres. Entreguémonos a la alabanza y a celebrar este día con cantos de júbilo. El recuerdo de la Virgen gloriosa debe excitar el fervor e impulsar la vida a una continua conversión, en alabanza y gloria de su Hijo, nuestro Señor, que es el Dios soberano, bendito por siempre». (San Bernardo)

8 de agosto de 2010

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Sab 18,6-9; Salm 32,1.12.18-20.22; Hebr 11,1-2.8-19; Lc 12,32-48

Reflexión: La fe

La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve... El Dios invisible habla a los hombres, movido por su gran amor y les invita a responder, a comunicarse con Él. La respuesta a esta invitación es la fe. Por la fe el hombre somete su inteligencia y su voluntad a Dios. Da su asentimiento con todo su ser, toda su persona al Dios que revela. Este asentimiento es la "obediencia de la fe". Una obediencia que es un sometimiento libre a la palabra escuchada. Son muchos los ejemplos que tenemos en las Escrituras de esta obediencia a la Palabra de Dios. Como ejemplos más significativos podríamos citar a Abraham, llamado "nuestro padre en la fe", y la Virgen María, como la realización más perfecta de esta obediencia de la fe. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 142 y ss.)

La fe viene a constituir una relación personal del hombre con Dios; una relación en la que se implica toda la persona, con todas sus facultades, y no tan solo intelectual o emocional…

Escribe Tomás Merton: «Dios no puede ser comprendido sino por Sí mismo. Si hemos de comprenderlo, únicamente podemos hacerlo siendo de algún modo transformados por Él, de modo que le conozcamos como Él se conoce. Y Él no se conoce por medio de ninguna representación de Sí mismo. Su propio Ser infinito es su propio conocimiento de Sí mismo, y no lo conocemos como Él se conoce hasta que estemos unidos a lo que es Él. La fe es el primer paso en esta transformación, porque es un conocimiento que conoce sin imágenes, ni representación, mediante una identificación con el Dios vivo en la oscuridad».

Palabra

«Aquella noche que les anunció de antemano». Es la Noche de castigo para los egipcios, y de libertad y salvación para el pueblo hebreo. Subraya la lectura primera la importancia de aquella Noche, primera Pascua, y anunció de lo que vendrá después como Pascua definitiva, con la Resurrección de Cristo. Pascua que celebramos en cada Eucaristía, pero de un modo especial el domingo, primer día de la semana, día de la Resurrección.

«Por la fe son recordados los antiguos». La lectura hace un recuerdo de hombres ejemplares por su fe en el Antiguo Testamento. Es como una gran alabanza a aquellos que se fiaron de Dios, y tuvieron, y siguen teniendo, un protagonismo en la Historia de la salvación. La fe nos es presentada como la elección entre dos alternativas que nos ofrece la vida: desde la fe o desde nosotros mismos. Desde la fe se entiende como un camino de peregrinación hacia una patria mejor, con la seguridad de algo que nos espera. Desde nosotros mismos se entiende como una concepción materialista, basada en una suficiencia humana.

«Vended vuestros bienes y dad limosna». Esto nos pide estar abiertos a una confianza que nos conduce hacia el Reino y a compartir los bienes con los otros, con quienes lo necesitan. Y hoy un signo de los tiempos es la llamada a la solidaridad, a un compartir con quienes están en la indigencia.

«ened encendidas las lámparas». Jesús nos llama al a vigilancia en la utilización de los bienes y en el compartir con los necesitados. Esta fue la fuerza testimonial de la primera comunidad cristiana, que despertaba a admiración, y era una verdadera llamada a acrecentar el número de los discípulos del Señor resucitado.

Sabiduría sobre la Palabra

«Dulce Señor mío, vuelve generosamente tus ojos misericordiosos hacia este pueblo, al mismo tiempo que hacia el Cuerpo Místico de tu Iglesia, porque será mucho mayor tu gloria si te apiadas de la inmensa multitud de tus criaturas que si sólo te compadeces de mí, miserable, que tanto ofendía a tu majestad. Nosotros somos tu imagen, y Tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de Adán. Y esto ¿por qué? No por otra causa que tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu majestad con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda la generosidad de tus miserables criaturas». (Santa Catalina de Siena, Diálogo de la Divina Providencia)

«Desde el momento en que un cristiano abandona las lágrimas, el dolor de sus pecados y la mortificación, podemos decir que ha desaparecido de él la religión. Para conservar en nosotros la fe, es preciso que estemos siempre ocupados en combatir nuestras inclinaciones y en llorar nuestras miserias». (Santo Cura de Ars, Sermón sobre la penitencia)