8 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Sab 6,12-16; Sal 62; 1Tes 4,13-18; Mt 25,1-13

Hay un libro delicioso que seguramente habéis leído: «El Principito». Es un cuento que nos narra las aventuras de este personaje que se dedica a recorrer los planetas. En el segundo planeta que visita vivía un vanidoso.

«—¡Buenos días!, le dijo, qué sombrero más raro lleva usted. —Es para saludar cuando me aclaman, le respondió el vanidoso. —Desgraciadamente por aquí nunca pasa nadie. —Y qué hay que hacer para que se caiga el sombrero, le dijo el Principito. Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos solo oyen las alabanzas. —¿De verdad me admiras mucho?, le dijo el vanidoso. —¿Qué significa admirar? Le dijo el Principito. —Admirar significa reconocer que soy el hombre más guapo, el mejor vestido, el más rico e inteligente del planeta. El mejor en todo… —Pero, ¡si estás solo en el planeta! —Dame ese gusto, admírame a pesar de todo. —Te admiro, dijo el Principito encogiéndose de hombros. —Pero ¿para que puede interesarte esto. Y el Principito se fue. —Desde luego, los mayores son muy raros se dijo a sí mismo durante el viaje.»

Evidente. Los humanos, los mayores, somos muy raros. Fijaos, acabamos de escuchar la Palabra de Dios que nos decía que la sabiduría nunca se apaga, que la encuentran los que la buscan; que no tienes que cansarte para encontrarla, pues está sentada a las puertas de casa, y además que está rondando siempre buscándonos.

Pero desplegamos la mirada sobre el mundo y la vida de los humanos, sobre nuestra vida, y reconocemos que no sabemos hacia donde vamos. Que nos falta esa sabiduría. Y cada día vamos más desorientados, más perdidos, con más oscuridad, más aburridos… Pero, vanidosos mucho: queremos ser los mejores en todo, ser más felices, más ricos, más inteligentes… como el vanidoso del cuento. Queremos que nos admiren…

Evidente. Los mayores somos muy raros. Debemos de salir de casa por la ventana, y, claro, así no encontramos esa sabiduría que está sentada a la puerta. O ni siquiera por la ventana, sino que bajamos rápidamente al sótano para salir a toda velocidad por la puerta del garaje.

Pues vamos con prisa, con mucha prisa. No tenemos tiempo; vivimos en una sociedad sin tiempo. tenemos necesidad de encontrar al Principito de turno que nos admire, que nos reconozcan como los mejores… Trabajamos eficazmente para dar lugar a una nueva sociedad: la sociedad de la locura.

Por ello, toda esta fatiga nuestra no llega a poner paz en el corazón. Porque el corazón humano tiene otros deseos, otras preocupaciones: el corazón, como hemos cantado en el salmo tiene sed. «Sed de Dios, como una tierra reseca sin una gota de agua». Toda esta fatiga de la vida del hombre, de nuestra vida, por ser reconocidos los mejores nos hace transformarnos en una tierra seca, vacía, sin una gota de agua, pero no con una sed de Dios, sino con esa sed de ser admirados como los mejores. Y esto nos lleva a la desorientación, a la crispación… Sin embargo el corazón humano no está configurado para ser admirado y ser reconocido como el mejor en todo, sino que esta configurado para contemplar la gloria, el poder, el amor de Dios. Entonces, Dios es el único que puede saciar nuestra sed.

Hay que salir por la puerta donde nos espera la sabiduría que pone en nuestras manos la luz del Evangelio y de la Regla, para caminar con seguridad a comprar el aceite para nuestra lámpara, y volver de nuevo a casa, a recogernos en la quietud de nuestra casa a la espera del Esposo, que no tiene una hora exacta anunciada, que parece que le gusta sorprendernos, pues ya habéis oído que llega a medianoche. Debemos tener dispuestas las lámparas. ¿Tiene aceite tu lámpara?

Este año hay una buena cosecha de aceite. Salgamos a comprarlo mientras es de día. Salgamos por la puerta. Y retornemos a nuestra casa. A la intimidad de tu espacio interior. A esperar al Esposo, que se presenta en tu morada, en tu aposento, que es también el Suyo.

No pierdas el tiempo buscando que te admiren, vuelve con prontitud al recogimiento de tu casa, A enderezar tu lámpara con una buena luz. Antes de medianoche. Aviva tu deseo de encontrarte con Aquel que quiere saciar tu sed. La sed de tu corazón reseco «como una tierra sin una gota de agua».