13 de marzo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 1º de Cuaresma

De los sermones sobre la Cuaresma de san Jerónimo, presbítero

De la misma manera que el soldado se ejercita en la lucha, y con ataques simulados se prepara para las heridas de verdad, igualmente la vida de los cristianos tiene necesidad de la abstinencia, sobre todo cuando el enemigo está cerca y nos acosa con todo su ejército. A los que estamos al servicio de Dios, necesitamos en todo tiempo darnos el ayuno, pero más que nunca en estos días que nos preparamos para la inmolación del Cordero, nos disponemos para recibir la gracia del bautismo y participar del cuerpo y de la sangre de Cristo.

Todos los que nos preparamos con un ayuno de cuarenta días antes de celebrar el misterio del Señor, ayunamos el mismo número de días que Cristo ayunó por nuestros pecados.

Después del ayuno, Jesús fue tentado por el diablo. Este no sabía que fuera el Hijo de Dios y, por ello, no hacía demasiado caso. Le pregunta, en efecto, al tentarlo, si es Hijo de Dios. A nosotros, sin embargo, que sabe que queremos ser hijos de Dios, nos ataca con toda su fuerza y, como una serpiente escurridiza, se enrosca a nuestros pies para privarnos de subir al cielo. Si, pues, se atrevió a tentar al Señor, ella, la astuta y malvada, ¿cuanto más no se atreverá a engañarnos a nosotros? Si atacó al Hijo de Dios, ¿cuanto más no se atreverá a lanzarse sobre nosotros que somos de una naturaleza inferior? Si el justo apenas se salva, ¿cómo aguantarán los impíos y pecadores? No es que el Señor pudiera ser vencido por el diablo, sino que el que tomó la forma de esclavo, quiso en todo darnos ejemplo, para que nadie confíe en la propia santidad, ya que también aquel que no podía sucumbir quiso pasar por la prueba.

De los comentarios al salmo 60,2-3 de san Agustín, obispo

«Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica». ¿Quién lo dice? Parece que sea uno solo. Mira si es un: «Te invoco lejos del país, con el corazón desolado». No es por consiguiente uno solo, o mejor dicho, sí lo es, porque, Cristo, sólo hay uno, y todos nosotros somos miembros de él. Porque, ¿quién es el hombre que invoca lejos del país, él solo? No hay nada que clame lejos del país si no es aquella herencia de la que el Padre ha dicho al mismo Hijo: «Pídemelo, y te daré los pueblos por herencia, poseerás el mundo de un extremo al otro».

Entonces, es esta posesión de Cristo, esta herencia de Cristo, este cuerpo de Cristo, esta Iglesia de Cristo, que es una, esta unidad formada por nosotros, la que clama lejos del país. ¿Y qué es lo que clama? Lo que dije antes: «Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica; te invoco lejos del país». Esto es lo que he clamado a ti lejos del país, y lo he clamado desde todas partes.

¿Y por qué he clamado esto? Porque estoy con «el corazón desolado». Es evidente: el hombre se encuentra por todas las naciones de la tierra, pero no se encuentra, sin embargo, en una gran gloria, sino en una gran tentación.

Realmente, nuestra vida no puede verse libre de tentación mientras dura esta peregrinación, porque de la tentación sacamos provecho; nadie se conoce a sí mismo si no se ha visto tentado, no puede ser coronado sin victoria ni triunfar sin combate; no puede combatir si no tiene enemigos ni tentaciones.