21 de noviembre de 2009

PROFESIÓN REGULAR DE OBEDIENCIA DE F. JOSÉ ANTONIO PERAMOS

Alocución pronunciada por el P. Abad José Alegre en la sala capitular

Regla de San Benito, capítulo 5º
La obediencia

El reino de los cielos está místicamente en tu interior.
Estas son las bondades que están ocultas dentro de nosotros
y desde allí resplandecen en el exterior
gracias a una vida vivida serenamente.
La persona que se ha comprometido con Dios
mediante la fe y la oración
ya no será atormentada
por la preocupación de sí misma.
(Isaac de Nínive)

Estas palabras de Isaac de Nínive nos vienen a confirmar aquello de que el monje es el que busca a Dios, y lo busca porque ya lo ha encontrado. El reino de los cielos está dentro de ti. Dios reside en el centro más íntimo de tu ser. Pero nuestra vida se mueve en un movimiento desde fuera hacia dentro y desde dentro hacia fuera. Comprometerse con Dios es poner cada día nuestro esfuerzo por llegar al centro profundo de nuestro ser. Hacernos conscientes de la presencia de Dios.

Para esto necesitamos la pedagogía divina. ¿Y que nos enseña ésta? Que Dios ha salido de su misterio escondido, y se ha manifestado, se ha rebajado, haciéndose hombre, y desde aquí ha vivido una experiencia de continua obediencia al Padre, y también de obediencia a los hombres. Pues como dice Él mismo no ha venido a que le sirvan sino a servir y dar la vida. Y el camino para realizar esto es la obediencia.

Esta obediencia que es propia de aquellos que nada aman más que Cristo. Solamente esta actitud de imitar a Cristo, de vivir para Él y con Él, puede dar sentido y justificar nuestra existencia monástica. Cristo es el gran obediente. Toda nuestra vida debe ser una respuesta de libertad a Cristo, el Único que puede exigirnos todo sin alienarnos. Y venimos al monasterio porque queremos aceptar esa exigencia de Cristo sobre nuestra vida. Solo Dios, en su amor absoluto puede pedir y conseguir del hombre que se entregue totalmente, a la vez que le abre a horizontes de más libertad.

La obediencia hace salir al hombre del aislamiento egoísta, y del encogimiento mediocre sobre sí mismo. Y es la obediencia la que libera al monje de la incomunicación con Dios y con los hermanos y le empuja a correr por el camino del servicio humilde y del amor abnegado. Suele haber en las comunidades monásticas monjes o monjas que se quejan de falta de comunicación. Suelen ser también esos monjes o monjas, personas que viven muy superficialmente su relación con Dios, y que en la relación con los demás miembros se buscan a sí mismos. La obediencia es el mejor camino de libertad, que nos lleva siempre, si es auténtica a un servicio generoso hacia los demás. Todo lo demás serán palabras vanas, o folklore sin color.

Y para que veáis que no son meras palabras mías, contemplad el ejemplo de Cristo, interiorizad sus palabras, sus gestos. Considerad también los muchos esclarecidos testigos de Cristo que a lo largo de la historia ha habido en los espacios monásticos.

La prontitud en el obedecer que Benito describe con riqueza de imágenes —escucha, manos vacías, pies dispuestos, subir a la vida, camino estrecho, comunidad— es un síntoma positivo de una disponibilidad gozosa. Porque Dios ama al que da con alegría.

Algo grande es la obediencia, tanto que solo llegan a vivirla plenamente los monjes humana y cristianamente maduros

La obediencia no va por los caminos de actitudes infantiles de falta de sumisión, de medio de domesticar, o tácticas de ciertas astucias para lograr salir con lo nuestro en ciertas situaciones anecdóticas de la experiencia cotidiana de la vida.

La obediencia es algo grande cuando la vivimos todos y cada uno, y toda la comunidad empeñados en ir conociendo la voluntad de Dios.

La obediencia es algo grande cuando la vivimos todos y cada uno, y toda la comunidad, empeñados en contrastar nuestra vida con las exigencias de la Regla y del Evangelio, a fin de ir madurando cada día, humana y cristianamente, abiertos a un seguimiento sincero, apasionado de Cristo.

1 de noviembre de 2009

INICIO DEL NOVICIADO Y VESTICIÓN DE FRAY DAVID RENART

Alocución pronunciada por el P. José Alegre, abad de Poblet, en la sala capitular

Regla de san Benito, capítulo 72
El buen celo que han de tener los monjes

Nuestro modo de pensar es el de Cristo (1Cor 1, 16). Anhelamos vestirnos encima la morada que viene del cielo… No querríamos quitarnos lo que tenemos puesto, sino vestirnos encima de modo que lo mortal quede absorbido por la vida (2Cor 5, 3). Revestiros de ese hombre nuevo, creado a imagen de Dios (Ef 4, 24). Vestíos de ternura entrañable, de agrado, de humildad, sencillez, tolerancia, perdonaos cuando uno tenga quejas contra otro… Interiormente que la paz del Mesías tenga la última palabra (Col 3, 12).

Lo que Dios ha empezado en ti, que lo lleve a término… ESCUCHA, David. ESCUCHA, hoy y cada día de los sucesivos, esta Palabra de la Escritura que acabo de leer. Aquí tienes el auténtico hábito, siempre nuevo, siempre dispuesto para ti. No olvides esta Palabra de la Escritura y recuérdala ejercitando la primera palabra de la Regla: ESCUCHA.

Entonces lo que Dios ha empezado en ti, lo llevará Él mismo a feliz término. Esta obra buena que comenzó en tu familia, con tus padres, Salvador y Luisa… En tu camino, hasta aquí, hubo luces y sombras. Pero, gracias a la obra buena que el Señor comenzó en ti, y que fue encontrando unas circunstancias favorables en tu ambiente, ha ido tomando fuerza la luz. Hoy quieres corresponder a la obra buena de Dios con la respuesta generosa de entregarte más a Él. De esta manera, va madurando la obra buena con un crecimiento en tu vida espiritual.

Y lo quieres hacer en una comunidad monástica, en esta comunidad de Poblet. La comunidad ayuda con sus virtudes que, evidentemente, las tiene. Una comunidad siempre es positiva para la persona. Sea la familia, comunidad religiosa, civil, eclesial… También ayuda con sus defectos, que, evidentemente, también los tiene. Tú, también los tienes. Pero quien navega con sabiduría, y la ayuda del Señor, que la tendrás si la buscas, sabe aprovechar los vientos favorables y los desfavorables. Y crece en la vida del Espíritu. ¡Vive la vida monástica! ¡Crece!

Empiezas este camino con el símbolo importante de dejar una prenda que llevabas hasta ahora por fuera. Un gesto simbólico pero lleno de vida. Aprovéchalo. Vive este gesto simbólico cada día.

Eres una persona con gusto, ordenada, que busca cuidar los detalles. Buscas cuidar el estilo, el color, la marca… Esto está bien. Una buena base para una vida monástica. Pero ante esta nueva opción que haces de cara al Señor, Él te llama a un cambio importante. Y te sugiero que, si eres generoso en tu respuesta, hallarás buena y nueva respuesta generosa por parte del Señor. Él, no se deja ganar en generosidad.

Hay que darle la vuelta a la camisa. Cambiar de marca, color, estilo… Te revistes de una nueva prenda, de un hábito. Blanco. Aquí no hay colores. Todo lo debe llenar el color de Dios. Ahora es necesario también cuidar el color, el estilo, la marca. Pero por dentro. El interior. Lo importante ahora es el color de Dios en tu corazón. Lo demás es basura. Que lo mortal sea absorbido por la vida, dice la Palabra. Entonces crecerá tu alegría y tu paz.

Tienes este capítulo 72 como punto de referencia para ir asumiendo en tu vida la Palabra de Dios que te irá revistiendo con una vida nueva. Es una página de gran vigor espiritual, propio de un hombre de Dios. Y para un hombre de Dios, o que quiere ser de Dios. Este capítulo nos ofrece una clave para leer la Regla. Aquí está la raíz de todas las vidas monásticas, de las que han alcanzado su objetivo y de las que no lo han alcanzado.

El buen celo que deben tener los monjes, hace referencia a la actitud primordial, gracias a la cual la vida del monje se convierte en camino de fuego hacia la plenitud de la caridad, sin la cual la vida se reduce a un conjunto de frustraciones.

La vida de comunidad es exigente y requiere un largo aprendizaje. Y en esta vida comunitaria el novicio está llamado a aprender contemplando la comunidad, la auténtica maestra de novicios. Sin caer en el peligro evidente de juzgar. Contemplarlo todo y quedarse con lo bueno para que se vaya encendiendo ese fuego interior.

De los ocho puntos que concretamente recomienda, cinco se refiere a relaciones dentro de la comunidad. Lo cual es bastante elocuente de lo fundamental que es vivir una buena relación humana y de fe dentro de la comunidad. Luego hay otros tres puntos: Dios, Cristo y el abad, que estarán para ayudarte a caminar con esperanza, para que llevados por el mismo Espíritu lleguemos juntos a la vida eterna.

Escucha, guarda, vive, este capítulo 72 de la Regla, para que tu corazón se sienta arropado con el vestido siempre nuevo de la Palabra divina.