25 de diciembre de 2011

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISSA DEL DÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,7-10; Salm 97,1-6; Hebr 1,1-6; Jn 1,1-18

«La música unirá a los hombres más que cualquier otra manifestación del arte. Los poetas cantan la paz. Pero también los músicos la cantan. La Paz existe. Llegará el día en que la encontraremos. La palabra y el canto hallaran la paz». (Pau Casals)

«La Palabra ya existía al principio». Era Dios. «En la Palabra había vida». La Palabra es vida. Es Dios. «Los que la reciben, reciben el poder de ser hijos de Dios». Los que reciben esta Palabra «nacen de Dios». Y Dios no muere. Por ello puede escribir con toda razón el poeta:

«En la palabra que desde dentro de mí
resuena en torno a mi,
Señor, yo me siento más fuerte que mi propia muerte».
(Carles Riba)

Esta Palabra ha venido al mundo y en el mundo estaba. Esta Palabra estaba ya en la belleza del ritmo de la vida. El mundo desconoció estas armonías de la palabra que vibran en la belleza de la creación. Y Dios en su inmenso amor por nosotros «habló de muchas maneras y en diferentes y múltiples ocasiones. Hasta que últimamente nos ha hablado por el Hijo». Y ha querido dejar su más bella melodía entre nosotros. Una melodía asequible al oído y el corazón humano. Dios se humaniza, se hace el más bello de los humanos. Para hablarnos con palabras humanas, y para que podamos encontrarnos con Él a través de la palabra humana, a través de la vida humana. Por ello la Palabra se hace melodía, música, en el corazón humano, como canta el poeta:

«Música: tú, agua de nuestra fuente,
chorro que cae, tono que refleja, calma pura…»
(Rilke)

Haciendo realidad las palabras de Jesucristo: «el que cree en mí, el que recibe mi palabra, de sus entrañas manaran ríos de agua viva» (Jn 7,39). Unas aguas que caen, que resuenan desde el corazón, desde un corazón silencioso, o sumido en la noche, unas aguas que como la melodía del claustro del monasterio acompaña la cena que recrea y enamora. Una cena que se organiza entre tú que escuchas la Palabra, que golpea a tu puerta y le abres tu casa. Una cena acompañada de la melodía de estas aguas como música de fondo, música callada y soledad sonora.

Porque la Palabra habla en el silencio y en silencio ha de ser escuchada. Y en esa soledad interior que escucha, que acoge la Palabra se empieza a gestar la nueva vida, el hombre nuevo, la humanidad nueva. Este es el motivo principal por el que debemos enamorarnos de la Palabra, esta Palabra, este Verbo divino que se reviste de humanidad.

Escribe Juan Maragall, de cuya muerte se cumplió esta semana 100 años: «¿No os habéis encontrado nunca en un bosque muy grande en una quietud, en una paz llena de vida que parece una adoración de toda la tierra? Pues así adoran las almas de los enamorados a través de brillo silencioso de las miradas. Y por último, al final, una música animada, ¡oh maravilla! Una palabra. ¿cuál? Cualquiera; pero como viene con toda el alma del silencio que le ha engendrado, sea la que sea, probad de conocer el sentido; en vano; nunca llegaréis al fondo, y os espantaréis del infinito que lleva en sus extrañas».
(Juan Maragall)

Escuchar la Palabra, dejar que Dios me mire, que escrute mi espacio interior. Mirar yo esta Palabra, considerarla, que el silencio de Dios se cruce con el silencio de mi corazón, hasta que me nazca una palabra. ¿Cuál? Cualquiera, es una palabra nacida del amor, y toda palabra que nace del amor lleva un mensaje de paz; toda palabra que nace del amor nos hace mensajeros de paz.

«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que anuncia la victoria».

Pues ese mensajero eres tú, yo, somos nosotros… pero siempre animados y acompañados por la melodía de este cántico nuevo. La palabra y el canto hallaran la paz. La Paz existe.

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISA DE MEDIANOCHE

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 9,2-7; Salm 95,1-3.11-13; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14

«Os dejo la paz, os doy mi paz». La paz es una palabra con fuerza en esta noche. Incluso fascinante. Lo es en el deseo de los hombres, en felicitaciones, reuniones familiares, regalos. No siempre se convierte en realidad, sino más bien en una renovada frustración.

La liturgia es también una invitación a celebrar y vivir la paz. Después de todo el tiempo de Adviento, tiene fuerza esta noche, el canto del Gloria. El canto de alabanza de los ángeles ante los pastores en la noche de Belén: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres». Gloria y paz.

La «gloria de Dios» es la «kabod» hebrea, que viene a ser el peso, la fuerza que tiene un ser, en este caso Dios, en su existencia; sería la honra de Dios, que se revela en su majestad, su poder, el resplandor de su santidad, el dinamismo de su ser. Los ángeles cantan esta Noche la Gloria de Dios. Pero ¿dónde aparece esta gloria, donde se nos manifiesta este poder, este resplandor de la santidad divina? En el hombre. En un Niño que aparece recostado en el regazo de santa María. En un Niño débil, recostado en un pesebre. Una contradicción desconcertante, que nos cuesta comprender.

El canto de los ángeles acaba con «y paz a los hombres que Dios ama». Dios ama a todos los hombres. A todos. Y la gloria de Dios se manifiesta en el hombre, y para el hombre. Por esto dirá san Ireneo: «La gloria de Dios es que el hombre viva. La gloria del hombre es Dios. El hombre es el beneficiario de la actividad de Dios de toda su sabiduría y de todo poder».

¿Cómo se manifiesta esta gloria de Dios en nuestra vida? En la vida de todo hombre, del cual dice el salmista: «Señor Dios nuestro, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?»

Algo nos sugiere Isaías en la primera lectura, cuando habla de «la vara del opresor, del yugo de la carga, de la bota del soldado, del vestido empapado en sangre». No, el hombre, en esta situación no vive, no manifiesta la gloria de Dios.

Es lamentable que lo que dice Isaías hace miles de años, lo podemos contemplar hoy en las imágenes de unos soldados pateando una muchacha y desnudándola en plena plaza de Tahir en Egipto, y lo podemos contemplar en las mujeres que tiene que prostituirse para dar de comer a sus hijos; el yugo de la carga que soportan tanto miles de menores de edad para llevar el pan a su familia. Los medios de comunicación son prolijos en noticias sobre el continuo ultraje y menosprecio que se hace de la dignidad humana. Esta secuencia del profeta Isaías es de muy fuerte actualidad en nuestra sociedad. No cuesta comprender la Gloria de Dios.

Es evidente que aquí no aparece la gloria de Dios. Una gloria que, sin embargo, el profeta anuncia cuando habla de «una luz grande iluminando a todo el pueblo» que camina a oscuras; «una gloria que crecerá» dentro del pueblo, dentro de cada uno «con el gozo y la alegría».

Esta gloria se manifestará con «el nacimiento de un Niño, que será Príncipe de la Paz». Este Nacimiento es el que celebramos esta Noche. Pero ya la llevamos celebrando muchos años, y parece que cada Navidad en lugar de Paz nos deja frustración, tristeza. No llegamos a sintonizar en profundidad con la Paz. Nos cuesta comprender la Gloria de Dios.

Quizás necesitamos cambiar el chip de nuestra celebración, el chip de nuestra vida, porque vida y celebración van unidos íntimamente.

San Pablo nos asegura que «ha aparecido la bondad de Dios, su amor a los hombres», a todos los hombres, a quienes trae su salvación. A continuación nos invita a tener cuidado con nuestra manera de vivir y nos habla de «renunciar a la vida sin religión, a los deseos mundanos; de llevar una vida sobria, honrada y religiosa».

Aquí tenemos puntos muy concretos para analizarnos a nosotros mismos y discernir si aceptamos todos estos consejos en bloque o solo algunos de ellos. Y quizás tenemos que trabajar mucho más en este camino de la paz. Y yo diría que en la línea de un precioso Christma que recibí de un niño: Una tarjeta dibujada por él llena de colores vivos y sabiamente distribuidos y relacionados, como mostrando la belleza de la Creación. Y emergiendo de entre esos colores una palabra: «púa» (pincho, en castellano) y trazando desde la «u» de púa una línea que dibuja otra palabra: «pau» (paz en castellano).

Nuestra tarea, nuestra responsabilidad quizás sea limar las púas, los pinchos, hasta convertir estos pinchos en letras de paz.

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA NAVIDAD
Navidad

Pregón de la Navidad
Hermanos, esta noche es una noche especial.
Escuchad la Buena Noticia,
la que apenas saldrá en los periódicos...

Miles de millones de años habían pasado
desde que empezó a existir la tierra,
adquiriendo forma de entre el medio de las galaxias
y separada del Sol.

Mas de mil millones desde que en esta tierra,
como consecuencia de un estupendo proceso
de evolución y de crisis
surgió la Vida.

Millones de años desde que de las cavernas
surgieron los primeros humanos,
de pie, prestos a luchar por la vida,
y acoger el Espìritu Divino que desde los orígenes
planeaba sobre las aguas del primer caos.

Dos mil años hacía que Abraham,el padre de los creyentes,
obedeciendo la llamada de Dios,
partió hacia una tierra desconocida,
para dar origen al pueblo elegido, el heredero de las promesas.

Mil años que David, un pastor sencillo
que guardaba los rebaños de su padre Jesé,
fue ungido por el profeta Samuel
para ser el gran rey de Israel.

Hacía siglos que el pueblo judío esperaba al Salvador,
al Mesías, anunciado por los profetas,
el que les iba a liberar de toda opresión,
el que iba a establecer un nuevo orden de paz y justicia,
de amor y libertad.

Y por fin, en la olimpiada 94,
en el año 752 de la fundación de Roma,
en el año 42 del reinado del emperador Augusto,
hace ahora 2011 años,
en Belén de Judá, un pueblo humilde de Israel,
ocupado por los romanos,
en un establo, porque no había lugar en la posada,

NACIO EL HIJO DE MARIA, ESPOSA DE JOSE,
DE LA FAMILIA DE DAVID,
JESUS DE NAZARET,
LLAMADO EL MESIAS, EL CRISTO,
EL SALVADOR QUE LA HUMANIDAD ESPERABA,
HIJO DE DIOS DESDE SIEMPRE.

Nosotros, los que creemos en El,
nos hemos reunido aquí.
Mejor, Dios nos ha reunido
para que celebremos con gozo
nuestra fe en Cristo Jesús.
Hermanos, alegraos
y haced fiesta.

Celebrad la Buena Noticia.
La mejor Noticia de toda la historia
del mundo y de la humanidad.

La auténtica Noticia
que este mundo nuestro espera, aún sin saberlo.

El Nacimiento de Jesús de Nazaret,
que nos demuestra que Dios sigue siendo un Dios cercano,
un Dios que ama y que salva
y que quiere comunicar su vida a todos,
también a los que poblamos la tierra
en el año de gracia de 2011.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Juan:

He recibido tu preciosa felicitación de Navidad. Me ha encantado. Me llena de alegría el corazón. La tengo siempre cerca de mí. Como un punto de libro. Yo diría del «libro del corazón». Y, con todo, una felicitación sencilla:

Tamaño de una postal. Llena de cuadros, espirales, circunferencias de color muy vivo… Salpicada de líneas diversas, rectas, curvas, la «mancha» de algún árbol… Todo entrecruzado de verde, mucho verde, como una sugerencia urgente de caminos. Un regalo para la vista… Y dos palabras. Solo dos palabras que desde mi mente de adulto sugieren un juego importante de la vida. Las dos palabras en catalán, escritas por ti. Y es en catalán como se entiende este juego: una primera palabra «pua» (en castellano, también se dice «púa», o pincho). De la «u» sale una línea, recta y curva, que acaba en el extremo con una flecha, señalando la segunda palabra: «pau» (en castellano, «paz»).

Joan, gracias por esta felicitación navideña, llena de imaginación, imaginación viva, llena de color. Es la imaginación que nos falta con excesiva frecuencia a los adultos. Nosotros hacemos felicitaciones más serias, con textos que todos nos sabemos, que leemos con prisa, o no leemos, al ver repetido el texto del año anterior. En una palabra, que son felicitaciones que no llegan a invitarnos a una Navidad feliz.

Tu felicitación si que es una invitación a vivir una Navidad feliz. Mejor: a hacer una Navidad feliz. Y esto depende de nosotros. Porque Dios ya nos preparó una Navidad feliz, haciéndonos una casa llena de vida y de colores vivos como los pintas tú. Pero los hombres por las habitaciones de esta casa llena de colores y de vida fuimos poniendo «púa», y claro se camina mal y se vive peor cuando vamos por caminos de pinchos, de púas, y tú nos sugieres este juego de cambiar las letras de la palabra y escribir la palabra “paz” (pau) por las habitaciones de nuestra casa.

Y este juego es el que nos viene a recordar la Navidad, año tras año. Navidad es «Dios-con-nosotros»; pero si estamos separados por tantos pinchos, tantas «púas» no podemos tener la paz, que es la cuna donde necesita recostarse Dios, nada más nacer en medio de la belleza de la Creación, que Él mismo trabajó para nosotros los hombres, sus hijos. Esa paz que los mismos ángeles del cielo cantaron aquella Santa Noche.

Muchas gracias, Joan, por recordarme que la Navidad necesita de mucha imaginación. ¡Llegar a imaginar el amor de Dios!; lleno de tanto amor que sobre su vestido divino viene a ponerse nuestro vestido humano, para empezar a limar, los pinchos, las púas, por los caminos de los hombres, y a saludar con la palabra que es la primera piedra de la casa de la Navidad.

Gracias, Joan por recordarme, que la Navidad quizás no sea sino un juego, un juego que nos pide mucha imaginación, mucha generosidad… Y quizás las personas adultas, somos ya demasiado adultas para ciertos juegos. Y sin embargo, hoy más que nunca, necesitamos, urgentemente, este juego de la Navidad.

Muchas gracias, Joan. Un abrazo de tu amigo,

+ P. Abad

18 de diciembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL ADVIENTO
Domingo 4º de Adviento (Año B)

San Ireneo, obispo, Tratado sobre las herejías, L. 4, 20,4-5
Hay un solo Dios, quien por su palabra y su sabiduría ha hecho y puesto en orden todas las cosas. Su Palabra, nuestro Señor Jesucristo, en los últimos tiempos, se hizo hombre entre los hombres, para enlazar el fin con el principio, es decir, el hombre con Dios. Por eso, los profetas, después de haber recibido de esa misma Palabra el carisma profético, han anunciado de antemano su venida según la carne, mediante la cual se han realizado, como quería el beneplácito del Padre, la unión y comunión de Dios y del hombre. Desde el comienzo, la Palabra había anunciado que Dios sería contemplado por los hombres, que viviría y conversaría con ellos en la tierra, que se haría presente a la criatura por él modelada para salvarla y ser conocido por ella, y, librándonos de la mano de todos los que nos odian, a saber, de todo espíritu de desobediencia, hacer que le sirvamos con santidad y justicia todos nuestros días, a fin de que, unido al Espíritu de Dios, el hombre viva para gloria del Padre.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Hoy dejo que me ilumine tu última estrella: el silencio. Cada mes a lo largo del año una de tus estrellas, una de tus palabras nos ha permitido abrirnos a la experiencia de la palabra; una palabra sobre la cual venía a resplandecer el sol de la Palabra de Dios. Porque cada palabra humana lleva encerrado dentro un «pequeño sol» que ilumina a quien la recibe y la escucha. Sobre todo cuando la palabra que decimos la pronunciamos desde el corazón. Porque el corazón es una fuente de luz. Puede ser impresionante el nacimiento de la palabra desde un corazón silencioso. Todo el valle de nuestra vida, este «valle de lágrimas» que cantamos en la Salve a santa María, se inunda de luz y con el rumor de las fuentes, que despierta esa luz, el «valle» se llena de sabiduría y de alegría, de nueva vida. Alegría de vivir, alegría para vivir, ¡vida! ¡Qué palabra más bella! Estos días el hombre ha lanzado un «ingenio electrónico» a Marte para investigar sobre la vida en aquel espacio tan lejano.

Pero, ¿sabemos cuidar la vida aquí en nuestro espacio y en nuestro tiempo? ¿somos capaces en nuestro espacio y en nuestro tiempo, de decir una palabra pronunciada desde el corazón de Dios?: «¡Vive! ¡Crece como un brote campestre!» (Ez 16,6)

Hoy me cuesta escribir esta carta. Encuentro con dificultad las palabras, pues siento crecer en mi la nostalgia del silencio, el deseo de un silencio profundo, porque querría decirte esa palabra pronunciada desde el corazón de Dios; querría que mi corazón fuese una cuna; una cuna silenciosa que fuera adormeciendo el sonido y el ritmo de una palabra llena de vida, que me permitiera decir con fuerza, con esperanza ese grito del profeta: «¡Vive! ¡crece como un brote campestre!» Hoy querría ser todo silencio y contemplar el gesto silencioso de santa María, y la palabra del ángel: «concebirás y darás a luz un hijo…será grande… se llamará Hijo del Altísimo».

Quizás solo la mujer, quizás solo la madre puede llegar a contemplar y percibir este misterio del silencio y de la palabra. Quizás solo la mujer, quizás solo una madre, puede contemplar con el gozo más auténtico y profundo esa escena de la Anunciación de Nazaret. ¡Como sería la «cuna silenciosa» de María, antes y después del anuncio del ángel! ¡como sería el corazón silencioso, las entrañas, de María! para que brote una Palabra. Una Palabra que encierra y destila el amor de Dios, para ti, para mí, para todos los hombres y mujeres de nuestra casa.

¡Solo una mujer, solo una madre!, y me vienen a la memoria las palabras de la madre que anima al último de sus hijos macabeos a enfrentarse con dignidad y total generosidad al martirio: «Yo no sé como aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento, ni la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo» (2Mac 7,22)

Hoy querría decir muchas más cosas, muchas más palabras, pero me fascina el silencio. Solo tengo un deseo: decir una palabra desde el corazón de Dios. Tú eres mujer, quizás tú sabrás pronunciar mejor una palabra desde el corazón de Dios. No obstante, muchas gracias, Mª Luisa por tus estrellas de luz, pero sobre todo por la estrella del silencio. Un abrazo,

+ P. Abad

11 de diciembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL ADVIENTO
Domingo 3º de Adviento (Año B)

San Gregorio Nacianceno, obispo (Sermón 45,9)
El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo, principio de principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad, expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y así siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su persona dos cosas entre sí contrarias, a saber la carne y el espíritu, de la cuales una confirió la divinidad, otra la recibió.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón:

Gracias por tu extensísima carta, empezada en Septiembre y acabada en Noviembre. Eres incombustible. Pero aparte de estos detalles anecdóticos, muy propios de ti, me han conmovido las fotos que me envías del misionero de Rwanda, en la que nos muestra las casas (chozas de hojas) donde vivían familias rwandesas antes, y donde viven ahora, en sus nuevas casas construidas gracias a la ayuda de benefactores de aquí: desde el año 2000 más de 4.500 familias con nuevas casas. Un gesto y un servicio de solidaridad muy importante.

¡Igual que aquí, en nuestra sociedad del bienestar! Estos días también ha venido en la prensa una foto con una tienda de campaña, y dentro una anciana y un hijo sin trabajo, en la misma calle y junto al portal de donde han sido desalojados por no pagar la hipoteca. ¡De verdadera angustia! Y estas noticias de desalojo de familias con hipoteca suelen ser frecuentes en las páginas de la prensa.

Todo esto en una sociedad que ha aceptado los Derechos del Hombre, entre los cuales se cuenta el derecho a una vivienda digna. Pero lo que aparece es que en estos últimos tiempos de crisis lo que domina es el derecho a un sueldo «digno»; «digno» de una nómina o unas pensiones de millones (de euros, claro), sobre todo para aquellos que muestran un corazón durísimo ante quien no tiene donde reclinar la cabeza y cobijar a sus hijos de manera digna.

Allá en Rwanda reciben una Buena Noticia que alivia al que sufre, que sana el corazón desgarrado, que sugiere al menos senderos de libertad. Aquí son «noticias» a secas noticias para la prensa, noticias para confirmar que nuestra sociedad cada vez se le están abriendo senderos de sufrimiento, de oscuridad, de horizontes recortados.

Es difícil la alegría en situaciones de esta tipo; situaciones que cada día que pasa va apagando el espíritu, que extiende más lejos un manto de tristeza o de irritación, porque da la impresión de que si antes el llamado «primer mundo» o del bienestar, estaba aquí, y allí el «tercer o cuarto mundo» de la pobreza absoluta, ahora se pretendiera traer aquí ese «tercer o cuarto mundo», pero no trayendo aquí aquellos pueblos, que por cierto no siempre son acogidos positivamente, cuando vienen como inmigrantes, sino recreando aquí aquella profunda pobreza, con la gente de aquí.

Creo que se necesitan aquí voces que hablen de la luz, que hablen de la justicia. Creo que esas voces ya existen, pero siguen siendo voces en el desierto. Pero es bueno que se continúen oyendo en el desierto voces, porque en él está quien tiene que venir; en él está hablando quien tiene que venir; pero es una voz entre otras muchas voces; es voz que no rompe la caña cascada, que sin descanso está hablando y esperando a que vayan cesando las voces humanas. Porque si el abismo se sigue ahondando entre las naciones, o dentro de la misma sociedad en que vivimos, como ya profetizó Paulo VI en su encíclica Populorum Progresio, no tenemos futuro. El «yo» sin un «tu» con quien solidarizarse, y hacer un camino de convivencia, de comunión incluso, está llamado a sufrir, y al final desaparecer.

Ramón, es necesario, es urgente no apagar el espíritu, hay que guardarse de toda forma de maldad, y así el Dios de la paz estará con nosotros. Un abrazo,

+ P. Abad

8 de diciembre de 2011

INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 3,9-15.20; Salm 97,1-4; Ef 1,3-6.11-12; Lc 1,26-38

«Conserva tú también la Palabra, porque son felices quienes la guardan. Que penetre hasta lo más íntimo de tu alma, que penetre tus afectos y todas tus costumbres. Si guardas así la Palabra ella te guardará a ti». (San Bernardo, Sermón 5 sobre el Adviento, 1-3)

Esto es lo que hizo Santa María. Escuchar la Palabra, fiel en guardarla y dejar que penetrase en sus afectos, en sus costumbres, en su vida toda. Por esto puede escribir Benedicto XVI en su exhortación Verbum Domini, que «María la "llena de gracia" fue incondicionalmente dócil a la Palabra. Que su fe obediente va configurando toda su existencia a partir de la iniciativa de Dios. Que la Palabra de Dios es verdaderamente su casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios, la Palabra de Dios viene a ser su palabra, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, y su voluntad es la voluntad de Dios». (núm. 27-28)

¿Qué escuchamos nosotros de la Palabra de Dios? ¿Qué guardamos de ella en el corazón? ¿Cómo se proyecta esta Palabra en nuestra vida, nuestros afectos y nuestras costumbres? Quizás podemos sacar algunas enseñanzas para nuestra vida cristiana y monástica de la Palabra de Dios proclamada en esta fiesta.

La Palabra que ha sido proclamada nos presenta sobre todo dos mujeres, dos caminos distintos, dos actitudes diferentes en la escucha y la guarda de la Palabra de Dios, que han sido puestos de relieve por los Padres ya desde antiguo:

«Una virgen, un madero y la muerte fueron los símbolos de nuestra derrota; una virgen, un madero y una muerte son también los símbolos de nuestra victoria», nos enseña san Juan Crisóstomo.

«Eva seducida por la palabra del ángel para que se apartara de Dios, María es advertida por el ángel para llevar a Dios, obedeciendo a su Palabra», dirá san Ireneo.

«Eva fue la primera sabia, al tejer vestidos sensibles para Adán, a quien ella desnudó. A María le encargó Dios que nos diese a luz al cordero y a la oveja, y que de la gloria del cordero y de la oveja se hiciera para nosotros un vestido de incorrupción», nos enseña san Agustín.

«La hermosa y amable gloria del hombre se perdió a causa de Eva; fue restaurada a causa de María», cantan los himnos de san Efrén.

Y este paralelismo de muerte y de vida, de fidelidad e infidelidad al misterio de Dios permanece a lo largo de la historia de la vida de la Iglesia, hasta nosotros.

Esta fiesta nos muestra la existencia del pecado en la vida humana y le necesidad de una reparación del mismo. Que aquella bondad natural, o criatura inocente de la Ilustración, no llega a darnos una visión justa y completa de la vida humana. Que el Cristo privado y "psicológico" de los ilustrados es insuficiente, que un Dios generado en un "yo absoluto", como parece también buscarse hoy día, se queda en una vaguedad de sentimientos que no dan respuesta a las exigencias más profundas de la vida humana.

La respuesta digna la tenemos en las palabras de María, con las que responde al ángel: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Estas palabras de María representan la cima de todo comportamiento religioso ante Dios, porque expresan de la forma más elevada la disponibilidad pasiva a una prontitud activa; el vacío más profundo que acompaña a la más grande plenitud.

«Con su respuesta —escribe Orígenes— es como si María dijese a Dios: "aquí estoy, soy una tablilla encerada: escriba el Escritor lo que quiera, haga de mí aquello que el Señor quiere"». De esta manera Orígenes compara a María con la tablilla encerada que se usaba en aquel tiempo para escribir. María —diríamos nosotros hoy— se ofrece a Dios como una página en blanco sobre la cual él puede escribir todo lo que quiera.

¿Y qué quiere escribir Dios?

Dios quiere escribir en María una carta de amor. Quiere dejar grabado, bien impreso en su corazón su proyecto de amor que desborda para anegar el corazón de la humanidad. La obra de Dios en María será la obra de toda la Trinidad, el proyecto de amor del que nos habla san Pablo en el principio de la carta a los Efesios: «En Cristo nos elige a todos los hombres. Ya antes de crear el mundo, para reflejar la santidad divina; nos elige para ser hijos. Y en Cristo recibimos por el Espíritu esta herencia».

María, aplastando la cabeza de la serpiente del Paraíso, inicia la realización del proyecto divino, con su disponibilidad plena a Dios, como Madre de la Iglesia, Iglesia llamada a prolongar la reconciliación que trae Cristo como paso previo para vivir y ser alabanza de la grandeza divina, inmerso en la comunión de amor trinitaria.

«Cantemos al Señor un cántico nuevo, ha hecho obras prodigiosas».

María es el cántico de la nueva creación de Dios; es su obra prodigiosa. Aprendemos de María la música y la letra de este cántico nuevo. Porque el Señor nos ha llamado a participar de este proyecto suyo.

4 de diciembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL ADVIENTO
Domingo 2º de Adviento (Año B)

San Carlos Borromeo, obispo, Cartas pastorales
El tiempo de Adviento, importante, solemne, es, como dice el Espíritu Santo, tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor nos envío a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Conchita:

Leo en la Sagrada Escritura: «No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día». Yo creo que esta forma de contar los días o de medir el tiempo va unido a una virtud muy necesaria hoy día: la paciencia. Por eso también añade la Escritura: «Dios no tarda en cumplir su promesa. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia, porque no quiere que ninguno perezca».

Son palabras estas que vienen a dar luz a otras tuyas que me pones en tu carta: «Me cuesta comprender y aceptar que los seres humanos, no tengamos tiempo para compartir con las personas que queremos y llamamos amigas. Vivimos en una sociedad que está llena de prisas, que a mi no me gusta nada, y que me da mucha pena; pero al final acepto porque no hay otro remedio. Estoy cansada de llamar a alguien que quiero, intentar quedar para charlar un rato, y escuchar: lo siento, no puedo. te llamo en otro momento. Y pueden pasar meses y meses sin dar señales de vida. Una cosa tengo clara, si me llaman a mí, siempre tengo tiempo, y espero seguir teniéndolo».

Pues así vivimos, Conchita, con tantas prisas que no vivimos, que no tomamos el sabor del tiempo. Solamente vivimos para «hacer» cosas. Y las cosas no llenan el corazón, por lo cual tenemos necesidad de sustituirlas por otras nuevas. Y esta permanente sustitución de unas cosas por otras nos agota, nos hace perder el sabor de la vida, del tiempo.

Es necesario llevar otro reloj, utilizar otro calendario. Nos vendría bien ser un poco como ese niño del que escribe el poeta Peguy: «No conozco nada tan hermoso en el mundo, dice Dios, como un nene mofletudo, atrevido como un pajarillo, tímido como un ángel, que dice veinte veces "buenos días" y veinte veces "buenas noches", saltando, riendo y divirtiéndose. No le basta una vez. Necesita más. Naturalmente. Necesita decir "buenos días" y "buenas tardes". Nunca tiene bastante. Para ellos la vigésima vez es como la primera. El cuenta como Yo. Así cuento yo las horas».

Así es nuestra vida de adultos, Conchita. Necesitamos ganar dinero. Para hacer cosas, para tener más cosas. Y ya no nos queda tiempo para nada más. Así recogemos a los ancianos en residencias, y llevamos a nuestros hijos a guarderías. Tú quieres quedar con alguien para «charlar un rato», para tener el gusto, el sabor de una conversación, donde se puede escuchar la vibración apasionante de la vida, donde podemos saber más del misterio de la vida, y hacer que tome más fuerza e impulso nuestra imaginación.

Yo creo que esto difícilmente llega a realizarse en la pareja, sea matrimonio, o novios, y difícilmente llega a ser realidad entre padres con sus hijos. Las personas, o, mejor, los adultos están ocupados en cosas más importantes: contar las cosas, contar el dinero. ¡matemáticas aburridas!

«Charlar un rato» con un amigo, conversar con un niño. es aprender a contar las horas como lo hace Dios. Es gustar el sabor del tiempo. Conchita, no pierdas tu capacidad de soñar. Es uno de los dones más hermosos que hemos recibido. Un abrazo,

+ P. Abad

27 de noviembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL ADVIENTO
Domingo 1º de Adviento (Año B)

San León Magno, Homilía 5 sobre el Adviento
Todo lo que producen los cereales, las viñas y los árboles para el uso del hombre, todo procede de la gran liberalidad de la bondad divina, la cual, variando la cualidad de los elementos, ayuda piadosamente a los inciertos trabajos de los agricultores, de modo que los vientos, las lluvias, el frío y el calor, los días y las noches, sirvan para nuestra utilidad. No sería suficiente el ingenio humano para los efectos de sus obras si Dios no diese el crecimiento a las plantaciones y los acostumbrados riegos. De aquí que sea piadoso y justo que de aquello que el Padre misericordiosamente nos ha concedido, ayudemos a los otros. Son muchos los que no tienen campos, ni viñas, ni árboles, cuya pobreza ha de ser remediada por la abundancia que Dios otorgó, a fin de que también ellos, juntamente con nosotros bendigan a Dios por la fecundidad de la tierra y se alegren de que haya sido dada a los que la poseen, y así, en cierto modo, se hacen comunes también a los pobres y peregrinos.

Feliz es el granero y digno de que se multipliquen todos sus frutos si de él se sacia el hambre de los necesitados y débiles, si se satisface la indigencia del peregrino y se restablece el deseo del enfermo.

Aunque todos los tiempos son oportunos para estas obras, este es principalmente apto y conveniente, en el cual nuestros santos padres, divinamente inspirados, establecieron el ayuno del mes décimo, para que, una vez recogida la cosecha de todos los frutos se ofreciese a Dios una espiritual abstinencia y cada cual recordase que ha de usar de la abundancia de tal modo que para sí use la moderación y pródigo para los pobres.

La parte de la fortuna temporal que se da a los pobres se convierte en riquezas eternas.

LA CARTA DEL ABAD

Querido José Manuel:

Eres una persona optimista. Ya sabía de ello, en razón de nuestra amistad. Pero me lo confirma cuando, hablando por teléfono acerca de esta fatigosa cuestión de la crisis, me dices que ya pasará. Que hubo otras crisis muy fuertes en años pasados, como por ejemplo en los años 60 con la cuestión del petróleo. Y de todas va saliendo el hombre.

Es posible. Y quizás la historia nos muestra algo de esto. Que el hombre tiene siempre recursos para ir adelante en la vida. Pero también es cierto que tendríamos que mirar a qué precio va dando nuevos pasos, teniendo en cuenta que «es la persona del hombre lo que hay que salvar, la sociedad humana la que hay que renovar» (Gaudium et Spes 3).

Hoy el mundo está en una situación muy diferente de hace unos años. Vivimos en una dimensión más global. Cualquier suceso o acontecimiento, en el más alejado punto de nuestra residencia, nos afecta. Todo tiene una repercusión en todo. Y en todos. Es imposible «bajarse del tren» como decía alguien, o alejarse de esta "aldea global" en la que nos ha tocado vivir.

Por otro lado estamos configurando una vida en donde domina cada día más lo material. Los valores duros y puros que destila la materia, el tener… en detrimento de unos valores más humanos, de unos valores espirituales, que llevan a un índice muy bajo de cotización del hombre.

Cada día el ritmo de la vida se abre a senderos más vertiginosos, más inconscientes, diría yo también. Y esto es peligroso para la vida humana, en general.

«La propia historia está sometida a un proceso tal de aceleración que apenas es posible al hombre seguirla. El género humano corre una misma suerte y no se diversifica ya en varias historias dispersas. La humanidad pasa así de una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis» (GS, 5).

Yo creo que en la Palabra tenemos siempre una oferta de luz, de sensatez, de vida auténtica. Esta Palabra nos dice: «Daos cuenta del momento en que vivís». No es fácil darse cuenta del momento cuando estamos sumergidos en el vértigo de la vida, donde apenas somos capaces de seguir la información diaria del mundo. Nos sigue diciendo: «Nada de comilonas, ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias…».

Pues todo esto es lo que nos atrae. Ahora llega Diciembre y empezaremos a preparar la Navidad, precisamente con comilonas, desenfreno… en grupos de las más diversas instituciones: políticas, empresas, sociales, educativas…

¿Todo esto es malo, negativo? En si mismo yo diría que no. Pero me pregunto si todo esto es un arma de luz, que ayuda a arrinconar las tinieblas, la oscuridad de nuestras vidas, a configurar un clima social más amable.

Parece que algo de la luz del día se percibe, en una cierta conciencia de que tengo que ser más sobrio; de que tengo que ser más solidario. Pero esto ¿lo perciben los de arriba, quienes tienen el poder, los recursos?…, o ¿es ocasión de una nueva imposición a los de abajo para crear más pobreza, más sumisión?

La noche está avanzada, el día se echa encima. Pero el sol puede detenerse, y que el día llegue con retraso, o no llegue. José Manuel solo conduciéndonos como en pleno día, con dignidad, podemos acelerar ese nuevo día. Y solo aquí podemos encontrar la fuente de un verdadero optimismo. Un abrazo,

+ P. Abad

20 de noviembre de 2011

LECTIO DIVINA

Salmo 121 [122]

1 Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor».

2 Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

3 Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
4 Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor.
5 En ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.

6 Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
7 haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».
8 Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «la paz contigo».
9 Por la casa del Señor nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Ideas generales sobre el salmo

Es un canto de peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén. Al llegar los peregrinos se quedan extasiados contemplando sus edificios, sus torres y murallas, y sobre todo su templo, lugar de la presencia de Dios.

Para el judío era fascinante visitar Jerusalén. Desearía vivir siempre en ella. Como no es posible sueñan con visitarla ocasionalmente y empaparse de su misterio. Cada peregrino, cuando se despide y echa la última mirada sobre la ciudad santa, aviva en su corazón su nostalgia y el deseo de volver.

Se divide en tres partes: v. 1-2; 3-5; 6-9

El nombre de la ciudad aparece en cada una de las partes. Jerusalén es un nombre compuesto de dos palabras y significa «ciudad de paz». El tema de la ciudad aparece con mucha fuerza en la segunda parte; el de la paz, sobre todo en la tercera. La expresión «casa del Señor» aparece al principio y al final del salmo.

v. 1-2 Nos sitúan en el inicio de la peregrinación, y la llegada a la ciudad.
v. 3-5 Desarrollan el tema de la ciudad:

Tres aspectos:

a) arquitectura, construcciones, firmes, compactas…
b) religioso, la ciudad viene a ser como una casa común…
c) judicial, con los tribunales de justicia

v. 6-9 Desarrollan el tema de la paz. Inmenso deseo de paz para todos.

Se desea la paz, pues es el centro de la fe de todo un pueblo, punto de encuentro entre Dios e Israel. Se desea la paz, pues el centro del poder judicial. Dos temas que ocupan el centro del salmo. Dos motivos principales para celebrar la ciudad: el templo (fe) y los tribunales (justicia). ¿Cómo se podría celebrar la fe sin la presencia y práctica de la justicia?

Dios no hace nada en este salmo. Se habla de su casa, de sus tribus, que suben a celebrar su nombre. El Señor, por tanto tiene una casa, un nombre y unas tribus. Todo esto celebra la ciudad que congrega al pueblo en torno a dos aspectos: fe y justicia.

Lee

Empezamos con una lectura comunitaria. Se subrayan sus ideas principales. Y se puede hacer a continuación una lectura silenciosa personal.

Medita

v. 1-2
El peregrino escucha la noticia del viaje a Jerusalén o la invitación a visitar la casa del Señor. Todo peregrino hacía suyo este texto de Isaías: «Vosotros entonareis un cántico como en noche sagrada de fiesta: se os alegrará el corazón mientras vais al Monte del Señor, a la Roca de Israel» (Is 30,29). Y finalmente experimenta la profunda emoción de pisar el umbral del templo, con el que había soñado tanto. El salmista se salta las etapas del viaje.

Para un judío Jerusalén es su amante, su novia, su esposa querida a la que dedica sus mejores elogios. «Este salmo anhela la eterna Jerusalén, suspira por ella. En la peregrinación suspiramos, nos regocijamos, nos encontramos, no vamos solos. Todos juntos formamos una llama; y esta llama está formada por la conversación de los que se encienden mutuamente. Mutuamente el amor santo los arrastra a un sitio terreno. ¿Cuál debe ser el amor que los arrastre hacia otra ciudad más elevada, diciéndose: ¡Iremos a la casa del Señor! Es ir a aquella casa que nos hace decir: "En tu luz veremos la luz", o también dice: "En ti está la fuente de la vida"» (San Agustín).

v. 3-5
Explosión de entusiasmo a la vista de la ciudad, llena de belleza y armonía. Allá suben las tribus tres veces al año, como dice la Escritura: «Todo varón deberá presentarse al Señor, tu Dios… tres veces al año: en la fiesta de los Ácimos, en la fiesta de las Semanas, y en la fiesta de las Tiendas. Nadie se presentará al Señor con las manos vacías» (Deut 16,16).

Jerusalén no es solo lugar de culto. También está la administración de la justicia: Dice Isaías: «Haré que tus jueces sean como los del principio, tus consejeros como los de antaño. Entonces te llamarán "Villa de la justicia", "Ciudad leal"» (1,26). Unión pues de culto y de justicia. Serán muchas las recriminaciones de los profetas por no practicar esa justicia: «Cuando extendéis las manos para orar, aparto mi vista; aunque hagáis muchas oraciones, no las escucho… Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended la viuda. Luego venid…» (Is 1,15-18).

Fue la tragedia de muchos judíos: rezaban de verdad, ofrecían sacrificios, pero después no practicaban la justicia. Dios no se deja sobornar.

El mismo san Agustín se pregunta: «Se nos dijo: iremos a la casa del Señor. Pero no vamos con los pies sino con los afectos. Cada uno de nosotros se pregunte a sí mismo como comparte con el pobre, con el hermano necesitado, con el mendigo indigente».

Por esto comenta Orígenes: «Cuando los creyentes no son sino un solo corazón y una sola alma, y tienen una misma solicitud, los unos con los otros, entonces ellos son Jerusalén, "como ciudad bien compacta"».

v. 6-9
Jerusalén es una figura de la Iglesia. A esta Iglesia debemos amar. Pero el amor también acepta el sufrimiento. Desear la paz es desear todo bien, ya que la paz era la suma de todos los bienes mesiánicos.

Escribe Orígenes: «Hemos dicho muchas veces que Jerusalén quiere decir "visión de paz". Así pues si se edifica Jerusalén en nuestro corazón, es decir si arraiga en nuestro corazón una visión de paz, si nosotros contemplamos y guardamos en nuestro corazón a Cristo que es nuestra paz, si permanecemos en esta visión de paz, entonces podremos decir que estamos en Jerusalén».

Si no hemos llegado a esa «visión de paz» por lo menos permanezcamos en el deseo, y la trabajemos con una vida de amor, con aquel amor que ayuda a soportar el sufrimiento y aceptar la misma muerte, pues como nos dice el libro del Cantar de los Cantares: «El amor es más fuerte que la muerte» (Ct 8,6).

Muchos han manifestado ese deseo de la visión de paz, y han trabajado y vivido por ella. En nuestro tiempo muchas veces en la canción:

«Imagina que no existe el paraíso,
es fácil si lo intentas.
Ningún infierno bajo nosotros
y sólo el cielo encima de nosotros».

(Imagine there's non Heaven / it's easy if you try. / No Hell below us / above us only sky).

«Imagina a toda la gente
viviendo para hoy.
Imagina que no hay países
no es difícil hacerlo.
Nada por que matar o por que morir
y tampoco religión alguna».

(Imagine all the people / living for today. / Imagine there's no countries / it isn't hard to do. / Nothing to kill or die for /and no religion too).

«Imagina a toda la gente
viviendo la vida en paz.
Puede que digas que soy un soñador.
Pero no soy el único.
Espero que un día te unas a nosotros
y que el mundo viva como una sola cosa».

(Imagine all the people / living life in peace. / You may say I'm a dreamer / But I'm not the only one. / I hope someday you'll join us / and the world will live as one)

Escuchemos otra «canción» sobre la paz y la unidad, escrita hace dos mil años:

«Porque Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Él vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos y paz a los que estaban cerca. Pues por medio de Él, podemos presentarnos, los unos y los otros, al Padre en un solo Espíritu» (Ef 2,14-18).

Jerusalén, para un cristiano es también símbolo del cielo: «vosotros os habéis acercado al Monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, que es la Jerusalén celestial» (Hebr 12,22).

Cuando Juan XXIII se enteró que estaba gravemente enfermo, con gran paz empezó a recitar el salmo 122: «Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor».

Ora

Señor Jesucristo,
que dijiste a los Apóstoles:
«Mi paz os dejo, mi paz os doy»,
no mires nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia,
y, conforme a tu palabra,
concédenos la paz y la unidad.

Y haznos instrumentos de tu paz…

Contempla

Dedica un tiempo personal a repasar en silencio aquellos puntos que te hayan llamado la atención: peregrinación, unidad, paz, justicia. O escucha la canción «Imagine» o relee el texto de Efesios.

Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario: JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ez 34,11-12; Salm 22, 1-6; 1Cor 15,20.26-28; Mt 25,31-46

Jesús fue un profeta que anunciaba la llegada del Reino, con unos signos que iban unidos a su persona. El centro de su predicación era el Reino, era la causa de su vida, lo que motivaba todo su dinamismo: mostrar a Dios, el Señor de todo, como Rey. Todo este mensaje no se puede separar de su persona. El Reino se manifiesta en Él. Por eso dirá: «el Reino está en medio de vosotros». Pero a la vez este anuncio tiene una proyección hacia el futuro. La misma oración del Padrenuestro lo sugiere claramente cuando pedimos: «venga a nosotros tu Reino». Cristo nunca definió el Reino, más bien lo ejercitó, lo vivió en su persona. Por eso decía: «Yo no puedo hacer sino lo que hace el Padre». Y de este modo el Reino lo sugiere con sus parábolas, y su misma vida.

El Reino es un don de Dios, que por una parte pedimos, pero por otra hay que esforzarse por entrar en él y vestir el traje apropiado para el banquete de bodas. Decir «Reino de Dios» es decir Dios, o proclamar ese Reino equivale a señalar la persona de Cristo.

Cuando en 1929 se grita como proclamación, y reparación a Pío XI: «viva el Papa rey», se muestra a qué extremos puede conducir la ignorancia de los textos y de la realidad cristiana más fundamental.

Este tema del Reino estaba detrás de algunas discusiones del Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia: el decreto de libertad religiosa, el pluralismo, la participación... Y en alguna publicación sobre estos temas, por gente contraria a estos puntos conciliares, se muestra el retrato de un Cristo, con el título: «Ellos le han quitado la corona».

Otros recuerdos más penosos serían los referentes a los «guerrilleros de Cristo Rey». Matar en nombre de Dios. Matar en nombre de Cristo Rey, en nombre de Aquel que enseñaba: «aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». ¡Hasta donde puede llegar el hombre en su cerrazón de corazón!
Con estos fenómenos u otros semejantes se propicia que la Iglesia eche raíces en los espacios de la política, de la cultura, de la sociedad… con un talante de fuerza física, de prepotencia, de dominio…

Y se da la paradoja de que siendo la fuerza auténtica de la Iglesia el evangelio, haya todavía conciencias dominadas por la nostalgia de la inquisición. Consciencias que no llegan a decir: «viva el papa Rey», pero casi. El grito se les detiene en la garganta. Consciencias que todavía tiene sueños de guerrilleros, de desembarcar junto al guerrero, espada en mano, para imponer la fe. Pero eso sí: a su medida, y no a la de Cristo.

Se olvidan los gestos de Jesús: que rechazó el título de rey cuando se entendía en sentido político, al estilo de los «jefes de las naciones». Pero lo reivindica durante su Pasión, ante Pilato, que lo interrogó explícitamente: «¿Tú eres rey?», y Jesús respondió: «Sí, como dices, soy rey» (Jn 18,37); pero poco antes había declarado: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18, 36).

«La realeza de Cristo es revelación y actuación de la de Dios Padre, que gobierna todas las cosas con amor y con justicia. Que encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio y, al mismo tiempo, le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo del hombre, semejante en todo a nosotros (cf. Jn 5, 21-22. 26-27). El evangelio de hoy insiste precisamente en la realeza universal de Cristo juez, con la estupenda parábola del juicio final. Las imágenes son sencillas, el lenguaje es popular, pero el mensaje es sumamente importante: es la verdad sobre nuestro destino último y sobre el criterio con el que seremos juzgados. "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis" etc. Forma parte de nuestra civilización. Ha marcado la historia de los pueblos de cultura cristiana: la jerarquía de valores, las instituciones, las múltiples obras benéficas y sociales. En efecto, el reino de Cristo no es de este mundo, pero lleva a cumplimiento todo el bien que, gracias a Dios, existe en el hombre y en la historia. Si ponemos en práctica el amor a nuestro prójimo, según el mensaje evangélico, entonces dejamos espacio al señorío de Dios, y su reino se realiza en medio de nosotros. En cambio, si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo no puede menos de ir hacia la ruina». (Benedicto XVI)

Poner en práctica el amor, contemplar el ejemplo de Cristo, dejar que él sea nuestro pastor, y nos recostemos en las praderas de su palabra, dejar que él haga nacer fuentes tranquilas en nuestro espacio interior que reparen nuestras fuerzas, como enseña el Salmo 22 que hemos cantado como respuesta a la Palabra. Contemplar el ejemplo de Cristo, y poner en práctica el amor, su amor que está en mí, en ti… por el Espíritu que hemos recibido. Y obrar como él obró. ¿Cómo obró? Lo habéis oído en la primera lectura: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro…. Buscaré las perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas, a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente…».

Esta es la fuerza de Dios, esta es la verdad de Cristo, esta es la verdad del Reino. Y su espejo lo debemos contemplar en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en la prisión…

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 34º del Tiempo Ordinario: Jesucristo, Rey del Universo


De los sermones de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre la carta a los Romanos
Dios ha llegado a entregar a su Hijo. ¿Y tú no puedes darle tu pan, a él que se ha entregado por ti y se ha hecho matar? El Padre, debido a ti, no lo ha ahorrado, a él, su propio Hijo! Y tú, con indiferencia, lo dejas morir de hambre, mientras que sólo eres capaz de aprovecharte de sus bienes y de estar por tus intereses.

Se ha entregado por ti, por ti se ha matado, por ti yerra mendigando, lo que tú le das para ayudarle, lo tomas de sus propios bienes, y ¡aun en estas condiciones, no le das nada! No ha tenido suficiente de soportar la cruz y la muerte; ha querido conocer, además, la pobreza y el exilio, ha querido ir errante y desnudo, ha querido ser abandonado en la cárcel y experimentar la ineptitud, para poder dirigirte así su llamada. Si no me quieres devolver lo equivalente de lo que he sufrido por ti, ten conmigo piedad a causa de mi miseria, déjate doblegar por mi debilidad y mi prisión. Si no quieres ni darte a ello, date al menos en mi modesta petición, no te pido nada que te cueste, sino sólo pan, techo, algunas palabras de consuelo.

Si no te cierras por completo, que el pensamiento del Reino de los cielos, que las recompensas prometidas, que todo esto, al menos, te haga mejor. Todo esto, ¿no lo quieres tener en cuenta? Entonces, cuando menos, que tu corazón se rasgue, simplemente por instinto natural, al verme desnudo. Acuérdate de la desnudez que por ti he sufrido en la cruz. Por ti he sido encadenado, por ti aún lo estoy hoy. Por ti he ayunado, por ti soporto todavía hambre. He conocido la sed cuando estaba suspendido en la cruz, y la tengo aún a través de los pobres a fin de atraerte hacia mí y de hacerte humano frente a tu propia salvación.

Habiéndote ligado de esta manera por innumerables beneficios, te pido que me lo vuelvas. No te pido como un deudor, yo quiero coronarte como un benefactor y, a cambio de estos pobres dones, te daré el Reino.

Si estoy encarcelado, no te fuerzo a tumbarme rompiendo mis cadenas. Sólo te pido una cosa: que veas que estoy encadenado a causa de ti; ya me será suficiente este favor y, en cambio, te doy el cielo. Bien que te haya liberado de tus pesadas cadenas, tendré bastante si te dignas a visitarme a la cárcel.
Podría coronarse sin todo esto, pero quiero ser tu deudor, para que la corona te dé también confianza.

San Gregorio Nacianceno, Discurso Teológico, 30,4
«Es preciso que Él reine hasta que…» y que sea recibido por el cielo hasta los tiempos de la restauración, y que tenga su sede a la derecha de Dios hasta dominar sobre sus enemigos. Y después de estas cosas ¿qué sucederá? ¿que su reino cese o que sea expulsado de los cielos? ¿quién lo hará cesar? ¿o por qué motivo? ¡Hasta ese punto eres tú un interprete audaz y un gran adversario de su reino! Y sin embargo, tú sabes que su reino no tendrá fin. Pero esto te sucede por ignorar que la expresión «hasta que» no se opone de manera absoluta al futuro, sino que indica lo que llega hasta un momento dado sin excluir lo que está más allá de ese momento. De lo contrario, ¿cómo entenderás, por no citar otros casos, el texto que dice: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación del siglo»? ¿Tal vez en el sentido de que después de esto no estará ya con ellos?

LA CARTA DEL ABAD


Querida Mª Luisa,

La estrella de tu firmamento de este mes es la «acogida». Es una estrella cuya luz nos es muy necesaria. Hoy hablamos mucho alrededor de esta palabra, quizás porque la tenemos poco arraigada en nuestra vida.

Me llama siempre la atención cuando recibo a una persona, o cuando una o varias personas son bien recibidas por los monjes, por el monasterio que me den las gracias por la acogida. En tiempos pasados no se mencionaba el agradecimiento por la acogida. Uno hacía lo que tenía que hacer: te encontrabas con alguien, o lo recibías, vivías ese encuentro con toda normalidad y venía la despedida sin más, o en todo caso con un simple «gracias», pero sin la añadidura de ese «por la acogida». Hoy vivimos en una sociedad más inhóspita, en un tiempo sin tiempo. Tienes una visita por un lado, y te está esperando otra por el otro lado. Estas hablando por una línea y te llaman por otra. Tienes que poner fecha en la agenda para un encuentro y pasas más tiempo en determinar y ponerte de acuerdo en concretar la fecha que en la misma reunión. El mundo cada día marcha por caminos más complejos y difíciles.

No es fácil hoy día la «acogida» en este ambiente de ritmo tan trepidante. Porque la acogida es un recibimiento del otro, o de otros con el sello, diría yo, de huéspedes. O mejor todavía: con un sello personal. Es recibir a la persona de ese otro, u otros, como tales personas, por tanto con sus preocupaciones, sus problemas, sus alegrías, o sus penas. Recibir, y estar atento a lo que es y desea, y necesita esa persona.

Esto significa «dar tiempo» al otro. Disponer tu tiempo, para acoger, escuchar, estar pendiente del otro. Y hay en el ambiente estas frases tan escuchadas: «no tengo tiempo», «no quiero hacerle perder tiempo», «dispongo de poco tiempo», «el tiempo es oro». Y el tiempo no es oro. Pues si lo convertimos en dinero, mi consideración sobre el otro ya cambia. Mi acogida no puede ser por lo que «tiene» la persona. Una acogida auténtica no puede estar en la línea del dinero, sino en la línea de la persona como tal. Pero, en cualquier caso, no olvidar que tengo delante de mí una persona.

Y precisamente tenemos el tiempo para desarrollar nuestra vida como personas. Y si nuestro tiempo no está proyectado en este camino de la persona el tiempo se desvirtúa, se pierde. Por ello se dice que vivimos en el tiempo sin tiempo. Gastar el tiempo acogiendo a una persona, con esta idea de entrar en el misterio de ella, es ponerse en camino de desarrollar y profundizar el misterio de la tuya.

Quizás nos quiere llamar la atención la Palabra de Dios sobre este punto cuando Cristo habla de la acogida al final de los tiempos: «Venid, benditos de mi Padre, porque tenía hambre, y me distes de comer; tenía sed, y me distéis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, o en la prisión, y vinisteis a verme». (Mt 25,31-46)

Cristo se identifica con cada una de estas personas cuya vida está subrayada por algún tipo de problema humano. Y me sugiere como debo ponerme frente al misterio de cada una de estas personas. O diría, hablando de modo más general: Cristo me hace una invitación muy clara, muy viva a estar abierto, en una escucha vital frente al misterio de la persona que tengo delante en cualquier circunstancia.

Gracias Mª Luisa por recordarme la actualidad de esta palabra, «acogida» que lleva encerrado todo un misterio de luz. Un abrazo,

+ P. Abad

13 de noviembre de 2011

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE POBLET

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Cr 5,6-10.13-6,2; Salmo 83; 1Pe 2,4-9; Lc 19,1-10

«Siempre me ha parecido que la Iglesia padecía por falta de una divulgación de la palabra sagrada. Yo no soy doctor y no sé porque se hacen las cosas como se hacen, ni tampoco sé como podrían hacerse de otra forma, pero cuando veo la manera como están en el templo la mayoría de la gente, la manera como oyen misa, su pasividad ante la enorme energía del Sacrificio del Amor que se celebra en el altar, la ignorancia acerca de las palabras sublimes que en él se dicen y la distracción y modorra que se apodera de ellos, mientras ante ellos está sucediendo la cosa más fuerte y más interesante de este mundo, no puedo menos de pensar: ¡Dios mío! Cuanta sublimidad en vano, cuanta energía ineficaz, cuanta riqueza perdida!» (Joan Maragall, La Iglesia quemada)

Pero la Palabra sagrada se divulga… La acabamos de proclamar. Llega a nuestro entendimiento, pero ¿llega a nuestro corazón?

¿Llega a nuestro corazón las palabras del salmo que hemos cantado? «¡Qué deseables son tus moradas, Señor! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor. Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo».

Es nuestro deseo de la casa del Señor. Me consumo y anhelo estar en su casa cantando su alabanza. Retozo por el Dios vivo, es decir salto y vibro de alegría por ese Dios que me ha creado y me está dando la vida; qué desata tanto entusiasmo en el salmista, tanta dulzura, tanto cariño. Estos deseos no los despierta el templo material, aquel templo majestuoso de Jerusalén; más bien quien hace nacer el deseo y la alabanza es quien habita en ese templo. El Dios en quien encontramos el secreto y sentido de nuestra vida, y la fuerza interior para caminar de acuerdo a su voluntad. ¿llegan estos sentimientos a nuestro corazón?

Los peregrinos, acercándose al templo, mientras recitaban los salmos de peregrinación lo abarcaban con una mirada amorosa. Y esa mirada exterior iba acompañada de un estremecimiento interior. Su alma deseaba, se consumía anhelaba, retozaba, desfallecía por su Dios. San Agustín tiene una sabrosa interpretación: «La uva prensada desfallece, deja de ser uva, pero ¿por qué? Para convertirse en vino, para ir al reposo de la bodega; para ser conservada en gran quietud. Aquí se desea, allí se toma; aquí se suspira, allí se alegra; aquí se ora, allí se alaba; aquí se gime, allí se goza».

Nosotros también tenemos necesidad mientras contemplamos el templo de piedra, mientras estamos en él orando, celebrando, alabando a nuestro Dios, tenemos necesidad de ese estremecimiento interior, que sucede cuando la Palabra va más allá de nuestra mente, cuando baja al corazón. Dice el profeta: «¿En quien pondré mi mirada? En el humilde y abatido que se estremece bajo mi palabra» (Is 66,2).

«Necesitamos perdernos en el corazón de Cristo. Él es nuestro refugio, nuestro asilo; la casa del pájaro, el nido de la paloma, la barca de Pedro para atravesar el mar tempestuoso» (Carlos de Foucauld). Pero para perdernos en la amplitud de ese corazón tengo que despertar mi deseo, avivar mi curiosidad por él. O dicho de otra manera: tengo que entrar en mi casa, acompañado de Cristo. Pero antes de entrar, quizás tengo que salir. Yo ya sé algo de Cristo; Cristo ya ha despertado mi interés. Pero tengo que salir de mi casa, de mí mismo y subir a la higuera para contemplar a Cristo. Para llegar a conocerlo de todo. Para que Él pueda mirarme y se invite a mi casa. Tengo que subir a la higuera para que Cristo pueda descubrir mi interés por Él.

Yo diría que subir a la higuera y mostrar así mi interés por Cristo es cuidar una actitud de abertura hacia los demás, perderme entre las frondas de la higuera es agarrarme a sus ramas, sería tener una actitud de acogida, mostrar una actitud de servicio. Aquí si que valdría aquella expresión de «hay que subirse por las ramas».

Y esto va levantando hacia mí la mirada de Cristo. Y este Cristo va entrando en mi casa, de manera que su interés se va apoderando del mío. Hasta sentirme acogido, yo, por este huésped que se aloja en mí propia casa.

Y esta unión estrecha, profunda, con Él provoca la generosidad total: «doy la mitad de mis bienes a los pobres, y restituyo cuatro veces más a quienes he defraudado». Cristo, ha encontrado verdaderamente a Zaqueo, que estaba perdido.

Quizás esta fiesta es un momento privilegiado para preguntarnos si nosotros también nos subimos a la higuera para atraer la mirada de Jesús. Si salimos de nuestra casa, para que Cristo se invite a cenar con nosotros.

Quizás sea interesante recordar las palabras de san Bernardo: «Esta fiesta es vuestra y muy vuestra. Estáis consagrados a Dios que os eligió y os ha tomado en propiedad. ¡Qué magnífico ha sido vuestro negocio, hermanos! Habéis invertido todas vuestras riquezas del mundo para pasar al dominio del Creador, y llegar incluso a poseer al que es el patrimonio y la riqueza de los suyos. Por esto dice el profeta: ¡dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor!» (Sermón I en la Dedicación)

Dichosos seremos si este Dios es nuestro Señor, si nos dejamos mover, manejar por Él y tomándonos como piedras vivas va edificando su templo, un templo para ofrecer sacrificios espirituales, mediante Cristo el Mesías, la piedra angular de todo el edificio.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Carlos,

Recibí tu carta en la que muestras una continua preocupación de dar pasos en un camino de progreso espiritual: «Ambicionad los dones más valiosos (1Cor 12,31). En medio de las dificultades que comporta la vida cotidiana en el mundo, continúo aspirando a esa consagración, camino del don más excelente: el amor. Querría decirle que estoy en el camino, no es una mera fantasía». El deseo es siempre un estar en camino; porque el deseo siempre provoca un dinamismo de nuestra persona para alcanzar aquello que consideramos bueno para nuestra vida, o por el contrario terminamos por abandonarlo y dejarlo; pero en este caso, la persona se moverá por otro deseo nuevo. Yo creo que no puede faltar este dinamismo vital, que supone el deseo, en nuestra existencia.

Lo importante es descubrir en nuestro deseo la fuente del progreso y del enriquecimiento espiritual. Algo así nos sugiere Ramon Llull en el Libro del Amigo y del Amado: «El Amigo decía a su Amado si había todavía alguna virtud de Él que no amaba. Y el Amado le respondió que todo lo que podía multiplicar su amor en el Amigo estaba todavía por amar».

Descubrir y vivir nuestra vida en el marco del deseo, o en el marco de un progresivo amor, lleva a poner delante de nosotros un horizonte permanente de esperanza, y la fuerza o la ilusión de actualizar todos los recursos de nuestra personalidad que son muchos, y diversos en cada persona.

Es también lo que nos descubre el evangelio cuando nos habla de la parábola del amo que confía sus bienes a unos administradores. Bienes diversos, según la capacidad de cada uno. Y no se trata de una carrera de competición, buscando estar por encima de los otros, lo cual solo sirve para alcanzar coronas que se marchitan o coronas de espinas que hacen daño. El amo quiere que pongamos en juego nuestra capacidad, que seamos conscientes de que tenemos unos recursos en nuestra persona, cuya actualización, o si quieres administración, es la fuente de la verdadera alegría, porque nos hace vivir la vida con un sentido profundo desde nosotros mismos.

Yo creo que para esto es el camino: para hacer un trabajo sobre nosotros mismos. Y aquí es donde deberíamos encontrar la fascinación del tiempo que Dios nos da. Un tiempo para trabajar mi persona y sacar de ella toda la riqueza que potencialmente tiene y que nos ha dejado el Amo, o el Amado, hasta que vuelva. Lo importante es hacer este trabajo con ilusión, con esperanza, con paz, viviendo y gozando con lo que tenemos en nuestras manos.

Me dices que estas en camino, y que no es mera fantasía. Eso es positivo. Saber que se está caminando, pero cuando caminamos también es hermoso, también es bello soñar. Soñar con el horizonte, y dejar también que nos envuelva alguna nube de fantasía. La imaginación no deja de ser también un don que hemos recibido. Y en el camino hemos de ejercitarnos en todo aquello que nos ayude a dar el mejor fruto en nuestra vida.

Agárrate a tu deseo, busca con fuerza el don más excelente. ¡Vive, sueña, camina! Un abrazo,

+ P. Abad

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 33º del Tiempo Ordinario

San Juan Crisóstomo, Sobre el diablo tentador 2,5

¡No te fíes de tu juventud, ni vayas a pensar que tendrás largo tiempo de vida! «El día del Señor vendrá como un ladrón». Nos dejó Dios incierto el día de la muerte para que constantemente pongamos cuidado y empeño. ¿No ves a muchos cómo cada día arrebata una muerte prematura? Pues por tal motivo amonesta cierto varón: «No tardes en convertirte al Señor y no lo dejes de un día para otro» (Ecl 5,8), no sea que mientras andas perezoso llegue tu fin. Usemos de semejante exhortación para los ancianos, adoctrinemos con esta advertencia a los jóvenes. Pero es que te encuentras seguro y abundas en riquezas y redundas en dineros y ningún mal te ha sobrevenido. Pues escucha lo que dice Pablo: «Cuando digan paz, tranquilidad, entonces les llegará repentinamente la muerte». Las cosas humanas están sujetas a mil vicisitudes y cambios. No está la muerte en nuestro poder, pero la virtud está en nuestra mano y benigno es nuestro Señor Jesucristo.

6 de noviembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 32º del Tiempo Ordinario (Año A)

San Basilio de Cesarea, Carta de consuelo, 101
Todo está dirigido por la bondad del Señor. Nada de lo que nos ocurre tendría que ser recibido como una aflicción, aunque alcance actualmente a nuestra debilidad. En efecto, aunque ignoremos los motivos por los que cada cosa de las que nos suceden nos sea presentada como buena por el Señor, debemos estar persuadidos de que de todas formas lo que ocurre es útil, sea para nosotros como recompensa de nuestra paciencia, o para el alma que ha sido tomada: habiéndose demorado mucho tiempo en esta vida se habría llenado del mal que tiene derecho de ciudadanía en el mundo. Si pues la esperanza de los cristianos estuviera limitada a esta vida, con razón se consideraría penoso la prematura separación del cuerpo, pero si el comienzo de la verdadera vida para los que viven según Dios es que el alma se libere de las ataduras corporales, ¿por qué nos afligimos “como los que no tienen esperanza”? Anímate y no sucumbas a los padecimientos, antes al contrario muestra que los dominas y los superas.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa,

Recibí tu carta, como siempre llena de entusiasmo. Una carta escrita a mano que lleva siempre el mejor sabor del corazón. Tu corazón vibra, y a la vez vibra tu mano deslizándola con gozo a través de la blancura inmaculada del papel. Pero además hay otros motivos de gozo en tu escrito: «Doy muchas gracias a Dios por el don de la consagración religiosa contemplativa, por la vida de comunidad fraterna. Sabes que soy muy sensible y me cuesta renunciar, morir y entregarme totalmente al servicio de mis hermanas, aceptando a cada una como es. Sufro y procuro meterme pronto en la “celda interior”, amando al Amor. La Lectio me ayuda mucho. Son momentos de mucha intimidad con Jesús, y esto me produce paz y agradecimiento y, como no, gozo espiritual. Estoy en la etapa final de mi vida y he hecho la ofrenda a Dios de todo lo que pueda ocurrir en los años que Él quiera darme de vida. Estoy en sus manos».

Muchas gracias por este testimonio tan precioso, que también para mí es un verdadero estímulo para amar más mi vida religiosa, para renovar también mis esfuerzos en la búsqueda de Dios, que es, creo yo, la tarea más importante y más apasionante de una vida religiosa. Por otro lado creo que este extenso escrito de tu carta pone de relieve que permaneces en el esfuerzo de mantener encendida la lámpara en la espera del Señor. Estamos en la etapa final de la vida. Sí. Pero renovarse día a día en la consagración a Dios; cuidar la sensibilidad en la escucha de la Palabra del Señor, y en la relación con las hermanas de comunidad, es el «a,b,c» de la vida religiosa. Es estar esperando al Esposo con una buena reserva de aceite para la lámpara.

No es fácil hoy, y creo que nunca lo fue, la vida en una comunidad. Esto aparece hoy muy claro mirando a la sociedad. La comunidad familiar pasa por vivir graves problemas de relación y de convivencia: la relación entre los esposos, la de los padres con los hijos… en fin toda relación en un grupo humano sea de muchos o de pocos miembros. Es fácil ver esta problemática cuando se contempla tanta rotura y separación en las relaciones. Se puede pensar, y creo que muchos lo piensan, que en una comunidad religiosa es más fácil; que lo difícil es levantarse muy temprano, o vivir en clausura, o llevar una vida sobria en comidas u ocio… Pero no es así. Lo más difícil es llevar una vida seria, con una riqueza humana y espiritual en la vida comunitaria. Y si se considera que el sentido de la vida religiosa es buscar a Otro, es la búsqueda de Dios, en el seno de la comunidad, todavía se hace más patente lo principal y fundamental que es, por encima de todo lo demás, tener habitualmente una buena vivencia comunitaria, que es por donde debe pasar la búsqueda de Dios.

Esta es una sabiduría que se necesita hoy de manera especial. Una sabiduría que está a nuestro alcance, pero que también se nos exige desearla, buscarla, ejercitarnos en ella; nunca será algo que se nos impondrá desde fuera. Es un don, pero también se tiene que merecer, se tiene buscar, tengo que hacer un esfuerzo para que de alguna manera ilumine mis pasos.

Sor Luisa, muchas gracias por tu bello testimonio. Muy apropiado para quienes estamos en este mismo camino de consagración religiosa, pero también, por supuesto para quienes no lo están, pero que sin embargo les puede hacer mucho bien tomar nota de esos apunte preciosos de tu carta. Un abrazo,

+ P. Abad

2 de noviembre de 2011

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 25,6.7-9; Salm 26; 1Tes 4,13-18; Jn 11,17-27

«La obra de amor, que consiste en recordar a un difunto, es la obra de amor más desinteresada, más libre y más fiel de todas, escribe Kierkeegaard. La más desinteresada porque el difunto no puede corresponder al elogio, ni devolver lo que se le hace». Por eso dice el libro de los Macabeos: «Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para sean liberados del pecado». «Es un rezo por nuestros "parientes de la tierra"» dice también Kierkeegaard. Todos volvemos a la tierra. Todos somos tierra, polvo, como se nos recuerda el Miércoles de Ceniza, y que fácilmente olvidamos.

Este punto nos vuelve a recordar la sabiduría de la Regla cuando nos propone los 12 grados de la humildad. La humildad es la palabra relacionada con el humus. Es rebajarse hasta lo que somos: humus, tierra. Así empieza nuestro camino en esta tierra.

Pero necesitamos luz para el camino. Es la luz que proclama el salmo: «El Señor es mi luz y mi salvación. El Señor es la defensa de mi vida». El es quien primero hace el camino con la luz de la verdadera sabiduría, hecho hombre, humillado, hasta la nada, para ser después glorificado. Por eso podrá decir a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida. Los que creen mí, aunque mueran vivirán, y los que viven y creen en mí no morirán».

Porque creer en Cristo, es obrar como él obro, vivir como él vivió; para esto desde la cima de su humillación, y antes de su glorificación, entrega su Espíritu, el Espíritu que será derramado sobre toda carne. El Espíritu que nos da sabiduría y fuerza para hacer el camino de esta vida desde el humus, desde la tierra humilde, desde una humillación que es moderar los deseos como el niño en el regazo de la madre. Y esto es morir, porque decidme si no es morir, vivir los grados de humildad de la regla, sobre todo el 6 y el 7, que acaba con la palabra: «me ha hecho bien que me haya humillado; así he aprendido tus mandamientos».

Y el primer mandamiento es el del amor. El amor que es la manifestación de toda la vida de Jesús, revelación del Padre que es Amor. «Solo la vida de este amor que se humilla puede mostrar la verdad de nuestra fe en la resurrección como decimos en la oración colecta de hoy». Pero la verdad de esta fe es al mismo tiempo vida, es ir experimentando en este camino de la vida la transformación de nuestro ser: ir elevándonos desde nuestra humillación, pero apoyados y envueltos en la fuerza de amor que nos viene de Dios. Solo quien va teniendo esta experiencia en su vida de un cambio profundo en su ser tiene verdadera fe, una fe viva en la resurrección de todos los hombres, porque la va experimentado en las dificultades, en los obstáculos que encuentra y va venciendo desde la postración en el humus, desde el polvo, hasta la elevación a una nueva criatura. Y la firme esperanza de subir a la Montaña, donde el Señor prepara el banquete para todos los pueblos.

Para este camino nos ha dado su Espíritu. «El Señor nos ilumina y nos salva». Por eso puede escribir Orígenes: «El alma que posee la luz de Dios comienza por mirar a su Salvador, y entonces, intrépido, contra no importa quien, hombre o diablo, combate, teniendo a Cristo a su lado».

Celebrar la Eucaristía por todos los difuntos es para nosotros la oportunidad de incorporarnos al banquete mesiánico; el banquete al que van entrando los difuntos. El Banquete de la Belleza. «El banquete, donde ya no hay duelo, ni lágrimas, ni oprobios, ni humillaciones. El banquete de la alegría».

El banquete es el espacio donde más cercanos estamos de los dos polos: la humillación y la gloria. La Eucaristía es el tiempo donde se nos la oportunidad de contemplar la humillación y la glorificación. La Eucaristía es el Banquete de la Belleza.

Nosotros somos humildes, queramos o no. Nuestra condición humana es frágil. Lo sepamos o no, lo queramos o no, los grados de la humildad de la Regla son la verdad. La verdad que contemplamos en Cristo en este Misterio de su vida muerte y Resurrección. De humillación y de glorificación.

Nosotros debemos entrar en ella desde nuestra condición humana, desde nuestra pobreza, desde nuestro barro, y dejar que nos agarre el Misterio, y dejar que la fuerza de este Misterio llene toda nuestra existencia. De esta forma crecerá nuestra esperanza de sumarnos un día al Banquete de la Belleza.

Escribe Juan Pablo II en su Carta a los Artistas: «Porque la belleza es la clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. La belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita la arcana nostalgia de Dios».

Gustar la vida, inmersos en nuestra condición frágil, de barro, pero soñando con el futuro, el verdadero Banquete de la Belleza, sin velos, ni oprobios. El salmista dice que solo pide una cosa al Señor, y eso busca: «habitar en la casa del Señor toda la vida, contemplando su belleza». Nosotros, hoy pedimos dos en una: esta contemplación de la Belleza para los hermanos que nos dejaron, y la misma contemplación para quienes estamos caminando.

1 de noviembre de 2011

TODOS LOS SANTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 7,2-4.9-14; Salm 23,1-6; 1Jn 3,1-3; Mt 5,1-12

Me decía alguien: «la vida es un salmo». Y me pregunto: ¿y qué es un salmo? Y me encuentro con respuestas diversas y llenas de belleza: «Los salmos son poemas, poemas con un significado. Las palabras de un poema no son meramente signos y conceptos, sino que es rico asociaciones afectivas y espirituales». (Merton) «El libro de los salmos es como un árbol que plantado junto a la corriente da fruto en su sazón. La corriente es el río de la vida y el río de la historia. De la vida humana y de la historia chupa el árbol su savia» (L.A. Schökel). «Los salmos son diálogo más que monólogo, encuentro antes que réplica, porque Dios habla también en los salmos, y más todavía cuando guarda silencio».

Los hombres y mujeres que hablan en los salmos se dirigen a un Dios que no garantiza la felicidad y la salvación automática; cuestionan saberes y poderes de nuestra vida humana; hechos de preguntas y respuestas, alabanzas y acusaciones, promesas y arrepentimientos, deseos y quejas, en el marco de un diálogo, una conversación entre Dios y el hombre, entre un yo y un Tú.

En esta fiesta de Todos los Santos la liturgia nos ofrece el salmo 23 para vivir ese diálogo con Dios. Es una buena pedagogía religiosa para enseñarnos que no hay religión sin un encuentro cultual con Dios y sin una rectitud moral.

«¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿quién puede estar en el recinto sacro?» La respuesta tiene un nombre: Cristo. El hombre de manos inocentes y puro corazón, que pasó entre los hombres con la bendición de Dios. Pero aprovechó su paso entre nosotros para darnos el programa que necesitamos para subir al monte del Señor y permanecer en el recinto sacro.

Y este programa, esta lección son las Bienaventuranzas, el Sermón de la Montaña. Quienes redactaron el texto de este Sermón tenían ante sus ojos los comportamientos en la vida y en la muerte del Crucificado y del Resucitado. El Sermón de la Montaña es una propuesta límite, valida para nosotros en la concreción de las Bienaventuranzas, y que nos muestra hacia donde debe tender el discípulo, de acuerdo a lo peculiar del estado de cada uno en la vida.

San Bernardo les dice a los monjes: «No dudo que la lectura del Evangelio y el sermón del Señor os ha enseñado mejor que nadie como imitar a los santos. Tenéis ante vuestros ojos la escalera por la que ha subido el coro de los santos a quienes hoy festejamos».

Las bienaventuranzas nos hablan de Cristo, de que él con su vida y muerte nos ha traído y nos ofrece esta nueva sabiduría, esta nueva justicia del Reino. Cristo es quien realiza y quien vive este Sermón. Él es el verdadero bienaventurado. Y las Bienaventuranzas son su retrato. Si son un retrato no tiene sentido afirmar que son una utopía admirable, pero no realizable. Cristo primero las vivió y luego las propuso. El cristianismo mira primero la persona de Jesús, y desde él y con él intenta llevar a cabo en este mundo su proyecto.

Pero a lo largo de la historia ha habido cristianos que han encarnado su proyecto en su vida, y que han subido al monte del Señor y que permanecen en el recinto sacro. Y hoy sigue habiendo cristianos que contemplan a este Cristo y meditan sus palabras, la enseñanza de su vida, su muerte y su pasión, y que van haciendo este camino hacia la cumbre del monte.

A este respeto creo que es luminosa la enseñanza de san Bernardo, cuando escribe: «Hoy es fiesta para nosotros. Una de las más solemnes. Celebramos a todos los Santos juntos, los del cielo y los de la tierra. Honramos a todos en común aunque no con la misma intensidad. Lo cual es comprensible, ya que su grado de santidad no es idéntico. Cada uno encarna la santidad según su personalidad. Hay pues diversos matices en el uso y en la vivencia de la palabra santidad: unos son santos porque ya la poseen plenamente, y otros porque están predestinados a ella. La santidad en estos últimos está oculta en Dios; es algo misterios y se celebra en la penumbra del misterio».

Es lo que enseña san Juan: «ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos, cuando se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es». Mientras, es necesario caminar para subir al monte del Señor. Pero si queremos hacer progresos en el camino no podemos olvidar la enseñanza de la Regla de San Benito: «No anteponer nada al amor de Cristo».

30 de octubre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 31º del Tiempo Ordinario (Año A)

San Agustín, Sobre la predestinación (19,39)
Acaso no se nos manifiesta también con toda claridad el principio de la fe en la carta a los Tesalonicenses? En ella el Apóstol rinde igualmente gracias a Dios diciendo: no cesamos de dar gracias a Dios porque recibisteis la Palabra de Dios, no como palabra humana sino tal cual es en verdad: palabra de Dios que actúa eficazmente en vosotros los creyentes. ¿Y por qué el Apóstol da por ello gracias a Dios? Porque es superfluo e inútil dar gracias por un favor a quien no lo ha hecho. Mas, porque esto no fue vano e inútil, con razón se concluye que Dios es el autor de aquello por lo cual se le tributa acción de gracias, a saber: que habiendo escuchado de labios del Apóstol la palabra de Dios, la abrazasen no como palabra de hombre, sino tal cual es verdaderamente, como palabra de Dios. Por consiguiente, Dios obra en el corazón del hombre en virtud de aquella vocación que es según su designio, a fin de que no oiga en balde el evangelio.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón,

En tu carta me recuerdas uno de los textos más hermosos de la Biblia; para mí, un texto profundamente consolador, un texto como ningún otro, para despertar nuestro amor a un Dios que es amor, y que se manifiesta así: «El Señor, tu Dios está en medio de ti, como poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta». (Sof 3, 17) Y apoyado en la belleza singular de este texto bíblico, añades: «Es una sensación de aire fresco, que no margina a nadie, por edad, raza, o religión, porque está en el alma que Dios nos concedió a todos».

Si creyéramos de corazón las palabras proféticas de Sofonías, no tendrían razón de ser las palabras también proféticas de Malaquías que escuchamos el domingo 31 del Tiempo Ordinario: «habéis hecho tropezar a muchos en la Ley. Pero yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque tenéis acepción de personas. ¿No tenemos todos un solo Padre? ¿no nos creo a todos el mismo Señor?, entonces ¿por qué el hombre despoja a su prójimo?».

Y estas palabras las aplica la Escritura a los dirigentes religiosos del pueblo. Son palabras muy duras. Pero, desgraciadamente, el oído puede acostumbrarse a todo y hacerse insensible a lo más elevado y sagrado. Lamentablemente, aquí podemos encontrar raíces de muchas actitudes agnósticas y ateas.

¿Quien puede rechazar ese Dios de Sofonías? Un Dios que renueva su amor, de tal modo que dominado por el vértigo de tanto amor se reviste de nuestra debilidad humana, para hacer más elocuente y visible su danza y su fiesta en el corazón de la humanidad, y en el corazón de cada hombre. ¿Quién puede creer en el Dios que predican los dirigentes que enseñan la Ley religiosa? Un Dios que caprichosamente hace distinción de personas, un Dios que despoja de humanidad…

Pero en la Sagrada Escritura no hay contradicción. La contradicción la pone en la vida nuestro pecado, nuestro afán de poder, de dinero… o nuestro orgullo. La epístola de Santiago nos vuelve a recordar esta contradicción: «no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado» (Sant 2,1ss)

Necesitamos mucho el aire fresco de la no marginación, marginación que se da a todos los niveles, y en todos los terrenos, en esta sociedad que hemos estado llamando del bienestar, cuando era bienestar para una minoría, y que, llevados por la inercia material de ese bienestar, unos pocos se esfuerzan en crecer a costa de la miseria o de la humillación de muchos.

Nos preguntamos, desorientados, qué está pasando en esta sociedad enloquecida, nos preguntamos por caminos de salida, en busca de luz, y no se percibe más que oscuridad, confusión. Dios también se debe preguntar en el corazón de cada hombre y cada mujer de esta humanidad qué está sucediendo por la superficie de nuestra vida.

Debe estar intentando renovar su amor dentro de nosotros, para incorporarnos a su danza de fiesta, que pasa por aprender el estribillo de una canción: «el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Pero el oído del hombre se ha vuelto duro y difícilmente conecta con lo más genuino de su corazón. No obstante, Ramón, es bueno recordar hoy a la humanidad el Dios de Sofonías. Un abrazo,

+ P. Abad

23 de octubre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 30º del Tiempo Ordinario

De una homilía del papa Benedicto XVI (26 octubre 2008)
La Palabra del Señor, que se acaba de proclamar en el Evangelio, nos ha recordado que el amor es el compendio de toda la Ley divina. El evangelista san Mateo narra que los fariseos, después de que Jesús respondiera a los saduceos dejándolos sin palabras, se reunieron para ponerlo a prueba (cf. Mt 22, 34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (Mt 22, 36). La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un principio unificador de las diversas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo discernir, entre todos ellos, el mayor? Pero Jesús no titubea y responde con prontitud: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22, 37-38).

En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde (cf. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41): la proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente, se pone el acento en la totalidad de esta entrega a Dios. El término mente, diánoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento el que debe conformarse al pensamiento de Dios.

Sin embargo, Jesús añade luego algo que, en verdad, el doctor de la ley no había pedido: «El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39). El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una fórmula bíblica tomada del código levítico de santidad (cf. Lv 19, 18). De esta forma, en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la Revelación bíblica: «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40).

La página evangélica sobre la que estamos meditando subraya que ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor. También la primera Lectura, tomada del libro del Éxodo, insiste en el deber del amor, un amor testimoniado concretamente en las relaciones entre las personas: tienen que ser relaciones de respeto, de colaboración, de ayuda generosa. El prójimo al que debemos amar es también el forastero, el huérfano, la viuda y el indigente, es decir, los ciudadanos que no tienen ningún "defensor". El autor sagrado se detiene en detalles particulares, como en el caso del objeto dado en prenda por uno de estos pobres (cf. Ex 22, 25-26). En este caso es Dios mismo quien se hace cargo de la situación de este prójimo.

San Basilio de Cesarea, (sobre el Espíritu Santo, 10,26)
¿De qué nos viene el ser cristianos? Por medio de la fe, podría responder todo el mundo. Somos salvados, pero ¿de qué manera? Renaciendo, evidentemente, por medio de la gracia conferida en el bautismo. ¿De qué otra manera, si no? Entonces, después de conocer esta salvación realizada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿podríamos abandonar «la forma de doctrina» que hemos recibido? Verdaderamente sería digno de los mayores lamentos el que ahora nos hallásemos mucho más lejos de nuestra salvación que cuando comenzamos a creer; si precisamente ahora rechazamos lo que entonces recibimos. Y en cuanto a la profesión de fe, quien no la guarda en toda ocasión y no se abraza a ella como a segura salvaguardia durante toda su vida, él mismo se enajena de las promesas de Dios y contradice al escrito de su puño y letra que había depositado en la profesión de su fe. Pero si el bautismo es para mí principio de vida, y el primer día es el de mi regeneración, está claro que la palabra más apreciada entre todas es la pronunciada al concedérseme la gracia de la adopción filial.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Ana,

Muchas gracias por tu visita de hace unos días al Monasterio. Son visitas que se agradecen mucho, y mucho más cuando preferiste pasar el tiempo de la visita del grupo, hablando conmigo de tiempos pasados, de aquellos años primeros en el pueblo. Porque son recuerdos no para la nostalgia, sino para renovar nuestro agradecimiento a lo recibido en aquellos años felices, del pueblo, de la familia, de los amigos, que son, diría yo, la base o las raíces de lo que es ahora nuestra persona.

Me conmovió profundamente saber algunos detalles de la manera de ser de mis padres, que yo desconocía. Me conmovió volver a recordar aquellos tiempos difíciles, en que muchas personas tenían que salir del pueblo para salir adelante en la vida. Por cierto una gran mayoría venía a Cataluña, y de la cual siempre oí hablar muy bien, por el trabajo, la acogida.

Hay quien dice que hay ciclos en la naturaleza, en la vida de la sociedad. Así parece. Y sucede que uno tiene la impresión de que nos volvemos a asomar a tiempos difíciles, tiempos muy difíciles, que ya lo son para muchos. Situaciones difíciles, que unos viven en su pueblo o en su ciudad, y otros teniendo que marchar lejos de los suyos.

Y en esta situación la Palabra de Dios nos recuerda unas obligaciones graves que debemos tener en cuenta: «no oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros. No explotarás a viudas ni a huérfanos. Si prestáis dinero a un pobre no serás con él un usurero, cargando intereses».

Esta es la actualidad hoy día, pero en sentido «positivo», es decir: que se oprime y veja al forastero e inmigrante, que se explota a viudas y huérfanos, y que la usura de los préstamos de dinero están haciendo temblar a toda la sociedad, por lo menos la sociedad llamada occidental o del «primer mundo», porque la otra, yo creo que ya no tiene energía ni para temblar.

Y uno se pregunta por la fuerza de esta «tela de araña de injusticia» que nos envuelve, cuando todo se justifica. Y parece no pasar nada: la noticia en la prensa de que ciertas personas que han estado en el candelero de la sociedad se retiran o las hacen retirar, pero, eso sí, forradas de millones, como un buen fondo de pensión; o la noticia en la prensa, aunque más discreta, de los que engrosan las listas de espera, o las colas de espera para comer, pero en este caso «de espera». Porque la esperanza es lo último que se pierde, como el instinto de vivir. Inmensa tristeza.

También dice la Palabra: «si gritan a mí yo los escucharé, porque yo soy compasivo». Claro que en esta sociedad ya se ha intentado, y se intenta, primero desterrar a Dios. Para que los gritos no vayan a ninguna parte. Para que nadie escuche. Pero los caminos de Dios son muchos, e inescrutables. Y el hombre necio no puede tapar, ni eliminar a Dios, porque Dios es la Vida. Y son muchos y diversos los caminos a través de los cuales puede manifestar su compasión.

Muchas gracias Ana por tu visita, por los recuerdos que me despertaste, y que me abren también a ser más consciente de lo que hoy estoy y estamos viviendo. Un abrazo,

+ P. Abad

9 de octubre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 28º del Tiempo Ordinario

San Juan Crisóstomo, obispo, Comentario a Filipenses
Los que obran adecuadamente, cuando ven que uno no acoge bien lo que recibe, sino que muestras desprecio por las cosas que le son confiadas se volverán más negligentes. Para que esto no suceda, ni ninguno pueda afirmarlo, mira como una vez más Pablo cuidó este punto. Así, por las cosas dichas, había constreñido sus espíritus. Por los que a continuación enciende sus ánimos… ¿Entonces, de qué modo fueron partícipes de sus tribulaciones? Por esto: porque incluso estando encadenado decía: «todos vosotros sois participantes de mi gracia». Pues gracia es padecer por Cristo. Y no dijo: «los que dan», sino «los que participan», mostrándoles que también obtendrán su fruto, puesto que fueron partícipes de sus trofeos. No dijo: los que hicieron leves mis padecimientos, sino «los que participaron en mi sufrimiento», lo que era más digno.