5 de abril de 2015

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

MISA DEL DÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 10,14.37-43; Salm 117,1-2.16-17.22-23; Col 3,1-4; Jn 20,1-9

«Dios ha resucitado a Jesucristo y se nos ha aparecido a nosotros que hemos comido y bebido con él después de haber resucitado de entre los muertos».

Vosotros también habéis comido con él ¿no? ¿Recordáis la invitación del principio de esta Semana Grande?

«Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Apoc 3,19).

¿Has abierto la puerta, para que se sentara a tu mesa? ¿Qué hace Pedro en su primer testimonio de Jesús Resucitado? Nos traza un sencillo plano de la trayectoria de Jesús durante su vida humana: «Dios lo consagro y ungió con poder, pasó por todas partes haciendo el bien, curando, lo mataron colgándolo del madero de la cruz y Dios al tercer día lo ha resucitado».

Hoy, después de estos días de Semana Santa, puedes decir y cantar desde el corazón la antífona: «Realmente el Señor ha resucitado, aleluya. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos, aleluya, aleluya». Porque, verdaderamente solamente se puede cantar de verdad ese aleluya si el Señor también esta semana ha pasado curando y sanando tu corazón.

Y entonces podemos decir y cantar el salmo: «Hoy es el día en que ha obrado el Señor, alegrémonos y celebrémoslo».

Esta experiencia se resuelve en una profunda e íntima alegría que se manifiesta en un canto de comunión con los hermanos. Nos lo pone de relieve las palabras de este gran poeta que es Juan Maragall: «Es la alegría del Resucitado, la más fuerte que puede haber, porque brota del dolor y de la muerte. Este es el día que hizo el Señor; regocijémonos con él. El día que hizo el Señor; el mundo vuelve a ser tal cual salió de las manos de Dios. ¡Oh la siempre renovada visión del primer día del mundo! ¡Oh la eterna visión de primavera en el fondo del alma humana! He aquí que resurge como nuevo en los aires el día de la Resurrección del Señor. Hoy es también el primer día de la primavera. No importa que haya entrado ya en el tiempo hace unos días, si hoy la divina solemnidad de la Pascua la llenó de sentido. Hoy el hombre sabe lo que es primavera, y por primera vez dignamente la canta. Cuando sonaron las campanas de Pascua todo prorrumpió en júbilo, la noche se llenó de estrellas y de cantos, el día amaneció con otra luz… Los campos eran los mismos de ayer, igual su verdor, igual el sol y las nubes lo mismo; pero nosotros lo veíamos ya todo de una manera nueva. ¿Qué ha pasado? Era la resurrección, era la fiesta que llevábamos dentro, que nos iluminaba todo lo de fuera. La primavera se hace Resurrección, se ha humanizado. Es el día que hizo el Señor, regocijémonos con él. Nosotros lo vemos todo de una manera nueva».

«Lo vemos todo de una manera nueva». Estas palabras de Maragall me traen el recuerdo de una experiencia profunda, bellísima, que viví en la Parroquia en una Vigilia Pascual en la cual hubo el bautizo de varios niños. En un momento de la celebración miré al primer banco de la iglesia y contemplé a una de las madres mirando a su hijo recostado en una cuna. Se me quedó grabada en el corazón la mirada de aquella madre… Era la mirada de una madre que continúa dando calor de vida al hijo. La mirada de la madre, siempre es una fuente de vida para su hijo.

Pues no dudéis que esta es también la mirada de Dios en el interior de vuestro corazón. Esta mirada de Dios en nuestro interior nos pone la fiesta en el corazón, y su Palabra nos da capacidad para iluminar lo de fuera. Y la fiesta del corazón nos proporciona una mirada maternal, nos da una capacidad de mirar lo de fuera de nosotros con ternura, la ternura de un Dios resucitado. Es la mirada que nos permite humanizar todas las cosas, nuestra vida, nuestra relación con los demás.

Reconoce tu mirada y descubre si la noticia de la resurrección llegó a tu corazón.

En estos 50 días de las fiestas de Pascua, además de cantar con fe el ALELUYA, pon atención a si ves las cosas, las mismas cosas de antes, con una mirada nueva, con una mirada humanizadora. Será una hermosa garantía de tu fe en el Resucitado.

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

«Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Apoc 3,19).

Esta noche estamos sentados en la mesa del Señor. La Eucaristía. La cena de Señor. Con una prolongada sobremesa. Yo diría una cena con unos interesantes relatos de familia; relatos que nos hablan de la relación de Dios con nosotros los hombres, relatos entrañables que nos hablan del amor de Dios, de lo que Dios ha hecho y sigue haciendo por nosotros.

El primer relato nos habló de la creación de un planeta lleno de belleza, como la casa que Dios nos preparó con toda su ternura para que la habitáramos felizmente, pero que no la estamos cuidando todo lo bien que se merece.

Después ya metidos en la historia humana hemos escuchados dos relatos de amistad de Dios con el hombre. Dios busca, desea la amistad de su criatura más querida: la persona humana. Dios siempre es fiel en su amistad, y en ocasiones pone a prueba nuestra fidelidad como lo hizo con Abraham

Renovará su amistad a lo largo de la historia como lo hizo con Moisés llamado también «el amigo de Dios» y nos da a conocer que el horizonte divino, su voluntad es que los hombres vayan siempre por los caminos de la libertad. En Dios encontramos el verdadero camino de libertad.

Dos profetas: Isaías y Baruc nos dibujan el camino de nuestra amistad con Dios que se muestra como un marido eternamente enamorado, que a veces, es verdad juega con nosotros, en su amor con la humanidad, apartándose, escondiendo su mirada, para excitar nuestro deseo de él que quiere guardarnos como en un recinto de piedras preciosas, en un ambiente de permanente belleza. Así es el designio de Dios, un Dios de paz, de vida larga, buena, eterna, bañada de luz esplendente de mediodía, que desea lo mismo para nosotros sus amigos.

Otro relato de Isaías en esta noche nos recuerda que Dios hace un pacto, una nueva alianza con la humanidad, para que nunca nos falte la confianza de buscar su presencia, de saciarnos de su presencia, de escucharlo para que nuestros pensamientos sean los suyos, y nuestros caminos sean los de él. Por esto dirá un Padre de la Iglesia, san Hilario, «que Dios viene a habitar en la mente de los creyentes, no con una venida corporal, sino penetrando en el corazón, purificándonos de nuestras pasiones, con una fuerza espiritual que nos ilumina como una luz. Un Dios, un amigo que no retornará a su estancia celestial hasta que el corazón del hombre se convierta en la casa del Señor» (Comentario al salmo 131,6-7).

Es decir, hasta que haga del corazón humano un corazón nuevo, como nos recuerda Ezequiel, para que vivamos siempre con la alegría de que el Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo, o como dice el Cantar: «yo soy para mi amado y mi amado es para mí».

Este es nuestro camino en nuestra historia, que empezó con el bautismo, como un camino de morir a lo viejo a lo que es contrario a Dios, y un camino para dejar que nazca en nosotros un corazón nuevo. Por eso esta noche recordamos aquel momento del bautismo y renovamos nuestro compromiso como cristianos.

Así seremos ese aroma que las mujeres del evangelio llevaban al sepulcro de Cristo. Pero él ya no lo necesitaba, porque había salido resucitado del sepulcro. Nosotros sí que necesitamos este aroma del evangelio, el aroma de estos relatos de amor de Dios y guardarlos en el corazón, como un fuego que nos da calor o una luz que nos ilumina.

Dios te ama y ha resucitado por ti. Canta ALELUYA.

3 de abril de 2015

VIERNES SANTO DE LA MUERTE DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,13-53,12; Sl 30,2.6.12-17.25; He 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1-19.42

«A los que yo amo los reprendo y los corrijo; sé ferviente y enmiéndate. Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Apoc 3,19).

Hoy la mesa es especial. Una mesa hecha de dos maderos cruzados. Hoy la mesa es una cruz. Son muchos, innumerables, los que están sentados en esta mesa. Habría que añadir algo más, o mejor: pensar que somos fabricantes de mesas en cruz.

¿Acaso no es fabricar cruces, innumerables cruces vender en el año más de 3.900 millones de armas, después de pasar en 10 años de 400 a 3.900, y ser los séptimos en el mundo en la venta de estas cruces?

¿Acaso no es fabricar cruces que nuestro planeta tenga 218 millones de niños entre 5 y 17 años, en condiciones de esclavitud, en trabajos forzosos, explotación sexual, niños soldados…?

¿Acaso no es fabricar cruces que en nuestro planeta haya 870 millones hundidos en la miseria del hambre y griten también que tienen sed de saciarse, cuando en el planeta estamos 7.000 millones pero se produce alimentos para saciar a 12.000 millones?

Esta es una pequeña muestra de la inmensa fabricación de cruces de nuestra sociedad. Porque hay muchos otros espacios de nuestra sociedad donde se fabrican cruces. Aquí, por desgracia, no hay paro.

Fabricamos muchas cruces pero no para que queden vacías. Inmediatamente las llenamos de crucificados.

Y hoy Viernes Santo volvemos a escuchar el grito en la celebración litúrgica:

«Mira el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo».

Pero, acaso, antes tendríamos que cambiar el verbo de esta frase para que nos llegue el sonido con más actualidad, y decir:

«Mira el árbol de la cruz donde está clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo».

Porque el que estuvo clavado como salvación del mundo dijo también: «Lo que hicisteis con uno de estos más humildes conmigo lo hicisteis».

Por tanto si ayer estuvimos sentados a la mesa de la Eucaristía con el Señor, que nos manifestó el más profundo y entrañable amor, hoy hemos de tener el coraje de mirar al árbol de la cruz. Ayer Cristo en la Ultima Cena nos enseñaba la necesidad del servicio para ser cristiano. Hoy nos pide mirar el árbol de la Cruz, su Cruz. Hoy hemos de saber aguantar el silencio de Dios y mirar el árbol de la cruz donde está clavada la salvación del mundo, es decir tu salvación, la mía, la de toda persona humana.

Hoy hemos de aguantar el silencio de Dios y mirar el árbol de la cruz y dejar que su madera manchada de sangre manche también nuestro corazón. Y que allí dentro la palabra del profeta, ilustre el retrato del crucificado con su palabra dura, pero llena de vida, nuestra existencia:

Desfigurado no parece hombre; no tiene aspecto humano
Ante él muchos cierran la boca, miran a otra parte
Sin figura, sin belleza, despreciado y evitado, hombre de dolores y de sufrimiento
Ante él buscamos otras figuras, otras bellezas
Traspasado, triturado por nuestros crímenes. Es dura la palabra del profeta: dice que traspasado por nuestros crímenes.
Muchos crucificados, mudos, sin defensa, sin justicia.

«El Amado se mostró a su Amigo vestido con nuevos hábitos color púrpura, y extendió los brazos para que el Amigo pudiera abrazarlo, e inclinó la cabeza para que pudiera besarle, y la Cruz estaba en el cielo para que sus ojos pudieran encontrarle siempre» (Libro del Amigo y del Amado, 90).

Sí, el Amado se nos muestra hoy con nuevos vestidos también de color púrpura y con este perfil dramático que nos describe la palabra del profeta Isaías. Y este Amado continúa con sus brazos extendidos y la cabeza inclinada hacia nosotros, para que podamos abrazarle. O sea que no basta con mirar el árbol de la cruz, es preciso también abrazarla.

2 de abril de 2015

JUEVES SANTO: MISA VESPERTINA DE LA CENA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 1-8.11-14; Salm 115,12-18; 1Cor 11,23-26; Jn 13,1-15

«A los que yo amo los reprendo y los corrijo; sé ferviente y enmiéndate. Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Apoc 3,19).

La Iglesia abre hoy la puerta a quien está llamando: «ábreme, amada mía, mi paloma sin mancha, que tengo la cabeza cuajada de rocío, mis rizos, del relente de la noche» (Ct 2,2).

Tú eres Iglesia, Él, tu Amado, quiere sentarse a tu mesa y decirte su amor; en la nostalgia de un atardecer especial quiere hacerte confidencias de amor; quiere tener contigo palabras y gestos inolvidables. Son muchos, este Amado que viene con la cabeza cuajada de rocío, con el frío de la noche y que necesitan sentarse a la mesa.

No dejes sitios vacíos en tu mesa. Si es necesario llama a otras familias, llama a otros invitados. En la mesa del Señor no puede haber sitios vacíos, ni quiere Él que haya sobra de alimentos. Como una madre que desea que su hijo pequeño lo coma todo.

«A los que yo amo los reprendo y los corrijo». Y esto hace Jesús este atardecer único: reprende a Pedro, le corrige… «¡Tanto tiempo que está conmigo y todavía no me conoces Pedro!» No ha percibido en todo el tiempo que ha convivido con Jesús que la vida, la auténtica vida es servicio. Que la vida verdadera es aquella que lleva a pasar haciendo el bien, sirviendo el bien, con la palabra y con el gesto. La palabra y el gesto capaces de llegar al corazón y quemar como comenta el poeta:

«Amor de ti nos quema,
Amor que es hambre
de las entrañas.
Hambre de la Palabra creadora
que se hizo carne; fiero amor de vida.
Solo comerte nos apaga el ansia.
Pan de inmortalidad, carne divina.»

No solo nos quema este amor, sino que nos lleva a morir:

«De amor se muere
y muriendo de amor vida recobra
vida que nunca muere.»

«Si uno me oye y me abre entraré en su casa y cenaremos juntos». Ábrele. Es el Amor que te llama. Deja que tu corazón oiga y acoja el Amado. Porque necesitas aprender el lenguaje del amor. De amor se muere sí, pero muriendo de amor se recobra vida que nunca ya muere. Sacia hoy en esta mesa de la Eucaristía tu nostalgia de vida y de amor. Siéntate a su mesa. Pero no dejes sitios vacíos, llama a muchos a esta mesa, a contemplar el gesto del Amado.

«Comprendéis lo que he hecho con vosotros… Vosotros debéis hacer lo mismo. Os he dado ejemplo. Seréis dichosos si lo hacéis». Haced lo mismo, como yo lo he hecho.

El mundo, el hombre de hoy necesita este servicio.

¿Cuánto tiempo llevas como cristiano, como monje…? Hemos aprendido la lección del amor? ¿hemos aprendido este gesto del servicio?

«El Amigo halló a un hombre que moría sin amor. Y el Amigo lloró por la ofensa que esta muerte hacía a su Amado. Dijo al moribundo: —¿Por qué mueres sin amor? El hombre respondió: —Porque yo jamás he hallado a nadie que me enseñara la doctrina del amor, porque nadie ha nutrido mi espíritu para hacer de mí un enamorado. Y el Amigo dijo suspirando y llorando: —¡Oh devoción! Cuando será lo bastante amplia para echar fuera el pecado y para dar a mi Amado una legión de fervientes y valientes enamorados para cantar por siempre sus perfecciones?» (R. Llull, Libro del Amigo y del Amado, 209).

Jamás nadie me ha enseñado la doctrina del amor. El cristiano, el monje están llamados a estar enamorados del Amor, y ser a la vez testigos del amor, instrumentos del Amor en este mundo. Esta semana tiene unas celebraciones para contemplar el amor, y aprender los caminos del amor. Fundamentalmente es el camino del servicio.