21 de marzo de 2011

EL TRÁNSITO DE NUESTRO PADRE SAN BENITO, ABAD

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 12, 1-4; Sal 15, 1-2.5.7-8.11; Jn 17, 20-26

Por varios conductos me han hablado muy positivamente de la película «Dioses y hombres». De estos comentarios he recogido dos puntos que me parecen muy interesantes:

Primero que es una película realizada con un gran respeto a todas las partes implicadas, y que en el fondo viene a poner de relieve la maduración psicológica de un grupo, en este caso un grupo religioso.

Segundo, que ante la posibilidad real, muy real de que matasen a todos los miembros del grupo o de la comunidad, hay alguien que en principio manifiesta su deseo de marchar, porque dice: "yo no quiero morir". A lo que el abad le responde: cuando entraste al monasterio ya moriste.

Hoy celebramos el tránsito de nuestro padre san Benito, es decir el paso de este mundo al Padre, lo que vulgarmente decimos es la muerte, pero lo que la sabiduría monástica llama pasar de la muerte a la vida. Y llegar a la plenitud del camino que, como monjes nos esforzamos en vivir aquí abajo, en el transcurrir del tiempo, es decir un tender a ser una sola cosa con Dios, el trabajo de buscar permanentemente a Dios para vivir en la intimidad con Él. Y esto, en una auténtica vida monástica, supone morir a si mismo, para renacer en el hombre nuevo según Cristo resucitado.

La vida de san Benito, así como su Regla nos enseñan que el verdadero tránsito y lo duro del mismo no es el final del camino, el paso a la plenitud de la vida, sino que lo duro está en el trayecto. Es el verdadero tránsito.

¿Qué dureza pudo tener san Benito al final de su vida, cuando en un momento de plegaria nocturna «ve proyectarse desde lo alto una luz que difundiéndose en torno ahuyentaba las tinieblas de la noche y brillaba con tal fulgor que, resplandeciendo en medio de la oscuridad era superior a la luz del día. Apareciendo ante sus ojos todo el mundo como recogido en un rayo de sol».

El verdadero tránsito fue para Benito el desarrollo de su vida monástica. Esto es algo como cuando vamos en el coche. Ponemos la radio, escuchamos las noticias que nos dice: Ahora les diremos como está el tránsito. Que si hay retenciones en la nacional 500, que si un accidente corta el tráfico en la autopista 123; que si un coche averiado esta provocando un concierto de claxon a la entrada de la Diagonal. El verdadero tránsito está pues en ir haciendo un buen camino al encuentro con el Señor. Ir recogiendo luz, para tener al final todo el mundo recogido en un rayo de sol.

Pero es necesario escuchar la voz que nos llama y «salir como Abraham. Salir de tu tierra». Para esta primera invitación de la Palabra de Dios que Benito considera fundamental nos pone en su Regla la palabra ESCUCHA. Los hay que no escuchamos bien, entonces nos ponemos un aparato. Pero los hay en la vida monástica, que no escuchan y que tampoco se ponen aparato. Sordos monásticos, que los hay en abundancia. Es quizás el mayor obstáculo en el tránsito. Estos, si no es a la luz de un cirio no recogerán el mundo en el rayo de sol.

Habla también en la Regla del trabajo de la obediencia renunciando a la propia voluntad. Una palabra que cuesta escribir en el corazón, en la duda del color del rotulador a utilizar. El tema del endurecimiento del corazón que nos priva de escuchar la voz del Señor que nos invita, para mostrarnos el camino de la vida, el verdadero tránsito a la vida. San Benito también establece una escuela del servicio divino, pero los hay que parece se matriculan en esta escuela como oyentes solo, sin obligación de examinarse, así que difícilmente harán el tránsito de un nivel a otro nivel de curso. Caminar en silencio por la autovía de este mundo tan llena de ruidos es otro obstáculo serio del tránsito monástico. Y podríamos hacer referencia a otro de los obstáculos serios, que es la humildad, con sus doce peldaños. No empeñamos en ocasiones en quitar alguno de estos peldaños y entonces tenemos dificultad para subir en nuestro tránsito una escala con la mitad de los peldaños.

Por otro lado el camino no lo hacemos solos. En esto Benito también tenía clara conciencia de la dificultad del tránsito, pues a la dificultad que podemos poner cada uno por nuestras personales deficiencias, se añade el hecho de que hacemos el camino juntos, en comunidad, con unos deberes para el camino: ir dibujando el rostro de Cristo, para que nos reconozcan al final a todos. No podemos negar que en este terreno tampoco somos más perfectos. Uno no tiene prisa por llegar, y se entretiene con las flores del camino; otro borra los trazos del Cristo que otro hizo…. Otros parecen dormitar…

Un tránsito que estamos llamados a hacer en comunidad; por eso toda la Regla subraya tanto la dimensión comunitaria, sobre todo en lo de no hacer la propia voluntad, de no tener el vicio de la posesión, de cuidar mucho todo lo comunitario. También haría falta muchas veces el aparato para tener una perfecta escucha del oído comunitario.

La Palabra de Dios nos los recuerda hoy de una manera viva cuando nos exhorta a ser UNO como lo es el Padre en Cristo y Cristo en el Padre. UNIDAD. Es la obsesión de Cristo. Ser uno para estar en ellos. Y para que el mundo crea que Cristo es el enviado del Padre. O sea que solamente la unidad es garantía de nuestra verdadera relación con Dios. Y esta unidad es la garantía de una eficacia pastoral en nuestra vida.

Yo creo que esta fiesta del tránsito de san Benito nos clarifica que el verdadero problema del tránsito lo tenemos hoy, ahora y aquí. Que esto del tráfico se está poniendo infernal. Que en ocasiones somos malos conductores. Y que hemos de aprovechar las retenciones para ayudarnos a superar los obstáculos del tránsito. Y poder llegar a recoger el mundo en un rayo de sol.