24 de febrero de 2013

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 2º. de Cuaresma (Año C)

De las homilías de San León Magno, papa
Sermón 51, 2-3, 5-8 : PL 54, 310-313, SC 74 bis
El Señor descubre su gloria en presencia de testigos escogidos, e hizo resplandecer de tal manera aquel cuerpo suyo común a todos, que su rostro se volvió semejante a la claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la nieve. En su transfiguración, se trataba, sobre todo, de alejar de los corazones de sus discípulos el escándalo de la cruz, y hacer que la ignominia voluntaria de su muerte no pudiera desconcertar a estos antes quienes sería descubierto la excelencia de su dignidad escondida.

Pero con no menor vista se estaba fundamentando la esperanza de la santa Iglesia, ya que el cuerpo de Cristo, en su totalidad, podría comprender cual habría de ser su transformación, y sus miembros podrían contar con la promesa de su participación en aquel honor que brillaba en la cabeza de antemano.

«Este es mi Hijo amado, ...escuchadle». Escuchadle, a él que abre el camino del cielo, por el suplicio de la cruz, vosotros preparar las enseñanzas para subir al Reino. ¿Por qué teméis, ser redimidos? ¿Por qué, heridos, teméis, ser curados? Qué más voluntad hace falta que el querer de Cristo. Arrojad el temor carnal y armaos de la constancia que inspira la fe. Pues no conviene que dudéis en la pasión del Salvador que, con su auxilio, vosotros no temeréis en vuestra propia muerte.

En estos tres apóstoles, la Iglesia entera ha aprendido todo lo que vieron sus ojos y oyeron sus oídos (cf. 1Jn 1,1). Por tanto la fe de todos ellos se vuelva más firme por la predicación del santo Evangelio, y hace que nadie enrojezca ante la cruz de Cristo, por la cual el mundo ha sido rescatado.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen:

Estamos empezando el tiempo de Cuaresma. Ha sido una constante en la vida de los creyentes pensar en este tiempo como un tiempo preferentemente, de ascesis, de sacrificio, penitencia… un tiempo en definitiva de un trabajo personal para agradar a Dios. O quizás como un tiempo de hacer Via-Crucis, o penitencias sin muchas más consideraciones. No voy a decir que esto sea malo, pero sí defectuoso, porque es una obra que lleva a cabo la persona creyente, y que queda muy incompleta.

El tiempo de Cuaresma debe ser un tiempo como recoges en tu «carta para adquirir conciencia de nuestro pecado por nuestra cercanía a Dios. Es la santidad de Dios la que descubre y pone al descubierto mi pecado, mi infidelidad. Cuando me acerco a un Dios amor, un Dios de luz y misericordia, tomo conciencia de mi falta de amor, de mi oscuridad, de la dureza de mi corazón».

La Cuaresma debe ser un esfuerzo por estar, por permanecer, y esperar en silencio la salvación de Dios. Porque el hombre no se salva por sí mismo, ni hace méritos para que sean tenidos en cuenta en orden a su salvación. Yo me salvaré por la misericordia de Dios, por su fidelidad ya que no puede negarse a sí mismo, aunque yo sea infidel. Yo me salvaré por su amor. Porque sólo el Amor nos salva. Y por ello la Cuaresma debe ser un tiempo para meditar el Amor que se nos entrega hasta el extremo. Un tiempo para mirar y considerar constantemente el Amor que se entrega en la Cruz y que celebramos con la vibración de un Aleluya que nace del corazón en la Noche Pascual.

La Cuaresma no debe ser un fatigarse en «hacer», sino en contemplar, escuchar y orar para que ese amor acertemos a llevarlo a nuestra vida. La Cuaresma debe ser un tiempo para trabajar y fatigarse por el Amor; en definitiva para eso está configurado nuestro corazón, y es el camino para pacificar nuestra vida, es el camino para encontrarme en profundidad con el hermano. Evidentemente ponerse con seriedad en este sendero supone una abnegación y verdadero sacrificio en nuestra vida. Como escribe Merton: «El ascetismo más seguro es la amarga inseguridad, trabajo y pequeñez de los realmente pobres. Depender absolutamente de otros. El problema crítico de la perfección y la pureza interior está en el renunciamiento y desarraigo de todos nuestros inconscientes apegos a cosas creadas y a nuestra propia voluntad y deseo. Sólo existe un ascetismo verdadero. El que es guiado por el Espíritu de Dios y no por el espíritu de uno mismo. El espíritu del hombre, primero debe sujetarse a la gracia y entonces podrá traer la carne a la sujeción de la gracia y de sí mismo. Si por el Espíritu mortificáis los hechos de la carne, viviréis». (Rom 8,13)

De aquí pueden nacer varias opciones. Nacen de hecho: la rutina, siempre lo hemos hechos así, los viernes no comer carne y… poco más. La dejadez, como no tiene sentido hacer unos ejercicios que no nos cambian, que son del pasado… pues lo dejo o hago alguna pequeña cosa, según las circunstancias. Y la vida sigue más o menos igual de rutinaria, anodina, insípida, tibia. O bien creo que el Espíritu es importante en mi vida y me dejo guiar por él en todo momento y circunstancia. Y entonces estoy atento a sus sugerencias que me llegan de fuera, en la escucha, y también de dentro a través del movimiento de mi corazón. Y ésta puede ser una Cuaresma apasionante. Un abrazo,

+ P. Abad

17 de febrero de 2013

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 1º de Cuaresma (Año C)

Comentario del papa Benedicto XVI
(21 febrero 2010)
¿Qué significa entrar en el itinerario cuaresmal? Nos lo explica el Evangelio de este primer domingo, con el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. El evangelista san Lucas narra que Jesús, tras haber recibido el bautismo de Juan, «lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo» (Lc 4,1-2). Es evidente la insistencia en que las tentaciones no fueron contratiempo, sino la consecuencia de la opción de Jesús de seguir la misión que le encomendó el Padre de vivir plenamente su realidad de Hijo amado, que confía plenamente en él. Cristo vino al mundo para liberarnos del pecado y de la fascinación ambigua de programar nuestra vida prescindiendo de Dios. Él no lo hizo con declaraciones altisonantes, sino luchando en primera persona contra el Tentador, hasta la cruz. Este ejemplo vale para todos: el mundo se mejora comenzando por nosotros mismos, cambiando, con la gracia de Dios, lo que no está bien en nuestra propia vida.

De las tres tentaciones que Satanás plantea a Jesús, la primera tiene su origen en el hambre, es decir, en la necesidad material: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan». Pero Jesús responde con la Sagrada Escritura: «No sólo de pan vive el hombre» (Lc 4,3-4; cf. Dt 8,3). Después, el diablo muestra a Jesús todos los reinos de la tierra y dice: todo será tuyo si, postrándote, me adoras. Es el engaño del poder, que Jesús desenmascara y rechaza: «Al Señor, tu Dios adorarás, y a él solo darás culto» (cf. Lc 4,5-8; Dt 6,13). No adorar al poder, sino sólo a Dios, a la verdad, al amor. Por último, el Tentador propone a Jesús que realice un milagro espectacular: que se arroje desde los altos muros del Templo y deje que lo salven los ángeles, para que todos crean en él. Pero Jesús responde que no hay que tentar a Dios (cf. Dt 6, 16). No podemos «hacer experimentos» con la respuesta y la manifestación de Dios: debemos creer en él. No debemos hacer de Dios «materia» de «nuestro experimento».

Citando nuevamente la Sagrada Escritura, Jesús antepone a los criterios humanos el único criterio auténtico: la obediencia, la conformidad con la voluntad de Dios, que es el fundamento de nuestro ser. También esta es una enseñanza fundamental para nosotros: si llevamos en la mente y en el corazón la Palabra de Dios, si entra en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo de engaños del Tentador. Además, de toda la narración surge claramente la imagen de Cristo como nuevo Adán, Hijo de Dios humilde y obediente al Padre, a diferencia de Adán y Eva, que en el jardín del Edén cedieron a las seducciones del espíritu del mal para ser inmortales, sin Dios.

La Cuaresma es como un largo «retiro» durante el que debemos volver a entrar en nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del Maligno y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de «combate» espiritual que hay que librar juntamente con Jesús, sin orgullo ni presunción, sino más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. De este modo podremos llegar a celebrar verdaderamente la Pascua, dispuestos a renovar las promesas de nuestro Bautismo.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Comentamos, y quizás con demasiada frecuencia que vivimos hoy tiempos difíciles, para la vida de fe, y también, qué duda cabe, para la vida de la sociedad en general. El ambiente en que se desenvuelve la vida de mucha gente no es nada fácil: violencias, guerras hambre, injusticias… la lista sería interminable.

¿Qué hace una persona de fe, creyente, en un mundo como éste?

Tu carta me da una sugerencia preciosa: «”Para Ti, tañeré el arpa de diez cuerdas, Dios mío te cantaré un cántico nuevo” (Sal 143). Es como una llamada a tener un alma melodiosa, alegre. ¿No crees que vivir la fe en el Señor tiene que ir acompañada de esa cuerda alegre y armoniosa».

Estoy de acuerdo, vivir nuestra fe es hacer nuestro camino en este tiempo que nos da Dios, con la tensión de trabajar esa armonía de nuestra vida, un alma armoniosa.

Hoy son tiempos recios que decía santa Teresa, pero es el tiempo que el Señor nos ha dado, y todo el tiempo que tenemos, y todos los tiempos que ha tenido y tendrá la humanidad, tiene un mismo horizonte: la reconciliación de lo humano y lo divino, insertar lo divino en lo humano, lo cual ya lo inicia el mismo Dios con su Hijo Encarnado, y también elevar lo humano a la comunión con lo divino.

De este tejido de relaciones humanas y divinas debe nacer ese canto nuevo que necesitamos cantar acompañados por el arpa de diez cuerdas, o con todos los instrumentos como nos invita el salmo 150.

El tiempo de Cuaresma que empezamos es un tiempo muy apropiado para ensayar este canto nuevo. El canto del Amor que se entrega. El Amor que pone el nuevo Aleluya en el corazón y en la boca. No es fácil este canto nuevo. Por eso durante este tiempo de Cuaresma no cantamos el canto más expresivo de este Amor que se entrega: «el Aleluya», para ejercitarnos en la modelación de las notas que precisa nuestra boca y nuestro corazón. Porque nuestra sociedad tiene necesidad de este canto como pone de relieve Ramón Llull en su Libro del Amigo y del Amado: «El Amigo encontró un hombre que moría sin amor. Y lloró la ofensa que esta muerte suponía para su Amado. Y preguntó al moribundo: —¿por qué mueres sin amor? Y el hombre le respondió: —porque yo nunca he encontrado a una persona que me enseñara la doctrina del amor, y nadie ha alimentado mi espíritu para hacer de mí un enamorado. Y el Amigo exclamó suspirando y llorando: —Oh devoción, ¿cuándo será lo bastante amplia y extendida para echar fuera el pecado y para dar a mi Amado una legión de fervientes y valientes enamorados para cantar sus perfecciones?»

Este tiempo de Cuaresma es el tiempo propicio, y habría que decir también toda la vida, pues, como enseña san Agustín, toda la vida viene a ser una Cuaresma que nos debe llevar al encuentro con el Señor, es el tiempo propicio, para aprender las notas del Amor. El tiempo para escuchar esa palabra que está cerca de ti: «la tienes en los labios y en el corazón». Pues como nos dice Jesús: «no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Solo que es necesario escribir con esa Palabra que está en tu boca y en tu corazón, la melodía sobre el pentagrama de la vida.

Mª Luisa sé generosa para cantar este canto nuevo. Que tu arpa sea agradable al Señor. Un abrazo,

+ P. Abad

13 de febrero de 2013

MIÉRCOLES DE CENIZA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Joel 2,12-18; Sal 50 3-6.12-14.17; 2Cor 5,20-6,2; Mt 6,1-6.16-18

Ayer, vísperas del inicio de la Cuaresma cantamos solemnemente el ALELUYA, repitiéndolo hasta cuatro veces. Este canto es el grito de la Pascua de resurrección. La melodía propia del la Resurrección. Durante el tiempo de Cuaresma no la volvemos a cantar hasta que llega la Noche de Pascua. Y esa Noche será ya una melodía nueva, como el fuego nuevo.

Durante la Cuaresma la silenciamos, para preparar una nueva. En toda melodía tiene gran importancia el silencio. Aquí no lo es menos. Pero es un silencio que debe afectar a toda nuestra vida, porque el canto nuevo de resurrección debe nacer de un corazón y de una vida, nuevos.

ALELUYA quiere decir CANTA A DIOS.

Aleluya, canta a Dios. La Cuaresma debe ser como un gran ensayo de la melodía pascual. Que debería brotar desde la vibración de un corazón nuevo. Hay una nueva situación en el mundo, en tu vida…Seguimos teniendo en el corazón muchas aristas para pulir. A pulir estas aristas nos invita san León Magno en uno de sus sermones. Debemos en este tiempo concienciarnos de nuestras aristas. Las herramientas para pulir estas aristas, ya nos las sugiere la Iglesia. Basta que las apliquemos bien en el trabajo cuaresmal. Deberíamos poner cuidado en hacer, también aquí, un trabajo bien hecho.

La Liturgia nos ofrece unas buenas notas para ir escribiendo esta melodía Una es la oración del antiguo Sacramentario Gelasiano:

«Concédenos oh Dios todopoderoso en atención a los ejercicios anuales de la Santa Cuarentena, la gracia de comprender el EJEMPLO MISTERIOSO DE CRISTO, y de reproducir en la santidad de nuestra vida las disposiciones de Su alma».

Una invitación clara a adentrarnos en el Misterio de Cristo que se resume y manifiesta en su vida, muerte y resurrección. Este es nuestro horizonte primero. Dejar que su Espíritu vaya configurando nuestra vida, para hacer realidad que Cristo viva en nosotros.

Otra sugerencia para vivir bien la Cuaresma nos la ofrece la oración colecta de este día:

«Concedednos comenzar con un ayuno santificador el ejercicio cuaresmal, para luchar contra el espíritu del mal ayudados con la sobriedad…»

Aquí se pone el acento en nuestro esfuerzo personal, que debe apoyarse sobre todo en la sobriedad, y siempre teniendo el horizonte en el ejemplo misterioso de Cristo.

Este ejemplo gira en torno a una palabra: RECONCILIACIÓN.

Nos lo recuerda la Palabra de Dios: «En nombre de Cristo reconciliaos con Dios».

Esto no quiere decir confesarse. Nos confesamos, pero no recibimos el perdón de Dios, porque seguimos sin reconciliarnos con el hermano con quien tengo algo. Como en la Eucaristía, podemos tomar la comunión, o la desunión Así pisoteamos la Eucaristía, mesa de fraternidad a la que nos sienta el Padre. O el Padrenuestro, donde inconscientemente decimos perdónanos porque nosotros también perdonamos.

Yo creo que en nuestra vida como cristianos, llamados a vivir el evangelio de Jesucristo, somos como muchos jóvenes que encontramos por la calle con los auriculares, que caminan pendientes de la música que les va sonando en las orejas desde el aparato que llevan colgado. Nosotros llevamos nuestros auriculares y solamente escuchamos nuestra música, pero no la música de Dios, que me pide respuestas muy concretas de cara a los demás, de acuerdo a la luz del evangelio.

Y con los auriculares en las orejas es difícil creer en la RESURRECCIÓN, porque no llegamos a cambiar desde el corazón, no nos puede nacer un corazón nuevo. Y si no vivo esta experiencia que la Resurrección de Cristo me permite vivir ya aquí es difícil creer en otra Resurrección.

Necesitamos vivir ahora la experiencia de la Resurrección, pero esto es imposible sin pasar por la CRUZ. «No hay resurrección sin cruz».

Y la cruz supone rasgar el corazón, romperlo, o dejar que otros nos lo atraviesen. Es el primer paso hacia la Resurrección. Hay que dejar que la Palabra de Dios penetre en nosotros como espada de dos filos y juzgue nuestros sentimientos y pensamientos. Es necesario ponernos desnudos delante del Evangelio. Dejarnos seducir por su Palabra y pedir que nuestro alimento sea hacer la voluntad del Padre.

Y con la fuerza de este Espíritu volvernos hacia nuestros hermanos, con la limosna de nuestro dinero, de nuestro tiempo o del servicio de nuestra persona.

Empezamos la Cuaresma, el horizonte está claro, el camino nos lo señala con mucha luz la Palabra. Pero podemos querer hacernos nuestro propio camino. Entonces nos saldría un ALELUYA muy defectuoso. No vivirás una verdadera Resurrección.

Entonces, si nos piden: ¿Dónde está tu Dios? Posiblemente, entonces no sepamos dar una buena respuesta, sino un buen ídolo.

11 de febrero de 2013

LECTIO DIVINA

Salmo 29 [30]

Salmo de acción de gracias por la liberación de un peligro de muerte.
2. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
3. Señor Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste.
4. Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.

5. Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
6. su cólera dura un instante, su bondad de por vida;
al atardecer nos visita el llanto, por la mañana, el júbilo.

7. Yo pensaba muy seguro: «no vacilaré jamás».
8. Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza;
pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado.
9. A ti, Señor, llamé, supliqué a mi Dios:
10. «¿Qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la fosa?
¿te va a dar gracias el polvo o va a proclamar tu lealtad?
11. Escucha, Señor, y ten piedad de mí, Señor, socórreme»

12. Cambiaste mi luto en danzas,
me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
13. te cantará mi alma sin callarse,
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.

Ideas generales

Es un salmo de acción de gracias individual, por la liberación de un peligro de muerte. El Señor ha escuchado el clamor del salmista, su grito, cuando ya estaba gustando el sabor de la muerte. Estar con vida y sentirse de nuevo vivo, física o espiritualmente, después de una experiencia de muerte, viene a ser una experiencia de resurrección. Es este contraste de vida y de muerte lo que convierte el salmo en un prisma de colores diversos, que viene a ser la esencia de toda vida humana. El P. Alonso Schökel se recrea en estos contrastes: «cólera y favor, atardecer y amanecer, llanto y júbilo, (v.6) luto y danza, sayal y vestido de fiesta, (v.12) silencio y canto (v.13)».

Este salmo nos puede ayudar a llevar la mirada sobre nuestra propia vida.

Estructura del salmo

Introducción (v. 2-4) Ensalza al Señor por librarle, por escuchar su grito. El Señor tapó la boca a sus enemigos. Aquí, el salmista se dirige al Señor.

Núcleo central (v. 5-11) El salmista se dirige a los fieles congregados en el templo. Hace de su experiencia un testimonio, una catequesis para los demás. Expone lo sucedido: Clamó al Señor, apostó fuerte con Dios: «Si muero, pierdes un buen aliado y tu fama se acaba; si no me escuchas mis enemigos van a decir que no existes. Para ti, es mejor que yo viva, pues ningún muerto da testimonio de ti». (Cf. Is 38,9-20)

Conclusión (v. 12-13) Promesa de conversión de vida; una continua acción de gracias, una alabanza incesante.

El salmo tiene movimiento, dinamismo. Aquí, lo interior cuenta más que lo exterior, los impulsos y emociones más que la razón calculadora, lo espontáneo y sensorial más que lo lógico y lo abstracto. Hay una coherencia poética si no se lo somete a una lógica racional.

Parece falta de lógica que el salmista cuente a Dios lo que Dios ha hecho. Pero el salmista no está contando sino confesando.

Hay dos ejes: subida/bajada y silencio/canto

Otros textos paralelos: Eclo 17,27s; Is 35,6; Salm 88,12s

Leer

Se pueden hacer diversas lecturas. Por ejemplo, siguiendo el eje silencio/canto. Advirtiendo los versos que invitan al silencio o los que invitan al canto o a la comunicación o confesión de la bondad de Dios.

O seguir el eje bajada/subida…, cuando el salmista se hunde o se exalta.

Meditar

v. 2-4 El salmista no solo ora con palabras, sino con gritos. La plegaria es abrir el corazón a Dios. Y lo abrimos tal cual lo tenemos, poniendo la confianza en Quien puede escucharnos. El peligro, el dolor, lo podemos tener en la lejanía de Dios. Como sugiere un texto judío: «Oh tú, Dios mío. Yo he gritado a ti. Yo solo he gritado, ¡a ti! No porque tú me sanes, sino porque yo venga a ti. Si yo estoy cerca de ti, oh Dios, es suficiente que te llame y me respondas. Pero si estoy lejos de Dios y permaneces oculto entonces tengo necesidad de gritarte».

«Sacaste», del verbo «dalah», que se usa para sacar agua de un pozo.

«Los consejos del corazón son aguas profundas que el hombre debe sacar» (Prov 20,5).

El P. Alonso Schökel se recrea con esta imagen del pozo: «Se descuelga a un cadáver a la fosa, al pozo al abismo. La muerte derriba la verticalidad del hombre. Es caída, bajada, declive, hundimiento. Pues bien cuando los sepultureros están descolgando el cadáver con cuerdas, el Señor, desde arriba, da un tirón y saca el cadáver vivo».

Paul Claudel resalta la grandeza de Dios y nuestra humildad que necesita de él: «Yo te quiero Señor, por encima de mí, en tu altura, te engrandezco abrazando tus rodillas».

San Jerónimo afirma que este salmo viene a ofrecernos «la historia de la caída y la redención».

v. 5-6 La acción de gracias individual se extiende a otros. El solista busca un coro que refuerce su voz. Y los busca entre los piadosos, los consagrados, quienes saben hablar a Dios cara a cara. Busca la bondad de Dios, aplacar su cólera que «dura un instante» como sugiere Isaías: «Por un momento te abandoné, pero con inmensa piedad te recojo de nuevo. En un rapto de mi cólera te oculté mi rostro, mas con eterna bondad me apiado de ti». (Is 54,7-8)

«Dios no quiere la muerte del malvado, sino que se convierta y que viva». (Ez 18,23; cf Ez 16,1s)

v. 7-11 El salmista cuenta su experiencia a la asamblea, dialogando en voz alta con Dios. Una especie de catequesis. Nuestra vida está en las manos de Dios. Cuando él esconde su rostro, el hombre siente soledad. La amistad con Dios no se adquiere de una vez por todas, es algo que debemos cuidar cada día, es una gracia que se renueva cada día. Tenemos en estos versos los pasos de un extremo a otro: seguridad/abandono, luz/oscuridad.

El salmista que, según la mentalidad de entonces, cree que todo acaba con la muerte le pregunta a Dios: «¿qué ganas con mi muerte?» El seol es el lugar de la ausencia y el silencio de Dios. Dios pierde un cantor. El coro de la creación se deteriora ya que el hombre es el único interlocutor de Dios. Dios, «el amante de la vida» (Sab 11,26) no puede quedar satisfecho con la muerte.

Una pregunta que también se hace el poeta Rilke: «¿Qué vas a hacer, Dios, cuando yo muera? Soy tu vestido y tu oficio, conmigo pierdes tu sentido… Después de mí, no tienes casa…»

v. 12-13 Vuelve en estos versos al tema del principio. Comenta Claudel con gran belleza: «De repente de este corazón negro nace el color de la rosa. Tú has roto mi corazón y me has envuelto de alegría. Me nace una voz que canta, un momento, fuera del tiempo, solo compatible con la eternidad».

Nace un himno entusiasta y danzante. Es el gozo y la paz que Dios ha puesto en el corazón del creyente. Es el ser profundo del hombre, sede de sentimientos y emociones, el que se abre totalmente a Dios; es una alabanza que nunca se acaba. Es como el primer compás de un himno pascual.

No habla como un maestro sino como un testigo, que quiere hacernos partícipes de su propia experiencia.

«Tú me has quitado el saco de la penitencia y me has puesto la ropa nupcial, y me has admitido a las bodas, y me has transformado de gloria en gloria». (San Basilio)

«He aquí que Dios Padre ha enviado a la tierra un saco lleno de misericordia: un saco que se rasga en la Pasión para que se manifieste a todos nuestro rescate… El saco es pequeño, pero está lleno: un pequeño niño nos ha nacido, en él habita la plenitud de la divinidad». (San Bernardo)

Orar

«OH tú, Dios Vecino, si en la larga noche
te llamo más de una vez con recios golpes,
es porque apenas te siento respirar,
y porque sé que estás tú solo en la sala.
Y si algo necesitas nadie está ahí
Para acercarte el vaso que a tientas buscas.
Yo escucho. Hazme una pequeña señal.
Muy cerca estoy de ti…

»Dios, tú eres grande,
Tú eres tan grande que dejo de ser
con sólo colocarme junto a ti.»

Contemplar

Recordar versos del salmo o unos versos de san Juan de la Cruz, contemplando la belleza de la creación.

«¿A dónde te escondiste, Amado
y me dejaste con gemido?
Como ciervo huiste habiéndome herido.
Salí tras ti clamando y ya eras ido.»

10 de febrero de 2013

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 5º del tiempo ordinario (Año C)

De un sermón del beato John Henry Newman
Dios te mira, quien quiera que fueras. Dios te llama por tu nombre. Te ve y te comprende, él que te hizo. Todo lo que hay en ti le es conocido; todos tus sentimientos y tus pensamientos, tus inclinaciones, tus gustos, tu fuerza y tu debilidad. Te ve en los días de alegría y en los tiempos de pena. Se interesa por todas tus angustias y tus recuerdos, todos tus ímpetus y los desánimos de tu espíritu. Dios te abraza y te sostiene; te levanta o te deja descansar en el suelo. Contempla tu rostro cuando lloras y cuando ríes, en la salud y en la enfermedad. Mira tus manos y tus pies, escucha tu voz, el latido de tu corazón y hasta tu aliento...

Eres un ser humano rescatado y santificado, su hijo adoptivo; te hizo el don de una parte de la gloria y la bendición que emanan eternamente del Padre sobre el Hijo único. Has sido escogido para ser suyo... ¿Qué es el hombre, que somos, que soy, para que el Hijo de Dios tuviera por mí una preocupación tan grande? ¿Quién soy para que me... ascendiera a la naturaleza de un ángel, transformando la sustancia original de mi alma, me hubiera rehecho —yo que soy un pecador desde mi juventud— y para que hiciera de mi corazón su morada, de mí su templo?

LA CARTA DEL ABAD

Querida Noelia:

Repasando las lecturas de la Eucaristía del próximo domingo he pensado en ti. Leía la escena evangélica en la que Jesús le pide a Pedro que eche las redes para pescar, después de una noche sin coger nada. La redada de peces es tal que reventaba las redes. Lo profundamente significativo es el asombro que se apodera de Pedro: «¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!... Y dejándolo todo le siguieron…»

Es la percepción de lo sagrado. Pedro vive una experiencia que le lleva más allá de sí mismo. Algo, fuera de nosotros, en ocasiones, nos fascina, nos asombra, como a Pedro, a la vez que nos despierta temor, que nos aleja. Al final se impone la fascinación, el asombro, que nos seduce. Se descubre la propia indignidad, y la pequeñez, pero sin anular nuestra capacidad de dar una respuesta: «Aquí estoy, mándame. Yo te sigo…»

Pensaba en ti porque recordaba tu relato de vestición: « … lo que más me emocionó fue cuando cantaron el salmo 132: “ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos”. Lo que causó escalofríos fue cuando me vistieron; ese momento místico para mí, donde mi alma flotaba, porque era consciente de que estaba siendo contemplada por los cielos y todo cuanto vive en ellos. En ningún momento me sentí sola…»

Es el sentimiento fascinante de lo sagrado que te envuelve, que te arrebata… Son momentos que llegamos a vivir a lo largo de nuestra vida en situaciones diversas: en una vestición como la tuya, cuando uno se siente llamado a una consagración religiosa, en un momento de oración, en una experiencia de la naturaleza…

Son experiencias profundas. Interesantes, de gran valor, que nos dejan una huella. Pero no son una última palabra. Porque la vida continúa, y la vida nunca llega a ser un éxtasis permanente; la experiencia de lo sagrado nos deja huella, pero no llega a neutralizar la variedad de circunstancias de lo más diverso que nos va trayendo la vida. La vida sigue, y más tarde nos llegan dudas, e incluso negaciones, un volver atrás… En el mismo evangelio, y con el mismo Pedro, podemos descubrir esto.

Toda persona tiene esta capacidad para lo sagrado, es un abismo abierto a otro abismo que le supera, le trasciende, por ello mismo será imposible erradicar de la vida humana la dimensión religiosa. Que puede desaparecer momentáneamente para volver a emerger.

Pero lo importante es aprovechar esos momentos, o quizás mejor, esa huella que nos dejan en nuestra vida, o en nuestro espacio interior, esos momentos de asombro, de fascinación, que no dependen de nosotros, sino de circunstancias externas a nuestra persona, pero sí que está en nosotros una actitud de abertura, de acogida, o incluso de contemplación, de la vida. Por ello escribe T. Merton: «No vivimos para vegetar día tras días hasta que morimos. La vida se curva hacia arriba hasta alcanzar una cima de intensidad, un punto de valores en el cual todas sus posibilidades latentes entran en acción, y la persona trasciende en el encuentro la respuesta y la comunión con el otro. Para eso venimos al mundo: para esta comunicación y autotrascendencia. No nos hacemos plenamente humanos hasta que nos damos nosotros mismos, unos a otros, en el amor… El significado de nuestra vida es un secreto que nos tiene que ser revelado en el amor, por el ser que amamos».

En este camino esos momentos de asombro, tuyo, de Pedro o quien sea, son momentos privilegiados que nos van dando luz para el camino. Un abrazo,

+ P. Abad

3 de febrero de 2013

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 4º del Tiempo Ordinario (Año C)

De las homilías de San Agustín (sermón Delbeau 61,14-18)
Un médico vino entre nosotros para devolvernos la salud: nuestro Señor Jesucristo. Encontró ceguera en nuestro corazón, y prometió la luz «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman» (1Co 2,9). La humildad de Jesucristo es el remedio a tu orgullo. No te burles de quien te dará la curación; sé humilde, tú por el que Dios se hizo humilde. En efecto, Él sabía que el remedio de la humildad te curaría, él que conoce bien tu enfermedad y sabe cómo curarla. Mientras que no podías correr a casa del médico, el médico en persona vino a tu casa... Viene, quiere socorrerte, sabe lo que necesitas.

Dios vino con humildad para que el hombre pueda justamente imitarle; Si permaneciera por encima de ti, ¿cómo habrías podido imitarlo? Y, sin imitarlo, ¿cómo podrías ser curado? Vino con humildad, porque conocía la naturaleza de la medicina que debía administrarte: un poco amarga, por cierto, pero saludable. Y tú, continúas burlándote de él, él que te tiende la copa, y te dices: «¿pero de qué género es mi Dios? ¡Nació, sufrió, ha sido cubierto de escupitajos, coronado de espinas, clavado sobre la cruz!» ¡Alma desgraciada! Ves la humildad del médico y no ves el cáncer de tu orgullo, es por eso que la humildad no te gusta...

A menudo pasa que los enfermos mentales acaban por agredir a sus médicos. En este caso, el médico misericordioso no sólo no se enfada contra el que le golpeó, sino que intenta cuidarle... Nuestro médico, Él, no temió perder su vida en manos de enfermos alcanzados por locura: hizo de su propia muerte un remedio para ellos. En efecto, murió y resucitó.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón:

El próximo domingo podrás profundizar tus sentimientos con respecto al amor de Dios. Digo esto al hilo de lo que me dices en tu carta de cómo te perturba el gran amor de Dios: «Me encuentro delante de un panorama inmenso, espectacular. Quiero con locura a Jesucristo, hijo de la Virgen María, que me conduce al Padre, mediante su Espíritu. Este inmenso amor de Dios hacia nosotros, me perturba. Dios que se “mete” en este lío de la creación. No me cabe en la cabeza, y no encuentro otra explicación sino esa: “que no me cabe”. ¡Por mucho amor que pongas, parece imposible! ¿Cómo puede ser que nos haya querido tanto?»

Ramón, no lo parece, es imposible, llegar a penetrar y comprender el Misterio del Amor. Ahora bien este Misterio del Amor no ha permanecido escondido aunque nos sobrepase, sino que se nos ha revelado. Un Misterio que se ha revestido de nuestra naturaleza humana. Un Misterio que ha querido hablarnos en nuestra propia lengua humana, que ha querido convivir entre los humanos con la figura más sencilla, próxima y acogedora que podemos imaginar. Que ha abierto su corazón, y ha tendido sus manos a los hombres. Un Misterio de Amor que, en una versión humana, pone punto final a esta manifestación de amor entre nosotros, dando la vida que había tomado como suya. En una palabra, un Misterio de Amor que nos ha dejado una fotografía perfecta en las páginas del evangelio. Pues bien, a partir de aquí me pregunto: ¿Nos cabe en la cabeza el perfil del amor que nos ofrece la Carta de san Pablo a los Corintios, el domingo próximo?: «Si no tengo amor no soy nada. El amor es comprensivo, es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca».

Bien, pues esto vive Jesucristo, la revelación del amor de Dios. Y esto, precisamente, nos pide él que vivamos entre nosotros. Si nosotros somos creación suya, obra suya, hay que suponer que cuando nos manda vivir este amor, es que nos ha dado una capacidad de vivirlo.

Quizás tendríamos que vivir lo que nos expresa Ramón Llull en uno de sus textos del Libro del Amigo y del Amado: «Se juntaron muchos amantes para amar a un Amado que les colmaba a todos de amor; cada uno tenía como riqueza a su Amado y los pensamientos que venían de él, por los cuales eran capaces de pasar grandes tribulaciones».

Quizás a nosotros para llegar a hacer posible la vivencia de este amor necesitamos acercarnos los unos a los otros, a la hora de vivir el amor que a todos nos viene de la misma fuente; y es en esta proximidad cuando podemos y debemos estar dispuestos a poner en ejercicio todas esas condiciones que conlleva vivir un verdadero amor, o ponernos seriamente en el camino de introducirnos en la vivencia del Misterio del Amor, aunque nunca llegar a comprenderlo de modo exhaustivo, pues siempre nos desborda, y siempre nos atrae. O dicho con otras palabras: ser capaces de pasar grandes tribulaciones viviendo esos rasgos de amor en nuestra convivencia diaria.

Ramón, siempre nos quedará algo por amar, pero este amor hará emerger en nosotros la paz. Que nunca te falte esta paz en el corazón,

+ P. Abad

2 de febrero de 2013

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. Mauro-Giuseppe Lepori,
abad general de la Orden Cisterciense

La fiesta de hoy celebra la luz de la presencia de Cristo en el mundo. Simeón recibe del Espíritu Santo el carisma profético de reconocer que Jesús es el Señor que se manifiesta para la salvación de todos: «¡Él está aquí!», dice a María y a José, después de haber exclamado alabando a Dios: «Mis ojos han visto tu salvación, (...) luz para alumbrar a las naciones».

La profecía, como se verá treinta años más tarde con Juan Bautista y los apóstoles, no consiste ya mas en revelar el futuro, sino en vislumbrar la luz de Dios en la presencia encarnada del Hijo de Dios, que salva al mundo de las tinieblas.

Esta mirada es un carisma, es un don del Espíritu Santo. Por tres veces Lucas subraya que Simeón estaba inundado y movido por el Espíritu: «El Espíritu Santo estaba sobre él»; «El Espíritu le había anunciado que no vería la muerte sin haber visto antes al Ungido del Señor», y aquel día fue al templo «impulsado por el Espíritu». La presencia del Espíritu, la verdad que revela el Espíritu, y el movimiento del Espíritu conducen al encuentro con Cristo.

Creo que es importante estar atentos a este aspecto carismático del acontecimiento que celebramos hoy, porque, como en otros episodios evangélicos, en él se nos revela la naturaleza y el modo de nuestra participación en el acontecimiento de Cristo. El Espíritu Santo es el que nos hace capaces de reconocer, abrazar y anunciar a Jesucristo. Sin el Espíritu, la encarnación de Dios para la salvación del mundo no tendría efecto en nuestras vidas y no se vería su luz, no iluminaría el mundo. Pentecostés hará universal esta experiencia, suscitando el acontecimiento y la misión de la Iglesia.

Esta naturaleza carismática del acontecimiento cristiano caracteriza después de un modo particular la vida consagrada, que la Iglesia recuerda hoy especialmente. Quizá la renovación constante de la que tenemos necesidad en la vida religiosa, hoy como siempre, debería dejarnos inspirar por la docilidad al Espíritu de Simeón, definido por Lucas como «hombre justo y piadoso». La vida consagrada está llamada a vivir con particular conciencia la vida bautismal allí donde encuentra su madurez, en el sacramento de la confirmación, en el sacramento del don del Espíritu que hace al cristiano testigo de Cristo.

Lo que se nos pide para acoger este carisma de madurez cristiana es, ante todo, la conciencia del profundo deseo de adherirnos a Cristo que habita nuestro corazón. Simeón pasa toda su vida «esperando el consuelo de Israel». En este sentido él es «justo y piadoso», es decir, uno que vive la verdad del hombre en la ofrenda del corazón a Dios, en la espera y en la petición de que Dios mismo venga a saciar la sed que arde en el corazón humano, que es una sed de consuelo, de consuelo para todo el pueblo, para toda la humanidad.

Simeón era, ciertamente, un israelita que encontraba expresado en la palabra de los salmos el profundo deseo de su corazón y del corazón de todos, como en el salmo 62: «¡Oh, Dios, tú eres mi Dios por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra desierta, agostada sin agua!» (Sal 62,2). Sentía el ansia por el sufrimiento profundo de la humanidad, la necesidad de salvación y de luz de todas las gentes. Su justicia y piedad lo convertían como en una llama continuamente ardiendo ante la presencia de Dios como deseo universal de salvación. Su oración tenía toda su vida como suspendida y en tensión entre la inmensa miseria humana y el Dios Altísimo, revelándose inmensamente misericordioso a Abrahán, Isaac, Jacob, a Moisés y a los profetas de Israel. Esperaba «el consuelo de Israel», que no significa el consuelo solamente para Israel, sino el consuelo prometido a todos los pueblos a través de Israel.

Dado que Simeón esperaba de verdad el consuelo, el Consolador, el Espíritu Santo Paráclito, «estaba sobre él». El Espíritu desciende y reposa en el deseo de consuelo del hombre. El Espíritu se posa sobre la piedad, sobre el ansia de consuelo para el pueblo. Simeón no desea el consuelo solo para él, sino para el pueblo. Sobre este deseo, sobre esta espera llena de intercesión, se posa el Espíritu.

Cuando el Espíritu se posa sobre la espera de la salvación que consuele al pueblo, entonces revela el misterio de Cristo y de nuestra vida: «El Espíritu le había anunciado que no vería la muerte sin haber visto antes al Ungido del Señor». El Espíritu revela a Simeón que el sentido de su vida y de su muerte era Jesús, el encuentro con Cristo. El Espíritu nos revela que la espera de consuelo que arde en cada corazón humano es espera de Cristo, de un Dios que podamos ver y encontrar.

Así pues, el Espíritu dirige nuestros pasos de modo que podamos encontrar a Jesús en el tiempo y en el lugar de su presencia en medio de nosotros. El Espíritu conduce y anima los pasos de nuestra vida hacia el encuentro de cada uno con Cristo, un encuentro tan real que podemos abrazarlo, tenerlo en brazos, ver su rostro de cerca, y reconocer en este encuentro el sentido y la plenitud de toda nuestra vida: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz (…), ¡porque mis ojos han visto a tu Salvador!».

El fruto de esta obra del Espíritu Santo es el anuncio, el testimonio a todos de este encuentro con la luz que es Cristo. Cuando un hombre, como Simeón, una mujer, como Ana, permiten al Espíritu conducir el deseo de su corazón hacia el encuentro con Jesús, se convierten en profetas y testigos de la luz que la encarnación de Dios derrama sobre todos los hombres, una luz que es «signo de contradicción» porque revela a cada uno el deseo verdadero y profundo de su corazón. Para que otras personas puedan ofrecer al Espíritu Santo un corazón sediento sobre el que posarse para revelarles el sentido de la vida y conducirlos a abrazar y transmitir a todos el consuelo de Cristo.