31 de mayo de 2012

LECTIO DIVINA

Salmo 27 [28]

1 A ti, Señor, te invoco,
Roca mía, no seas sordo a mi voz;
que si no me escuchas, seré igual
que los que bajan a la fosa.
2 Escucha mi voz suplicante
cuando te pido auxilio,
cuando alzo las manos
hacia tu santuario.
3 No me arrebates con los malvados,
ni con los malhechores,
que hablan de paz con el prójimo,
pero llevan la maldad en el corazón.
4 Trátalos según sus acciones,
según su mala conducta;
págales las obras de sus manos
y dales su merecido
5 Porque ignoran las acciones de Dios
y las obras de sus manos,
que él los destruya sin remedio.

6 Bendito el Señor, que escuchó
mi voz suplicante;
7 El Señor es mi fuerza y mi escudo;
en él confía mi corazón;
me socorrió, y mi corazón se alegra
y le canta agradecido.

8 El Señor es la fuerza para su pueblo,
apoyo y salvación para su ungido.
9 Salva a tu pueblo y bendice tu heredad;
sé su pastor y llévalos siempre.


Ideas generales sobre el salmo

Es una súplica angustiosa y de ferviente acción de gracias. No se sugiere la clase de peligro: ¿una enfermedad¿ ¿una injusticia? Pone de relieve que espera en la Palabra, para que le ayude a escapar del peligro. Y finalmente, una acción de gracias por que ha sido escuchado, o porque en una confianza total en Dios ya le canta antes de que haya experimentado el socorro.

El peligro personal, la presencia de unos malvados, la acción de gracias, la presencia comunitaria… nos sitúa en un ambiente de súplica.

Tiene tres partes:

v. 1-5, súplica. El salmista habla de su situación, con la sensación de que el Señor está callado o ausente.

v. 6-7, acción de gracias. Ha sido escuchado, y ha superado su drama personal.

v. 8-9, añadido posterior con el tema de la monarquía. La súplica es ahora por todo el pueblo.

Podemos contemplar dos dramas: uno personal y otro social. Por un lado el personal, al mostrar la situación de un enfermo al borde de la muerte. Pero también hay un drama social, pues dedica bastante espacio a los enemigos. Da la impresión de estar viviendo en una sociedad hipócrita, de apariencias. No es una maldad de meras palabras, de murmuración, sino de acciones injustas. El silencio de Dios suscitaría gritos de alegría en sus enemigos. Si no actúa a favor del enfermo caerá en descrédito y será tenido en nada. Por eso clama a Dios con todo su cuerpo. Con los dos últimos versos, el enfermo ya no es una persona sino todo el pueblo.

Jesús mostró el rostro de Dios que no permanece sordo ante el clamor del pueblo. Jesús viene para trabajar al servicio de la vida, para que pudieran disfrutarla en plenitud.

Leer

Se pueden hacer varias lecturas, siguiendo estas «ideas generales» seguidas de una reflexión. Teniendo como punto de referencia el aspecto personal, o el aspecto comunitario. Otra posible lectura, teniendo como referencia a Jesucristo, como respuesta de Dios a los problemas de la humanidad.

Meditar

v. 1 Este verso es lo más individual del salmo. El hombre puede sentir opresivamente el silencio de Dios. Sentirlo como carencia o como vacío, es ya una cierta relación con Dios, o sea tenerlo dentro. Escuchar el silencio puede ser una experiencia profunda. El silencio puede ser un aspirar a escuchar la Palabra, una espera confiada. El silencio puede ser una apuesta por el Absoluto, en quien podemos encontrar la salvación. El silencio hace de nuestro corazón un lugar de revelación de Dios.

La inactividad de Dios ocasiona la muerte. «Si el Señor no me hubiera auxiliado, / ya estaría yo habitando en el silencio» (Sal 93,17). La intervención de Dios es cuestión de vida o de muerte.

Sentir el silencio como vacío, como soledad angustiosa, es un modo de afirmar a Dios. Es un modo de decir: no puedo prescindir de ti; es una manera de apreciar que Su inactividad produce la muerte.

Pero hay personas que hoy no pueden soportar ese silencio y adoptan una postura increyente y crítica. Es el escándalo, hoy, de muchas personas ante el dolor y las angustias de nuestra humanidad. Una prueba para la fe en Dios

Podemos considerar también el grito de Jesús en la Cruz, que se siente abandonado por el Padre, y rechazado por los hombres: Mt 27, 46-50.

v. 2 La oración es un grito. Desgarrado, angustioso, en muchas ocasiones. Un grito que brota de lo íntimo del corazón. En la oración, toda la persona se abre a Dios. Es el grito de la persona a Dios con sus afectos y sentimientos.

El salmista juega con dos términos: lo alto y lo bajo. De lo alto baja el silencio que precipita a la muerte, a la nada. De lo bajo se levantan unas manos que se alzan hacia arriba y destruyen el silencio. La oración es un puente de comunicación entre lo alto y lo bajo.

«El templo por excelencia es Cristo. En Cristo Dios se reconcilia con el mundo. Quien levanta su alma a Cristo la eleva hacia este Templo que es también su Gloria» (Orígenes).

v. 3 Dios no puede tratar por igual a inocentes y malvados. Los malvados ignoran las acciones de Dios, no reconocen que Dios interviene activamente en la historia. «Se estafan unos a otros, y no dicen la verdad, entrenan sus lenguas en la mentira, están depravados, y son incapaces de convertirse, fraude sobre fraude, engaño sobre engaño, y rechazan mi conocimiento. Por eso dice el Señor: Yo mismo los fundiré y examinaré, pues no puedo desentenderme de mi pueblo» (Jer 9,7).

Y lo pone de relieve el poeta:

«Hombres y mujeres
domados, sometidos.
Es apremiante rebelarse
y ahuyentarlo todo:
el miedo, el rencor, el odio…
Todo menos el amor».

(Federico Mayor)

v. 4 El salmista pide a Dios que les devuelva lo que se merecen. Dios justiciero, Señor, Dios justiciero, resplandece. Levántate, juez de la tierra, paga su merecido a los soberbios. «¿Hasta cuando, Señor, los malvados, hasta cuando triunfaran los malvados» (Sal 94 (93). Y el profeta Isaías: «El Señor contempla disgustado que ya no existe justicia. Ve que no hay nadie, se extraña de que nadie intervenga» (59,15s).

Y ¿cuál es la respuesta de Dios?: «Vuestro Padre celestial hace salir el sol sobre buenos y malos, sobre justos e injustos» (Mt 5,45). «Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace germinar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia, y los elogios ante todos los pueblos» (Is 61,11).

v. 5 Se refiere a la intervención de Dios a favor de los inocentes. La obra de Dios no puede ser ignorada sino por el corazón torcido, doblado sobre sí mismo, y en la tiniebla (cf. Rom 1).

v. 6-7 Se expresa el júbilo por la acción de Dios que ha dado respuesta a la súplica. Se repite la palabra «corazón», resaltando como la oración de súplica ha nacido desde el corazón, ha gritado con el corazón. Quizás ahora se siente fatigado, pero puede escuchar la Palabra de Jesús: «Venid a mi, todos los que están cansados y agobiados que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde: encontraréis vuestro respiro, pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11,28s).

Es el descanso en el amor. El corazón del hombre descansa en Dios: «Nos ha hecho, Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti» (San Agustín).

v. 8-9 Lo que hasta aquí tenía una dimensión personal pasa ahora a un horizonte más amplio. El poder de Dios que se despliega en todo el pueblo. La fuerza de un pueblo no está en su prosperidad material, sino en la vivencia de unos valores humanos que aglutinan en la comunión, en la fraternidad, a sus gentes. Y nada más profundo que la fuerza y la bendición de Dios que vivir ese horizonte de paz.

Orar

«¿Quién deshará este nudo sumamente tortuoso y enredado? Es feo; no quiero volver los ojos a él, ni quiero verlo. Te quiero a ti, justicia e inocencia hermosa y agradable a los ojos puros y de insaciable saciedad. A tu lado está el descanso total y la vida imperturbable. Quien entra en Ti, entra en el gozo de su Señor y no tendrá miedo y se hallará extraordinariamente bien en el sumo bien. Yo me alejé de Ti y anduve errante, Dios mío, muy lejos del camino de tu estabilidad en mi adolescencia y fui para mi mismo una región de pobreza» (San Agustín, Las Confesiones L,2,X).

Contemplar

«Que todos se levanten.
Que nadie quede atrás…»
(Libro sagrado de los Mayas)

¿En un tiempo de silencio, qué imágenes despiertan estos dos versos, al hilo del Salmo?

27 de mayo de 2012

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 2,1-11; Salm 103; 1Cor 12,3-7.12-13; Jn 20,19-23

«No puedo amarle sino a través del hombre,
espejo de mi Dios!
Mirarle a los ojos es sentir
una canción de amor».

Levanto la mirada, y contemplo una comunidad reunida en torno a un altar, contemplo la comunidad y escucho una canción blanca. Me acerco a esta comunidad, entonces contemplo su rostros diferentes que revelan maneras de ser distintas, historias diversas, rostros que hablan de virtudes y también de puntos oscuros.

Levanto la mirada hasta contemplar el grupo de fieles que habitualmente nos acompañan. Sus rostros son menos conocidos, pero también diversos, vestidos también diversos en sus colores y formas, todo un indicio de historias diversas. Que hablan también de puntos de luz y de sombra.

Levanto la mirada, contemplo vuestro rostro, vuestros ojos y siento una canción de amor. Es la melodía del Espíritu Santo que habita en vosotros, que distribuye dones diversos, pero es una sola la fuente. Es la melodía del Espíritu Santo, que quiere hacer de nuestras vidas una canción de amor.

Es la canción que vamos escribiendo a la luz del Espíritu sobre el pentagrama del corazón. Con las notas y los silencios de nuestra vida.

La canción no siempre nos sale con una letra buena y atractiva, por la torpeza de nuestra mano y la falta de luz en el corazón. La canción no siempre nos sale bien afinada, con una buena tonalidad. Pero debemos saber, y así nos lo sugiere la Palabra de Dios que nuestro objetivo es llegar a ofrecer un buen concierto, que necesitamos dedicar tiempo a ensayar la canción, a pulir deficiencias.

Como creyentes y templos del espíritu Santo tenemos esta responsabilidad, esta tarea necesaria. Así nos los pide Jesucristo en el evangelio que acabamos de escuchar: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo», nos dice. Cristo nos envía, pues, para que el mundo nos mire y escuche una canción de amor. Así lo sugiere también Pablo cuando escribe a la comunidad de Corinto: «a nosotros nos ha puesto el Señor como espectáculo ante el mundo entero» (cf. 1Cor 4). Una canción de amor. Esta es nuestra responsabilidad y nuestro objetivo principal.

Ahora bien, la Palabra de Dios nos advierte que «hay diversidad de dones, diversidad de servicios y de funciones». Esto complica un poco las cosas. Pero las complicaciones se pueden ir simplificando, y resolviendo también, si consideramos que todo debe resolverse en buscar el bien común. Todo debe contemplarse en la línea de perfilar una buena melodía, de que el mundo nos mire y escuche una canción. Nos puede salir una canción a voces. Yo creo que más bien nuestra canción es una canción a voces. Lo provoca nuestra diversidad, los diferentes dones que reparte el Espíritu. Pero las diferentes voces pueden hacer que la canción tenga una belleza mayor.

En cualquier caso no podemos dejar de mirar a los ojos de los demás para descubrir en ellos, más allá de sus oscuridades, la belleza de la luz y de la paz que rezuma su corazón y que son las notas para una canción de amor.

La Eucaristía es un momento precioso en que Cristo se hace presente y nos dice: «Paz a vosotros». Es la paz el don de su Espíritu que pone la primera y más preciosa nota de una canción de amor.

Nuestra vida debería ser una canción de amor. Un canto que Dios hace elevar desde el corazón, «un solo corazón y una sola alma», para hablar del Amor. Porque somos templo del Amor. Y esto nos da una capacidad para el amor, que nos pone en el verdadero sendero de la vida. Una canción de amor cuyas notas debemos escribir en nuestro pentagrama, no solo con mis notas, sino con ayuda de las notas de nuestros compañeros de camino.

Pero como amigos de Jesús debemos «permanecer juntos». Quedarse en silencio y dejar que hable el corazón. Es la mejor oración. La invocación más fuerte para atraer sobre nosotros los dones del Espíritu Santo.

«Ven, dulce huésped del alma,
descanso en nuestro esfuerzo.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.

Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos».

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo de Pentecostés (Año B)

De los sermones de san Juan Crisóstomo, obispo

Si el Espíritu no perdona los pecados, es en vano que lo recibimos en el bautismo. Si el Espíritu Santo no existiera, nosotros no podríamos decir que Jesús es nuestro Señor: «Porque nadie puede decir Jesús es Señor si no lo mueve el Espíritu Santo». Si el Espíritu Santo no existiera, nosotros, los fieles, no podríamos orar a Dios, y, en cambio, decimos efectivamente: «Padre nuestro que estás en los cielos». Del mismo modo que no podríamos invocar Nuestro Señor, tampoco podríamos invocar a Dios, nuestro Padre. ¿Cómo se prueba? El Apóstol dice: «Porque sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!» Por ello, siempre que invoquéis al Padre, recordad que ha sido necesario que el Espíritu haya tocado vuestra alma para que fuerais considerados dignos de llamar a Dios con ese nombre.

Si el Espíritu Santo no existiera, no habría en la Iglesia palabras de ciencia ni de sabiduría: «Porque el Espíritu ha dado a uno el don de expresar con sabiduría; a otro, el don de hablar con ciencia». Si el Espíritu Santo no existiera, no habría en la Iglesia ni pastores ni doctores, porque es el Espíritu quien lo realiza, según dice Pablo: «Velad por todo el rebaño, del cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos y pastores». ¿No veis como esto todavía ocurre por obra del Espíritu? Si el Espíritu Santo no estuviera presente en aquel que es nuestro padre y nuestro doctor común, cuando ahora ha subido a esta tribuna santa, cuando se ha dado, y os ha dado la paz, no le habríais contestado unánimemente: «Y con vuestro espíritu».

Por eso, cuando sube al altar o habla con vosotros o ruega por vosotros, le dais estas palabras por respuesta, más aún cuando se está cerca de esta mesa santa, cuando ofrece este sacrificio digno de reverencia. Lo sabéis los iniciados. No toca las ofrendas antes de haber implorado para vosotros la gracia del Señor, antes que vosotros no le haya respondido: «Y con tu espíritu». Esta respuesta os recuerda que aquel que está allí no hace nada de por sí mismo, que los dones que toca no son únicamente obra del hombre. Es la presencia de la gracia del Espíritu, descendida sobre todos nosotros, que lleva a cabo por si sola este sacrificio místico. Sin duda, hay presente un hombre, pero es Dios quien actúa por medio de él. No te quedes, pues, con lo que impresiona vuestros ojos; considerad la gracia invisible. No hay nada que venga del hombre en todo lo que se cumple en el santuario. Si el Espíritu no estuviera presente, la Iglesia no formaría un bien tan consistente. La consistencia de la Iglesia manifiesta la presencia del Espíritu.

San Bernardo, Sermón 1, de Pentecostés
El Espíritu Santo es lo más tierno de Dios, Dios todo bondad, y Dios en persona. Si celebramos las fiestas de los santos, con mayor motivo la de aquel por el que existen los santos. Si ensalzamos a los santificados, mucho más lo merece el que los santificó. Hoy es la fiesta del Espíritu Santo, porque se hizo visible el que es invisible. Lo mismo que el Hijo, siendo de por sí invisible, quiso manifestarse en la carne.

Antes conocíamos algo del Padre y del Hijo; hoy el Espíritu Santo nos revela algo de sí mismo. Y la vida eterna consiste en conocer perfectamente la Trinidad. Ahora conocemos pocas cosas y creemos lo que no podemos comprender. Del padre sé que es creador... Del Hijo conozco por delicadeza suya la maravilla de su encarnación.

Y del Espíritu Santo no alcanzo a entender como procede del Padre y del Hijo: tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco. Pero algo percibo de su inspiración, que tiene un doble aspecto: de dónde viene y a dónde va.

LA CARTA DEL ABAD

Querida M.ª Luisa:

Es muy bonito el texto que me pones de Tagore: «Vengo a ti para que me acaricies antes de comenzar el día, para que tus ojos se posen un momento sobre mis ojos. Que acuda a mi trabajo sabiendo que me acompañas, amigo mío». Y quedarte en silencio dejándote acariciar y mirar por Él. No sé definir la oración, pero creo que puede ser este silencio. Estar, no hacen falta palabras.

Qué mejor caricia que la luz de un nuevo día. «La luz que envuelve a Dios como un manto». La luz que viene como mirada que destella belleza, y compañía. Es el Dios amor que nos acompaña, es el huésped amable que cambia nuestra vida como se canta del Espíritu que llevamos como en un templo:

«Descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos».


Este es nuestro huésped más deseado, más necesario, que está en todos, en todas las criaturas repartiendo sus dones diversos. Necesitamos estar juntos, para pacificarnos, y sentir su mirada en el corazón. Una mirada que es luz para el camino, y sabiduría para saber hacer bien este camino que no hago en solitario. Una mirada lo suficientemente profunda para descubrir la misma brisa, el brillo de la misma luz, en el rostro y en el corazón de quien camina conmigo. Este es huésped, el Amigo bueno que nos hace buenos, y como dice un bello verso:

«No puedo amarle sino a través del hombre,
espejo de mi Dios!
Mirarle a los ojos es sentir
cantar una canción de amor».


Me gusta tu silencio, porque es un silencio que me abre a un horizonte grande, universal. Un silencio que ayuda a trabajar un corazón abierto a toda persona. Un silencio que hace crecer paz en el corazón, hasta derramarse desde el corazón pacificado.

Nuestra vida debería ser una canción de amor. Un canto que Dios hace elevar desde el corazón, para hablar del Amor. Porque somos templo del Amor. Y esto nos da una capacidad para el amor que nos pone en el sendero del verdadero sendero de la vida. Una canción de amor cuyas notas debemos escribir en nuestro pentagrama, con las notas que me proporciona la vida de los compañeros de viaje.

Quedarse en silencio, y dejar suelto el corazón. Sí, es la mejor oración; porque quedarse en silencio es dejar que hable el corazón. Y el corazón solo tiene una palabra auténtica: Amor. Una palabra que pronuncia en nosotros el Espíritu. Y que luego en nuestra lengua humana se traduce en otra distinta: servicio. ¿Qué mejor oración y qué consecuencia pueden ser mejores que esto?

Quédate en silencio, y déjate acariciar y mirar por él. Un abrazo,

+ P. Abad

20 de mayo de 2012

Domingo VII de Pascua / ASCENSIÓN DEL SEÑOR (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 1,1-11; Salm 46,2-3.6-9; Ef 1,17-23; Mc 16, 15-20

Al comienzo de la Cuaresma hay una fuerte llamada de atención por parte del apóstol san Pablo: «daos cuenta del momento. Ahora es el tiempo de gracia».

Hoy celebramos la glorificación del Hijo en la solemnidad de la Ascensión. «El mismo Jesús que nos deja para subir al cielo, volverá». Y nosotros podemos seguir sin darnos cuenta del momento, como les sucede a los discípulos.

¿Qué les sucede a los discípulos en este momento? Pues que continúan inconscientes del Reino que trae el Mesías, miran al cielo, y no están con los pies en la tierra, que es donde los ha puesto su Señor. Y para esta tierra les ha dado una misión urgente y concreta: «id por todo el mundo, anunciad la Buena Nueva».

Pero el gesto se continúa repitiendo. Son muchos los que, todavía, continúan mirando al cielo, mirando hacia otro lado de donde deben mirar. Hasta agarrar una fuerte tortícolis. Son abundantes las personas con el cuello torcido. El cuerpo está en una dirección, y la cabeza, incapaz de moverse, se va para otro lado. Fuerte dolor en el cuello. Esperan que Dios se lo arregle a base visiones o de milagros. Hay todavía muchos milagreros entre los creyentes, que esperan mano sobre mano a que Dios lo arregle todo. Dios no es un masajista. La tortícolis espiritual no se arregla sino con el masaje del corazón. El masaje que necesitamos cada día para vivir. Y vivimos cuando amamos. Y en este tema Dios quiere, siempre lo ha deseado, la colaboración nuestra.

Amamos cuando hemos conocido el amor. Pero el amor, como la palabra Dios es una palabra con muchos matices. Son de aquellas palabras sobrecargadas de fango, ensuciadas, laceradas. Es preciso bajar la mirada a tierra. Conocer el misterio de amor que nos ha revelado Jesucristo. Los discípulos que no estaban con los pies en tierra, cuando llega este momento todavía le preguntan: «Señor, es ahora cuando vas a restablecer el reino?» Tenían duro el corazón, la mirada, a fuerza de mirar al cielo, les transforma y les aleja de las circunstancias concretas del momento.

Y la respuesta de Jesús está clara: «Id al mundo con una Buena Noticia. No es cosa vuestra conocer los tiempos que Dios ha fijado». No podemos conocer los tiempos de Dios no, pero sí que debemos conocer nuestro tiempo. El sentido de nuestro tiempo, de nuestra existencia. De ahí la importancia del momento. Además, para esto nos envía su Espíritu. Para darnos fuerza y marchar por el mundo con la Buena Noticia.

Y de este Espíritu recibimos la fuerza, la sabiduría, la luz, para comprender el misterio de Dios, la comprensión y la revelación, porque el misterio de Dios no es una realidad escondida, sino que es la manifestación de un Dios que es amor.

Solamente viviendo en camino por este mundo podemos experimentar «la grandeza inmensa del poder que obra en nosotros y su eficacia». Pero nunca se puede ser consciente de ello mirando al cielo. Mirando al cielo en cualquier caso podemos contemplar como pasan las nubes, o como se van desvaneciendo hasta quedar en nada.

¿Como podemos invitar a «todos los pueblos a aplaudir, y a aclamar a Dios con entusiasmo» si estamos boquiabiertos mirando al cielo? «Dios sube en medio de aclamaciones». Sube desde lo profundo del abismo del corazón. Si mi corazón lo aclama, le canta, podré contagiar a otros caminantes. Es preciso caminar con la fuerza y la alegría de la Buena Noticia en el corazón.

San Bernardo sugiere una doble ascensión: «buscar y estar centrados arriba, no en la tierra. El salmista parece insinuar esta misma distinción al decir: "busca la paz y corre tras ella". Buscar la paz y correr tras ella equivale a buscar y centrarse en lo de arriba y no en lo de la tierra. Mientras tengamos los corazones divididos tendremos muchos rincones y nos faltará unidad. Debemos levantarlos como miembros de un cuerpo, para que se unan en la Jerusalén celeste, la ciudad bien trazada. Así cada uno en particular y todos los hermanos vivirán unidos, sin estar divididos consigo mismos ni con los demás. Los miembros principales de nuestro corazón son el entendimiento y el afecto. Sus objetivos suelen ser opuestos: uno tiende a lo alto y el otro le atrae a lo bajo. No tener el corazón dividido, miembros de un cuerpo pero tendiendo a lo alto; busca la paz y corre tras ella» (Sermón 6,5, Sobre la Ascensión).

Yo diría que este es el sentido de este momento, de este tiempo que comienza con la Ascensión del Señor: Buscar las cosas de lo alto, que el Señor nos ilumine con su Espíritu, y lleguemos a comprender la grandeza de este misterio que se ha manifestado en nuestra humanidad, pero con este espíritu de sabiduría no quedarnos mirando al cielo, sino correr tras la paz que debemos ir construyendo con la fuerza del espíritu de Jesús por los complicados caminos de este mundo.

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo de la Ascensión (Año B)

Sermón sobre la meditación de la economía del Señor, del santo anciano espiritual Juan de Dalyatha

Lleva a Jesús en tu seno, como María, su madre; entra con los magos, preséntale tu ofrenda con los pastores, anuncia la buena nueva de su nacimiento y proclama con los ángeles su alabanza. Tómalo de los brazos del anciano Simeón y llévalo tú también en tus brazos. Llévalo con José y huye con él a Egipto. Cuando lo veas con los otros niños, llámalo, besa sus labios y respira el olor de su cuerpo que vivifica el universo. Sigue su adolescencia, paso a paso por todas las etapas de su educación, así mezclarás su amor por ti con tu contacto permanente con él. Entonces, de tu cuerpo muerto subirá el perfume de la vida que proviene de su cuerpo. Ponte de pie con él en el templo y escúchale como habla a los viejos doctores de la Ley, estupefactos de sus palabras llenas de sabiduría. Cuando hace preguntas y cuando responde, escúchale, admira su sabiduría. Levántate sale hacia el Jordán, acógelo con Juan, maravíllate, ¡admira su humildad cuando lo ves bajar la cabeza, ante Juan, para aceptar el bautismo de agua!

Marcha con él hacia el desierto, sube la montaña y siéntate con calma a sus pies, con los animales salvajes que han venido para disfrutar de la compañía de su Maestro. Después, levántate con él para aprender a combatir ya hacer la guerra contra los enemigos.

Detente junto al pozo con la Samaritana, y aprende a adorar en espíritu y en verdad. Quita la piedra ante Lázaro y aprende la resurrección de entre los muertos. ¡Júntate a las multitudes reunidas para comer un pedazo de estos cinco panes, y aprender la bendición de la oración! Despiértale de su sueño al fondo de la barca, cuando las olas se agitan a tu alrededor. Llora con María Magdalena y moja sus con tus lágrimas para escuchar de sus labios una palabra amable. Con Juan, ¡reclina la cabeza sobre su pecho para escuchar los latidos de su corazón lleno de amor por todo el mundo! Toma un pedazo de este pan que ha bendecido durante la cena, para unirte a su cuerpo y permanecer con él por toda la eternidad.

Presenta el pie para que te lave y seas purificado de tus pecados. Marcha con él hacia el monte de los Olivos para que te enseñe a rezar y a doblar la rodilla hasta quedar, como él, lleno de sudor de muerte; levántate acoge con él los que te insultan y te crucifican, con él presenta la mano a las cadenas, y como él, deja tu rostro a los golpes y a los escupitajos, y presenta tu espalda, desnuda, al látigo. Levántate, amigo mío, no desmayes, lleva la cruz, ha llegado la hora de emprender el viaje. Presenta las manos y los pies, con él, los clavos. Con él, también, bebe la hiel.

Levántate al amanecer, cuando aún es oscuro, ve al sepulcro para ver la maravillosa Resurrección. Siéntate en la sala de arriba y espérale con las puertas cerradas. Abre tus oídos para llenarlos con las palabras que salen de su boca. Marcha con todos los demás a este lugar solitario e inclina la cabeza para recibir su última bendición antes de la Ascensión.

De los sermones de san Agustín, obispo (CCLXII, 3-5)
Hoy, hermanos, al cabo de cuarenta días de la resurrección, el Señor ha subido al cielo. No lo hemos visto; lo creemos. Quienes lo han visto lo han proclamado, y con su testimonio han llenado el universo. Y conocéis a quienes lo vieron: nos han transmitido su testimonio. Es de ellos que dijo el salmo: «Escuchan su lenguaje hasta los límites del mundo». Sus palabras han llegado hasta nosotros y nos han despertado de nuestro sueño: he aquí por qué en todo el mundo celebramos hoy esta fiesta.

Recordad el salmo que acabáis de cantar: «Levántate hasta el cielo, Dios mío!» ¿A quién se dirige este verso? ¿Podríamos decirlo quizás del Padre, él que no se ha humillado? No. Más bien decimos: «Levántate, Dios mío... tú que fuiste encarcelado, atado, flagelado, coronado de espinas, colgado en la cruz, atravesado por la lanza; vos, el que ha muerto, el que habéis sido sepultado. Levantaos hasta el cielo, Dios mío. Sí, levántate, porque tú eres Dios. Siéntate en el cielo, tú que fuiste suspendido en la cruz. Tú eres el juez que esperamos, aunque los hombres esperaron juzgarte a ti».

«Levántate hasta el cielo, Dios mío». La Ascensión es un acontecimiento ya realizado, un hecho del pasado. No hemos visto cómo se cumplía esta predicción del salmo: Levántate a lo alto del cielo. Lo creemos. Pero, en cambio hemos visto como se cumplía lo que sigue del salmo: «y llene la tierra tu gloria». Si alguien no es testigo de esta gloria, que no crea tampoco en su ascensión! ¿Qué significa, en efecto, llenad la tierra de tu gloria, sino: que la tierra se llene de tu Iglesia? Sí, por toda la tierra, la madre de sus hijos, por toda la tierra, su esposa, su amada, su paloma! Ella es tu gloria, tal como dice el Apóstol: «La mujer es la gloria del hombre». Si la mujer es la gloria del hombre, la Iglesia es también la gloria de Cristo.

Esta Iglesia es la santa Iglesia católica, es decir, la que es extendida por todo el universo. Miradla desde arriba del cielo, Dios mío. Es por ella que recibió la ignominia de la cruz.

Antes de subir al cielo hicisteis esta promesa: «Cuando el Espíritu Santo vendrá sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos». ¿Dónde? «En Jerusalén», donde fue muerto. ¿En Jerusalén? Es demasiado poco. Un precio tan grande para rescatar sólo esta ciudad! Seguid, Señor! Jerusalén es demasiado pequeña para contener tu nombre! «Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el extremo de la tierra». Miradla, hermanos queridos, mirad esta santa Iglesia católica. Está presente en todo el mundo. Siempre virgen, cada día engendra nuevos hijos.

LA CARTA DEL ABAD

Querida N.:

Gracias por tu carta pascual, salida del corazón, como toda carta que «pasa» por la mano. Ha llegado, ciertamente, dentro de los cincuenta días pascuales. Un tiempo muy propicio para hacer más viva esa «conciencia de la presencia de Dios» de la que me hablas. ¿Y qué puede haber más interesante que crecer en dicha conciencia? Yo creo que lo importante es plantearnos el vivir la vida como un despertar de la conciencia. Porque esto nos permitirá vivir los preciosos versos de Salvador Espriu: «I quan arribis a la porta de la teva nit, / en acabar el camí que no té retorn, / sàpigues dir tan sols: “gràcies per haver viscut”».

Esto me hace recordar una anécdota que recoge Esther de Waal en uno de sus libros: «Al observar Tich Nath Hanh con que velocidad separaba los gajos de una naranja, engullendo el siguiente antes de acabar con el que tenía en la boca, no puedo menos de preguntarle si verdaderamente creía que se había comido aquella naranja».

Necesitamos vivir la vida con un ritmo consciente. Tenemos dentro cosas grandes, pero de la mayoría de ellas no tenemos conciencia, pues se quedan dormidas dentro, así que la vida es menos vida. «Nos quedamos mirando al cielo» como los amigos de Jesús cuando asciende a las alturas. Y tienen que escuchar la voz que les dice: «¿qué hacéis plantados mirando al cielo?» Es necesario bajar la mirada a la tierra, hablar el lenguaje de la tierra, caminar por esta tierra con la luz que tenemos, que todos tenemos. Pero ¿con qué ritmo hacemos este camino?

Mira, leo un comentario sobre Plotino: «Si pudiéramos adquirir conciencia de la vida del espíritu, percibir las pulsaciones de esta vida eterna que está en nosotros, del mismo que podemos, prestando atención, percibir los latidos de nuestro corazón hecho carne, entonces la vida del espíritu invadiría el terreno de nuestra conciencia, se convertiría realmente en nosotros mismos, sería de verdad nuestra vida».

Y podemos. Pero es necesario vivir la vida con otro ritmo. Tú me hablas de que esta conciencia más viva en relación a la presencia divina es un don de Dios, que siempre concede. De acuerdo en que es así, pero también es verdad que nos ha hecho sus colaboradores en la transformación de este mundo, y esto requiere por parte nuestra un trabajo fiel y continuado sobre nuestra conciencia. Nosotros, hay momentos en que no podemos o no sabemos encontrar momentos de serenidad para «estar» con Quien nos ama. Nos contemplamos «fuera». Pero este es el camino de la vida. Y también es parte de nuestra responsabilidad, cuando somos conscientes de ello, de buscar el equilibrio en volver «dentro».

Yo considero que aquí está lo apasionante de esta vida: estar a la búsqueda del equilibrio de la vida, de la persona. Las luces y las sombras son circunstancias secundarias del camino. La clave estar caminando con esa tensión de amanecer nuevo. Un abrazo,

+ P. Abad

13 de mayo de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 6º de Pascua (Año B)

San Bernardo, sermón 1 sobre la Resurrección

Resurrección significa paso, tránsito. Cristo hoy no vuelve, sino que resucita; no retorna, sino que cambia de vida; ya no habita aquí, sino en otra patria. La misma Pascua que celebramos no significa retorno, sino paso. Y el nombre de Galilea, donde veremos al resucitado, quiere decir cambiar de país, y no permanecer en el mismo.

Si después de morir en la cruz Cristo no hubiera resucitado y siguiera sometido nuevamente a nuestra existencia mortal y a las miserias de este mundo, para mí no habría cambiado de vida, sino retornado; no habría pasado a otra más perfecta, sino a la misma de antes. Pero si pasó realmente a una vida nueva nos invita también a nosotros a cambiar, nos espera en Galilea. «Su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre», porque su vivir no es un vivir para la carne, sino para Dios.

LA CARTA DEL ABAD

Querido N.:

Me dices en tu carta «que un hijo tuyo se emancipa y se va a vivir con la chica, y que a tu indicación de casarse, dicen que no, ni por la iglesia, ni por lo civil, lo cual ya te has hecho a la idea, pero que los abuelos están más disgustados». Es natural y lógico este panorama, porque esto se da con frecuencia en nuestra sociedad. Los valores que se viven hoy nos ponen una gran presión en nuestra vida. Y uno de los valores que dominan más es el valor de lo provisional.

Recuerdo que, hace unos años, estaba rellenando los papeles en el despacho parroquial para la celebración del matrimonio con una pareja joven, cuando les hice una de las preguntas del expediente matrimonial: «¿Aceptáis la indisolubilidad del matrimonio?» Y la novia me preguntó: «¿Qué quiere decir eso?» «Que el matrimonio es para siempre». Y la novia me respondió: «Bueno, hoy le digo que sí, pero mañana ya no sé como será».

Ya puedes ver: todo es provisional. Hasta el amor. En esta sociedad de «usar y tirar» uno tiene la impresión de que hasta lo más sagrado, lo más nuclear y fundamental de la vida de la persona, como es el amor, también es para usar y tirar.

Y yo creo que esto está muy unido a la madurez de la persona. Solamente está en condiciones de vivir correctamente el amor quien tiene una madurez de su persona.

La educación, en general, en estos momentos, no está incidiendo en la persona para ayudarle a lograr una plena madurez. No está ayudando a adquirir unos valores fundamentales para su vida personal, para una vida de relación con los demás, para una dimensión trascendente.

El papa Benedicto XVI tiene unas palabras iluminadoras en su encíclica «Deus caritas est»: «El desarrollo del amor hacia las cimas más altas y su pureza más íntima comporta que se aspire a lo que es definitivo, y esto en doble sentido: en cuanto que implica exclusividad (“solo esta persona”), y en cuanto es “para siempre”. El amor engloba toda la existencia y todas sus dimensiones, también la temporal. Puesto que su promesa apunta a lo que es definitivo: el amor tiende a la eternidad. Ciertamente el amor es “éxtasis”, no como un arrebato momentáneo, sino como un camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo para ir a su libertad en la entrega al otro». (nº 6)

En este sentido tenemos el filósofo Marcel que apunta: «Amar a una persona es decirle: tú no morirás». Esta infravaloración del amor conlleva también el desconocimiento, el alejamiento de Dios, pues «Dios es amor. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor».

Quizás antes estas manifestaciones concretas de los hijos, que además son consecuencia de los valores que vive nuestra sociedad, y una sociedad que no es de hoy sino que ha tenido unos antepasados, debería llevarnos a una reflexión sobre cómo hemos amado nosotros, como estamos en este tiempo amando, si nos preocupa el purificarnos en la vivencia de nuestro amor. Amar es dar la vida; quien da la vida como un regalo de amor la torna a recobrar, pero enriquecida. Dar la vida implica en muchas ocasiones sufrimiento, pero éste ayuda a madurar a la persona. Pero hoy somos alérgicos al sufrimiento, y éste no se puede descartar de modo absoluto. En este tema del amor sería muy bueno recordar el capítulo 13 de la 1ª carta de san Pablo a los Corintios. Como también la petición del Padrenuestro: Perdónanos, como nosotros perdonamos. Un abrazo,

+ P. Abad

6 de mayo de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 5º de Pascua (Año B)

De los Sermones del beato Isaac, abad de Stella
Así como la cabeza y el cuerpo forman un solo hombre, así también el Hijo de la Virgen y sus miembros elegidos forman un solo hombre y un solo Hijo del hombre. Dice la Escritura: el Cristo íntegro y total, lo forman la cabeza y el cuerpo, ya que todos los miembros juntos forman un solo cuerpo, el cual, junto con la cabeza, constituye un solo Hijo del hombre, un solo Hijo de Dios por su unión con el Hijo de Dios en persona, y a su vez, con Dios es él mismo un solo Dios.

Por lo tanto, todo el cuerpo unido a la cabeza es Hijo del hombre e Hijo de Dios, e incluso Dios. Por eso dice Jesús: «Quiero, Padre, que sean uno como nosotros somos uno».

LA CARTA DEL ABAD


Querido N.:

Es muy interesante un párrafo de tu carta que he vuelto a releer a la luz de la Palabra de Dios: «Se hace difícil saber qué debemos hacer, pero es mucho más sencillo descubrir si aquello que estamos haciendo está bien hecho, y nos hace felices. La mente cuando anda dejando de lado el corazón suele llevarnos allí donde no queríamos ir. Es justo y necesario que nos preguntemos por Dios, la causa de las causas, como hizo Cicerón, pero no intentemos imponerla, porque, de existir, se impondría por su propio peso. No olvidéis tampoco que el amor al otro es la medida de todas las cosas. “Si alguno dice amo a Dios, y odia a su hermano es un mentiroso, porque quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”» (1Jn 4,20).

La Palabra de Dios invita a que mi amor no sea solo de frases y palabras, sino con hechos y de verdad. Y en este caso nuestra consciencia permanecerá en paz. Utilizar el amor como la medida de todas las cosas es el camino, solo que ésta es una medida sin medida, que se articula en función de aquel sobre quien vierto mi medida. Quien me pone el recipiente delante es el otro, y yo soy quien en función de la disposición del corazón lleno ese recipiente más o menos. Pero el corazón mira al corazón, por ello mi corazón no se pacifica hasta que el otro está pacificado. Esto puede llegar hasta el amor extremo. Es la generosidad más grande; el amor más auténtico.

Yo creo que por este camino llegamos a encontrar la fidelidad a nosotros mismos, que es actuar de acuerdo a la exigencia más íntima del corazón, a la exigencia de nuestra más genuina naturaleza.

«Si hoy escuchas su voz no endurezcas el corazón». Yo creo que los tiempos que vivimos son tiempos de vigilancia del corazón. Quizás esta debería ser la nueva evangelización. Que opino no es llevar a Dios a nadie. Porque nadie llevamos a Dios, sino que es él quien nos lleva a todos. Y lo importante es estar atentos a ese espacio interior donde tiene su morada Dios. Y ser fieles a él. Esto supone mantener una lucha activa cuyo campo de batalla es el corazón humano. Esto no es viable sino en función de la libertad interior de cada uno, de la madurez humana y del amor.

Leía estos días los versos siguientes:

«¿Quién a mi lado llama? ¿quién susurra
o gime en la pared?
Si pudiera saberlo, si pudiera
alguien pensar que el otro lleva a solas
todo el dolor del mundo y todo el miedo».
(José E. Pacheco)

Y efectivamente, alguien llevó todo el dolor del mundo y todo el miedo. Pero la historia continua, y sigue habiendo alguien que lleva todo el dolor del mundo y todo el miedo. Deberíamos pensar si alguien lleva todo el amor del mundo. Nos dará la pista para saber si lo que estamos haciendo está bien hecho. Un abrazo,

+ P. Abad