27 de febrero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO VII
Domingo 8º del tiempo ordinario

Comentario al evangelio de san Lucas, de san Ambrosio, obispo (L VII,124)

«Mirad las aves del cielo». Un bello ejemplo, digno de ser imitado por la fe. Porque si las aves del cielo, que no practican ningún tipo de agricultura ni recogen el fruto copioso de la cosecha, reciben, sin embargo, sin falta, de la providencia divina el alimento que necesitan, hemos de concluir que la avaricia es la causa de la nuestra indigencia. Porque si ellos disponen en abundancia de unos recursos que no han obtenido con su trabajo, es gracias a que no reivindican como propiedad privada estos frutos que les han sido dados como alimento para todos, mientras que nosotros hemos perdido justamente los bienes que teníamos en común al reivindicar nuestras propiedades. Nada es propiedad de nadie, porque no hay nada que dure en este mundo. ¿Por qué consideráis vuestras sus riquezas, cuando Dios ha querido que incluso la vida la tuviera en común con los otros animales? Las aves del cielo no consideran nada como propio y es por eso que no conocen la indigencia, ya que no envidian los demás.

«Fijaos cómo crecen los lirios del campo. Y si Dios viste así la hierba de los prados, que es hoy y mañana se quema en el fuego...» Bella palabra, también, y bien humana. Con la parábola del lirio y de la hierba, el discurso del Señor nos invita a confiar en que Dios nos concederá su misericordia, sea porque, según el sentido literal, no podemos alargar ni un solo instante nuestra vida, sea porque, en el sentido espiritual, no podemos ser hombres en plenitud sin la ayuda de Dios. ¿Qué otra cosa nos puede convencer mejor que ver incluso los seres irracionales bien vestidos por la providencia de Dios, sin que les falte nada de lo que puede embellecer y adornar? Con más razón, pues, hemos de creer que al hombre racional, si pone, sin dudar, su confianza en Dios en todas las necesidades, no le faltará nunca el favor divino.

De las Confesiones de san Agustín, obispo (L 10,26)

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Pablo,

Supongo sabes por los medios de comunicación, como estos días estamos asistiendo a grandes movimientos de masas de población, sobre todo de jóvenes que se levantan contra quienes les representan (o deberían representarlos) durante décadas y décadas de gobierno férreo, autoritario, dictatorial. Masas, generalmente hambrientas en países no siempre pobres. Masas manipuladas política, religiosa, socialmente...

Nadie pregunta, como a veces se pregunta en otras catástrofes, ¿dónde está Dios, si es que existe? ¿Dios ha dejado la tierra? ¿lo han arrojado fuera de ella?...

Una minoría, una elite "aristocrática" va engrosando sus cuentas privadas, e inconscientemente se va a sí mismo aislando del entorno, un entorno cada día más vivo, más consciente de su miseria, de su indigencia, hambre, pobreza suprema que va tejiendo lazos fuertes, vivos, va tejiendo en la humanidad redes humanas que se dejan oír. Y aquí está el grito de Dios. «¿Es que una madre puede olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas?» Es el grito de Dios por boca del Profeta. Y este Dios, finalmente no gritará por medio del Profetas, sino con su misma voz, su voz revestida de carne humana, de debilidad, de pobreza humana, pero con una profunda y rica humanidad.

Esa Madre divina, que dio a luz a su criatura y le puso este mundo en sus manos, para que lo perfeccionara con los dones que le iba otorgando. Y a través de un ritmo muy diferente del ritmo de los humanos. Este Dios se revistió de nuestra carne, de nuestra voz, de nuestros gestos, se revistió de lo más sencillo de lo humano, para poder llegar a ser entendido por todos. Pero de manera especial por los más humildes.

Pero la criatura dejo entrar en su casa otras voces... Esta criatura se fue acostumbrando a otros ruidos: de armas, de monedas... y fue dejando de percibir la voz que iluminaba sus pasos. Se fue apagando esta voz, y crecieron otras voces. Hay que decir que todavía hoy siguen creciendo otras voces... Y el hombre empezó a confundir las voces, los gestos... Y se va olvidando de todo lo genuinamente humano.

Pero no todos los hombres viven en la confusión de las voces. Hay quienes perdidos en la desnuda naturaleza no pueden oír sino la voz de su estómago vacío, de su miseria… sin voz, pero con capacidad para escuchar el canto de los pájaros y la belleza de los lirios del campo. Y su pobreza extrema les hace capaces de escuchar la voz del Creador. En su interior. Porque ese Creador nunca ha abandonado a su criatura, nunca se ha separado de ella. En un misterio que nos desborda, Dios lo tenemos comprometido con la aventura humana. No llegamos a penetrar en la intimidad de este misterio. En ocasiones ni dentro de su Iglesia. Este Dios solo espera que le dejemos tomar nuestras manos e instruirnos en sus caminos. En la escuela del servicio divino solo hay un maestro. Pero no todos comprenden esto, y los hay que se buscan más de un maestro, estar al servicio de dos amos por lo menos, o más, que al final intentará deshacerse de todos ellos, para erigirse en maestro de sí mismo. Buscan seguridades y se encuentran con la más sangrante inseguridad.

Es bueno que el hombre tenga la posibilidad de un mínimo tiempo de silencio en su vida, de una mínima reflexión, que le pueda abrir a una dimensión más allá de si mismo, donde puede encontrarse con la fuerza y la sabiduría de otros y poder llegar a una experiencia de la trascendencia. Que es el terreno abonado donde podemos hacer una buena experiencia de Dios.

Pablo, Dios está dentro de ti comprometido en tu misma apasionante aventura. Un abrazo.

P. Abad

20 de febrero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO VI
Domingo 7º del tiempo ordinario

San León Magno, papa (sermón VIII de Epifanía)

Quien quiera saber si habita en él el Dios de quien ha estado dicho: Dios es admirable en sus santos, que escrute con examen sincero el fondo de su corazón y que busque atentamente con qué humildad resiste el orgullo, con qué benevolencia combate la envidia, en qué medida no se deja llevar por los palabras halagadoras y disfruta del bien de los otros, que mire si no desea devolver mal por mal y si se estima más dejar sin venganza los injurias que perder-la imagen y la semejanza de su Creador, que llama a todos a conocerlo a través de sus dones, «y que hace llover sobre justos e injustos y que hace salir el sol sobre malos y malos».

Y para que esta investigación no se pierda en el examen escrupuloso de múltiples puntos, que se pregunte si, en los repliegues de su corazón, está la madre de todas las virtudes: la caridad. Si encuentra que todo su corazón tiende hacia el amor de Dios y del prójimo hasta el punto de querer que sus enemigos reciban los bienes que desea para sí mismo, entonces aquel que se encuentra en estas disposiciones no puede dudar de que Dios mismo es quien lo lleva y hace morada en él. Pues aquellos de quien ha dicho: «El Reino de Dios está dentro vuestro», no hacen nada si no es por el Espíritu de aquel cuya voluntad los conduce. Sabiendo, pues, hermanos, que Dios es caridad, él que lo «obra todo en todos», busque la caridad para que los corazones de todos los creyentes se unan en un mismo sentimiento de amor puro.

Comentario de san Efrén sobre el Diatésaron (1,18-19)

Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que se ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino por considerar que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer a la fuente, porque si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber en ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.

Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Juan,

Primero muchas felicidades por tu nieta. Me dices que quisieras darle una parte del amor de «abuelo», para que junto con el amor de sus padres llegue a tener un amor lleno de paciencia, esperanza en el futuro…

Un nuevo ser que se incorpora al caminar de esta sociedad confusa, difícil, apasionante… Un matrimonio amigo hace unos años me comunicaron el nacimiento de su hija. La habían recibido con alegría, pero me mostraban su preocupación por el camino de su hija es este mundo tan desesperanzado.

Yo le decía a la madre que con el nacimiento de su hija el mundo era ya mejor, en el mundo había más ilusión, más esperanza, más amor… Lo mismo te digo a ti, aunque te muestras más entusiasmado que esa madre preocupada. Lo cual parece dar la razón a aquella expresión que decía una persona mayor, con un cierto tono de humor: «Yo si volviera a nacer, no querría ser padre, sino abuelo».

En cualquier caso es verdad la necesidad del amor en la vida de tu nieta. Un nuevo ser que viene al mundo es un fruto precioso del amor. Es una esperanza viva de amor. Es una nueva capacidad de amar que despierta a la vida en el mundo. Es un templo de Dios que esta llamado a mostrar la belleza del amor, que es donde encontramos el verdadero sentido de la vida.

Pero también un nuevo ser que viene al mundo es una llamada a la responsabilidad a quienes estamos en estos caminos de la sociedad contemporánea. Responsables en vivir lo que se espera de nosotros como templos de Dios, o como frutos del amor.

Somos responsables como personas humanas, y más todavía como cristianos, de incorporar a nuestra agenda la sabiduría del amor, que no es precisamente la sabiduría que brilla en el mundo, manipulada por otros alicientes. Y no siempre ni siquiera humanos.

El evangelio de Mateo (5,38-48) nos recuerda una sabiduría que parece estar muy arraigada en nuestro mundo: «ojo por ojo, diente por diente». Esta es la sabiduría de la confrontación, de la violencia, de la guerra, de la muerte… Por desgracia abunda bastante esta manera de hacer, o de comportarse. La sabiduría que necesitamos es la de hacer el bien, la de amar a los enemigos, la de tener un corazón abierto, universal, acogedor de todo lo humano, y trabajar por ser animadores de lo humano.

Esto pide, también, tener imaginación, capacidad de sacrificio, generosidad… Todo esto no se improvisa. Un nuevo ser que viene a nuestra familia, necesita el calor de una acogida, que es preciso mostrar en la atención llena de ternura, de amor, en dialogar mucho con ella, no en satisfacer caprichos que, momentáneamente, a los mayores nos dejan, engañados, con la conciencia más tranquila.

Un nuevo ser, una nueva vida, que ha aparecido como fruto del misterio del amor de unos padres, en conexión con la Fuente de la vida. Será necesario insertar cada día a la hija, o a tu nieta, en ese misterio de amor. Porque este es el camino de una donación de sentido a la vida. Y de poner más esperanza en el mundo. Quien diga que no tiene tiempo, habría que decirle que se ha equivocado de galaxia.

Me temo que muchos llevan la hora cambiada. En cuyo caso nos esperan días difíciles. Porque por aquí va la sabiduría de este mundo que fabrica necios. Dicen: todo es nuestro. Y punto se quedan aquí. En cambio la sabiduría inteligente, la sabiduría del amor continua la frase: todo es nuestro, nosotros, de Cristo y Cristo de Dios.

Que la nieta sea una verdadera bendición para toda la familia. Un abrazo,

+ P. Abad

13 de febrero de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO V
Domingo VI del tiempo ordinario

San Ireneo de Lyon, obispo (Contra las herejías, IV,13,1-2)

Dios no ha abolido los preceptos naturales de la Ley, sino que los ha amplificado y los ha cumplido. Con estos preceptos naturales quiero decir todos aquellos por los que el hombre se convierte en justo; preceptos que ya observaban los justificados por la fe, antes que fuera dada la Ley, y que eran agradables a Dios.

«Si vuestra justicia no sobrepasa la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos». La Ley, impuesta a esclavos, educaba el alma a partir de las realidades externas y corporales, y la proyectaba hacia la obediencia de los mandamientos, para que el hombre aprendiera a obedecer a Dios. El Verbo, sin embargo, ha liberado el alma, y ha enseñado a purificar el cuerpo desde el interior, a partir de la voluntad y del corazón. Había, entonces, que suprimir las cadenas de la esclavitud por las que se había educado el hombre; había que suprimirlas para poder seguir a Dios sin cadenas, pero también era necesario que fueran ampliados los preceptos de la libertad y que aumentara la sumisión al Señor, porque nadie fuera indigno de su Redentor.

Es por eso que el Señor nos ha mandado no codiciar, en lugar del antiguo precepto de no cometer adulterio; y en lugar del precepto de no matar, nos manda de no enfadarnos; nos manda no sólo de amar el nuestro prójimo, sino incluso a nuestros enemigos; nos obliga no sólo a ser generosos y dispuestos a compartir nuestros bienes, sino todavía de dar, sin reclamar, los bienes que nos hayan tomado: «A quién te toma la túnica, dale el manto y todo», de tal manera que, no sólo no hay que contristarse como aquellos que se ven desposeídos en contra suya, sino que nos tendremos que alegrar como los que dan de buen grado, porque de hecho será un don gratuito a nuestro prójimo, más que un proceder de mala gana a la necesidad de otro. «Si alguien te obliga a hacer una milla, haz dos con él», para no seguirlo como un esclavo, sino como un hombre libre. En todas estas cosas, de esta manera, procura ser útil a tu prójimo, no teniendo en cuenta tu maldad, sino mostrando plenamente tu bondad; de esta manera serás semejante a tu Padre del cielo «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos».

Comentario de san Efrén sobre el Diatésaron (1,18-19)

¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.

La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron —dice el Apóstol— el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.

LA CARTA DEL ABAD

Querida M. Luisa,

Bajo de tu tarjeta de Navidad la segunda estrella: la esperanza. Esta es una palabra importante hoy día, la necesita el mundo de hoy, la necesitamos todos. Porque no es fácil vivir hoy animados de esta virtud. No es fácil, no tener hoy un trozo de pan para dar a los hijos y esperar poder disponer de el en un nuevo día; no es fácil vivir en la violencia de la guerra, y esperar que mañana volverá la paz; no es fácil quedarse hoy sin trabajo y esperar que mañana lo va a obtener; no es fácil romperse la familia y esperar que en breve se recompondrá; no es fácil que un responsable de la comunidad abandone, y que la comunidad no pierda niveles de esperanza…

Todo un largo rosario de situaciones, de lo más diverso, en la vida, que el hombre vive con esperanza. Cada día acabamos el día en situaciones materiales o anímicas muy diversas, pero en cualquier circunstancia apagamos la luz con la seguridad de que volverá a amanecer, y que con el día nuevo viviremos una situación nueva. Hay como una comunión total, o una sintonía perfecta entre la persona humana y el medio ambiente. Esta sintonía yo diría que es fruto de «una llama temblorosa, como dice el poeta Peguy, que atraviesa el espesor de los tiempos, una llama imposible de dominar, imposible de apagar al soplo de la muerte. Esta llama, una niñita de nada, atravesará los mundos llenos de obstáculos…Una llama que hace andar el mundo entero, que lo arrastra».

Yo creo que aquí podemos ver la mano de Dios, que al crear al ser humano, e infundirle un aliento de vida, dejó dentro de él esta "llama" que ya no se apaga. Es lo que sugiere la palabra de san Pablo en su epístola a los Romanos: «Estamos orgullosos de las dificultades, sabiendo que la dificultad produce entereza; la entereza, calidad, la calidad, esperanza; y esa esperanza no defrauda, porque el amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado» (Rm 5,4).

La esperanza es una llama viva dentro de nosotros, que nos hace capaces de soñar, y simultáneamente de despertar nuevas energías, nuevos deseos… para crear novedad, para buscar nuevas y mejores situaciones. Por ello la palabra esperanza va acompañada de otra importante: responsabilidad. Es decir que la esperanza no es pasividad, sino respuesta; una respuesta que hace nacer desde dentro esa "llama" que quiere ir más allá de la sabiduría de este mundo.

Por ello el evangelio de este domingo 6º del tiempo Ordinario, contrapone dos modos de plantear la vida: «Se dijo»… «Pero yo os digo». Es la sabiduría del mundo por un lado, y la sabiduría de Cristo por otro, la sabiduría misteriosa, escondida… La sabiduría, la llama, que alimenta la presencia de su Espíritu, que nadie puede apagar.

Cuida mucho esta llama. Un abrazo,

+ P. Abad

6 de febrero de 2011

LA CARTA DEL ABAD

A Santa María,

Salve, Madre de la Luz. Yo más que enviarte una carta lo que desearía es ponerme a mí mismo ante ti como una carta abierta, como nos enseño san Pablo, evangelizador, apasionado por la obra de tu Hijo Jesús: «Vosotros sois mi carta escrita en vuestros corazones, carta abierta y leída por todo el mundo» (2Cor 3,2).

Tú eres Madre de la Luz. Presentas esta Luz en el templo. Más adelante esta Luz se manifestará a todo el mundo, para que no caminemos en la oscuridad.

En los primeros siglos de la vida de la Iglesia, los artistas te representaban a ti y a tu Hijo delante apoyado en tu falda. Tú quedabas en segundo plano, como en la penumbra, para que brillara con fuerza la luz, para que todas las miradas le contemplaran preferentemente a Él.

Yo necesito mirar estas representaciones románicas tuyas, estas representaciones que son también del evangelio, donde tú estas siempre presente, sobre todo en los momentos cumbre de la vida de tu Hijo, pero en la penumbra, dando lugar a que resalte sobre todo la luz de tu Hijo. Siendo el silencio del evangelio. El silencio que da lugar a la Palabra.

Quiero estar cerca de ti para aprender de ti a acoger la Palabra, y ser verdaderamente una carta abierta de Cristo para el mundo. Quiero estar junto a ti, y mirarte como hacen representaciones posteriores de ti con el Hijo que va volviendo su mirada hacia ti, como lo hace también en diferentes momentos en el evangelio. Y así aprendemos la mutua complicidad entre el Señor y su criatura. Entre el hombre y Dios. Él nos mira, para que nosotros le miremos. Él nos ilumina, para que nosotros le iluminemos en nuestros hermanos… Él se ha comprometido con todo lo humano, para que nos comprometamos con Él en todo lo humano. «Y rompa nuestra luz como la aurora».

Salve, Madre de la Luz. Yo también quiero pedirte por la mujer, por tantas madres que presentan sus hijos en el templo. Ellas son cartas hermosas que nos traen mensajes de vida nueva. Colaboradoras, como lo eres tú, del Dios fuente de la Vida. Como madres, como tú, saben quedarse en la penumbra para que aparezca la luz con fuerza sobre el candelero. Bendícelas para que no se apague nunca en su espacio interior el rumor de las aguas de la vida. Y que en su mirada, en su gesto, en su palabra encontremos siempre un rayo de luz que nos alumbre la oscuridad.

+ P. Abad

2 de febrero de 2011

LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Mal 3,1-4; Sal 23, 7-10; Hebr 2,14-18; Lc 2,22-40

Blanca es com un ciri,
pura com un lliri,
la Verge divina
al temple camina,
duent en sos braços,
com nadó de llet,
el bon Jesuset.

Quan sant Simeó
veié el rei del món,
el pren i se'l mira,
—Maria, quin glavi
de pena i dolor
vos passarà el cor!

La Verge Maria,
després d'aquell dia,
mirava el fill seu
enmig de dos lladres,
clavat en la creu.

(Blanca com un lliri, de Jacint Verdaguer)

«La Verge divina al temple camina, duent en sos braços, com nadó de llet, el bon Jesuset». El profeta Malaquías anuncia esta venida del Señor: «De pronto entrará en el santuario el Señor, a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar… Viene como fuego de fundidor, como fundidor que viene a refinarnos».

Hace cuarenta días que esta luz plantó su tienda entre nosotros y su luz empezó a iluminar la noche de los pastores de Belén, para extenderse a la noche del mundo, a la noche de la historia de los hombres. Es la luz para alumbrar a las naciones, como cantamos en la antífona de entrada en la procesión con las candelas. Para alumbrar a cada uno de nosotros. Y refinarnos con su fuego…

Dios, que es pura luz se sale de sí mismo, se aliena para prender la luz fuera de sí mismo. La luz que es la imagen de Su verdad y de Su belleza. Crea su lámpara más preciosa: la criatura humana, y en ella, hecha a su imagen y semejanza, prende su verdad y su belleza. La criatura humana brillará al entrar en la existencia con la divina luz residiendo en su ser más íntimo.

No será extraño que una madre en la noche de Pascua permanezca extasiada mirando el rostro radiante de su hijo recostado sobre ella, recién bautizado. Toda una fiesta de luz: la mirada de la madre fuente de vida como colaboradora de Dios, la sonrisa balbuciente del hijo mirando a su madre, la luminosidad de la noche.

Pero el hombre, la lámpara de Dios puesta sobre el candelero, apagará su luz y se negará a encenderla de nuevo. En la creación seguirá brillando el sol, la luna, las estrellas, pero la lámpara de Dios seguirá apagada, sumida en profunda oscuridad.

Pero Dios volverá a encender su lámpara. Se reviste de nuestra naturaleza, para dejar dentro «su fuego de fundidor que purifica». Nuestro Dios, que es luz, se hace de nuestra misma carne y sangre, en todo parecido a nosotros sus hermanos, para dejar dentro de nosotros su fuego de fundidor, fuego que nos purifique. Por eso dirá el libro de los Proverbios: «La luz del Señor es el espíritu del hombre, que penetra hasta las profundidades de su ser» (20,27).

Cuando nos hacemos conscientes de esta luz, nos hacemos luz para los demás. En este nuevo encendido, María será quien con su sí hará posible la lámpara, de nuevo limpia, perfectamente ardiendo, iluminando toda la casa y mostrando a los hombres el camino para volver a la luz. Ella nos da en versión perfectamente humana, muy humana, la Luz, la Luz que nos invitará en nuestro mismo idioma: «Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas, sino que va con la luz de la vida».

Pero será una luz acosada por las tinieblas, como nos dice Verdaguer recogiendo el pensamiento de la palabra: «María: ¡qué espada de pena y dolor herirá tu corazón¡ Y María, después de aquel día, miraba a Jesús, entre dos ladrones, clavado en la cruz».

Quizás por esto mismo esta fiesta de la presentación del Señor está ya a las puertas de la Cuaresma, vuelta hacia la gran vigilia de la Pascua. Un tiempo para contemplar la cruz de manera más asidua. Necesitamos contemplar la Cruz: «Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo». La cruz se cambiará por el Cirio Pascual y el grito: «Mirad el árbol de la cruz» será sustituido por el grito: «Luz de Cristo». Pero no lo vamos a entonar bien, con el ritmo que requiere de nosotros, si previamente no hemos mirado el árbol de la cruz.

Desde este día, como María, miremos a Jesús, entre dos ladrones, clavado en la cruz. Pensando que uno de estos dos ladrones puedo ser yo o tú que me escuchas, o cualquiera de nosotros que estamos celebrando la luz que nos salva, pero conscientes de que Jesús como dice san Juan «ha venido a este mundo para abrir un camino, o un proceso, que los que no ven vean, y los que ven se queden ciegos».

Pidamos que la luz del Nacimiento, contemplando la oscuridad de la cruz, nos pernita ir haciendo el camino hacia la luz del Hombre nuevo.

Nos acompaña Santa María a quien saludamos en nuestro camino:

«Salve, llena de gracia. Salve oh toda reluciente, por quien ha desaparecido la oscuridad y ha brillado la luz. Salve, llena de gracia, por quien ha cesado la ley y ha aparecido la gracia. Salve inicio del gozo y fin de la maldición. Salve, verdaderamente llena de gracia, el Señor está contigo» (San Andrés de Creta, Hom. 4 de la Natividad de María).

Santa María, ven con nosotros en el camino de la Luz.