11 de julio de 2014

SAN BENITO, ABAD, PATRONO DE EUROPA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Prov 2,1-9; Salm 33,2-4.6.9.12.14s; Col 3,12-17; Llc 22,24-27

«Alegrémonos en el Señor, en la fiesta de san Benito»... La antífona de entrada es una invitación a la alegría, una alegría que involucra el cielo y la tierra, porque san Benito buscó la gloria de Dios y la paz en el corazón, el nacer de Cristo en su vida. Isaac de Estella, monje cisterciense del s. XII, escribe:

«Que el Hijo de Dios crezca en ti,
pues se configura en ti.
Que se haga inmenso en ti
y se convierta en una gran sonrisa,
y exultación y gozo perfecto».

El nacimiento de Cristo, su crecimiento en ti, el configurarse en tu vida, se traduce en el gozo perfecto, un gozo que se traduce en una gran sonrisa. Es la alegría de Dios, que tiene una manifestación muy concreta en la vida de la persona como nos sugiere el Papa Francisco: «¡Dios es alegre. Interesante esto: ¡Dios es alegre! ¿Y cuál es la alegría? La alegría de Dios es perdonar. Es la alegría del pastor que reencuentra a su oveja; es la alegría de la mujer que halla su moneda, es la alegría del padre que vuelve a acoger al hijo que se había perdido y ha vuelto a casa; es la alegría del miembro de una comunidad que vuelve a encontrar a otro miembro que estaba alejado… ¡Aquí está todo el evangelio! ¡Aquí! ¡Aquí está todo el evangelio, está todo el cristianismo!» (Angelus, 15 septiembre, 2013)

San Benito buscó y acogió el don de Dios en su vida, y por ello es para nosotros, como enseña su Regla y recoge hoy la oración colecta, un maestro en la escuela del servicio divino. En esta escuela estamos nosotros. Y los que estamos matriculados en esta escuela tenemos necesidad de ciertas condiciones para permanecer en ella, y que también recoge la oración colecta:

«No anteponer nada al amor. Tener el corazón dilatado». Ya sabéis que las cosas se dilatan con el calor. El corazón se dilata con el calor del amor.

Y otra condición necesaria es «correr por el camino de los mandamientos». Es la dulzura del amor lo que nos impulsa no a caminar sino a correr. A crecer en la fidelidad a los mandatos.

Esta tarea desborda nuestras fuerzas, pero cuando escuchamos esa invitación a la alegría, volvemos el corazón a Dios para pedirle la gracia de su don. Un don que está a nuestro alcance como nos sugiere la misma Palabra de Dios. El libro de los Proverbios es muy claro y muy expresivo:

«Hijo mío si acoges lo que digo, si guardas como un tesoro lo que te mando, si escuchas la sabiduría y tu corazón está abierto a comprender, si pides inteligencia, si la buscas con aquel interés con que se busca hoy el dinero encontrarás el conocimiento de Dios…»

Esto supone cambiar el chip en nuestra vida. Lo tenemos cambiado con nuestra consagración religiosa, pero no basta una consagración teórica, sino práctica. Pues nos puede suceder como a quienes se examinan de conducir: aprueban el examen teórico, pero luego fallan en las prácticas. La práctica fiel de nuestra vida religiosa nos permite «entender la bondad y la justicia y acertar en el buen camino».

En la lectura de Colosenses vuelve a hablar de la alegría: «cantad a Dios con salmos, himnos, canticos…», del perdón, de la compasión, la paciencia, el soportarse… que sugería el Papa, «del amor que todo lo ata y perfecciona», como indicaba la oración colecta.

Una repetición propia de la vida monástica, como comenta Unamuno:

«Felices aquellos cuyos días son todos iguales!
Lo mismo un día que otro
lo mismo un mes que un día
y un año lo mismo que un mes.
Han vencido el tiempo; viven sobre él
y no sujetos a él….
Viven a Dios que es más que pensarlo, sentirlo o quererlo…»

La prueba de que vivimos esta sabiduría monástica la tenemos en el evangelio de hoy. Y que recuerda un antiguo anuncio de TVE llamado «la prueba del algodón». Consistía en pasar un algodón blanco por una superficie para descubrir si había restos de suciedad.

En el evangelio tienes la prueba del algodón: pasa la mirada, como blanco algodón por tu servicio monástico en la comunidad. Y comprueba si queda bien limpia en tu servicio la última palabra del evangelio: «Yo me comporto entre vosotros como el que sirve».

Fiesta de san Benito: «No anteponer nada al Cristo». Haz la prueba del algodón.