20 de marzo de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel,

Gracias por tu carta de «invierno», agradable como siempre, y una invitación a la reflexión; esta vez con diversos párrafos interesantes de los cuales tomo estas líneas: «Quizás el corazón del hombre está formado de carne y eternidad, y depende de la aspiración de cada uno para que se manifieste en el hombre la dimensión carnal o la eterna. Una mirada al cielo, una sonrisa al desvalido, una gota de sudor en el esfuerzo una lágrima en el dolor, un beso a la mano amiga, un silencio a la provocación, un levantar los ojos al Padre…. ¿puede haber cosas más sencillas que estas?»

Yo creo también que el corazón del hombre está hecho de carne, que reviste a un núcleo de eternidad. Pero debemos cuidar este revestimiento de carne para que no neutralice el latido de lo eterno. Y seria precisamente esas cosas sencillas a las que te refieres las que proporcionan una creciente simpatía entre lo carnal y lo eterno.

Puede haber cosas más sencillas que estas que citas. Sí. Son muchas más cosas como estas, que la vida nos trae al encuentro y que si no las ignoramos es ocasión para que a través del vestido de carne se perciba con fuerza el latido de la eternidad, que ya está presente entre nosotros. Pero debemos tener presente que llegar a esa experiencia nos exige salir. Salir de nuestra tierra, como Abraham cuando es llamado por Dios. Salir de nuestra tierra, y abrirnos a otras tierras.

Esto supone también poner otros ritmos en nuestras vidas. En ocasiones salimos con excesiva prisa y esto nos impide atender a la sencillez de la vida, que se manifiesta en la pequeñez, en lo humilde. En otras ocasiones nos cuesta salir de casa. Nos resistimos a salir. «Estamos bien aquí», como dice Pedro en el Tabor. Estamos bien, seguros, tranquilos… Pero estas actitudes juegan contra la paz del corazón.

Hoy la vida se desarrolla en medio de tremendo dinamismo, que nos arrastra a todos; y es preciso hacer un esfuerzo de equilibrio, de vivir con la mayor consciencia posible nuestro tiempo, cada momento de nuestra existencia. Hemos de vivir con profundidad, con compromiso desde nuestra situación concreta el tiempo que nos ha tocado vivir. Que no se nos escape el tiempo inconscientemente. Necesitamos cada uno de nosotros «vivir la vida», no que «nos la vivan».

El poeta Rilke dice: «yo siento que toda la vida es vivida», pero a continuación se pregunta: «¿quién la vive?». Y se pregunta por las cosas, los vientos, las flores, los animales, las aves… para acabar su poema con otro interrogante: «¿la vives tú, oh Dios, la vida?».

Efectivamente, yo doy una respuesta positiva a ese interrogante: Dios vive la vida, Él es la vida, y la fuente de toda vida. Para mí Dios es pues, inevitablemente una invitación a vivir. A vivir la vida con pasión, con entusiasmo, con esperanza… pero en cualquier caso muy conscientemente. Porque la vida cuando adquiere perfiles profundos va adquiriendo un perfil también más consciente.

Por esto mismo esta dimensión consciente nos abre a la experiencia de lo eterno, que nos deja en el interior un aroma nuevo de paz. Y estas son las primeras brisas del amanecer de la Resurrección. Un abrazo,

+ P. Abad