29 de junio de 2015

SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 12,1-11; Salm 33, 2-9; 2Tim 4,6-8.17-18; Mt 16,13-19

«Amanece para nosotros la gloriosa solemnidad consagrada con la muerte triunfal de los insignes mártires, los príncipes de los Apóstoles. Son Pedro y Pablo, las dos grandes lumbreras que puso Dios en el cuerpo de la Iglesia como luz para sus ojos. Son mis maestros y mediadores, porque me enseñan el camino de la vida, y por ellos puedo llegar hasta aquel Mediador que vino a reconciliar con su sangre lo terrestre y lo celeste». (San Bernardo, Sermón 1 en la fiesta de san Pedro y san Pablo)

¿Amanece para nosotros la luz de esta solemnidad? La luz del día sí, porque Dios, que hace salir la luz del sol para buenos y para malos, no falla en su amor. Es fiel. Pero deseamos recibir también la luz de la solemnidad, la luz espiritual llamada a iluminar nuestra vida.

El salmista dice: «Levantad la mirada hacia él, os llenará de luz». Se trata, pues, de mirar al Señor, de poner en él la confianza, de bendecirlo de gloriarse en él. Y este ejercicio vivido desde el corazón abre el deseo de hacerlo con otros: «Todos juntos glorifiquemos al Señor, alabemos juntos su nombre».

Esto hace la Iglesia, en un momento difícil de su existencia, cuando Pedro está en prisión con el peligro de ser condenado a muerte. La comunidad cristiana oraba sin cesar.

La comunidad cristiana se siente en peligro y ora sin cesar. También hoy existen muchas comunidades cristianas amenazadas y perseguidas. El mismo Papa Francisco vive la dificultad de su servicio eclesial, dificultades y peligros dentro y fuera de la Iglesia, y suele pedir que nos acordemos de él, que recordemos en nuestra plegaria las dificultades de la Iglesia en el mundo.

Dentro de este horizonte comunitario de la vida eclesial se contempla nuestra vida de fe personal, también con sus dificultades, en un camino donde está también la tensión de la lucha, donde debemos esforzarnos por ser fieles y auténticos en nuestra vida de fe. En las palabras de san Pablo encontramos un ejemplo y un estímulo: «He luchado el noble combate con fidelidad. El Señor me ha ayudado y me ha dado fuerzas para ser testigo del evangelio de Jesucristo, él me ha guardado en los peligros del camino…»

Realizar nuestra existencia cristiana apoyados en el testimonio de esta Palabra que acaba de sernos proclamada nos podría llevar a tener en cuenta la exhortación que hacía el Papa Francisco en otra fiesta anterior de Pedro y Pablo:

«Es preciso dejarse instruir por Dios. Es preciso consumirse por amor de Cristo y del Evangelio. Es urgente ser servidores de la unidad».

Dejarse instruir por Dios, ser un permanente discípulo en la Escuela del Señor, escuchar y guardar su palabra como hacía santa María; gustar y ver qué bueno es el Señor en la experiencia de acogerse a él. Esta primera acción nos hace crecer en la fuerza interior, nos da la capacidad para vivir la siguiente exhortación.

Consumirse por amor de Cristo y del evangelio. Es decir ser capaces de derramar la propia vida con generosidad por él. Esto me recuerda el testimonio de un Carlos de Foucauld: Cuando descubrí el amor de Dios por mí comprendía que no podía vivir sino para él. Lo cual viene a estar en el camino de aquellos versos precioso de santa Teresa:

«Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
Decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?»

Estamos llamados a vivir este servicio de nuestra vida, de nuestra fe en la vida de la comunidad, en la vida de la Iglesia, y buscando saber acerca de la autenticidad de nuestro testimonio nos conviene recoger una vez más las palabras de Cristo: «¿Qué dice la gente del Hijo del hombre? ¿qué dicen qué es?... Y vosotros ¿qué decís?»

Nosotros tenemos que aprender de la respuesta incompleta de Pedro: «¡Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo!»

Para mostrar a continuación que Pedro llevaba su idea particular sobre Jesús, y viene a ser piedra de tropiezo, que se encuentra con el rechazo de Jesús.
Nosotros debemos escapar de ser una piedra de tropiezo y creo que el camino es venir a ser lo que fue Pedro después de resucitar Jesús, y lo que nos sugiere el Papa Francisco en su tercera exhortación: «Ser servidores de la unidad, ser permanentes servidores de la reconciliación».

«Que amanezca para todos nosotros esta gloriosa solemnidad consagrada con la muerte triunfal de los insignes mártires, los príncipes de los Apóstoles».

7 de junio de 2015

EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 24,3-8; Salm 115 12-18; Hebr 9,11-15; Mc 14,12-16.22-26

«Haremos todo lo que dice el Señor… Y Moisés escribió todas las palabras del Señor. Y al amanecer del día siguiente erigió un altar al Señor para ofrecer un sacrificio de comunión… Y el pueblo volvió a afirmar: Haremos todo lo que dice el Señor, le obedeceremos».

Jesucristo es el nuevo Moisés. Él es la misma Palabra del Señor, nuestro Dios. También sus palabras han sido escritas. Las acabamos de oír. Él no solo ha dicho unas palabras sino que como está escrito: «Se ha ofrecido él mismo a Dios para purificarnos de las obras que nos llevan a la muerte y llevarnos a dar un culto agradable a Dios».

Pero su ofrenda, la ofrenda de su propia vida por nosotros, va recomendada por su obra y sus palabras.

¿Y cuáles son estas palabras de vida?

«Yo no he venido a que me sirvan sino a servir y dar la vida». (Mt 20,28)

«Pues si perdonáis sus culpas a los demás también vuestro Padre del cielo os perdonará. Pero si no perdonáis a los demás tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas». (Mt 6,14)

«Si queréis sólo a los que os quieren, ¿qué premio merecéis? Amad incluso a vuestros enemigos… Sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo». (Mt 5,46)

«Tenéis que nacer de nuevo». (Jn 3,6)

«Mis palabras son espíritu y son vida». (Jn 6,63)

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto». (Jn 12,24)

«Seréis mis amigos si hacéis lo que os mando». (Jn 15,13)

«Que os améis los unos a los otros como yo os he amado, amaos también vosotros, en esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis unos a otros». (Jn 13,34)

«Jesús tomó el pan dijo la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: Tomadlo: esto es mi cuerpo». Cristo es el pan que él mismo nos da para que tengamos vida. Nos da el pan de su Palabra, e igual que cuando comemos el pan material, nuestro cuerpo lo asimila y se fortalece y recobra fuerzas para pasar el día, así también este pan que comemos en la Eucaristía es el pan que necesitamos asimilar para tener fuerzas, una fuerzas espirituales que nos permitan vivir a lo largo del día, siendo, como afirma san Juan Crisóstomo: «Instrumentos de su amor».

Es este el camino para perfilar en nuestra vida el Cuerpo de Cristo, el camino para dar a luz a Cristo mediante la comunión en el amor. Esta es la fiesta de hoy: Corpus Christi, el Cuerpo de Cristo, que somos nosotros. Verdaderamente lo somos cuando teniendo todos una referencia a nuestra Cabeza que es Cristo, vivimos una verdadera comunión en el amor. Como nos enseña el evangelista san Juan: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado, amaos también vosotros, en esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis unos a otros». (Jn 13,34)

Pero esto pasa por comer y asimilar su Palabra, guardar su Palabra de fuego en el corazón como se expresa el profeta Jeremías: «tu Palabra la sentía como fuego ardiente encerrado en los huesos; hacía esfuerzos para contenerla pero no podía».

Esto pasa por escuchar y guardar la Palabra como santa María, y ponernos a disposición de lo que Dios quiere de nosotros, como hizo ella: «Que se cumpla en mí tu Palabra».

Escuchar su Palabra, comerla en el Pan de la Eucaristía, vivirla en la vida y en la relación fraterna cada día.

Si no hacemos de modo que esta Palabra nos queme por dentro, otros o nosotros mismos, pasaran frío.

No es inútil que recordemos las palabras del pueblo de Israel a Moisés: «Haremos todo lo que dice el Señor. Obedeceremos».