5 de julio de 2020

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO (Año A)

Homilía predicada por el P. Josés Alegre

Zac 9, 9-10; Salm 144; Rom 8, 9-11.13; Mt 11,25-30


Hace unos días recibí una carta de la que tomo este párrafo: «El ejercicio de entrar dentro de nosotros es muy duro, ya que nos da miedo de lo que podemos encontrar. La dicotomía entre lo que se dice y lo que se hace, el querer ser más que los demás, la vanidad disfrazada de humildad, el exceso constante de información, las órdenes y recomendaciones contradictorias, vengan de donde vengan, y lo que es peor, los chismorreos puros y duros, muchas veces al límite de la maledicencia, y aparentemente explicadas con buena intención, pero sin ningún sentido, que nos suelen llegar un día sí, y otro también».


Verdaderamente, ¿puede ser tan duro entrar dentro de uno mismo? ¿Nos da miedo? ¿O quizás estemos alienados por nuestra vida exterior, superficial?


En este sentido también podríamos recordar algunos puntos de la reciente homilía del Papa Francisco en la solemnidad de san Pedro y san Pablo. Decía: «Es inútil e incluso molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la sociedad de lo que está mal. Las quejas no cambian nada. Las quejas son la segunda puerta cerrada al Espíritu Santo. La primera es el narcisismo, la tercera el pesimismo. ¿Cuidamos nuestra unidad en la oración? ¿qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos, con la lengua un poco más contenida?»


Yo creo que aquí, en estas dos intervenciones, de un seglar y del Papa, podemos encontrar una aplicación de la Palabra de Dios en este Domingo, pues la Palabra de Dios nos dice por boca de san Pablo que «nosotros no vivimos según las miras de la carne sino según las del Espíritu, que el Espíritu de Cristo habita en nosotros, que hace morir en nosotros las obras propias de la carne».


En principio nos puede sonar todo esto a una contradicción. O bien el seglar y el Papa exageran, o bien esto de vivir según el Espíritu de Cristo todavía no es una realidad firme en nuestra vida.


Pero podemos escuchar otras voces. El evangelio nos dice hoy por boca del mismo Jesús que Dios revela su sabiduría, manifiesta su fuerza a los sencillos y la esconde a los sabios y entendidos de este mundo. Para decirnos a continuación que vayamos a él, que aceptemos ser sus discípulos, que aceptemos su yugo y encontraremos reposo y paz.


Os propongo otra voz en sintonía con este evangelio. Es de los Santos Padres: Nos dice Clemente de Alejandría en su obra El Pedagogo, que nuestro pedagogo es Cristo, Dios santo, Palabra que conduce toda la humanidad. Dios mismo que ama a los hombres es nuestro maestro, y que la formación recibida de Dios permanece para siempre.


Si yo no tengo la conciencia de que Cristo, el Maestro, conduce mi humanidad, mi yo no llega a tener su reposo y su paz. Y no es suficiente asistir a la Escuela de este Pedagogo, sino aprovecharnos de su enseñanza, dejar que su enseñanza conduzca toda nuestra existencia.


O sea, que no basta haber recibido su bautismo, no basta vivir en un monasterio y hacer una profesión, no basta estar consagrado a èl en una vida religiosa o sacerdotal, todo esto es inútil si mi vida no es iluminada y conducida por la enseñanza de este Padagogo único que es Jesucristo.


Una enseñanza de nuestro Pedagogo ya la hemos escuchado en el evangelio: es el reposo y la paz interiores. Pero todavía hay otra palabra que no debemos desperdiciar. Nos la recuerda el profeta Zacarías: «¡Alégrate! Que él va entrar y a dirigirte un mensaje de paz».


¿No tenéis todavía en vuestra mente la invitación del diácono en el reciente tiempo pascual?: ¡Id y llevad a todos la alegría del Cristo Resucitado!


No es duro, puede ser trabajoso, pero nunca duro entrar dentro de ti mismo, porque emprendes un camino en el cual vas descubriendo lo que nos dice otro santo Padre, en una Homilía Antigua del siglo V: «El alma habitada por Dios es plena de belleza y resplandor, porque tiene como guía y huésped al Señor, con todos sus tesoros espirituales.


Amigos, amigas, hermanos, vale la pena ser discípulo permanente en la escuela de este Pedagogo».