27 de enero de 2013

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 3º del Tiempo Ordinario (Año C)

Del comentario de San Ambrosio al salmo 1
Sacia tu sed en el Antiguo Testamento para, seguidamente, beber del Nuevo. Si tú no bebes del primero, no podrás beber del segundo. Bebe del primero para atenuar tu sed, del segundo para saciarla completamente... Bebe de la copa del Antiguo Testamento y del Nuevo, porque en los dos es a Cristo a quien bebes. Bebe a Cristo, porque es la vid (Jn 15,1), es la roca que hace brotar el agua (1Co, 10,3), es la fuente de la vida (Sal 36,10). Bebe a Cristo porque él es «el correr de las acequias que alegra la ciudad de Dios» (Sal 45,5), él es la paz (Ef 2,14) y «de su seno nacen los ríos de agua viva» (Jn 7,38). Bebe a Cristo para beber de la sangre de tu redención y del Verbo de Dios. El Antiguo Testamento es su palabra, el Nuevo lo es también. Se bebe la Santa Escritura y se la come; entonces, en las venas del espíritu y en la vida del alma desciende el Verbo eterno. «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios» (Dt 8,3; Mt 4,4). Bebe, pues de este Verbo, pero en el orden conveniente. Bebe primero del Antiguo Testamento, y después, sin tardar, del Nuevo.

Dice él mismo, como si tuviera prisa: «Pueblo que camina en las tinieblas, mira esta gran luz; tú, que habitas en un país de muerte, sobre ti se levanta una luz» (Is 9,1 LXX). Bebe, pues, y no esperes más y una gran luz te iluminará; no la luz normal de cada día, del sol o de la luna, sino esta luz que rechaza la sombra de la muerte.

LA CARTA DEL ABAD

Querida María Luisa:

En el próximo domingo, tercero del Tiempo Ordinario, el evangelio recoge un texto de san Lucas, que nos ofrece el primer anuncio de la Buena Nueva de Jesús. Cuando empieza la primera evangelización. Hoy, con el Año de la Fe, estamos empeñados en llevar a cabo una nueva Evangelización, en una sociedad difícil, quizás más difícil que en tiempos de Jesús. Aunque esto nunca se puede saber con certeza. A Jesús, al final lo rechazan y lo crucifican. Hoy también Jesús es rechazado y crucificado.

Quizás, esto nos podría poner frente a este evangelio de la primera evangelización realizada por Jesús, y considerar algunos puntos que nos puedan dar luz para nuestra evangelización.

«Jesús viene con la fuerza del Espíritu». Ha estado en el silencio del desierto, y viene con la fuerza del Espíritu. Y «su fama se va extendiendo con rapidez».
Va a los suyos, a Nazaret y a la sinagoga como solía hacer cada sábado, como persona profundamente religiosa. Y lee a Isaías: «El Espíritu está sobre mí, porque él me ha ungido… Hoy se cumple esta Escritura» dirà al final. Es verdad, llega a Nazaret precedido por la fama de ser llevado por este Espíritu. A continuación pone de relieve la motivación de su venida: «dar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la libertad, dar vista a los ciegos, liberar de la opresión… Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír». Ni que decir tiene que un mensaje de este calibre era para despertar el interés. Por esto subraya el evangelio: «toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él».

Todos miran a Jesús. Podríamos entender: todos los que estaban en aquel momento en la sinagoga, y también todo el pueblo judío que habitualmente escuchaba la Palabra de Dios, reunido en la sinagoga.

«Jesús se sentó». Posiblemente mirando a aquellas gentes de su pueblo. «Este pueblo tenía los ojos fijos en él». Se cruzan las miradas. Este gesto es muy importante en la evangelización: la mirada del evangelizador, y la mirada de quien es evangelizado.

El evangelio subraya repetidas veces la mirada de Jesús: cuando llama a sus discípulos (Jn 1,38); la mirada al Padre (Jn 5,19); la mirada a la pecadora (Jn 8,8), la mirada al joven rico (Mc 10,21); La mirada a Zaqueo (Lc 19,5); la mirada a Pedro que le acaba de negar (Lc 22,61)… Y otras más, todas ellas de sumo interés.
No todos aceptan la mirada de Jesús, pero Jesús manifiesta la fuerza del Espíritu que mueve toda su persona y su vida, cumpliendo ese anuncio primero, como un gesto profundo, extremo, de amor que le lleva a la Cruz. Él pasaba mirando, escuchando, haciendo el bien, en una palabra amando con la fuerza de su Espíritu de amor.

Y hoy nos preguntamos cómo ha de ser una persona evangelizadora, y tú me envías una respuesta preciosa que has recogido de una entrevista a un Cardenal: «Una persona evangelizadora sería aquella que con sólo ver sus ojos sientes que te está hablando y queriendo como Cristo».

Queremos evangelizar en este siglo XXI, pero no debemos olvidar que Jesús vino, para empezar, con la fuerza del Espíritu. No empieza con programas o proyectos, sino en la soledad del desierto, para contemplar en ese silencio el rostro del Padre. Y con la mirada del Padre en su corazón, Cristo mira a las gentes que le miran.

María Luisa, te deseo muchos ratos de silencio para contemplar el rostro del Padre, para mirar, después, a las gentes a quien sirves, desde el corazón. Desde el corazón, un abrazo,

+ P. Abad

20 de enero de 2013

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 2º del Tiempo Ordinario (Año C)

De las homilías de San Máximo de Turín, obispo (XXIII; PL 57,274)
El Señor, está escrito, fue a la boda donde había sido invitado. El Hijo de Dios pues fue a esta boda para santificar con su presencia el matrimonio que ya había sido instituido. Fue a una boda de la antigua ley para escogerse en el pueblo pagano una esposa que permanecería siempre virgen. Él que no nació de un matrimonio humano fue a la boda. Fue allá no para participar en un banquete festivo, sino para revelarse por un prodigio verdaderamente admirable. Fue allá no para beber vino, sino para darlo. Porque, tan pronto como los invitados se quedaron con vino, la bienaventurada María le dijo: «no tienen vino».

Jesús, aparentemente contrariado, le respondió: «¿mujer, qué nos va a ti y a mi?» ... Respondiendo: «mi hora todavía no ha llegado», anunciaba ciertamente la hora gloriosa de su Pasión, o bien el vino difundido para la salvación y la vida de todos. María pedía un favor temporal, mientras que Cristo preparaba una alegría eterna.

Sin embargo el Señor en su bondad, no vaciló en conceder estas pequeñas cosas hasta que vengan las grandes. La bienaventurada María, porque verdaderamente era la madre del Señor, veía por el pensamiento lo que iba a llegar y conocía por anticipado la voluntad del Señor.

Por eso se encargó de advertir a los servidores con estas palabras: «haced lo que él os diga». Su santa madre sabía ciertamente que la palabra de reproche de su hijo y Señor no escondía el resentimiento de un hombre enfurecido sino contenía un misterio de compasión... Y de repente el agua comenzó a recibir la fuerza, a cambiar el color, a difundir un buen olor, a adquirir gusto, y al mismo tiempo a cambiar totalmente de naturaleza. Y esta transformación del agua en otra sustancia manifestó la presencia del Creador, porque nadie, excepto el que creó el agua de nada, puede transformarla en otra cosa.

LA CARTA DEL ABAD

Querida María José:

Gracias por el testimonio de tu carta donde me cuentas un poco acerca de tus viajes a países de misión en Hispanoamérica: «observo cómo mientras en nuestro mundo occidental, las gentes revolotean por la vida, con miedo, mucho miedo, cerrándose a otras gentes, conviviendo sólo con los imprescindibles, que dejan de luchar, se cansan de luchar… al otro lado, en otras latitudes observo gentes, también de todo tipo, pero que entienden la vida como un privilegio, más que un derecho, atesoran enfermedades, injusticias y hambre, pero siempre conservan el gesto amable de la fraternidad».

Vivir la vida como un privilegio, María José, es vivirla con una sonrisa, como lo contemplas en esos países que visitas cada año. Allá viven la vida cara a cara. Viven conscientes de estar envueltos en la bondad de la vida que saben descubrir y vivir desde la sencillez de su mirada.

Aquí no. Aquí vivimos la vida envueltos en cosas. Y la vivimos un poco como los niños viven un juguete desmontable que le regalan. Lo coge con gran ilusión, y a los pocos minutos ya lo ha desmontado, y como no le enseñan a practicar la imaginación y a crear, pues lo abandona y necesita otro juguete o patalea. Aquí no vivimos la vida, la soportamos, y huyendo del peso de la vida, vamos adquiriendo con los días un ritmo más grande. Perdemos la conciencia de la belleza y de la bondad de la vida. Se nos hiela en el rostro la sonrisa, esa sonrisa amable de esas gentes de la misión que visitas anualmente. Y el carácter se nos hace adusto, nos sentimos arrastrados por una «vida que no es vida». Y sin embargo llevamos las fuentes de la vida con nosotros, dentro de nosotros. Pero de esta riqueza no somos conscientes. Desconocemos esa palabra de la Escritura: «Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo».

Es difícil vivir la experiencia de esta palabra en una sociedad en que la alegría de la unión matrimonial es muy efímera, pues no se llega a vivir una relación humana profunda, ni tan solo en la vida matrimonial. Lo impide el ritmo de la vida social y económica. Por otro lado si además este ritmo vital nos impide arraigar en el conocimiento de nosotros mismos, o despertar en nosotros una conciencia de la profundidad de nuestra persona. Además, también, el ritmo de la vida impide el silencio que toda persona necesita para escuchar en su interior la alegría de Dios… pues es evidente que no es factible escuchar y vivir la alegría de nuestra relación con Dios.

Necesitamos detenernos, callar, escuchar… nuestra interioridad. La experiencia de huéspedes de nuestra vida monástica es de temor, inquietud, ante esa posibilidad de enfrentarnos a nosotros mismos. Pero debemos enfrentarnos, porque el que llevamos dentro es más grande, más generoso, que el que llevamos fuera. Fuera esta la diversidad, lo múltiple, lo confuso si quieres, pero dentro está la unidad de nuestra vida, el rumor de la fuente. Fuente de luz, de sabiduría, de vida. Todo lo mejor nace ahí dentro, y nace de modo diverso encada uno, por lo que también puedo llegar a advertir que cuando me abro a una relación cordial y de confianza con los demás estoy poniendo unos buenos cimientos para llegar a vivir mi vida con una sonrisa permanente. Que puede ser el buen vino que alegra el corazón de los otros.

María José, muchas gracias por tu hermoso testimonio. Un abrazo,

+ P. Abad

13 de enero de 2013

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA LA NAVIDAD
El Bautismo del Señor (Año C)

Homilía de San Juan Crisóstomo sobre el evangelio de Mateo (XII; PG 57,201)
Consideremos el gran milagro que se produjo después del bautismo del Salvador; es el preludio de los que iban a venir. No se abre el antiguo Paraíso, sino el mismo cielo: «tan pronto como Jesús fue bautizado, se abrieron los cielos» (Mt 3,16). ¿Por qué razón, pues, se abren los cielos? —Para que os deis cuenta que también en vuestro bautismo se abre el cielo, os llama Dios a la patria de arriba y quiere que no tengáis ya nada de común con la tierra... Sin embargo, aun cuando ahora no se den esos signos sensibles, nosotros aceptamos lo que ellos pusieron una vez de manifiesto.

La paloma apareció entonces para señalar como con el dedo a los allí presentes y a Juan mismo, que Jesús era Hijo de Dios. Más no sólo para eso, sino para que tú también adviertas que en tu bautismo viene también sobre ti el Espíritu Santo. Pero ahora ya no necesitamos de visión sensible, pues la fe nos basta totalmente.

Pero ¿por qué apareció el Espíritu Santo en forma de paloma? —Porque la paloma es un ave mansa y pura. Como el Espíritu Santo es espíritu de mansedumbre aparece bajo la forma de paloma. La paloma por otra parte, nos recuerda también la antigua historia. Porque bien sabéis que cuando nuestro linaje sufrió el naufragio universal y estuvo a punto de desaparecer, apareció la paloma para señalar el final de la tormenta, y, llevando un ramo de olivo, anunció la buena nueva de la paz sobre toda la tierra. Todo lo cual era figura de lo por venir... Y, en efecto, cuando entonces las cosas habían llegado a un estado de desesperación, todavía hubo solución y remedio.

Lo que llegó en otro tiempo por el diluvio de las aguas, llega hoy como por un diluvio de gracia y de misericordia... No es tan solo a un hombre, a quien la paloma llama a salir del arca para repoblar la tierra: atrae a todos los hombres hacia el cielo. En lugar de una rama de olivo, trae a los hombres la dignidad de su adopción como niños de Dios.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel:

Gracias por tu felicitación navideña, y escrita a mano, que recoge con más fidelidad la vibración del corazón, y que en este caso yo creo que recoge la vibración de tu corazón, un corazón con deseo de vida espiritual:

«Un día en Nazaret
nació un niño, el universo
se detuvo para mirarlo
y un ángel
que pasaba le dio un beso en la frente.

»Otro día, en Jerusalén
un hombre agonizaba
colgado de una cruz, el universo
se detuvo para llorarlo
y a un ángel
que pasaba le ordenó llover besos
sobre los hombres».

Gracias. Verdaderamente el misterio que acabamos de celebrar y que se clausura con la celebración del Bautismo del Señor es un beso de Dios a la humanidad, una lluvia de besos sobre todos los hombres. Sobre todos. Lo dice la Palabra: «Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea».

Dios no hace distinciones, toda criatura es suyo. Dios ama lo que es suyo. El Nacimiento del Verbo revestido de nuestra frágil naturaleza es un beso entrañable de Dios. Escribe san Bernardo: «La espera de los antiguos puede manifestarse maravillosamente con las primeras palabras del Cantar: ¡que él me bese con besos de su boca! En aquellos tiempos todo el que estaba dotado del sentido espiritual percibía la gracia inmensa que iban a traer esos labios. Y con esas palabras grávidas de todos los deseos, el alma deseaba no verse privada de la indecible dulzura prometida». (Sermón II sobre el Cantar)

El beso es un conjunción de cuerpos exterior y afectuosa, signo también de una unión interior. Mediante el servicio de la boca se busca un intercambio mutuo, la conjunción de cuerpo y alma, para transmitirse una misma respiración, la vida misma.

Un primer beso, hermoso, único, mediante el cual Dios deviene hombre y el hombre deviene Dios.

Pero Jesús pasa después haciendo el bien. Cada mirada suya, cada palabra de sus labios va a ser un beso para los hombres, las mujeres, los niños que le escuchan. En cada uno de estos besos, el corazón va impregnando el universo en una profunda relación de amor, hasta vaciarse por completo en la cruz, y dar paso a una lluvia generosa sobre toda la humanidad.

Sea de la nación que sea, Dios no hace distinciones. Su beso es una oferta de amor y de vida para toda persona humana. Esto nos pide, Miguel, ser en nuestra vida tolerantes con los demás, buscar en la vida del otro la huella de Dios, la huella que en su alma ha dejado el beso de Dios, mediante Jesucristo, el Señor de todos.

Una vez más, muchas gracias por esta felicitación tan sugerente. Un abrazo,

+ P. Abad

6 de enero de 2013

EPIFANIA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 60,1-6; Salm 712.7-13; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12

Estos días el mundo de los adultos, como cada año por estas fechas, anda muy movido, preparando cabalgatas de reyes, preparando regalos; despiertan por unas horas para volverse y mirar a sus hijos. Realmente, ¿miran a sus hijos? ¿Tienen tiempo para mirarlos, dialogar con ellos? O más bien estos adultos se están mirando a sí mismos y desean vivir unas horas de ilusión, de esperanza, que de forma especial necesitan también ellos… Y de hecho, difícilmente llegan a infundir una profunda ilusión para vivir a lo largo del nuevo año. A lo sumo los abruman con cantidad de juguetes, que no siempre sintonizan con los centro de interés de los hijos.

Un botón de muestra de la situación familiar en estos momentos podría ser el comentario de una niña de 8-9 años a una amiga suya de la misma edad. La niña testigo asiduo de riñas violentas, muy duras, de los padres, le comentaba a su amiga que deseaba que se separaran cuanto antes, y añadía: lo que no entiendo es cómo he podido llegar a nacer.

Otro botón de muestra viene a ser que en muchas clases de escuela primaria la mayoría de alumnos procede de familias desestructuradas.

Toda esta introducción parece que tiene poco que ver con el misterio de Epifanía que hoy celebramos. Pero esa es parte de la realidad social sobre la que tiene que proyectarse el misterio de Dios que hoy se nos revela, se nos manifiesta para todos los hombres.

Y la Palabra de Dios que hemos escuchado se revela como luz para todos los pueblos, creyentes y no creyentes. «Llega la luz, el amanecer de Dios para iluminar las tinieblas que envuelven la tierra, la oscuridad de las naciones». Pueblos que buscan la luz, que necesitan la luz. Todos necesitamos esta luz de Dios que se nos manifiesta, pero el deseo y la búsqueda de dicha luz no es igual en todos.

Por un lado tenemos los Magos que proceden del mundo pagano; han percibido su estrella, y buscan hasta que encuentran la luz. Los sacerdotes, saben de la referencia histórica del nacimiento de esa luz, pero no se mueven, permanecen indiferentes. Es el mundo religioso que cree tener la garantía de la verdad. La verdad, la luz… ¿para qué buscar, si ya la poseemos? Y el poder que ve un peligro en la luz. ¡Cuántas mentiras, y oscuridades sigue habiendo en los espacios del poder!

Hay un texto del concilio Vaticano II bastante comprometedor, tanto que alguien se preguntó como los padres conciliares lo habían admitido. Dice así: «Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar». (GS 31)

En un mundo cada vez más desorientado, desesperanzado, cada vez más oprimido, ¿quién está poniendo la luz de futuro, de una nueva ilusión y esperanza? No basta con decir Cristo, como una idea hermosa que ha aprendido nuestra mente. Las razones que necesita hoy la humanidad no son las razones frías de la mente, sino aquellas razones de las que hablaba Pascal: el corazón tiene razones que la razón no comprende. El hombre necesita hoy las razones del corazón, que guarda las fuentes de la vida, como sugiere el libro de Proverbios: «por encima de todo guarda el corazón porque de él brota la vida». (4,23)

El evangelio nos viene a enseñar que el Misterio de Dios que viene a iluminar la humanidad, llega por caminos diferentes a los de la religión. Que toda religión, o mejor todo hombre religioso debe estar preguntándose siempre si el Dios al que adora es el Dios que puede dar luz para el futuro de la humanidad.

El evangelio nos dice que hay un cortocircuito serio, grave, en el mundo del poder y en el mundo de la religión, de cara a un futuro.

El evangelio nos enseña también que unos Magos, que ha percibido una cierta luz, se ponen en camino de una búsqueda, se preguntan, adoran, ofrecen, se transforman, porque el encuentro con la luz, el encuentro con Jesús hace cambiar de camino, lleva a caminos nuevos, que es todo un símbolo de una verdadera transformación interior.

La Escritura dice que el discípulo de Cristo es luz en el Señor, de este Señor que se proclamaba como luz del mundo, y que quien le sigue no anda en tinieblas.

La Iglesia está llamada a prolongar la luz de Cristo en este mundo, a dar razones para vivir y para esperar, y para amar. Pero la Iglesia eres tú, soy yo, somos nosotros… Pregúntate qué haces con la luz, si tienes esta luz. Porque la luz de Dios puede venir por los senderos más inesperados.

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA NAVIDAD
Epifanía del Señor

De las homilías de San Juan Crisóstomo (Homilías sobre San Mateo, VII,5)
Levantémonos, siguiendo el ejemplo de los magos. Dejemos que el mundo se desconcierte; nosotros corramos hacia dónde está el niño. Que los reyes y los pueblos, que los crueles tiranos se esfuercen en barrarnos el camino, poco importa. No dejemos que se enfríe nuestro ardor. Venzamos todos los males que nos acechan. Si los magos no hubiesen visto al niño no habrían podido escaparse de las amenazas del rey Herodes. Antes de poder contemplarlo, llenos de gozo, tuvieron que vencer el miedo, los peligros, las turbaciones. Después de adorar al niño, la calma y la seguridad colmaron sus almas...

¡Dejad, pues, vosotros también, la ciudad sumida en el desorden, dejad al déspota comido por la crueldad, dejad las riquezas del mundo, y venid a Belén, la casa del pan espiritual! Si sois pastores, venid y veréis al niño en el establo. Si sois reyes y no venís, vuestra púrpura no os servirá de nada. Si sois magos, no importa, no es impedimento con tal que vengáis para presentar vuestra veneración y no para aplastar al Hijo del Hombre. Acercaos con espanto y alegría, dos sentimientos que no se excluyen...

¡Postrándonos, soltemos lo que retienen nuestras manos! Si tenemos oro, entreguémoslo sin demora, no rehuyamos darlo... Unos extranjeros emprendieron un tan largo viaje para contemplar a este niño recién nacido. ¿Qué excusa tenéis para vuestra conducta, vosotros, que os echáis atrás ante el corto camino de ir a visitar al enfermo a al prisionero? Ellos ofrecieron oro. Vosotros dais pan con harta tacañería. Ellos vieron la estrella y su corazón se llenó de alegría. Vosotros veis a Cristo en una tierra extranjera, desnudo ¿y no os conmueve?

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen:

Me dices que «hoy ha sido un día sin crepúsculo, la oscuridad de un mediodía anormal se ha fundido imperceptiblemente con la negrura más intensa de una noche sin estrellas…gemidos de viento que merodean al otro lado de las puertas, de cuando en cuando un rayo viene a encender una luz blanca intensísima, siento que mi vida la moldearon fuerzas que ya estaban activas antes de que yo naciera… y que formo parte también de esta tormenta».

Todos formamos parte de esta tormenta de la vida; todos sentimos que nuestra vida la han moldeado fuerzas activas antes que naciéramos. Por ello alguien ha escrito: «todo ser humano lleva desde que nace un libro dentro, aún mejor que el libro exterior de fuera, pero que nos lo cierran a base de preocupaciones y ya nadie se da cuenta de esa luz desparramada en la belleza del libro del cosmos».

Hay días sin crepúsculo, evidente; hay días con la negrura de la noche, y en estos momentos, en estos tiempos que vivimos, días que se reiteran con frecuencia, que vuelven una y otra vez, o más bien que no necesitan volver, porque, para cada vez mayor número de personas, permanecen. La belleza y la bondad del cosmos siguen reflejando la luz de su Creador, pero nosotros que vivimos la vida con un ritmo más intenso, frenético diría yo, nos hacemos más incapaces de percibir esa riqueza espiritual que nos ofrece el mundo universo. Nos moldean la vida desde fuera, nos incapacitan desde fuera la vida, que sigue siendo bella, que merece vivirse, pero que no llegamos a vivir en profundidad. Nos envuelve la tormenta de la vida.

Esto ya crea una primera preocupación. Y nos añaden paulatinamente otras preocupaciones que acrecientan el vacío y la oscuridad de ese libro interior, llamado a escribir páginas de belleza, y hacer de él un recinto de luz, que aporta en definitiva sentido a la vida.

Tenemos necesidad de una estrella que ilumine en nuestra noche. Nos dice la Palabra sagrada: «el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Quizás hoy de esta gran luz, de esa estrella de la noche no nos queda sino la nostalgia, pues en el fondo nuestra vocación es la luz. Vivimos un tiempo en la oscuridad para nacer a la luz del tiempo; pero en el tiempo nuestra luz no es diáfana, hay rajos de luz que brillan en la negrura de la noche, pero permanece en nosotros la nostalgia de la luz plena.

Necesitamos, en el desconcierto del camino, volver a contemplar la estrella que nos ilumine el caminar. Necesitamos recuperar la ilusión de una infancia que se nos está desvaneciendo.

Quizás podría darnos alguna luz está fiesta de Epifanía, donde contemplamos el homenaje y el reconocimiento de un niño que nos revela las fuentes de la vida, de la luz, y despierta la alegría. Quizás nos podría servir esta fiesta para descubrir nuestra dificultad para pronunciar una sola palabra de niño. Quizás nos puede servir esta fiesta para concienciarnos de la necesidad de un cambio de nuestro corazón de adultos. Adultos que caminamos en medio de una creciente oscuridad, inmersos en la vorágine de una tormenta, que cuartea nuestras esperanzas.
Carmen, que vuelvan los crepúsculos de luz y de color a tu vida. Un abrazo,

+ P. Abad

1 de enero de 2013

SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA, MADRE DE DIOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 60,1-6; Sl 712.7-13, Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12

«Causan alarma los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado. Aparte de las diversas formas de terrorismo y delincuencia internacional, representan un peligro para la paz los fundamentalismos y fanatismos que distorsionan la verdadera naturaleza de la religión, llamada a favorecer la comunión y la reconciliación entre los hombres». (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada de la Paz 2013)

Pero podríamos afirmar con un contemplativo: «Sin embargo hay paz en el mundo ¿Dónde se halla? En los corazones de los hombres y las mujeres que son sabios porque son humildes, lo bastante humildes para estar en paz en medio de la angustia, para aceptar el conflicto y la inseguridad venciéndolos con el amor, porque comprenden quienes son, y, por lo tanto, poseen la libertad que es su verdadera herencia. Son los hijos de Dios. No hay que ir a buscarlos a los monasterios, están en todas partes. Pueden no pasar el tiempo hablando de la paz, pero conocen la paz, conocen a Dios y han hallado a Cristo en medio de la batalla». (T. Merton, Pensamientos de la soledad, Bienaventurados los pacíficos, p. 81)

Hoy encontramos y contemplamos esta paz en el regazo de Santa María: su hijo Jesús, recién nacido. «Cristo, nuestra paz», o como dice la oración-colecta, «Cristo, autor de la vida». Dos palabras entrelazadas: paz y vida. Sin la paz no hay auténtica vida. Una vida plena brota de un corazón pacificado. Paz y vida siempre serán un fruto precioso que hace madurar en nosotros la bendición de Dios, como nos enseña la bendición que hemos escuchado en la lectura primera, bendición recomendada por el Señor a Moisés y que es también muy adecuada para nosotros: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine tu rostro, te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda su paz».

Y es que la bendición arrastra siempre una vigorosa energía de vida y de amor. Es un recrear. San Pablo dice a los Efesios que «el Padre nos ha bendecido en el Cristo con toda clase de bienes espirituales y materiales para que seamos santos».

En el Cristo somos hechos hombres nuevos, humanidad nueva. He aquí que hago nuevas todas las cosas, una novedad de vida que se fragua en la escucha de la Palabra, y en guardarla en el corazón. Como hace María, cuando se van sucediendo los acontecimientos con motivo del Nacimiento de su Hijo. «Conservaba las cosas meditándolas en su corazón».

Quizás nosotros somos más inclinados a guardar las cosas cuando los otros han actuado de manera incorrecta hacia nosotros, pero este guardar las cosas negativas nos quita paz del corazón. Necesitamos ejercitarnos en la guarda de las cosas positivas; recurrir a todo aquello que nos pacifique el corazón: la consideración de las maravillas de la creación, vivir una relación personal con los demás que nos permita descubrir la grandeza y dignidad de las otras personas.

La presencia del otro es el fundamento de la ley, de la justicia y de la paz. El impulso ético, y no digamos la dimensión religiosa de nuestra vida, no es tanto fruto del yo, como de la presencia del otra persona. Esta responsabilidad hacia el prójimo se convierte en una parte constitutiva de nosotros mismos. La proximidad del otro articula nuestras obligaciones hacia él. Esta dimensión es la que nos ha venido a descubrir el hecho de la Encarnación de Dios, el hecho de que nuestro Dios se ha revestido de la fragilidad de nuestra naturaleza humana, y que nos descubre lo que el hombre nunca podía pensar o imaginar: un Dios hecho hombre, una divinidad profundamente humana

Que pone perfectamente de relieve la hondura religiosa de la humanidad.

Por esto, con razón escribía Juan XXIII: «por mucho que los hombres hagan todos los progresos técnicos y económicos de que sean capaces, no habrá paz ni justicia en el mundo hasta que no alcancen a recuperar el sentido de su dignidad como criaturas e hijos de Dios, que es la primera y última causa de todo lo creado. Separado de Dios, el hombre no es sino un monstruo, para sí mismo y para los demás, pues el correcto ordenamiento de la sociedad humana presupone el correcto ordenamiento de la conciencia humana con respecto a Dios, que es la fuente de toda justicia, de toda verdad, y de todo amor». (Mater et Magistra)

Que el Señor os mire, hoy y a lo largo de este nuevo año; que el Señor os toque, hoy y a la largo de este nuevo año, para que él os bendiga de acuerdo a aquella palabra de san Agustín: «Me tocaste y quedé envuelto en las llamas de tu paz» (Confesiones X,27)