6 de marzo de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO VIII
Domingo 9º del tiempo ordinario

De las Conferencias espirituales de Doroteo de Gaza, abad

La casa del alma se edifica por la observancia de los mandamientos de Dios. Con esta imagen, la santa Escritura nos enseña que el temor de Dios dispone el alma para la guarda de los mandamientos, y nos enseña también que con el cumplimiento de los mandamientos se edifica la casa del alma. Velemos, pues, sobre nosotros, hermanos. Tratemos de tener el temor de Dios, y edifiquemos casas para encontrar cobijo en los malos tiempos, cuando vengan las lluvias, los rayos y las tormentas, porque los tiempos malos son causa de grandes miserias para aquellos que no tienen donde cobijarse.

Pero, ¿cómo se edifica la casa del alma? Lo primero es poner los cimientos, es decir, la fe. Porque sin fe es imposible agradar a Dios. Después, sobre estos fundamentos se ha de edificar una casa bien proporcionada. ¿Tienes ocasión de obedecer? ¡Coloca una piedra de obediencia! ¿Viene un hermano indignado contra ti? ¡Pon una piedra de paciencia! ¿Tienes que practicar la templanza? ¡Pon una piedra de continencia!

De esta manera, con cada una de las virtudes podrás añadir nuevas piedras en el edificio. Lo que hay, sobre todo, es la constancia y el coraje, que son las piedras angulares: hacen que toda la construcción se mantenga sólida, unen los muros, unos con otros y no permiten que se derrumbe el edificio ni se dislocan. Sin estas virtudes es imposible de llevar todas las demás a buen término. Porque el alma sin coraje carece también de constancia, y sin constancia nadie puede hacer nada bueno. Esto es lo que afirma el Señor: «Con vuestra paciencia constante salvaréis vuestras almas».

San Gregorio de Nisa, Sermón I sobre los pobres

Como el fundamento de una casa y la quilla de una nave, por muy sólidos que sean, de nada valen ni aprovechan si no se construye también sabiamente lo que sobre ello estriba; así toda esa penitencia no vale para nada si no se le añade y acompaña todo lo que pide la justicia. El temor de Dios enseñe a la lengua a hablar lo que conviene, a no decir cosas vanas, a conocer el momento y la medida en el hablar, y saber decir lo necesario y dar la respuesta oportuna; a no hablar tumultuosamente y a no dejar caer como una granizada, por la impetuosidad en el hablar, las palabras sobre los que nos salen al paso.