25 de marzo de 2011

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 7,10-14; Sal 39,7-11; Hebr 10,4-10; Lc 1,26-38.

«Quiero comunicarte con estas líneas que el mes de Septiembre seré abuelo. La mujer de mi hijo espera un niño que, si todo va bien nacerá en Septiembre. No lo olvides en tus plegarias ahora que, como dice el salmo 138: "se está tejiendo como un bordado en las entrañas de su madre"». Qué sensibilidad y cuánta ternura en las palabras de este futuro abuelo recordándome la sabiduría de un salmo. Su nieto se está tejiendo, o lo están tejiendo en el entramado más hermoso de la vida.

Cuando en el cuerpo de la mujer se va tejiendo esa nueva vida, la futura madre va experimentando un cambio en su persona, en el cuerpo, en el cerebro, en un aumento de ternura y afectividad. No solo se modifica su cuerpo sino todo su mundo interior. El amor que nace en el alma de la madre es incondicional, infinito, trascendental; amará a su hijo en cualquier circunstancia, mientras dure su vida, sentirá un amor que la sobrepasa. No hay en esta vida una alegría más grande para una madre que la felicidad de su hijo y no hay una aflicción más grande también que la desgracia de su hijo.

Me comentaba en una ocasión una madre sobre su experiencia de la primera gestación: «todo este misterio se convirtió en una inefable ternura, que ha permanecido en mi para siempre (y ya nunca he vuelto a ser la misma de antes), ya que se abrieron en mi, horizontes impensables de generosidad, entrega, aceptación, de mi misma y del nuevo ser; fue como un amoroso apego al mundo ya que la naturaleza se manifestaba por mediación de nuestra vida humana y la sentía florecer como un acto de creación. El amor humano, en la maternidad, se ennoblece más allá de toda medida».

Hoy celebramos esta fiesta de la Anunciación, y podemos recordar y meditar sobre este punto de partida pleno de belleza: «un hijo empieza a tejerse como el más bello de los bordados en el seno de santa María». Un hijo que trae el rumor delicioso de las fuentes de la vida. Un hijo, que se va tejiendo, no con los hilos de un encuentro humano, sino con la melodía singular de las aguas de las fuentes del Amor, se va tejiendo en el entramado de nuestra frágil naturaleza, de tal manera que ya nunca más pueda desprenderse de ella. «¡Admirable intercambio!», como comentaran los Santos Padres de la Iglesia. Dios que se hace humano, muy humano, para que el hombre se haga divino, profundamente divino. El hilo finísimo y fuerte del amor divino entrecruzado con los frágiles hilos de nuestra humanidad.

¡Como vibraría el espacio interior de santa María! Una experiencia que se escapa a nuestra capacidad de meditación, pero a la que nos podemos acercar escuchando el testimonio de estas madres de hoy que viven la singular experiencia de crear nueva vida en una directa colaboración con el Creador.

Pero también podemos hacer un esfuerzo de aproximación en la contemplación de la escena del evangelio de hoy. Una escena singular esta de la Anunciación como para dedicarle un tiempo largo de meditación; para hacer quizás un esfuerzo de imaginación en la consideración de la escena, y que conserva con los siglos toda su fuerza y su frescura.

«Meditamos el saludo del ángel a María con espíritu atento y religioso, puesto que viene a resumir todo el Evangelio. En él está contenido todo el misterio de nuestra redención, el principio de nuestra salvación. Lo meditamos para renovar constantemente el recuerdo del más grande y divino misterio mediante el cual Dios se hace hombre: Dios ha amado tanto el mundo que le ha dado a su Hijo Unigénito». (San Lorenzo de Brindisi)

Solo el Cristianismo anuncia un Dios hecho carne. Esta es nuestra identidad específica en el conjunto de los grandes caminos religiosos hacia el Absoluto.

María con el Niño en brazos es la imagen conductora de esta exultante noticia. El día que el arcángel Gabriel tiene este coloquio con María, en Nazaret, es el día más grande de la historia humana. Todo lo demás vendrá como consecuencia.

Algunos consideran este texto como la «vocación» a la que Dios llama a María. Hay todo un camino de progreso en la escena evangélica. Esta escena de Nazaret cuenta con tres actores: Dios, Gabriel y María. Dios es quien tiene la iniciativa, Gabriel sería el instrumento, como lo fue Moisés con su pueblo, de una Nueva Alianza; y María que entra progresivamente en el Misterio divino. El angel habla tres veces:

—«Alégrate, llena de gracia, bendita tú entre las mujeres.»

Viene la turbación de María, su desconcierto y la pregunta para sí sobre qué saludo era aquel.

—«No temas, María, has encontrado gracia ante Dios, concebirás y darás a luz un hijo.»

Nueva turbación de María: —«¿cómo será eso si no conozco varón?».

Y de nuevo el ángel: —«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, te cubrirá con su sombra.. el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios».

Y María da su consentimiento: —«Hágase en mí según tu palabra».

Como ella, y como muestra la epístola a los Hebreos, Jesús tiene claro que no viene para ofrecer sacrificios ni víctimas expiatorias, sino que «viene a hacer la voluntad del Padre. Mi alimento es hacer la voluntad del Padre», les dirá a los judíos.

Este fue el alimento de María durante su vida: hacer la voluntad de Dios. Jesús aprendió bien la lección, revestido de nuestra naturaleza, para seguir y vivir con ese mismo espíritu.

Y esta es la cuestión para nosotros, que además es un punto importante de la Regla: «no hacer nuestra voluntad sino la voluntad de Dios». (RB Prólogo 3; 4,60; 33,4)

Pero en este camino de progreso que estamos llamados a vivir, nuestro deseo debería ser llegar a vivir con aquel espíritu que se muestra Guillermo de Saint Thierry: «llegar a no poder hacer ni desear sino lo que desea Dios». Para nuestro camino diario esta escena evangélica, que resume todo el evangelio es una luz que no deberíamos apagar.