6 de septiembre de 2020

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Ez 33,7-9; Sl 94; Rm 13,8-10; Mt 18,15-20

«Amar es toda la Ley». «Dios es amor». Amar es estar arraigados profunda y totalmente en Dios. La única obligación, el único deber, nos recuerda hoy san Pablo en la Carta a los Romanos es el amarnos unos a otros. Nuestra naturaleza está creada, estructurada para vivir esta ley: Por esto afirma san Agustín: «Señor, nos ha hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti».

Y cuando a Jesús le pregunta un Maestro de la Ley sobre cual es el primer mandamiento (Mt 22,37s) responde citando el precepto de amor a Dios. Pero añade una precisión que no se le había pedido: sugiere al jurista que le pregunta que no hay un gran mandamiento sino DOS: amar al prójimo, un mandamiento igual o equivalente al precepto de amar a Dios. Todo está, pues, recogido en esta dimensión del amor. No hay más que un mandamiento: AMAR. Un amor idéntico con dos objetivos distintos: Dios y el prójimo.

San Bernardo, y también el resto de la teología cisterciense, tiene escritas palabras bellísimas sobre el amor. Así cuando nos dice: «El amor basta por sí solo, satisface por si solo. El mérito y el premio del amor está en él mismo. No requiere otro motivo. El fruto del amor está en practicarlo. Amo porque amor, amo por amar. Gran cosa es el amor. De entre todas las emociones, sentimientos y afectos del alma el amor es lo único con que la criatura puede corresponder al Creador. Lo único que quiere es ser amado».

Amar es toda la Ley. Pero, damos la impresión con frecuencia de que somos «ilegales». Que esta Ley no ha llegado a penetrar en nuestro corazón. Ya habéis oído el Evangelio, donde ponía de relieve la dificultad de encontrarse las personas mediante el diálogo; la dificultad de ponerse de acuerdo en el camino de esta vida. Lo cual parece sorprendente cuando la Palabra de Dios nos asegura que todo lo que pidamos desde esta dimensión del amor que nos abre a la unidad, nos lo va a conceder, porque, además, Dios ya está presente en todo grupo o comunidad unida y reconciliada.

El salmo que acabamos de cantar nos está llamando la atención, y nos la clave de la dificultad de encontrarnos, de hacer camino de unidad: «Si hoy escucháis su voz no endurezcáis el corazón».

La sabiduría de este salmo nos la confirma la historia de la humanidad, la vida concreta de cada uno de nosotros: ¡Cuantas pequeñas cosas de nuestra vida diaria nos van encerrando en nuestros deseos personales, en nuestros caprichos… que al final hacemos de todo ello ley! Y de esta manera pasamos a la condición de «ilegales», pues convertimos esa palabra: «Amar es toda la Ley», por otra semejante, pero que nos aleja unos de otros: «Amarme a mí mismo es toda la ley».

El problema, de aquí la seria advertencia del Salmista, puede estar en nuestra dureza de corazón; que caminamos por la superficie de la vida, vamos resbalando por los senderos de esta existencia nuestra, de la que, por otro lado, con tanta frecuencia nos quejamos. Y es que la mera corteza de la vida termina por secarse, y hacerse dura, insoportable.

Contemplad la vida, la creación… ¿de dónde viene tanta belleza que podemos contemplar en tantas y tan diversas manifestaciones de la vida en la naturaleza? de estar estrechamente unida a las raíces. Pues lo mismo sucede con nosotros, con las personas. Perdemos nuestra calidad humana cuando nos separamos de nuestras raíces. Por ello san Bernardo nos vuelve a sugerir estas hermosas palabras: «Abrid el oído de vuestro corazón a esta voz interior y escuchad atentos a Dios que habla en la intimidad, no a mí que os hablo desde fuera. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica, sacude el desierto, quiebra los secretos y hace saltar a las almas embotadas. No hay que esforzarse mucho para advertir esta voz».

La habéis escuchado al ser proclamada en las lecturas de la Eucaristía de hoy. Se trata de dejar que baje hasta las raíces, hasta el corazón, y dejar, o mejor colaborar con esta Palabra de Dios, para que vaya renovando vuestra vida.