31 de octubre de 2010

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Sab 11,23-12,2; Salm 144,1-2.8-11.13-14; 2Tes 1,11-2,2; Lc 19,1-10

Reflexión: La vocación (1)

«Que Dios os consideré dignos de vuestra vocación». «Llamó a los que quiso» (Mc 3,13). «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15,16). Esto es la vocación: una llamada a una determinada misión. Y dice todavía Marcos, con más claridad: «Designó Doce, para que estuvieran con Él, para enviarlos a predicar y expulsar demonios» (Mc 3,14). Los llama para estar con Él, y así aprendieran su pensamiento, aprendieran los caminos de la misión que llevaba a cabo, de manera que ellos pudieran después continuarla. San Pablo nos aclara más esta tarea de Cristo: «Dios, mediante el Mesías estaba reconciliando al mundo consigo, y nos ha dejado un mensaje de reconciliación» (2Cor 5,18).

Esta es, pues la vocación de todo cristiano: estar al servicio de la reconciliación. Esta es la llamada de Dios que nos hace sus colaboradores para que el amor divino llegue a ser conocido y vivido por todos los hombres. Esta debe ser la gran práctica religiosa de los creyentes, si quieren ser eficaces en su vocación. Todo debe estar al servicio de esta unidad y reconciliación de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.

Por ello en la Última Cena mostrará en la Oración sacerdotal (Jn 17) aquella como obsesión de Cristo por la unidad de sus discípulos: «que todos sean uno, como tu Padre estás conmigo y yo contigo, para que el mundo crea que tú me enviaste».

En este sentido todos los cristianos participamos de la misma vocación, de la misma fe, de la misma gracia, aunque con diferentes servicios o ministerios dentro de la comunidad eclesial. Y con este espíritu de respuesta a la llamada de Dios podríamos afirmar que «los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo» (Carta a Diogneto, 5).

Dios llama a cada uno, de manera personal, en el momento oportuno. En el evangelio vemos como Jesucristo llama en diferentes momentos a sus seguidores. El llamado da una respuesta personal desde su libertad, que Jesús siempre respeta. Él llama, sugiere, invita… no impone, no fuerza… Deja a cada uno en libertad. Pero luego el camino está claro. El que es llamado debe seguir las huellas de Cristo.

Hoy sigue llamando. Dios sigue llamando de diferentes maneras. A través de la predicación, o por la voz de la Escritura, por el testimonio de otras personas, o por una inspiración interior… Y cada uno debe dar una respuesta desde su libertad.

Palabra

«Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de aren, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra». Somos poca cosa, pero el corazón de Dios es grande, tanto que nuestra imaginación no alcanza a descubrir tanto amor. La pequeñez de la creación, pero a la vez su belleza, es un camino para ir descubriendo el corazón de Dios.

«Amas a todos los seres y no odias nada». Su amor es creador, su amor mantiene toda la creación en la existencia.

«Perdonas a todos, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida». El perdón de Dios, otra lección magistral para aprender. El perdón es la gran manifestación del amor. Y el amor es el cauce de nueva vida…

«Baja, Zaqueo, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa». Un diálogo hermoso de vida, de conversión, el que contemplamos entre Jesús y Zaqueo. Hemos de bajar, de descender, para entablar un diálogo con el Señor. El primero en descender ha sido Él mismo.

Sabiduría sobre la Palabra

«Hay tres géneros de llamamiento. Uno cuando nos llama Dios directamente; otro, cuando nos llama por medio de los hombres; y el tercero, cuando lo hace por medio de la necesidad». (Casiano, Colaciones 3)

«Muchos son los caminos que conducen a Dios. Por eso, cada cual debe seguir con decisión irrevocable el modo de vida que primero abrazó, manteniéndose fiel en su dirección primera. Cualquiera que sea la vocación escogida, podrá llegar a ser perfecto en ella». (Casiano, Colaciones, 14)

«Ahora bien, la buena nueva del cristianismo es la restauración del hombre a su primera dignidad. Si, pues, el hombre era originariamente la antigua semejanza de Dios, quizás no hayamos hecho una definición fuera de propósito cuando decimos que el cristianismo es la imitación de la naturaleza divina. En consecuencia, la exigencia contenida en este nombre es grande». (Gregorio de Niza, Sobre la vocación cristiana, 20)

17 de octubre de 2010

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Ex 17,8-13; Salm 120,1-8; 2Tim 3,14-4,2; Lc 18,1-8

Reflexión: La plegaria (1)

La plegaria es un diálogo con Dios. Santa Teresa dice que es «un diálogo con Aquel que sabes que te ama». Un punto fundamental de la plegaria bíblica es el "conocimiento sobrenatural de Dios por el hombre fiel", y "la vida de unión" que en principio es el fruto. No se trata solamente de contemplar un Dios que se revela sino de "entrar en diálogo" con Él, en una respuesta que tiene la palabra humana como soporte. El Dios que crea. La fe en un Dios único que en la antigüedad distingue la religión de Israel de la de sus vecinos supone un cambio esencial en el hecho de la plegaria.

Por otra parte la plegaria se dirige preferentemente a las divinidades que personifican los Poderes cósmicos y cuya actividad influye, de hecho, en las condiciones a través de las cuales se desarrolla la vida humana. Por ejemplo, el dios Baal cananeo, dios de la tormenta, que da la lluvia y asegura la fertilidad de la tierra y la fecundidad de los hombres y de sus rebaños (cf 1Re 18,25-29).

En Israel, Dios sólo es Dios. Con poderes cósmicos no son sino criaturas puestas por Él a disposición de los hombres. La plegaria se dirige sólo a Él. El hecho de ser el Creador le confiere una grandeza, que podría ser sentida como algo agobiante. Pero al crear al hombre "a su imagen y semejanza" (Gen 1,26-28) le ha dado también una capacidad de diálogo con su Creador.

La escena simbólica del Paraíso primitivo que presenta ya la humanidad en relación social más fundamental constituida por la pareja sexuada (Gen 2,18-24) evoca el drama del diálogo de la humanidad con Dios: diálogo anudado y después roto por el pecado (Gen 3).

Será necesaria toda la historia para que se renueve este diálogo y que la humanidad encuentre así el camino de salvación, gracias a la iniciativa de Dios, que se inserta en el corazón de la historia, eligiendo un pueblo.

Palabra

«Mientras tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec». Nos muestra la importancia de mantenerse con perseverancia delante del Señor, y con la confianza de ser escuchados.

«Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado». Hemos recibido una fe de nuestros antepasados. Una fe que hemos recibido por el testimonio, pero también que hemos aprendido. Unas verdades que no solo deben quedarse en la mente sino trasladarlas a la vida, para ser también nosotros nuevos testigos de la fe.

«La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo conduce a la salvación». Conocer la Escritura es conocer a Cristo. Cristo es el camino, luego el conocimiento de la Escritura nos pone en el camino correcto; la Escritura nos proporciona el instrumento que necesitamos para vivir nuestra fe.

«Orar siempre, sin desanimarse». El evangelio nos pone un ejemplo de oración de petición, que hay que hacer sin desanimarse… Pero también están otras forma de oración, como puede ser la de alabanza, o acción de gracias, que nos ayudan a despertar nuestro espacio interior que nos dará esa fuerza necesaria para permanecer firmes y confiados en todo momento en el Señor.

«Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». Esa fe que lleva a permanecer en la oración. A juzgar por el interrogante podría ser que no. Es lo que creen muchos hablando de la Iglesia: que se acaba, que cada vez hay menos gente en la Iglesia, que cada vez hay menos creyentes… Pero la Iglesia es provisional, está al servicio del Reino. Y lo importante es que Dios permanece siempre, y que todo está en sus manos.

Sabiduría sobre la Palabra

«Comencé a tornar en mí, aunque no dejaba de hacer ofensas al Señor; mas como no había perdido el camino, aunque poco a poco, cayendo y levantando, iba por él; y el que no deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración. ¡Dios nos libre, por quien Él es!». (Santa Teresa, Libro de la vida 19,12)

«¿Queréis que Dios os oiga? Pues pedirle el único bien. Sea Dios sólo el fin de vuestros deseos, pues Él es el único que les puede dar satisfacción». (San Agustín, Comentario al salmo 26)

«Jesucristo y después san Pablo nos enseñaron a hacer oraciones cortas y frecuentes, y a reiterarlas de cuando en cuando: porque si las hacemos muy largas, como regularmente no las acompaña mucha atención, demos motivos al demonio para que nos entre y aparte nuestro espíritu de la aplicación con que debemos estar cuando pedimos a Dios. Si de nuestro tiempo interrumpimos nuestras oraciones y las reiteramos a menudo, adquiriremos mucha vigilancia, y las diremos con exacta atención». (San Juan Crisóstomo, Sermón 1)

«Admirad la gran bondad de Dios: pues recibe nuestro deseo como si fuera una cosa preciosísima. Se abrasa en deseos de que nosotros nos abrasemos en su amor. Recibe como beneficio el que nosotros le pidamos sus favores: más gusto tiene Dios en dar que nosotros en recibir lo que Él nos da: no tengamos otro cuidado que el de no ser indiferentes ni cortos en nuestras pretensiones con el Señor: jamás le pidamos cosas pequeñas o indignas de la divina magnificencia». (San Gregorio Nazianceno, Orat. 40)

15 de octubre de 2010

LECTIO DIVINA

UNA LECTURA DE MATEO: «LOS CONSTRUCTORES Y LAS VÍRGENES»
Mt 7,21-29 y 25,1-13

Preámbulo

Hoy se habla mucho de la "lectio divina», y, curiosamente, no únicamente en los ámbitos estrictamente monásticos, que han sido la escuela, sin duda, de esta práctica espiritual. Es bueno que el interés por la lectura de la Escritura haya superado los muros de los monasterios, y que esta actividad sea hoy centro de interés para muchos cristianos que quieren orar con la Palabra de Dios.

Sin embargo, no todo lo que se dice sobre esta práctica espiritual parece bastante ajustado a su naturaleza real. Se deben precisar algunos puntos. A menudo da la impresión de que, con la expresión "lectio divina» se quiere designar una lectura emocional, psicológica, de la Biblia, superficial —por no decir frívola—, para suscitar sentimientos bonitos, y hacer una especie palanca psicológica para entrar en contacto con la divinidad, una divinidad, en este caso, fácilmente identificable con el propio mundo interior. Cuando san Agustín invitaba a entrar en la propia interioridad para encontrar a Dios, no lo hacía para quedarse encerrado en el propio mundo interior, sino para superarlo en una ascensión espiritual hacia Aquel que se encuentra a la vez dentro de nosotros y por encima de nosotros (cf. San Agustín, Confesiones, III, 6: «Tu autem eras interior intimo meo et superior summo meo»).

En realidad, la práctica espiritual de la "lectio divina», si bien encontrará su escuela ideal en los monasterios, tiene su lugar y su tiempo de nacimiento, su cuna, en el ámbito del judaísmo naciente, tras el exilio, a partir del siglo V aC, en el nuevo Israel que se forja en torno a la meditación y el estudio de la Torá y la celebración esplendorosa del culto sacrificial, en dos espacios estrechamente relacionados, si bien, con el tiempo, se distanciarán: la sinagoga y el segundo templo reconstruido en Jerusalén (cf. Esd, Neh, 1Cr y 2 Cr).

El salmo 1, un salmo programático, expresa muy bien esta inquietud espiritual. Afirma que la felicidad del hombre, esto es, su plenitud, se encuentra en la meditación de la Torá, en el contacto asiduo y vital con la Torá. La Torá designa la enseñanza, la instrucción de Dios a su pueblo, y contiene por tanto el depósito de su voluntad, de su designio, de su proyecto de amor sobre el hombre y sobre el mundo. El verbo meditar, estudiar, traducción del término hebreo «haggá», nos servirá de punto de partida. «Haggá» sugiere la rumiación, la murmuración del texto, que es dicho y repetido en voz alta. La traducción griega de la Biblia llamada de los LXX, traducirá este término por el verbo «meletao», que aporta una nueva connotación: la lectura, la meditación del libro se entiende ahora como un trabajo, como una confrontación activa con el texto, como un ejercicio. Finalmente, la Vulgata, traducirá el verbo con el término latino «meditari», que sin renunciar al significado de «meletao», aporta nuevas connotaciones semánticas pertenecientes al ámbito intelectual de la reflexión: a nosotros, ciertamente, la palabra meditar nos sugiere un movimiento de introspección e interiorización. Según este pequeño itinerario etimológico, pues, la lectura divina es, de entrada, la rumiación, la familiarización con el texto —hay que leerlo una y otra vez, empleando en ello la mente y el corazón—, pero también su estudio serio: una confrontación de nuestra inteligencia, mediante la razón, con las palabras, para discernir su Palabra (cf. Benedicto XVI, Discurso en el Colegio de los Bernardinos, en París, el 12 de septiembre de 2008).

La "lectio divina», por lo tanto, no es una práctica piadosa, intimista, es una confrontación, una pelea, una lucha con el texto: un ejercicio de la inteligencia. Los padres cistercienses ponían a menudo el ejemplo de la almendra: para llegar a la dulzura del fruto, hay que agujerear primero la dureza de la cáscara.

Es lo que intentaremos hacer con un ejemplo concreto, con una lectura concreta, siguiendo el evangelio de Mateo, poniendo en juego nuestra inteligencia que, necesariamente, en tanto que es el reflejo de Dios, luz increada, ha de iluminar y guiar las mociones de nuestro corazón. Porque la Palabra, para que pueda encarnarse en nuestra vida, debe ser guardada en el corazón, como hacía María, en su "lectio divina» de la realidad y de los acontecimientos que la rodeaban (cf. Lc 2,51), pero siempre en un corazón iluminado por la razón, por la luz del discernimiento.

Los constructores y las vírgenes, lectura y comentario del texto

Mateo 7,21-29
21 No todos los que me dicen «Señor, Señor» entrarán en el reino de los cielos, sino solo los que hacen la voluntad de mi Padre celestial. 22 Aquel día muchos me dirán: «Señor, Señor, nosotros hablamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros». 23 Pero yo les contestaré: «Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, malhechores!». 24 Todo el que oye mis palabras y hace caso a lo que digo es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. 25 Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos contra la casa; pero no cayó, porque tenía sus cimientos sobre la roca. 26 Pero todo el que oye mis palabras y no hace caso a lo que digo, es como un tonto que construyó su casa sobre la arena. 27 Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos, y la casa se derrumbó. ¡Fue un completo desastre! 28 Cuando Jesús acabó de hablar, la gente estaba admirada de cómo les enseñaba, 29 porque lo hacía con plena autoridad y no como sus maestros de la ley.

Mateo 25,1-13
1 El reino de los cielos podrá entonces compararse a diez muchachas que, en una boda, tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. 2 Cinco de ellas eran descuidadas y cinco previsoras. 3 Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no tomaron aceite de repuesto; 4 en cambio, las previsoras llevaron frascos de aceite además de las lámparas. 5 Como el novio tardaba en llegar, les entró sueño a todas y se durmieron. 6 Cerca de medianoche se oyó gritar: «¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirle!» 7 Entonces todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas, 8 y las descuidadas dijeron a las previsoras: «Dadnos un poco de vuestro aceite, porque nuestras lámparas van a apagarse». 9 Pero las muchachas previsoras contestaron: «No, porque entonces no alcanzará para nosotras ni para vosotras. Más vale que vayáis a donde lo venden y compréis para vosotras mismas». 10 Pero mientras las cinco muchachas iban a comprar el aceite, llegó el novio; y las que habían sido previsoras entraron con él a la fiesta de la boda, y se cerró la puerta. 11 Llegaron después las otras muchachas, diciendo: «¡Señor, señor, ábrenos!» 12 Pero él les contestó: «Os aseguro que no sé quiénes sois». 13 «Permaneced despiertos —añadió Jesús—, porque no sabéis el día ni la hora.

Comentaré dos textos, haremos la "lectio divina», de forma interactiva, releyendo los mismos uno a la luz del otro. Con esto intentamos proponer, sencillamente, un modo —entre muchos posibles— de leer el texto, de leer la Biblia. He elegido la conclusión al sermón de la montaña (Mt 7,24-29), que podríamos llamar la «parábola de los constructores», y el texto mucho más conocido de la parábola de las diez vírgenes (25,1-13), que forma parte del gran y solemne discurso escatológico final del evangelio de Mateo.

Jesús, en el primero de los textos, compara los que escuchan su palabra y la ponen en práctica a un constructor sabio que edificó sobre la roca; los que no la escuchan, en cambio, los compara a un constructor necio que edificó sobre la arena. Las palabras clave para nuestra lectura del texto son: prudente («phronimós», en griego; «sapiens», en latín) y tonto, o necio («morós», «fatuus»). Son los mismos adjetivos que, al final del evangelio, califican aquellas diez vírgenes, símbolo de la comunidad cristiana, de la iglesia, que camina al encuentro del Señor, el Esposo que viene a celebrar las bodas definitivas con la humanidad. Nos interesa comentar conjuntamente estos dos textos, porque expresamente el autor nos presenta, en ambos, estas dos actitudes confrontadas: la prudencia o la cordura y la imprudencia o la necedad. Aparte de estos dos textos fundamentales, tendremos que comentar algunos otros, más bien pocos, del mismo evangelista, en que aparecen también estos términos.

No es fácil encontrar los términos equivalentes en nuestro idioma. La prudencia se refiere a una sabiduría de carácter práctico, una sabiduría intuitiva, como un instinto, que sabe lo que conviene en cada momento, y sabe cómo reaccionar ante cada situación. Una sabiduría adquirida con el tiempo y con el aprendizaje de la vida. No se trata tanto, pues, de una sabiduría intelectiva o especulativa. En la Biblia, los libros sapienciales, hasta la irrupción del helenismo, más intelectual, se mueven siempre en este ámbito de la sabiduría práctica. El adjetivo prudente, y su antónimo, tonto, o necio, son bastante adecuados. El necio es el que hace las cosas sin pensar, obedeciendo al primer impulso. En realidad, sobre todo en griego y en latín, «phronimós» / «sapiens» y «morós» / «fatuus» o «insipiens» se mueven en el campo semántico del gusto, del sabor: una comida puede ser sazonada, o, por el contrario, insípida. Si es sazonada, nos la comemos con complacencia, con placer. Si es insípida, en cambio, nos resulta muy desagradable, hasta vomitarla. Mateo (5,13) utilizará la misma expresión, con el verbo «moraino», para referirse a la sal que ha perdido el gusto, que se vuelve insípida, por tanto, inútil.

En el primero de los cinco grandes discursos de Jesús en que Mateo estructura su evangelio —Jesús es el nuevo Moisés—, el Maestro de Nazaret propone una relectura de los temas fundamentales de la Torá de Israel. Es lo que llamamos sermón de la montaña (Mt 5-7), que comienza con las bienaventuranzas. Toda la Biblia es una relectura de la Torá, una actualización de la Torá, esto es, los cinco primeros libros fundamentales de la Escritura: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Se trata de una idea clave que no podemos olvidar si queremos comprender correctamente el texto, si queremos hacer una "lectio divina» sabia, sensata. La primera gran relectura de la Torá, son los libros de los profetas —la segunda sección de la Biblia hebrea—, que actualizan la voluntad y el proyecto de Dios para la historia del pueblo. Estos libros son: Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías. La segunda gran relectura de la Torá la encontramos en los llamados «otros escritos» o, simplemente, «escritos» —tercera sección de la Biblia—: el Salterio, Job, Proverbios, los Cinco Rollos (Rut, Cantar, Eclesiastés, Lamentaciones y Ester), Daniel, Esdras, Nehemías y 1º y 2º libro de las Crónicas. Todos estos escritos releen la Torá no tanto en el marco de la historia universal como hacían los profetas, sino en el de la vida concreta de Israel. Es especialmente en estos libros en los que la Torá, el proyecto de Dios, se relee en clave de sabiduría práctica, de prudencia y de cordura, para la vida cotidiana. La Torá, en efecto, es para la vida cotidiana, para transformarla, para abrirla más y más al proyecto de Dios. Por eso, si entendiéramos el Nuevo Testamento, no como una ruptura, sino como un paso más en esta relectura de la Torá, estaríamos, creo, en el buen camino para hacer una "lectio divina» correcta.

El Jesús de Mateo, en efecto, relee la Torá, la recupera, lo actualiza. En toda relectura hay algo que muere y algo que nace, pero siempre dentro de la misma corriente de una tradición viva y vital. Jesús relee la Torá sobre todo en la perspectiva de la felicidad del Reino, en clave, podríamos decir escatológica, pero no en el sentido cronológico —como si nos preparara para el fin de los tiempos— sino en el sentido fundante, protológico. El Reino de la felicidad que proclaman las bienaventuranzas de Jesús no es el programa de un futuro incierto, sino el fundamento y la condición de nuestro ser hombres: por eso están puestas en primer lugar. Es en este sentido que Jesús relee la Torá, como clave de felicidad, de plenitud, de sentido para el hombre y la mujer que le escuchan, como fuente de auténtica libertad y realización humana. Y por eso, porque el Reino, la felicidad, son ya como la sustancia de nuestro ser hombres, la Torá cobra su máxima exigencia y se concreta en la ética del compromiso por la justicia, del amor y del respeto.

Ante la propuesta de la relectura de la Torá que hace Jesús, hay dos actitudes posibles. Y Jesús las caracteriza con una parábola, porque el lenguaje metafórico tiene una capacidad mistagógica, iniciática, muy fuerte, que no posee el lenguaje normal, ni siquiera el especulativo. La parábola habla de un constructor, y de construir una casa. Con la Torá actualizada por Jesús construimos una casa, un espacio donde sea posible preparar la venida del Reino. Vivir según el Evangelio de Jesús, es, pues, una tarea laboriosa. Se trata de construir una casa digna del hombre y, en la misma medida, inseparablemente, digna de Dios. Edificamos una casa, la iglesia, la comunidad, el pueblo que, como tal, camina al encuentro del Reino. Y la felicidad —el éxito— del proyecto, depende, en buena parte, de la prudencia, del juicio, o del arrebato, del constructor. Creo que la imagen es bastante gráfica. Hay que dejarla resonar, meditarla, en nuestra lectura personal del texto. Leerla y releerla, hasta que cobre vida, como el viejo cuento de «Los tres cerditos»: el más sensato construyó una casa de piedra, el tonto, en cambio, de paja, y el lobo, con un soplo, la derribó. Es la misma historia, pero contada a los niños. Las parábolas van en esta línea, siguen la misma pedagogía de los cuentos.

No se trata, pues, de palabras, sino de hechos, de obras concretas: de cavar unos cimientos, de cortar y pulir sillares y alinearlos según un proyecto: la Torá, o el Evangelio, que son para la vida concreta, de cada día: «No todos los que me dicen "Señor, Señor" entrarán en el reino de los cielos, sino solo los que hacen la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). Se trata de hacer, no de hablar.

Al final de su evangelio, justo a las puertas del relato de la pasión, en el momento decisivo, Mateo retoma la parábola del constructor, pero con unos nuevos personajes y con una situación diferente. Ahora se trata de diez muchachas, diez vírgenes, que salen a recibir al esposo para entrar con él a la fiesta de bodas. Cinco de ellas son sensatas, prudentes, y se proveen de aceite para las lámparas, para poder hacer frente a cualquier imprevisto. Las otras cinco no tienen ni pizca de cordura, son imprudentes e imprevisoras, y viven al día, superficialmente, frívolamente, y no llevan consigo, claro, provisión de aceite. Este nuevo relato acentúa aún con más fuerza el carácter práctico de la sabiduría de la Torá, o del Evangelio, para la vida, e introduce, además, una nueva dimensión, muy querida por la Biblia, por los salmos de la Torá especialmente: la luz. La Torá es luz para el camino, para el camino de aquí y ahora. Estamos en el tiempo definitivo. Ahora ya hemos llegado al final, nos lo jugamos todo, ya no hay tregua posible. Las botellas llenas de aceite, o vacías, son el testimonio vivo de lo que hemos hecho, o no hemos hecho, en nuestra vida, con la Torá del Señor, con el Evangelio de Jesús. Como la casa que permanece de pie, o la que se desmorona al primer embate del viento y de la tormenta.

Todavía hay otro elemento que relaciona los dos textos. Se trata de entrar o no entrar en el Reino. Y la parábola de las vírgenes sitúa las cinco necias ante una puerta cerrada. Y desde dentro se les dice lo mismo que escuchábamos en la conclusión del sermón de la montaña: «No os conozco», «os aseguro que no os conozco». Podríamos concluir de esto que, en definitiva, el quid de la verdadera sabiduría evangélica es ser conocido por Dios. Que al final del camino, Dios reconozca en nuestros rostros su parecido, y en nuestros corazones su imagen, que deberemos ir restaurando y modelado con trabajo paciente, meditando y actuando su Torá, el Evangelio de las bienaventuranzas.

Los otros pasajes del evangelio de Mateo, pocos y circunstanciales, en que nuevamente son importantes estas dos palabras, nos permitirán matizar y completar la lectura del texto:

Mt 10,6: «Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos: sed astutos como las serpientes y sencillos como palomas».

Mt 24,45: «¿Quién es el siervo fiel y prudente a quien su amo ha confiado los de su casa para que les dé el alimento al tiempo oportuno?»

Mt 5,13: «Vosotros sois la sal de la tierra. Si la sal pierde su sabor, con qué la salarán? Ya no sirve para nada, sino para tirarla fuera y que la gente la pise».

Mt 23,17: «Estúpidos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro que hay en el santuario o el santuario que hace sagrado el oro?».

Los dos primeros pasajes, referentes al término «phronimós», reafirman el carácter práctico de la sabiduría cristiana. Un instinto, como un olfato espiritual y humano, que permite encontrar la respuesta adecuada a cada circunstancia. La astucia, que traduce el mismo adjetivo, indica seguramente este valor pragmático de la sabiduría evangélica. Es para caminar por la vida, para caminar por ella correctamente, con garantías de éxito.

Los otros pasajes hacen pensar en la estupidez, en la falta de cordura como en una pérdida de sabor, es decir, la pérdida de una cualidad esencial para reconocer un alimento determinado. Y relacionan la estupidez con la ceguera. De hecho, el necio no ve, se queda a oscuras, no tiene la luz de la Torá. Como las cinco vírgenes tontas, a oscuras, tras una puerta cerrada.

Esta última imagen es muy gráfica, y es la misma del salmo 1 que he mencionado al principio. El salmo 1 dice, en efecto, que el que no medita la Torá y va por otros caminos, se encuentra con caminos que no son caminos, porque, sencillamente no acaban, se pierden, no llevan a ninguna parte: «El Señor conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos se pierde»(Sal 1,6). Y en la parábola de las vírgenes encontramos exactamente la misma imagen: la tiniebla y una puerta cerrada. Un camino que se pierde, un camino que no es camino. Una situación de verdadera angustia, de caos, de sin sentido, de frustración total.

Conclusiones de la lectura

La lectura conjunta que hemos hecho los dos textos de Mateo nos invita a meditar la Palabra de Dios, la Torá, el Evangelio, como un camino para la búsqueda del sentido y de la plenitud de nuestra vida. A meditar ya poner en práctica, a tenerlos, la Torá y el Evangelio, como punto de referencia, como luz de nuestro camino. Esta es la actitud sabia, la actitud prudente, sensata, previsora.

Antes habíamos hecho un ejercicio de lectura literal del texto, de buena lectura. Es el punto de partida necesario para una "lectio divina» fructífera. Ahora pasamos a un segundo nivel de lectura, moral o tropológica, es decir, de sabiduría práctica para la vida. Del análisis del texto concluimos que debemos profundizar en la vida, que debemos tomarnos en serio el proyecto de Dios —la Torá, el Evangelio— porque nos jugamos el sentido y la felicidad de nuestra existencia. Y tomarlo en serio significa, en primer lugar, entenderlo, y en segundo lugar, ponerlo en práctica, ajustando a este proyecto la propia vida.

¿Damos un paso más? ¿Intentamos la lectura espiritual o anagógica, la más profunda, la que nos desvela la verdad, el sentido más escondido del texto? Lutero, que fue un gran cristiano y un gran lector de la Biblia, decía que el corazón de la Escritura es Cristo. La lectura profunda de la Biblia nos lleva hacia el descubrimiento de este corazón, Cristo, que late en todas, todas las palabras del Texto sagrado.

Cristo, que la parábola de las vírgenes nos presenta bajo la imagen del Esposo, es la clave de todo. Es el sentido de nuestra vida. Es la puerta abierta de la felicidad. Es el aceite que alimenta la llama de nuestro corazón. Es la luz misma, porque él ya latía en el corazón de la Torá, en el corazón del proyecto divino, cuando Moisés recibía las tablas escritas en la cima del Sinaí. Por ello, ante Cristo, el Esposo, que relee e interpreta para nosotros la Torá, el proyecto y el corazón de Dios, la actitud más sensata por nuestra parte es la de la acogida en la fe de su venida, esperando en el corazón de la noche con la lámpara encendida de la esperanza.

En su Palabra, Cristo se nos da él mismo, así como Dios se daba él mismo en su Torá. Pero ahora de una manera nueva, porque Cristo es la misma Palabra divina dicha en palabras humanas, él es la Palabra encarnada. La nueva Torá interpretada por Jesús nos dice que toda realidad, la nuestra, la del mundo, ha sido asumida por Dios y es puerta de la felicidad.

Encontrar pues a Cristo como fundamento, como sentido, como plenitud de toda la realidad, es fuente de una gran alegría y de una gran esperanza. Él es el Esposo, porque con su amor, con su deseo, con su ternura, abarca toda la humanidad. Encontrar a Cristo Esposo como clave de interpretación de la Torá, de la Escritura, es haber encontrado el tesoro escondido del Evangelio del Reino (cf. Mt 13,44).

10 de octubre de 2010

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
2Re 5,14-17; Salm 97,1-4; 2Tim 2,8-13; Lc 17,11-19

Reflexión: La fe (1)

«Levántate, vete; tu fe te ha salvado». Así acaba el evangelio de este domingo. Una afirmación tajante de Jesús como respuesta a la actitud agradecida de uno de los 10 leprosos curados mediante su palabra.

Hay una situación de grave indigencia en un grupo de enfermos de lepra, que les lleva a suplicar a Jesús, de quien, es de suponer, habrían oído hablar. Las situaciones difíciles en la vida de las personas llevan a abrirse buscando una respuesta positiva a su situación. Esto también se da en la vida de las personas. Hemos escuchado en ocasiones como después de una guerra, de una calamidad pública, una enfermedad grave… las personas se vuelven con más facilidad hacia una dimensión trascendente. Es la vida que golpea con fuerza la vida de la persona humana, hasta conmocionarla en lo más profundo de su ser. En estos casos surgen interrogantes profundos. Pero la vida no es un acto puntual que vivimos hoy y mañana seguimos con otra cosa. Es más bien todo un tejido de acciones, de experiencias de todo tipo, y por lo tanto es necesario seguir dejándose interrogar por la vida buscando niveles de más profundidad.

Creo que es lo que hace el leproso extranjero que vuelve a dar gracias. Éste prolonga el diálogo con Jesús. Y la segunda palabra de Jesús es una sanación a nivel más profundo.

Y es en la continuación de este diálogo como vamos hallando una respuesta a los interrogantes que nos va planteando la vida.

Con frecuencia la fe se la ha visto unida a la celebración de unos determinados actos religiosos, donde se reza a un Dios que no sabemos si escucha o esta ausente, en otros casos llevará a plantear si existe o no… Y así por este camino de buscar un Dios lejano que espero que me responda desde la altura de un piso 40 o 50 de un edificio, dedicado a negocios bursátiles, o algo así…; por este camino nuestro oído no llega a recoger la voz de Dios. No podemos mirar a Dios de esta manera. Este es un camino impracticable.

Dios nos ha creado, para luego entablar una relación de amistad con el hombre, y hacerle partícipe de su riqueza de vida, de amor, de bondad, de justicia… Y la fe es el camino adecuado para vivir esa relación de amistad entre Dios y el hombre. En el AT esto no era tan fácil, aunque ya se dan ejemplos muy hermosos y ejemplares. Pero será sobre todo en el NT cuando Dios toma nuestra figura humana, nuestro lenguaje, nuestro corazón… todo lo humano: Cristo. Y desde aquí empieza a soplar su Espíritu de amor. La fe será entonces una relación personal con este Cristo, pero no tan solo para el tiempo de una eucaristía, o de un sacramento, o de una súplica en una enfermedad o situación grave de nuestra vida… Esto puede suceder, puede iniciarse así o de modo parecido, pero hemos de aprovechar la ocasión para estrechar lazos con este Dios cercano, que es por otra parte lo que desea Dios. Buscar una relación personal, donde debemos dar oportunidad a que la palabra de Dios nos penetre, nos sondee, y donde debemos responder según nuestras fuerzas, nuestras luces a la interpelación de esa Palabra.

Y esto, planteado así, con toda seguridad que tiene una repercusión fuerte en la vida de quien vive esa relación personal. La fe es vida. Una vida un poco más profunda.

Palabra

«Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel». Un pagano ajeno al pueblo de Israel da gloria a Dios gracias al testimonio del profeta Eliseo. El profeta es un simple instrumento de Dios. En la vida de fe se trata ni más ni menos que esto: ser instrumentos de Dios, pues al vivir nosotros una relación personal con Dios, el corazón que es el de Dios domina al corazón pequeño, que es el nuestro, y así nosotros venimos a ser instrumentos de un amor más grande, de una vida más profunda.

«Haz memoria de Jesucristo, el Señor, resucitado de entre los muertos». Este es el Evangelio, esto es el núcleo de nuestra fe, la nueva vida que estamos llamados a vivir gracias al Espíritu del Cristo Resucitado que ha sido derramado sobre toda carne.

«Si lo negamos Él también nos negará. Si somos infieles, Él permanece fiel porque no puede negarse a sí mismo». Nosotros podemos fallar por nuestras debilidades, podemos ser infieles a nuestra vocación cristiana, pero esto no echa por tierra el compromiso de Dios con la humanidad. El no puede negarse a sí mismo. Pero sí que es importante la utilización de nuestra libertad. Desde esta libertad podemos decir no a Dios. En este caso nuestra negación supone también la negación de Dios a nosotros. Negarse el hombre a Dios es negarse a sí mismo, y al negarse a sí mismo Dios queda neutralizado. Hasta aquí llega el generoso amor divino.

Sabiduría sobre la Palabra

«En el tiempo del advenimiento de nuestro Salvador, el templo de Dios apareció incomparable, más glorioso, más preclaro y excelente que el antiguo. La diferencia es la que se da entre la verdad y la sombra, entre el culto en Cristo, según el Espíritu del Evangelio, y el culto legal de la religión. Y pienso que a lo dicho puede añadirse todavía algo más. El templo era uno sólo, se hallaba únicamente en Jerusalén, y sólo el pueblo de Israel ofrecía en él sus sacrificios. Pero una vez que el Unigénito se hizo nuestro semejante, y siendo como era nuestro "Dios y Señor, nos iluminó", como dice la Escritura, el orbe de la tierra se llenó de templos y de innumerables adoradores que veneran al Dios del universo con sacrificios y aromas espirituales». (San Cirilo de Alejandría, Comentario a Ageo)

«El acto de fe es un acto en que el intelecto se contenta con conocer a Dios amándolo y aceptando sus afirmaciones sobre sí mismo en Sus propios términos… En último término la fe es la única llave del universo. El significado final de la existencia humana y las respuestas a preguntas de que depende toda nuestra felicidad no pueden hallarse de otro modo». (Tomás Merton, Semillas de contemplación)

3 de octubre de 2010

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)

Jubileo de profesión monástica (50 años) del P. Alejandro Masoliver

Homilia predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hab 1,2-3; 2,2-4; Salm 94, 1-2.6-9; 2Tim 1,6-8.13-14; Lc 17,5-10

En la introducción de un libro sobre san Bernardo, escrito por un monje de esta comunidad se lee: «El título que he escogido no es sino una glosa mínima de lo que de él ha dicho su mejor estudioso: "San Bernardo es uno de los más hermosos éxitos de Dios", es decir, un éxito de la gracia divina, que halló una admirable colaboración, por puntual y exquisita, en su libertad soberana de hombre, de monje, y de santo».

Cuando estamos celebrando los 50 años de la consagración monástica del P. Alejandro, yo creo que también podríamos elegir un título semejante como slogan de esta celebración: «el P. Alejandro un hermoso milagro de Dios». Porque llegar a estas alturas con el mismo entusiasmo monástico, solamente rebajado por el peso de los años, es un verdadero milagro, o un éxito de la gracia divina.

Celebrar 50 años, yo creo que es un día hermoso para mirar el camino recorrido y dejar que nazca dentro una profunda acción de gracias. Es para dejar que se derrita el corazón agradecido en la presencia del Señor que ha sido bueno con el P. Alejandro.

Pero los 50 años no son un punto de llegada, es un momento especial del camino, para despertar un poco más nuestra conciencia de la presencia de Dios, y descubrir que todavía nos atrae la seducción de Dios, que seguimos soñando bajo la luz de la belleza del cosmos con enamorarnos de este Dios bueno y amigo de los hombres.

Es muy oportuna la Palabra de Dios que hemos escuchado de la epístola de san Pablo a Timoteo: «Aviva el fuego de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos. Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio».

Hay que avivar cada día este fuego de Dios, porque quien se consagra a Dios pierde los derechos de jubilación. Quien se consagra a Dios adquiere de por vida el ticket de servicio permanente. El fuego de Dios si un día prendió en el corazón ya no se apaga jamás, si tomamos parte en los trabajos del evangelio. El fuego de Dios si un día prendió en el espacio interior ya no se pierde, sino que estamos llamados a avivarlo con un servicio generoso. Pasarán los años, perdemos energías físicas, pero como dice Pablo, mientras se desmorona nuestro cuerpo físico va emergiendo el cuerpo espiritual, va emergiendo una nueva energía que se manifiesta a través del servicio amoroso y del buen juicio.

Hay que avivar cada día el fuego de Dios. Hemos de tener siempre dispuesta la invocación del evangelio: «Auméntanos la fe». Basta con una fe menuda, como un grano de mostaza… dice el Señor.

¿Será posible que nuestra fe no alcance el volumen de este grano? Pues parece que es posible. Luego, esto debe estimularnos más a esa invocación para pedir la fe, a esa obra de reavivar cada día el fuego, la seducción de Dios.

Por otra parte la vida monástica es vivir precisamente esa seducción de Dios. «La vida monástica —dice el P. Alejandro en su introducción a la "Historia del Monaquismo cristiano"— es asumir el programa que Cristo propone al joven rico: dejarlo todo por él, por causa de su nombre y seguirlo. El monaquismo es amar sin reservas, es abrir las manos vacías de toda ilusión y todo deseo, para tener solamente la ilusión y el deseo de que sea El quien nos las llene».

Verdaderamente esto es vivir esa palabra de la Regla tan conocida por parte de los monjes, y nunca vivida en plenitud de «no anteponer nada al Cristo».

Hemos de aprovechar toda ocasión, todo gesto, toda palabra… que nos pueda ayudar a avivar este deseo de Dios. El hecho de los 50 años de monje del P. Alejandro es un motivo que nos puede y debe ayudar a este estímulo. Otro, yo diría, aprender a decir desde el corazón la palabra del salmista: «Mi alma se ha enamorado de ti, me sostiene tu mano, Señor» (Sl 62). O como aquella palabra del Cantar: «tu mano izquierda sostiene mi cabeza y tu derecha me abraza» (Ct 2, 6).

¿Seremos capaces de decir estas palabras si nuestra fe no llega a ser como un grano de mostaza? Si llegamos a decir a Dios estas palabras, son palabras que nos ha dado el mismo Dios. Este es nuestro tesoro, que debemos guardar y acrecentar.

Entonces nuestra fe será mínima, quizás, pero tenemos en el corazón un poco de agua viva. ¡Vive del agua viva que te nace del corazón!

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Hab 1,2-3; 2,2-4; Salm 94,1-2.6-9; 2Tim 1,6-8.13-14; Lc 17,5-10

Reflexión: La justicia (3)

En los evangelios y escritos no paulinos es escasa la referencia al tema de la justicia de Dios. Se habla más bien del Reino, de la paternidad divina… El término justicia es utilizado, sobre todo en Mateo, para designar la justicia del hombre y su acción ante Dios, su fidelidad a los mandamientos de Dios (Mt 5,20; 6,1-33), donde se enumeran tres deberes de la justicia: limosna, oración y ayuno, que vienen a ser sinónimos de perfección cristiana. Si la justicia de los fariseos es condenada (Mt 23,1-36) es porque solo es justicia en apariencia. Hay, en cambio, un empleo más numeroso del adjetivo justo que designa, en continuidad con el AT al hombre piadoso, virtuoso, fiel en seguir los mandamientos de Dios (Mt 1,19; 13,17; Lc 1,6; 2,25; Act 10,22). Principalmente, es bajo esta forma adjetiva de hombre justo que designa la perfección moral y espiritual, como permanecerá a lo largo de la tradición cristiana y en el lenguaje corriente.

En san Pablo tiene su lugar central en las epístolas a los Romanos y Gálatas, bajo la idea de salvación y justificación. Dos hechos le llevan a tomar este tema: su propia experiencia religiosa y mística. Pablo comprende que no puede con sus obras alcanzar la salvación sino solo con Dios en Cristo; ha experimentado la misericordia de Dios en sus dones gratuitos. Y además la polémica vigorosa que tiene con los medios judíos y fariseos cristianos, tentados de permanecer fieles al judaísmo y observancias de la ley. Muestra que hay una continuidad entre el judaísmo y la nueva fe en Cristo, y así retoma el tema de la justicia en el AT. Así dará a la expresión justicia de Dios un contenido nuevo: esta justicia divina da lugar a la justificación del hombre, no por la observancia de la ley, sino por la fe en Jesucristo, don gratuito de la misericordia divina.

La justicia de Dios es sobre todo la acción salvífica de Dios, efecto de su amor por el hombre, y la comunicación de los bienes celestes. La realidad de esta comunicación se revela por la conducta justa, anticipación del estado escatológico.

La justicia del hombre es la penetración en él de la justicia dinámica y misericordiosa de Dios. Será la adhesión por la fe a Cristo, justicia de Dios que se revela sobre todo en la cruz,, presente en el tiempo, como el cristiano se introduce en la justicia de Dios, en el Reino, que es la Vida y Espíritu aquí abajo (Gal 2,19-21), y que le permiten sobrepasar el pecado y ser constituido en una criatura nueva.

Palabra

«¿Hasta cuando clamaré, Señor, sin que me escuches?... ¿Por qué me haces ver desgracias, violencias, catástrofes?». Esta plegaria, este grito del profeta, es también el grito de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. La desgracia, violencia… es el pan nuestro de cada día, para millones de personas. Desconcertados ante el silencio de Dios. Aunque Dios nos ha dado una respuesta en su hijo Jesucristo. Posiblemente el silencio de Dios es un silencio que espera la colaboración del hombre para hacer más humana la vida de la sociedad.

«Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio». Pero no muestran los cristianos esta energía evangélica; ni siquiera los pastores muestran como habría que hacerlo la energía del evangelio, la exigencia de la justicia divina.

«Toma parte en los duros trabajos del evangelio, según las fuerzas que Dios te dé». Es bastante general esta pasividad en el compromiso de los cristianos; tienen una fuerza espiritual grande, pero no la ejercitan, tenemos muchos cristianos atrofiados; entonces, difícilmente podemos asomarnos a una experiencia viva de Dios.

«Si tuvierais fe como un grano de mostaza, dirías a esa morera: arráncate…». El punto de partida es mínimo: un grano de mostaza… A continuación ya podemos contar con la colaboración de Dios, que nos gana en generosidad; pero es necesario empezar por depositar en Él nuestra confianza.

Sabiduría sobre la Palabra

«Es conveniente que los que se hallan constituidos en autoridad, echan sobre sí más trabajo que los demás, se comporten con más humildad que los súbditos, y su vida aparezca ante ellos como imagen y ejemplo de servicio, ya que han de considerar a quienes han sido encomendados a su fe como propiedad de Dios. Porque quienes tienen cargo superior han de ocuparse de los hermanos, como los educadores de los niños pequeños, que les han sido confiados por sus padres. Si os sentís así vinculados los unos a los otros, tanto los súbditos como los maestros, los unos se atendrán a los mandatos con alegría, y los otros con agrado conducirán a sus hermanos a la perfección, y, si así recíprocamente os adelantáis a honraros los unos a los otros, llevaréis en la tierra una vida como la de los ángeles». (San Gregorio de Nisa, Sobre la vida cristiana)

«No le reprochaba la conciencia. Esto no significa que estoy absuelto; quien me pide cuentas es el Señor. Este es el juicio del que jamás quiero evadirme. Y aunque me vea justo no levantaré la cabeza, porque toda mi justicia es para él paño manchado. Nadie es justo en su presencia, ni uno solo». (San Bernardo, Sermón 34)

«En estos dos movimientos consiste la justicia: temer a Dios por su poder y amarle por su bondad, y amar también al prójimo por la comunión de naturaleza». (San Bernardo, Sermón 50)