6 de marzo de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querida Pilar,

Me hablas en tu carta de haber cogido un "virus espiritual" bastante fuerte que llevó la descomposición a tu mente, tu corazón, tus nervios y todo tu ser. Y que lo pasaste muy mal… Esto de los "virus" es algo muy actual. No solo en el cuerpo sino también en el espíritu como lo acabas de vivir. En el cuerpo uno se encuentra un día con malestar, va al médico, que en principio se queda algo desconcertado, para acabar diciéndonos que es un virus. Yo creo que así empezamos con muchas enfermedades, a continuación preparamos fármacos para "ese" virus y… hasta el próximo. Vivimos tiempos de enfermedades, nuevas, extrañas…

Y claro el cuerpo tiene una relación de parentesco muy íntima con el espíritu, así que también en la vida espiritual agarramos "virus". Virus que como te ha pasado a ti nos descomponen, de pies a cabeza. Y entonces vivimos mal. Mejor dicho, no vivimos, o malvivimos. Y cuesta recuperarse. Cuesta volver a recuperar una relación normal con el entorno, tanto físico como personal; sobre todo lo que duele y afecta más es la incidencia en la relación personal. Ya que en este caso nos sentimos atacados en lo profundo de nuestro ser: la unidad, el equilibrio de mi persona llamada a vivir en el tiempo la sabiduría de la reconciliación. Pero se ve atacada en ese resquebrajamiento de mi persona.

Nos apagamos un poco por dentro. Dice el libro de los Proverbios: «El espíritu humano es lámpara del Señor, que sondea lo más íntimo de las entrañas» (Pr 20,27). Pierde luz la lámpara interior, la lámpara del Señor, la lámpara de mi Dios. Hace falta reanimar permanentemente esta lámpara. Un buen consejo es el que da Moisés a su pueblo por encargo de Dios: «Meteos mis palabras en el corazón». Estas palabras son luz para el camino y fuego para el corazón. Pero posiblemente los creyentes no valoramos plenamente la fuerza y la sabiduría de la Palabra.

Vivimos en unos tiempos de muchas palabras. En la vida mercantil cuando un producto es muy abundante, pierde valor. En la vida espiritual también. Y creo que esta claro que en nuestras relaciones, en la vida humana estamos colgados de las palabras. Tele, radio, auriculares… Uno llega a casa y directo a encender la tele… Sale de casa y todavía no ha caminado diez pasos, llamada de móvil… Estamos envueltos en palabras. Las palabras nos agotan, nos agobian, nos golpean… palabras que no llevan sabor y aroma de vida; vaciedad que engendra vacío… No será extraño que tengamos la experiencia de que nuestro ser se nos descompone, de que pierde sentido la vida. La palabra que es instrumento de vida, nos pone en senderos de muerte.

Hay que construir bien la casa. Lo hacemos cuando escuchamos una palabra llena de luz y de vida, o cuando la damos. La cuestión es decir una buena palabra. Una buena palabra nace de un silencio, aunque sea breve. Pero no amamos suficientemente el silencio. Yo diría que le tememos. No lo contemplamos como fuente de la palabra de vida. Necesitamos trabajar cada día en la edificación de la casa, y un trabajo importante en esta tarea es que no falte el cimiento del silencio. El silencio nos pone en un camino de unificación y no de descomposición. El silencio es la tierra que acoge la semilla de la palabra y la guarda hasta que la hace germinar en el tiempo oportuno.

Yo te diría para terminar, y te aconsejaría la práctica de tres palabras: observa, escucha, actúa. Esta es la manera de vivir. Pero que no te falte en el ejercicio de cada una de esas palabras, la compañía del silencio, que viene a ser un buen "anti-virus" espiritual. Un abrazo,

+ P. Abad