28 de octubre de 2018

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Jer 31,7-9; Sal 125; Hebr 5,1-6; Mc 10,46-52

«Cuando el Señor renovó la vida nos parecía soñar, la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares».

El Salmo evoca la alegría por el cambio de la actitud de Dios hacia los desterrados en Babilonia. El salmo se distingue por la riqueza y delicadeza de las emociones, la finura y la belleza de las imágenes. Los judíos por debajo de esta obra exterior prodigiosa descubren otra obra espiritual mucho más prodigiosa: la conversión del corazón.

Alguien ha escrito que Jesucristo no trajo una nueva religión una nueva forma de vida para la humanidad. Por esto no es extraño que Él mismo se llame a sí mismo la Vida, cuando nos dice que es el Camino, la Verdad y la Vida. ¿Qué hacemos con esta Vida? ¿por dónde van nuestros caminos?

Dios al crearnos nos ha puesto en el cuerpo cinco ventanas preciosas para ir haciendo este camino de la vida. Los cinco sentidos, cinco preciosas ventanas con las nos comunicamos con la belleza de la obra divina. Pero sucede que nos acostumbramos a utilizar solamente estos cinco sentidos exteriores, y algunos de ellos todavía de manera defectuosa; pero no caemos en la cuenta, o lo olvidamos, que se corresponden con otros cinco sentidos interiores. Y si nos quedamos solo en los sentidos materiales, corremos el peligro de que nuestro amor a Dios sea excesivamente cerebral, que nuestra persona no esté totalmente unificada en Cristo. Viviremos en una especie de divorcio, la cabeza estará en el Señor, pero el corazón irá hacia otros objetos. Es frecuente en estos tiempos andar por el camino de la vida, con la persona troceada dividida por muchos y opuestos intereses que no permiten que la PAZ se asiente en nuestro interior.

En los mismos salmos vemos una muestra de estos sentido interiores que tenemos descuidados. Así: «Hasta cuando seguirás olvidándome, atiende y respóndeme, Dios mío, da luz a mis ojos» (Sal 12); «Ábreme los ojos y contemplaré
las maravillas de tu voluntad» (Sal 118,18).

El mismo san Bernardo en su Sermón 10 (De diversis) nos habla de estos sentidos interiores, que el camino de una vida renovada pasa por llevar el evangelio hacia nuestros sentidos interiores, allí donde se hace presente Dios y su obrar que es una obra de amor. Por ello dice el libro de los Proverbios: «Cuida tu corazón, porque de él brota la vida» (Prov 4,23).

Y dentro de nuestros sentidos es la VISTA la que tiene una relación más estrecha y profunda con el AMOR DIVINO. Es el más digno de los sentidos corporales.

Podemos contemplar un ejemplo concreto de esto con el evangelio de hoy: Pasa Jesús por el camino hacia Jericó, y al margen, en la cuneta, fuera del camino, está el ciego Bartimeo. También no deberíamos de preguntar si nosotros estamos en el camino con Jesús, o bien al margen. Bartimeo está al margen, no se nos dice de qué está ciego. Ya sabéis que se puede estar ciego por diversas causas: glaucoma, miopía, vista cansada, estrabismo, astigmatismo, presbicia, orzuelo.

Pero en su ceguera grita a Jesús. Y Jesús le escucha: «¿Qué quieres que haga por ti?» «Señor, que vea». Y Jesús le dice: «Marcha, tu fe te ha curado, te ha salvado». Y con su nueva vida, con su vista exterior e interior curada sigue a Jesús.

Y ahora te pregunto: ¿Cuál es la causa de tu ceguera?

Mira que en cada Eucaristía está pasando Jesús. Grítale, para que su Palabra sanadora llegue a tu corazón y no te quedes al borde del camino, pues así no se puede seguir a Jesús.