31 de octubre de 2010

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Sab 11,23-12,2; Salm 144,1-2.8-11.13-14; 2Tes 1,11-2,2; Lc 19,1-10

Reflexión: La vocación (1)

«Que Dios os consideré dignos de vuestra vocación». «Llamó a los que quiso» (Mc 3,13). «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15,16). Esto es la vocación: una llamada a una determinada misión. Y dice todavía Marcos, con más claridad: «Designó Doce, para que estuvieran con Él, para enviarlos a predicar y expulsar demonios» (Mc 3,14). Los llama para estar con Él, y así aprendieran su pensamiento, aprendieran los caminos de la misión que llevaba a cabo, de manera que ellos pudieran después continuarla. San Pablo nos aclara más esta tarea de Cristo: «Dios, mediante el Mesías estaba reconciliando al mundo consigo, y nos ha dejado un mensaje de reconciliación» (2Cor 5,18).

Esta es, pues la vocación de todo cristiano: estar al servicio de la reconciliación. Esta es la llamada de Dios que nos hace sus colaboradores para que el amor divino llegue a ser conocido y vivido por todos los hombres. Esta debe ser la gran práctica religiosa de los creyentes, si quieren ser eficaces en su vocación. Todo debe estar al servicio de esta unidad y reconciliación de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.

Por ello en la Última Cena mostrará en la Oración sacerdotal (Jn 17) aquella como obsesión de Cristo por la unidad de sus discípulos: «que todos sean uno, como tu Padre estás conmigo y yo contigo, para que el mundo crea que tú me enviaste».

En este sentido todos los cristianos participamos de la misma vocación, de la misma fe, de la misma gracia, aunque con diferentes servicios o ministerios dentro de la comunidad eclesial. Y con este espíritu de respuesta a la llamada de Dios podríamos afirmar que «los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo» (Carta a Diogneto, 5).

Dios llama a cada uno, de manera personal, en el momento oportuno. En el evangelio vemos como Jesucristo llama en diferentes momentos a sus seguidores. El llamado da una respuesta personal desde su libertad, que Jesús siempre respeta. Él llama, sugiere, invita… no impone, no fuerza… Deja a cada uno en libertad. Pero luego el camino está claro. El que es llamado debe seguir las huellas de Cristo.

Hoy sigue llamando. Dios sigue llamando de diferentes maneras. A través de la predicación, o por la voz de la Escritura, por el testimonio de otras personas, o por una inspiración interior… Y cada uno debe dar una respuesta desde su libertad.

Palabra

«Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de aren, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra». Somos poca cosa, pero el corazón de Dios es grande, tanto que nuestra imaginación no alcanza a descubrir tanto amor. La pequeñez de la creación, pero a la vez su belleza, es un camino para ir descubriendo el corazón de Dios.

«Amas a todos los seres y no odias nada». Su amor es creador, su amor mantiene toda la creación en la existencia.

«Perdonas a todos, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida». El perdón de Dios, otra lección magistral para aprender. El perdón es la gran manifestación del amor. Y el amor es el cauce de nueva vida…

«Baja, Zaqueo, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa». Un diálogo hermoso de vida, de conversión, el que contemplamos entre Jesús y Zaqueo. Hemos de bajar, de descender, para entablar un diálogo con el Señor. El primero en descender ha sido Él mismo.

Sabiduría sobre la Palabra

«Hay tres géneros de llamamiento. Uno cuando nos llama Dios directamente; otro, cuando nos llama por medio de los hombres; y el tercero, cuando lo hace por medio de la necesidad». (Casiano, Colaciones 3)

«Muchos son los caminos que conducen a Dios. Por eso, cada cual debe seguir con decisión irrevocable el modo de vida que primero abrazó, manteniéndose fiel en su dirección primera. Cualquiera que sea la vocación escogida, podrá llegar a ser perfecto en ella». (Casiano, Colaciones, 14)

«Ahora bien, la buena nueva del cristianismo es la restauración del hombre a su primera dignidad. Si, pues, el hombre era originariamente la antigua semejanza de Dios, quizás no hayamos hecho una definición fuera de propósito cuando decimos que el cristianismo es la imitación de la naturaleza divina. En consecuencia, la exigencia contenida en este nombre es grande». (Gregorio de Niza, Sobre la vocación cristiana, 20)