17 de octubre de 2010

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

LA BELLEZA DE LA PALABRA DE DIOS EN LA HOMILÍA
Ex 17,8-13; Salm 120,1-8; 2Tim 3,14-4,2; Lc 18,1-8

Reflexión: La plegaria (1)

La plegaria es un diálogo con Dios. Santa Teresa dice que es «un diálogo con Aquel que sabes que te ama». Un punto fundamental de la plegaria bíblica es el "conocimiento sobrenatural de Dios por el hombre fiel", y "la vida de unión" que en principio es el fruto. No se trata solamente de contemplar un Dios que se revela sino de "entrar en diálogo" con Él, en una respuesta que tiene la palabra humana como soporte. El Dios que crea. La fe en un Dios único que en la antigüedad distingue la religión de Israel de la de sus vecinos supone un cambio esencial en el hecho de la plegaria.

Por otra parte la plegaria se dirige preferentemente a las divinidades que personifican los Poderes cósmicos y cuya actividad influye, de hecho, en las condiciones a través de las cuales se desarrolla la vida humana. Por ejemplo, el dios Baal cananeo, dios de la tormenta, que da la lluvia y asegura la fertilidad de la tierra y la fecundidad de los hombres y de sus rebaños (cf 1Re 18,25-29).

En Israel, Dios sólo es Dios. Con poderes cósmicos no son sino criaturas puestas por Él a disposición de los hombres. La plegaria se dirige sólo a Él. El hecho de ser el Creador le confiere una grandeza, que podría ser sentida como algo agobiante. Pero al crear al hombre "a su imagen y semejanza" (Gen 1,26-28) le ha dado también una capacidad de diálogo con su Creador.

La escena simbólica del Paraíso primitivo que presenta ya la humanidad en relación social más fundamental constituida por la pareja sexuada (Gen 2,18-24) evoca el drama del diálogo de la humanidad con Dios: diálogo anudado y después roto por el pecado (Gen 3).

Será necesaria toda la historia para que se renueve este diálogo y que la humanidad encuentre así el camino de salvación, gracias a la iniciativa de Dios, que se inserta en el corazón de la historia, eligiendo un pueblo.

Palabra

«Mientras tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec». Nos muestra la importancia de mantenerse con perseverancia delante del Señor, y con la confianza de ser escuchados.

«Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado». Hemos recibido una fe de nuestros antepasados. Una fe que hemos recibido por el testimonio, pero también que hemos aprendido. Unas verdades que no solo deben quedarse en la mente sino trasladarlas a la vida, para ser también nosotros nuevos testigos de la fe.

«La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo conduce a la salvación». Conocer la Escritura es conocer a Cristo. Cristo es el camino, luego el conocimiento de la Escritura nos pone en el camino correcto; la Escritura nos proporciona el instrumento que necesitamos para vivir nuestra fe.

«Orar siempre, sin desanimarse». El evangelio nos pone un ejemplo de oración de petición, que hay que hacer sin desanimarse… Pero también están otras forma de oración, como puede ser la de alabanza, o acción de gracias, que nos ayudan a despertar nuestro espacio interior que nos dará esa fuerza necesaria para permanecer firmes y confiados en todo momento en el Señor.

«Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». Esa fe que lleva a permanecer en la oración. A juzgar por el interrogante podría ser que no. Es lo que creen muchos hablando de la Iglesia: que se acaba, que cada vez hay menos gente en la Iglesia, que cada vez hay menos creyentes… Pero la Iglesia es provisional, está al servicio del Reino. Y lo importante es que Dios permanece siempre, y que todo está en sus manos.

Sabiduría sobre la Palabra

«Comencé a tornar en mí, aunque no dejaba de hacer ofensas al Señor; mas como no había perdido el camino, aunque poco a poco, cayendo y levantando, iba por él; y el que no deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración. ¡Dios nos libre, por quien Él es!». (Santa Teresa, Libro de la vida 19,12)

«¿Queréis que Dios os oiga? Pues pedirle el único bien. Sea Dios sólo el fin de vuestros deseos, pues Él es el único que les puede dar satisfacción». (San Agustín, Comentario al salmo 26)

«Jesucristo y después san Pablo nos enseñaron a hacer oraciones cortas y frecuentes, y a reiterarlas de cuando en cuando: porque si las hacemos muy largas, como regularmente no las acompaña mucha atención, demos motivos al demonio para que nos entre y aparte nuestro espíritu de la aplicación con que debemos estar cuando pedimos a Dios. Si de nuestro tiempo interrumpimos nuestras oraciones y las reiteramos a menudo, adquiriremos mucha vigilancia, y las diremos con exacta atención». (San Juan Crisóstomo, Sermón 1)

«Admirad la gran bondad de Dios: pues recibe nuestro deseo como si fuera una cosa preciosísima. Se abrasa en deseos de que nosotros nos abrasemos en su amor. Recibe como beneficio el que nosotros le pidamos sus favores: más gusto tiene Dios en dar que nosotros en recibir lo que Él nos da: no tengamos otro cuidado que el de no ser indiferentes ni cortos en nuestras pretensiones con el Señor: jamás le pidamos cosas pequeñas o indignas de la divina magnificencia». (San Gregorio Nazianceno, Orat. 40)