19 de diciembre de 2010

TEXTOS PARA EL ADVIENTO IV

De los sermones de san Beda el Venerable, presbítero

El evangelista san Mateo describe con pocas palabras, pero fielmente, el nacimiento del Señor y Salvador nuestro Jesucristo, el cual, siendo Hijo eterno de Dios, desde todos los siglos, apareció en el tiempo como hijo del hombre, insertándose en la genealogía de los padres, desde Abraham hasta José, el esposo de María.

Era necesario desde todos los puntos de vista, que Dios al hacerse hombre por amor a los hombres, naciera de una virgen; porque no podía ser que una virgen diera la vida a alguno que no fuera Hijo de Dios.

«La virgen tendrá un Hijo, y le llamarán Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros». Este nombre, con el cual el profeta designa al Salvador, Dios con nosotros, significa las dos naturalezas de Cristo en la única persona del Hijo de Dios. Nacido del Padre antes del tiempo, se hizo, en las entrañas de una madre, el Emmanuel, es decir, Dios con nosotros; se dignó asumir nuestra frágil naturaleza en la unidad de su persona cuando «el que es la palabra se hizo hombre y plantó su tienda entre nosotros»; es decir, de una manera admirable comenzó a ser lo que somos nosotros, sin dejar de ser lo que era, asumiendo nuestra naturaleza sin perder la suya.

María da a luz a su hijo primogénito, es decir, al hijo de sus entrañas; dio a luz a aquel que antes de la creación ya era Dios nacido de Dios, y en su humanidad creada estaba por encima de toda otra criatura. «Y le puso el nombre de Jesús».

Jesús es el nombre del hijo de la virgen, el nombre indicado por el ángel, y que significa que venía a salvar al pueblo de sus pecados. El que salva de los pecados salvará también del desorden derivado del pecado en el alma y en el cuerpo.

Del tratado de san Irineo, obispo, contra las herejías

Hay un solo Dios, quien por su palabra y su sabiduría ha hecho y puesto en orden todas las cosas.

Su Palabra, nuestro Señor Jesucristo, en los últimos tiempos se hizo hombre entre los hombres para enlazar el fin con el principio, es decir, el hombre con Dios.

Por eso, los profetas, después de haber recibido de esa misma Palabra el carisma profético, han anunciado de antemano su venida según la carne, mediante la cual se han realizado, como quería el beneplácito del Padre, la unión y comunión de Dios y del hombre. Desde el comienzo, la Palabra había anunciado que Dios sería contemplado por los hombres, que viviría y conversaría con ellos en la tierra, que se haría presente a la criatura por él modelada para salvarla y ser conocido por ella, y, «librándose de la mano de todos los que nos odian», a saber, de todo espíritu de desobediencia hacer «que le sirvamos con justicia y santidad todos nuestros días», a fin de que, unido al Espíritu de Dios, el hombre viva para gloria del Padre.