25 de diciembre de 2010

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISA DE MEDIANOCHE

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 9,2-7; Salm 95,1-3.11-13; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14

El evangelio nos ha descrito de manera sencilla, y con los elementos más simples el primer Belén: María y José camino de Belén, peregrinos, un espacio en un pesebre, unos pastores… y poco más. Unos ángeles cantando en la noche, como testimonio de la reconciliación de cielo y tierra, que viene a realizar el Mesías Salvador. Después vino toda un rica tradición de hacer el Belén, de contemplarlo, cantar… Y ha entrado en juego la imaginación creadora del hombre.

Así nos cuenta Claudel lo que lo que ve, lo que contempla en Belén, lo que vive, situándose dentro de él: «El tiempo se ha cumplido. Es la noche de Navidad. ¡Mirad! Un agujero, un rincón cualquiera, un establo, para resguardarse, dos presencias de cuatro patas que son el buey y el asno. Esta pareja de refugiados se establecen aquí, sin garantías contra el rigor del invierno, con aromas de estiércol, al no tener albergue humano. Limpian un poco el suelo, disponen las escasas cosas que traen. Todo no llega a un paquete grande. A parte, bien colocadas como en la sacristía están las humildes ropas del niño, las camisas, pañales... El ángel ha dicho que no hay que preocuparse de nada más. Pero, como es preciso comer, los esposos han comulgado con un viejo trozo de pan. Han colgado en un rincón la linterna que hace una extraña luz. José se sienta, no dice nada, no tiene que hacer mucho camino hacia el interior de sí mismo para encontrar la compañía del Eterno, cuya enseñanza principal es la palabra: ¡Sí, Amen! La Virgen también se sienta. Hay un momento en que se pone de rodillas, yo no pregunto, yo miro. Ella está tranquila, tiene los ojos cerrados, y suficiente para mí estar presente sin desear que ella me vea. No hay otro murmullo que la respiración de los animales. El asno enseguida se ha abandonado a una especie de rebuzno que no acaba: ¡un grito que sacudía el cielo y la tierra! Ha pasado tiempo hasta que se ha hecho el silencio. El tiempo pasa. Una hora, dos horas, y aquella que les sucede se anuncia como un crecimiento de la solemnidad. Hay en el corazón de José una recitación de salmos, él comprende, él se estremece; he aquí que se pone a llorar, llega el Verbo inescrutable».

Claudel lo contempla en un clima de Eucaristía. En medio de este ambiente rural y sencillo de Belén «aparece la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar una vida sobria, honrada».

Claudel contempla este ambiente destacando ese clima de Eucaristía, la pobreza del espacio, el rigor del clima, las escasas pertenencias de los viajeros, ambiente cósmico…

Nosotros, inmersos en esta tradición navideña hacemos nuestros belenes, nuestros Nacimientos, pero quizás nos situamos en una actitud externa, para contemplar una obra bella. Pero no hay belleza en un belén. La belleza en este belén del evangelio la pone el Misterio de Dios, la pone María y José, dóciles instrumentos del amor de Dios. Esta belleza de Dios cubrirá y salvará la pobreza humana.

Viene Jesús, viene a salvar a todos los hombres. Dios trae la reconciliación a toda la humanidad.

Entonces habría que afirmar que todo el mundo, toda la tierra, es un inmenso belén. ¿Cómo contemplamos hoy este belén? Pues la misma Palabra de Dios nos da algunas sugerencias muy certeras: Una sociedad que habita tierras de sombras, una sociedad con mucho déficit de verdadera alegría. Un sociedad sobre la cual muchos opresores de todo tipo descargan sus varas, y quebrantan sus huesos; muchas botas empapadas en sangre.

Y sobre este material tenemos que construir nuestros belenes. Sobre este pesebre debe recostarse hoy el Mesías, el Señor. Sobre este horizonte sangrante de nuestro mundo debe recostarse el mismo Misterio de Amor que hace XX siglos, María recostó sobre un pesebre. Lo hizo bien María. Lo hizo bien José. Por eso los ángeles cantan la gloria de Dios y desean la paz a la tierra.

Pero hoy somos nosotros los peregrinos. Hoy somos nosotros los que vamos camino de Belén, debemos construir el Belen, y debemos depositar el Misterio del Amor en esta sociedad sombría, donde crece la ausencia de la religión, donde crecen los deseos mundanos, donde, y hoy más que nunca, todos tenemos necesidad urgente de más sobriedad en una sociedad donde unos comemos en exceso y otros mueren por defecto.

Hoy hay necesidad de construir estos nuevos belenes, de contemplarlos, y depositar en ellos el Misterio del Amor, «la Maravilla de Consejero, el Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz». Porque una Navidad si paz, verdaderamente no es Navidad.