25 de diciembre de 2010

NATIVIDAD DEL SEÑOR

MISA DEL DÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,7-10; Salm 97,1-6; Hebr 1,1-6; Jn 1,1-18

Escribe Paul Claudel: «Cuando uno tiene necesidad de Dios, no como una relación mundana necesaria, o como unas ceremonias o culto que le tributamos, sino como una necesidad vital, esencial, continua, indispensable, entonces utiliza un lenguaje "abreviado", no digo un lenguaje familiar, sino un lenguaje mucho más brutal que el familiar. Como esos recién nacidos que no se andan con melindres con el seno de la madre que les amamanta».

Si Dios es el Viviente, si es nuestro amigo, entonces por qué no dejar que su palabra brote como una necesidad urgente, y no como una especie de suplemento del alma. Porque tenemos necesidad de Dios. Nosotros, los creyentes, para vivir su amistad singular. Pero, incluso los ateos o agnósticos tiene necesidad de Él, aunque sea para negarlo.

Entonces, se trataría de hacer nuestra la Escritura, la Palabra de Dios, sin que deje de ser Palabra de Dios. Se trataría de apoderarse de las palabras que Dios nos ofrece para devolvérselas, desde nuestra condición humana.

Como dice también Claudel: «Traducir Dios a mi vida y traducir mi vida a Dios, con la ayuda de este órgano que Él ha querido entre mis dientes».

Es la escena que nos propone el libro de Jeremías de manera dramática cuando el profeta nos habla de la seducción de Dios en su vida: «me forzaste, me violaste, tu palabra se me vuelve escarnio y burla por fuera y por dentro la sentía como fuego ardiente encerrado en mis huesos».

Esta misma Palabra que seduce a Jeremías es la que acabamos de escuchar. El evangelio dice lacónicamente: La Palabra era Dios. La Palabra tenía vida. La Palabra era luz. La Palabra se ha hecho carne, revestido de naturaleza humana.

Esta vida es luz, y «esta luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas la rechazan». Pero el mundo no conoce a esta Palabra, no la ha recibido. No se puede conocer lo que se rechaza. La Palabra sigue siendo escarnio y burla por fuera, y por dentro ¿la sentimos como fuego? Dice el poeta:

«Ya no hay luz en el mundo.
Toda la luz está en nuestro interior.
Toda la luz está entre nuestras cejas,
en ese centro o punto
donde un tiempo eterno
nos está contemplando.
No olvides la palabra sin letras,
la que entreabre muros
y es flecha hacia el abismo
de la luz.
No olvides la palabra
que aún grita su silencio».

La belleza de estos versos es invitación a despertar la luz y la vida que la Palabra del Evangelio pone en nuestro espacio interior, si de verdad la recibimos. Traducir la palabra de Dios a la nuestra vida. Guardarla hasta que despierte como fuego, un fuego de luz y de vida. Como fuego que entreabre muros y hace de nosotros profetas que no pueden contener el fuego y la derraman sobre los montes como mensajeros de paz.

Ser instrumentos de Dios en el mundo, ser mensajeros de su paz, nos exige ser totalmente suyos, sin reservas. Como expresan sus sentimientos el Amigo y el Amado en este precioso diálogo de Ramón Llull: «El Amigo decía a su Amado: "Tú lo eres todo, tú estás en todas partes, en todo y con todo. A Ti yo quiero darme todo entero, para poseerte por entero, y para que Tú me poseas todo entero". Y el Amado respondió: "tú no puedes tenerme todo entero sin ser por completo mío". Y el Amigo le respondió: "Tenme todo tuyo y yo te tendré todo entero". El Amado respondió: "Pero si tú me tienes todo tuyo, ¿quien tendrá a tu hijo, tu hermano tu padre?". El Amigo le dice: "Tú eres de tal manera y tan abundante que puedes ser todo entero de aquel que se da a ti por completo".

Navidad es la donación por completo del Amado, de nuestro Dios al Amigo, a su criatura: «ha plantado su tienda entre nosotros, para que contemplemos su gloria».

¿Cuál es ahora nuestra respuesta?

Si escuchas su Palabra toda la luz está dentro de ti, no como una palabra con letras, sino como palabra que destila luz y vida.