3 de junio de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen:

Permíteme recoger un interesante párrafo de tu carta: «El espíritu es brisa, es vida… estoy muy de acuerdo, aunque a veces yo quisiera que tan solo estuviera ahí, quieto… y es que es bien cierto que por la fuerza del Espíritu sentimos progresión, apertura, como si incesantemente estuviéramos proyectados a avanzar, y no resulta nada fácil seguir las manifestaciones de ese Espíritu en sus movimientos más inmediatos; le reconozco en la interioridad, en la libertad y sobre todo en la generosidad. Resulta una aventura que continúa desde la cuna hasta la muerte».

Una aventura permanente, desde la cuna hasta la muerte. Yo creo que es así. También es verdad que lo más habitual es que «somos vividos por la vida». Pero la persona, en virtud de su dimensión espiritual debe llevar una iniciativa en la vida. Debe «vivir la vida». El poeta Rilke se pregunta por la vida en unos versos interesantes:

«Y AUNQUE el hombre quiera huir de sí mismo
como de cárcel que le odia y retiene,
hay no obstante en el mundo un gran milagro:
yo siento que toda la vida es vivida.

»¿Quién le vive, pues? ¿son ella las cosas
que cual una no oída melodía
están como un arpa ante el ocaso?
¿Son ella los vientos que del mar soplan,
son ella las flores que aromas tejen,
las largas avenidas que envejecen,
los calientes animales que andan
las aves que extrañas alzan el vuelo?

»¿Quién la vive pues? ¿La vives tú, oh Dios, la vida?»


La vida es vivida cuando sopla la fuerza del espíritu, que impulsa a abrir, a avanzar, progresar. Cuando sopla esa brisa del espíritu que envuelve las cosas, los vientos, las flores, las aves… Cuando la persona humana no huye de sí mismo sino que se sumerge en su espacio interior, y desde aquí se vierte en una actitud contemplativa en el mundo de las cosas, y con el ritmo de la creación y de la belleza se abre a la relación con el otro, entrando en un verdadero dinamismo de vida. Un dinamismo de amor, en definitiva. Porque la vida auténtica es la vida movida, iluminada, impulsada por el amor. Es este dinamismo de amor que estamos llamados a contemplar en el Misterio de Dios, del cual la persona humana es una preciosa, pero pequeña, imagen. Pero la persona refleja esta imagen en su vida concreta de cada día cuando vive ese dinamismo de amor, en una relación cordial, abierta y receptiva a la originalidad del otro.

En la interioridad, en la libertad en la generosidad, se reconoce la fuerza y autenticidad del espíritu. Pero todo está organizado, o se tiende a esta organización, para neutralizar nuestra interioridad, que es la llave para encerrar nuestra libertad y cortar la generosidad. Los medios políticos, económicos sobre todo, sociales parecen rivalizar en este sendero que dice “buscar lo mejor para el pueblo”. Pero uno tiene la impresión que el pueblo son ellos; los otros, se reduce a una masa sumisa, callada, indigente… Incluso a la institución religiosa se le hace atractivo ese sendero. Pues de lo contrario uno no se explica que parece crecer y manifestarse más el deseo de una mayor espiritualidad, a la vez que se rechaza toda institución religiosa.

No resulta nada fácil seguir la manifestación del espíritu. Necesitamos otro ritmo en nuestra vida, porque la melodía espiritual está presente en nuestro mundo. Necesitamos una mirada contemplativa, sobre nosotros y sobre la sociedad, y no huir de nosotros mismos, sino acoger con amor la vida. Con otra sabiduría.

«Hombres y mujeres
domados, sometidos.
Es apremiante rebelarse
y ahuyentarlo todo:
el miedo, el rencor, el odio…
todo menos el amor».

(Federico Mayor)

Carmen, no resulta fácil seguir el movimiento del Espíritu, quizás porque nos lo presentan con un ritmo difícil de reconocer y de seguir. Pero siempre es una aventura apasionante dejarse llevar por él. Sabiendo que no todos los ritmos son bailables. Un abrazo,

+ P. Abad