29 de junio de 2012

SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 12,1-11; Salm 33,2-9; 2Tim 4,6-8.17-18; Mt 16,13-19

Estas últimas semanas los medios de comunicación nos han sorprendido con la noticias de filtración de documentos personales del Papa, y con noticias que dan la impresión de luchas por el poder en la vida de la Iglesia. Es, lo que dicen los medios, «buscar cuotas de poder». A mí esto me ha recordado un poema sobre la estatua de san Pedro que existe en la Basílica de san Pedro:

«Di, Jesucristo, ¿por qué
me besan tanto los pies?

»Soy San Pedro aquí sentado,
en bronce inmovilizado,
no puedo mirar de lado
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados,
como ves.

»Haz un milagro, Señor.
Déjame bajar al río,
volver a ser pescador,
que es lo mío».

«Volver a ser pescador, que es lo mío». Y así es como, fieles a la amistad del Señor, como nos enseña la antífona de entrada, y bebiendo el cáliz plantaron la Iglesia. Cuotas de amistad con el Maestro y no cuotas de poder. Beber el cáliz del Señor y no cebarse para el día de la matanza. Es el camino del amigo de Dios, del servidor fiel y prudente en la casa del Señor. Pero esto tiene un precio que ya hace años escribió José Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI: «El lugar verdadero del "Vicarius Christi" es la cruz», y añade: «La vicaría de Cristo está en mantenerse obediente a la cruz y, por tanto la representación de Cristo en el tiempo mundano consiste en mantener presente su poder como un poder opuesto al poder del mundo».

Así vemos que sucede en la vida de Pedro, como nos relata la Palabra de Dios en la primera lectura, sobre san Pedro que espera en la cárcel ser ejecutado, como consecuencia de aquellas primeras persecuciones que ya les había anunciado el Señor que iban a padecer. Mientras tanto, la Iglesia ora con insistencia al Señor. Y éste responde a la plegaria de toda la Iglesia por su Pastor supremo.

Cuotas de amor, no de poder. Cuotas de amor que se van adquiriendo cuando cultivamos una relación de amor con el Señor, y podemos responder con nuestra vida a la pregunta del Maestro, siempre viva, siempre actual, que no deberíamos de
olvidar en ningún momento:

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

La respuesta de Pedro es decidida, generosa, comprometida. No es una respuesta de compromiso ficticio, de guardar la apariencia: «Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo».

Las consecuencias de esta respuesta las contemplamos, pues, en la primera de las lecturas de hoy, del libro de los Hechos, que nos sugiere una vida de Iglesia de una fuerte comunión de amor, de plegaria y de vida puesta en las manos del Dios a quien confiesan como su Señor y su Dios.

Una Iglesia, o un miembro, o el mismo Pedro o Pablo, que podrán decir en su momento: «El Señor me ayudó y me dio fuerza para anunciar íntegro el mensaje. Él me libró de la boca del león y seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo».

Y allí seremos llevados no por las cuotas de poder sino por las cuotas de amor, vivido en una íntima amistad con el Maestro.

Podemos y debemos decir aquellas palabras de san Bernardo: «Estos son nuestros maestros: aprendieron a conciencia los caminos de la vida con el Maestro universal, y nos los enseñan hoy a nosotros. ¿Qué enseñaron y siguen enseñándonos hoy los santos apóstoles? No el arte de pescar, ni el de tejer tiendas o cosa parecida; ni a comprender a Platón o manejar los silogismos de Aristóteles, ni a estar siempre aprendiendo y ser incapaces de llegar a conocer la verdad. Me enseñaron a vivir. Y vivirás ordenadamente si en tu conducta cumples con fidelidad tus obligaciones con Dios y con el prójimo».

Cuotas de amistad, cuotas de amor…