24 de junio de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
San Juan Bautista (Domingo XII del tiempo ordinario)

De los sermones de san Agustín, obispo (sermón 293,1-3)

La Iglesia es consciente que el nacimiento de Juan es, de alguna manera, algo sagrado: Entre los patriarcas no encontramos nadie del cual celebremos el nacimiento; celebramos, en cambio, el de Juan y el de Cristo. Esto no puede dejar de significar algo. Si a nosotros, por la gran dignidad del tema, nos cuesta explicar, la meditación resulta sin embargo más fructuosa y fecunda. Juan nace de una anciana estéril; Cristo nace de una doncella virgen.

El padre de Juan no cree en el anuncio del nacimiento, y se vuelve mudo; María cree que Cristo nacerá de ella, y lo concibe por la fe. He propuesto cosas para investigar y he dicho que las discutiríamos, pero eso ya lo he manifestado antes, y si nos resulta imposible de entrar en todos los repliegues de un misterio tan grande, os adoctrinarà, más bien, el que habla en vosotros: el que contemplais piadosamente, que habéis recibido en vuestro corazón, y que os ha hecho templos suyos.

Juan es como una frontera entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. Lo atestigua el mismo Señor cuando dice: «la Ley y el Profetas hasta que apareció Juan Bautista». Él, pues, representa el Antiguo Testamento y es el pregón del Nuevo. Como representante del primero, nace de dos ancianos; como representante del segundo, es declarado profeta cuando aún está en las entrañas de la madre. Porque, antes de nacer, ya dio saltos en el seno de la madre, a la llegada de santa María. Ya allí era designado: designado antes de nacer; se muestra precursor de Cristo, antes de ver a Cristo. Esto son cosas divinas, esto excede la medida de la fragilidad humana. Finalmente nace, recibe un nombre, y la lengua del padre se desata. Estos hechos son imagen de las cosas futuras.

Comentario de san Efrén el Nisibis
La anciana Isabel trajo al mundo al último de los profetas, mientras María, una muchacha joven, dio a luz al Señor de los ángeles. La estéril trajo al mundo el que perdona los pecados y la Virgen el que los borra. Isabel trajo al mundo al que reconcilia a los hombres mediante la penitencia, María quien purifica la tierra de sus pecados. La anciana enciende una luz en la casa de su padre Jacob, ya que esta lámpara es Joan, la muchacha joven enciende el sol de justicia para todas las naciones. El ángel anunció el ministerio de Juan a Zacarías: el que debería ser decapitado anunciaría al que sería crucificado; el que sería odiado proclamaría al que sería enviado; el que bautizaría en agua al que bautizaría en fuego y Espíritu Santo. La luz brillante proclamaría al sol de justicia, el que estaba lleno del Espíritu al que daría el Espíritu. La voz anuncia al Verbo.

Antes de venir, el Señor, —dice la liturgia siríaca—, envió como mensajeros a los santos profetas. Cada uno de ellos anunciaba el misterio escondido y desconcertante de la venida de Dios hecho hombre. Uno profetizaba: Mirad, el Señor viene a consolar a los afligidos. Otro anunciaba: El Señor restablecerá su alianza con su pueblo. Uno rogaba que el Señor viniera, y no callara, el otro suplicaba a Dios que mostrara su poder y viniera a salvar a su pueblo. Uno profetizaba el Precursor diciendo que sería un ángel, otro nos decía que sería la voz del que clama en el desierto. Y finalmente vino el intermediario de la antigua y de la nueva alianza, Juan Bautista, estrella que precede a la luz, lámpara que precede al sol de justicia, voz que precede a la Palabra, mensajero que anuncia claramente: Detrás de mí viene el que es mayor que yo, del que no soy digno de desatar la correa del calzado.