10 de junio de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón:

En tu última carta me enviaste un texto interesante, que te impactó, y que debiste de tomar de algún libro: «Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado a su Hijo. Esta fue la primera Eucaristía: el don de su Hijo cuando lo confía a la Virgen haciendo de ella el primer altar. A partir de este momento, María es la única que puede decir de verdad: “Esto es mi cuerpo”. Ella ofreciendo su cuerpo, sus fuerzas, todo su ser para formar el Cuerpo de Cristo».

Es de agradecer esta buena costumbre que tienes. Te gusta leer y aquello que te impacta te gusta compartirlo. Este es un buen camino para crear relación humana, para conservar y crecer en la amistad. Yo diría que este es también un camino eucarístico: recibir y compartir los dones recibidos.

Esta es la pedagogía de Dios. Da lo que tiene. Da amor. Da el Hijo, que nos trae el rocío del cielo y nos lo escancia en vino.

Necesitamos embriagarnos con este vino. Sería vivir la Eucaristía hasta las últimas consecuencias. Sería vivir la Eucaristía con una conciencia más viva de los que celebramos. San Juan Crisóstomo tiene una homilía preciosa sobre este punto: «Es necesario conocer el milagro de los misterios, es decir, qué es, porque se nos dio, y cual es su utilidad. Somos un solo cuerpo —dice san Pablo— y miembros de su carne y de sus huesos (Ef 5,30). Para llegar a serlo no solo por el amor, sino en la realidad, mezclémonos con su carne. Eso se consigue mediante el alimento que nos da, deseoso de mostrarnos su amor. Por ello se mezcló con nosotros y fundió su propio cuerpo con nosotros, para que llegásemos a formar un todo, como el cuerpo unido a la cabeza… Cuando tomamos alimentos materiales se transforman y los asimila el cuerpo. Cuando tomamos la Eucaristía inmediatamente somos asimilados pro Cristo para darnos una gran fortaleza». (Hom 46, Sobre el evangelio de san Juan)

Pero debemos cuidar esta fuerza, derramándola como amor. Nos debería hacer pensar las manifestaciones que hacemos en ocasiones mediante las procesiones, y de manera especial la del Corpus con la Eucaristía. Es una manifestación del amor y con el amor. Y este amor debería ir más allá de una procesión, más allá de toda celebración eucarística, debería tener una prolongación que transmitiera en la procesión, en el camino de la vida diaria ese sentimiento interior que apunta ese Santo Padre, y que retoma con fuerza Miguel de Unamuno:

«Amor de ti nos quema, blanco cuerpo;
amor que es hambre, amor de las entrañas;
hambre de la Palabra creadora
que se hizo carne; fiero amor de vida
que no se sacia con abrazos, besos,
ni con enlace conyugal alguno.
Sólo comerte nos apaga el ansia,
pan de inmortalidad, carne divina.
nuestro amor entrañado, amor hecho hambre».

(El Cristo de Velázquez)

Te deseo que vivas cada día la Eucaristía con ese deseo de amor, que cada día nos invita a través de su Cuerpo. Un abrazo,

+ P. Abad