3 de junio de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Santísima Trinidad (Año B)

Guillermo de Saint Thierry, El espejo de la fe

Nadie conoce al Padre sino el Hijo, ni nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quienes ellos se los quieran revelar (Mt 11,27). Así los que son objeto de la revelación del Padre y del Hijo, conocen como el Padre y el Hijo se conocen, porque tienen en sí mismos su mutuo conocimiento, la unidad de ambos, su voluntad, su amor, ya que todo esto es el Espíritu Santo.

Pero todo esto se da de una forma en la substancia divina, y de otra en la naturaleza inferior. Allá el Espíritu Santo es consubstancial y natural, la mutua caridad, la unidad, la semejanza, el conocimiento del Padre y del Hijo, todo lo cual es común a ambos. Aquí, él obra por su gracia, al permanecer tanto en sí mismo como en aquel en quien mora. Allá, el mutuo conocimiento del Padre y del Hijo constituye su unidad, aquí el conocimiento que el hombre tiene de Dios es la semejanza de la que habla el apóstol Juan: «Seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es».

Aquí abajo la alegría del hombre nunca es plena. No alcanza el conocimiento de aquella vida en la que veremos a Dios cara a cara (1Cor 13,12). Este conocimiento no se pudo recibir ni siquiera de labios de la Verdad misma (cf. Jn 16,12), porque la debilidad humana no es capaz de soportarlo. Pero el Señor no priva por completo de él a los hijos que le aman, para que comprendan lo que todavía les falta (Sal 38,5). El Espíritu Santo planea sobre el espíritu del pobre, indigente y necesitado de amor. Esta realidad es la que prefiguraba aquel planear suyo sobre las aguas.

El Amor de Dios se cierne sobre el amor de sus fieles, lo penetra con su soplo y colmándolo con sus beneficios, lo atrae a sí de modo que va tras él como movido por un apetito natural que tiende a ascender. Entonces Dios lo une a sí y el espíritu del hombre se hace un solo espíritu con él.