17 de junio de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Es muy bonito tu «silencio» de este mes: «El silencio del brote de una flor. Cuando abro la ventana, 6'30, contemplo una cala blanca y hermosa. Acaba de florecer. ¡Qué silencio la hace brotar! Me gustaría que la vieras».

Hay muchos silencios que hacen brotar belleza. Quizás para ti esa flor es única. Me ha recordado aquella “flor única” que tenía el protagonista de ese delicioso libro que es «El Principito». Es belleza el recuerdo y la preocupación por su flor. Descubrirá después que su flor no es única, pero será siempre única la relación con «su flor».

Quizás, más que invitarme a ver tu cala blanca y hermosa, que tú sabes que hay muchas más, lo que quieres es acercar a mi ese silencio que te lleva a contemplar, a admirar, la blanca belleza de tu flor. El silencio te hace descubrir y gozar de la belleza.

Yo también en ocasiones, paseando por el monasterio me detengo ante una flor y la contemplo silenciosamente, y me pregunto por la «fuente» de su vida y de su belleza. ¡Hay tanta diversidad de flores y de plantas que en silencio son una palabra elocuente de belleza, y de invitación al misterio! Se necesita el ritmo del silencio. Uno de los privilegios de nuestra vida monástica, es tener a nuestro alcance ese ritmo del silencio, que nos hace capaces de penetrar en los bellos espacios de la palabra y del misterio.

Y es que el silencio es una voz siempre embarazada de palabra. Y la palabra siempre nos habla del misterio. Y el misterio es algo que está profundamente arraigado en la vida humana, pero que espera nacer, como el brote de una flor a la luz y a la alegría de un día nuevo.

Hace unos días me decía una muchacha joven, que lleva varios años casada: «He de darle una buena noticia: voy a ser madre». Su rostro era luminoso. Unos días después le entregué este texto que había leído en un libro, aplicado a la Virgen María: «Todas las madres imaginan y hacen cábalas sobre como será su hijo. Sueñan despiertas y van dibujando su posible perfil, sus gustos, sus andares. Hablan en la intimidad con él. En mí se daba una extraña mezcla. Le acunaba en mi interior, sí, le hablaba como un niño, y a la vez mi alma se anonadaba, se perdía, se arrodillaba ante él, sobrecogida por cuanto intuía del amor y la energía inexplicable que estaba brotando dentro de mí».

Es el misterio de la semilla que germina y crece sin que se sepa como. También me ha traído a la memoria el texto estremecedor, de amor, de vida y de muerte de la madre de los 7 hermanos Macabeos ante el martirio de su hijo más pequeño: «Yo no sé como aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento, ni la vida, ni ordene los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y y determina el origen de todo» (2Mac 7,22).

Gracias Mª Luisa, tu «silencio» es una verdadera invitación al silencio contemplativo del misterio de la vida. Un abrazo,

+ P. Abad