1 de noviembre de 2012

TODOS LOS SANTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 7,2-4.9-14; Salm 23,1-6; 1Jn 3,1-3; Mt 5,1-12

«Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos, pues lo somos». La Palabra de Dios hace lo que dice, luego si hace esta afirmación de nuestra condición de hijos, entonces es cierta, es verdad. Pero ¿para qué sirve una verdad que no influye en nuestra vida? Porque puede ser así.

Pues a continuación afirma: «el mundo no nos conoce como hijos, porque no conoce a Dios». Esto es evidente: si no conoce a Dios, ¿Cómo va a reconocer a quien son sus hijos? Pero hay una segunda afirmación: «ahora somos hijos y aún no se ha manifestado lo que seremos». ¿Qué se ha de manifestar? Nuestra condición de hijos. Una condición que se va manifestando a medida que vivimos con esta esperanza, que no es una actitud pasiva de recibir, sino un ejercicio permanente de purificación. La vida humana, la vida del creyente viene a ser un camino. Un camino para vivir apasionadamente.

El hombre es camino hacia Dios. Es algo que han dicho todas las filosofías y religiones. Pero el cristianismo añade: Dios es camino hacia el hombre. Dios se ha abierto camino por la historia, que el hombre ha forjado para llegar donde está. Dios viniendo a nosotros ha hecho camino por medio del Hijo, y nos ha dejado a su propio Hijo como camino. Más todavía: en él nos ha hecho hijos. Entonces, si estamos con Dios, «como hijos tenemos que proceder como procedió Jesús» (1Jn 2,6).

En caso contrario ya no nos comportamos como hijos, y como dice san Agustín: «A los que se les llama hijos de Dios, sin serlo, ¿de qué les aprovecha llevar el nombre si están privados de la realidad?, ¿a cuántos se les llama médicos y no saben curar?, ¿a cuántos se les llama serenos y pasan la noche entera durmiendo?, ¿a cuántos se les llama cristianos o monjes y están en excedencia?. No son tales en la realidad, pues no son lo que indica este nombre, es decir no lo son en la vida, en las costumbres, en la fe, en la esperanza, en la caridad» (Obras XVIII, Hom. 4ª sobre 1Jn, BAC 187, p. 568).

¿Y cómo procedió Jesús? Jesús vive la realidad insondable de Dios como «un misterio de compasión. Lo que define a Dios no es el poder sino sus entrañas maternales de Padre. La compasión es el modo de ser de Dios, su manera de mirar el mundo y de reaccionar ante las criaturas». Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento y a la humillación de las gentes. La primera mirada de Jesús no es hacia el pecado del ser humano, sino a su sufrimiento. Desde esta experiencia de la compasión de Dios introduce un principio radical: «sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». La compasión no es una virtud más, sino el único camino para reaccionar ante el clamor de los que sufren y para construir un mundo más humano.

Y con este estilo habla Jesús un lenguaje provocativo, original e inconfundible: «las bienaventuranzas. Una de ellas es esta de la compasión, de la misericordia».

Jesús con el mensaje de las bienaventuranzas nos muestra una sabiduría que da primacía a los últimos, a los pobres, a los que sufren. Ser compasivos como el Padre exige buscar la justicia de Dios empezando por los últimos. El camino hacia un mundo más digno y dichoso, para todos, se comienza a construir desde ellos. Así lo quiere Dios. Así lo manifiesta su Hijo, así llama a sus hijos a hacerlo.

La Iglesia en sus orígenes vivió profundamente esta llamada de Jesús a la compasión, sensible al sufrimiento. Y a lo largo de los siglos hasta hoy no han faltado instituciones, asociaciones y personas al servicio de enfermos, hambrientos, refugiados… No se apagó nunca la compasión, pero a la vez se puso el acento en exceso en la cuestión de la culpa, y se relativizó la del sufrimiento. De ser una religión sensible al sufrimiento, pasó a ser una religión sensible al pecado. La primera mirada de Dios es para el sufrimiento de la criatura, y no para dar preeminencia a la culpa. Este espíritu de Jesús se recoge en las Bienaventuranzas, núcleo central de lo que vivió y enseño Jesús. Y que puede resumirse en esa palabra de la compasión.

Por eso las Bienaventuranzas son una bendición de Jesús, la manera que tiene Dios de amar. El camino que nos ofrece para asumir. Quien funda su vida en Dios, la funda sobre Jesucristo, vive como él. La vida de Jesucristo es muy humana, pero con una humanidad que nos lleva al conocimiento del Padre. Es la realización más sensata y acabada de la vida.