4 de noviembre de 2012

LA CARTA DEL ABAD


Querida Mª Luisa:

Estos días he pensado en otros de tus «silencios»: «el silencio de la lluvia —escribes— es un ruido silencioso, pone unción en el alma. Es que lo he experimentado muchas veces y me sabe a cielo».

Solo que aquí, estos días «el silencio de la lluvia» ha alternado con el «grito de la lluvia», pues ha habido momentos de una lluvia fuerte, provocando en el claustro un verdadero espectáculo, con todas las gárgolas, funcionando a pleno rendimiento, apenas pudiendo encauzar toda al agua que descendía de lo alto. En tu tierra es más frecuente la caída de la lluvia suave, silenciosa, que va impregnando la tierra y la hace fecundar hasta hacer de ella toda una alfombra verde de gran belleza.

Pienso que son dos experiencias interesantes, y que ahora, a mí, me trae el recuerdo del profeta Isaías: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo» (Is 55,9).

El silencio de la lluvia que empapa la tierra y la fecunda. El silencio de la palabra que empapa la tierra del corazón y hace fecunda la vida humana.

El silencio de la palabra de Jesús: «Ama a tu Dios, el único Señor para tu vida, tu único espacio, ámale con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. Ama a tu prójimo como a ti mismo».

Esta palabra de Jesús nos llega como un regalo precioso, envuelto en un manto de silencio. La palabra de Jesús nos viene desde el corazón de Dios, que habla en silencio y en silencio debe ser escuchada. La palabra de Jesús es una semilla preciosa, semilla de vida nueva, que necesita ser acogida por la tierra abierta del corazón. Acogida en silencio y guardada en el corazón, para que en nuestro interior germine en silencio hasta dar fruto. La palabra vale lo que vale el corazón, nos revela el corazón. Vale lo que vale el silencio de quien la pronuncia, y que le proporciona la sabiduría que necesita toda palabra para manifestar su valor.

Es cierto, que en nuestra vida, con frecuencia hablamos muchas palabras, que nuestra vida es un derroche de palabras, que son como el «grito de la lluvia», lluvia fuerte que arrastra la tierra, que en ocasiones incluso llegan a ser un espectáculo ante el mundo, como las gárgolas que desbordan de agua. Pero que pasan como el viento. Son sonidos que nacen en las capas superficiales de nuestra persona. Difícilmente llegan al corazón del otro.

Hoy necesitamos otras palabras. Palabras profundas, palabras con sabiduría, palabras que nos lleguen como lluvia fina, y que impregnen la tierra del corazón. Palabras que nazcan del silencio. La Palabra de Jesús nos enseña este camino. Porque con su palabra se da él mismo. Pasa haciendo el bien, dando su vida. Y la da hasta el extremo.

Su palabra, su vida, su amor nos invita a seguirle: «Ama a tu Dios, único Señor, ama a tu prójimo como a ti mismo». Palabras para ser escuchadas, guardadas en el silencio del corazón, y dichas con la vida desde el silencio del corazón.

Que el silencio de la lluvia siga poniendo unción en tu alma. Un abrazo,

+ P. Abad